Játiva (Valencia), 12.VI.1911 – Madrid, 19.XII.1986. Historiador.
De hondas raíces valencianas, su padre era un labrador [parce ser que fue ingenuiero] culto que
llegó a ser alcalde de Játiva. Maravall estudió el bachillerato en su
ciudad natal, donde pudo disfrutar desde muy niño de la biblioteca
paterna, que supuso para él la iniciación en la lectura de los clásicos
españoles y universales. En 1927 comenzó sus estudios universitarios en
la Universidad de Murcia, donde tuvo maestros como Jorge Guillén,
Cayetano Alcázar o Gabriel Franco. Tras estudiar un año de Filosofía y
Letras y de Derecho, se trasladó a Madrid donde participó en 1929 en las
protestas contra la dictadura y en 1931 finalizó su licenciatura en la
Facultad de Derecho de la Universidad Central.
Ese mismo año, comenzó sus colaboraciones en
El Sol, preferentemente
sobre literatura. Fue en ese momento cuando un encuentro casual con
Ortega y Gasset en la Facultad de San Bernardo le abrió las puertas de
la
Revista de Occidente en 1932 y fue objeto de una cordialidad sincera por parte del pensador.
Así, Maravall militó en la Agrupación al Servicio de la República
creada por Ortega en 1932, al tiempo que comenzó a ejercer como profesor
auxiliar interino de la cátedra de Flores de Lemus (Economía Política y
Hacienda Pública). Al año siguiente, en 1933 ingresó por oposición en
el Cuerpo Técnico-Administrativo del Ministerio de Instrucción Pública y
Bellas Artes y publicó su primer artículo: “A. Marichalar: mentira
desnuda”, en el n.º 40 de la
Revista de Occidente.
En 1933-1934, junto a un grupo escogido de personas, Maravall formó
parte del primer seminario de sociología y ciencia política dirigido por
Ortega, que supuso la lectura de autores y obras de historia y ciencia
política: Tarde, Hauriou, Durkheim, Tocqueville, Humboldt, Spencer, Hans
Freyer, von Wiese, los juristas franceses liberales de 1880 y, muy
especialmente, Max Weber, Burckhardt o Max Scheler. Sumó esta
enriquecedora experiencia a cursos dictados por el propio Ortega o por
Zubiri, y a seminarios dirigidos por García Morente o Ramón Menéndez
Pidal.
Tras esa formación multidisciplinar, Ortega dirigió al joven Maravall
a Ramón Carande, quien le aconsejó que se centrara en el estudio de la
Historia, no como una sucesión de fechas y acontecimientos, sino como el
estudio pormenorizado y la comprensión profunda de lo que los hombres
han hecho y por qué. Para ello, Maravall recogió dos corrientes
historiográficas del campo del Derecho: la de la Historia del Derecho y
la de la Historia de las Instituciones.
En 1934, Maravall alternó su carrera universitaria con su vocación
literaria: fue profesor auxiliar de Derecho Político en la cátedra de
Pérez Serrano (entre 1934 y 1936) y comenzó a colaborar en
Luz (dirigido por Corpus Barga) y en
Cruz y Raya (fundada por José Bergamín un año antes).
Durante la Guerra Civil, fue movilizado por el Ejército republicano
y, al término de la contienda, se reincorporó a su puesto en el
Ministerio. En julio de 1939 comenzó a escribir en el diario
Arriba.
En 1941 se casó con María Teresa Herrero, con quien tuvo cuatro
hijos, el mayor de ellos, José María, sería nombrado ministro de
Educación en 1982; Agustín, Fernando y María Teresa se convertirían
también en excelentes profesionales en sus diferentes especialidades.
Entre 1942 y 1946, fue profesor auxiliar interino de Sociología en la
Escuela Social de Madrid. En ese tiempo, en 1944, se doctoró en Derecho
por la Universidad Central con la tesis
Teoría del Estado en España en el siglo xvii, que
fue publicada por el Instituto de Estudios Políticos. Una vez
doctorado, pasó a ser profesor auxiliar interino de Estudios Superiores
de Ciencia Política de la Facultad de Derecho de la Universidad Central
en la cátedra de Carlos Ruiz del Castillo, hasta 1946, en que ganó la
oposición a la cátedra de Derecho Político y Teoría de la Sociedad en la
Facultad de Derecho de La Laguna, de donde pasó a la cátedra de la
Universidad de Valladolid.
Ya en la época universitaria había entablado buena amistad con Luis
Díez del Corral —rebuscando ambos estudiantes en los puestos de libros
que se montaban en aquel entonces en la calle de San Bernardo, donde
estaba la Universidad Central—, que resultó duradera y muy cercana hasta
el final de sus días.
Desde 1948, Díez del Corral era agregado cultural en París, lo que
impulsó en 1949 el nombramiento de Maravall como director del Colegio de
España en París, a propuesta y con el firme apoyo del gran historiador
Jean Sarrailh, rector de la Universidad de París.
Maravall dirigió el Colegio hasta 1954, abriendo sus puertas a los
universitarios españoles y franceses y realizando una labor importante
para dar a conocer el legado cultural español. En aquellos años, inició
su contacto con los grandes nombres de la historiografía francesa
(Fernand Braudel, Marcel Bataillon o Pierre Vilar), profundizó en la
corriente de
Annales y participó de la vida intelectual
parisina, asistiendo, entre otros, al IX Congreso de Ciencias
Históricas, en 1950, con personalidades a las que siempre quedó
vinculado intelectual y universitariamente.
Apenas creada en Madrid la Facultad de Ciencias Políticas y de
Sociología, se licenció en Ciencias Políticas y en 1955 ganó por
oposición la nueva cátedra de Historia del Pensamiento Político y Social
de España; para ello, escribió un libro-memoria sobre la
Teoría del saber histórico, que
suponía una inteligente reflexión sobre cuestiones epistemológicas de
la ciencia historiográfica. De ese modo, formó, junto con Luis Díez del
Corral —catedrático de Historia de las Ideas y Formas Políticas— y con
Luis García de Valdeavellano —titular de la cátedra de Historia de las
Instituciones Políticas y Administrativas—, un magnífico Departamento de
Historia en la Universidad, que sentó las bases para el estudio de la
Historia de las Ideas y de una historia intelectual y social de España
que parte de una perspectiva comparatista.
Ese mismo año de 1955 se integró en la ejecutiva de Acción Europea,
junto a Tierno Galván, Dionisio Ridruejo, Gil Robles y otros. En 1958
fue elegido miembro de la junta directiva de la Asociación Española de
Ciencias Históricas, de la fue presidente entre 1969 y 1974.
Tras ser elegido académico de número de la Real Academia de la
Historia en 1961, ingresó en 1963 y fue recibido por el padre Miguel
Batllori, quien contestó a su discurso de recepción sobre
Los factores de progreso en el Renacimiento español, texto en el que ya Maravall adelantaba el núcleo de su gran obra sobre “Antiguos y Modernos”. Al año siguiente, su libro
El mundo social de “La Celestina” fue premiado por la Asociación de Escritores Europeos. También ese año, Maravall se incorporó como director a la revista
Cuadernos Hispanoamericanos editada por el Instituto de Cultura Hispánica desde 1948, que dirigió hasta su fallecimiento en 1986. En 1976 su obra
Utopía y contrautopía en “El Quijote” recibió el Premio Bonsoms del Institut d’Estudis Catalans.
Poco a poco, su magisterio se fue internacionalizando: en 1969 fue
nombrado catedrático asociado en la Universidad de Paris-Sorbonne, donde
permaneció hasta octubre de 1971 y entre 1978 y 1980 fue profesor
visitante y consultor de la Universidad de Minnesota. Además, fue
investido doctor honoris causa por la Universidad de Toulouse-La Mirail
en 1978, fue distinguido con la Orden de las Artes y las Letras de la
República Francesa en 1984 y, en 1986, unos meses antes de su muerte,
fue doctor honoris causa electo por la Universidad de Burdeos. En
España, ese mismo año y ya a título póstumo, se le concedió el Premio
Nacional de Ensayo por su último y espléndido libro
La literatura picaresca desde la historia social (siglos xvi y xvii), “una de sus obras más ambiciosas y logradas”, según escribiera el padre Batllori.
Entre otras distinciones civiles, estaba en posesión de la encomienda
de número de la Orden del Mérito Civil (1951) y de la Orden de Isabel
la Católica (1954). En un ámbito académico, fue nombrado correspondiente
de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona (1956), de la de
Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla (1961), de la
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina (1963), de la
Hispanic Society of America (1971) y del Instituto Histórico y
Geográfico del Uruguay (1974).
En 2004, su archivo personal y su biblioteca quedaron depositados,
por deseo expreso de la familia, en la Biblioteca de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales que la Universidad de Castilla-La Mancha
tiene en su campus de Ciudad Real.
A lo largo de una treintena de libros y de centenares de artículos,
la obra de Maravall extiende su interés desde la Edad Media al siglo xx.
Su libro temprano
El concepto de España en la Edad Media (1954)
conviene verlo en relación con la impresionante serie de la veintena de
estudios que, de 1954 a 1972, reconstruyen aspectos monográficos de la
Edad Media española (y que están incluidos en los dos primeros volúmenes
de sus
Estudios de Historia del Pensamiento Español). En su
investigación, Maravall ha utilizado en profundidad tanto las fuentes de
origen castellano como especialmente las castellano-aragonesas, algo
que el padre Batllori valoraba en alto grado por su carácter pionero en
aquel momento y por el análisis a que todo ello daba lugar. Además toda
esta problemática se estudia también en profunda relación con el
análisis del contexto europeo como referencia constante, lo que da lugar
a situar el problema de la peculiaridad de los reyes medievales
hispánicos —con un poder fáctico indiscutible pero sin la organización
formal ni la concepción de la realeza que se desarrolla en otros países
occidentales— en coordenadas muy diferentes a algunos tópicos admitidos.
Son reyes cuyo citado poder fáctico y su carácter de reyes guerreros y
gobernantes de sus reinos hacen que no necesiten de la sacralidad
simbólica de otras Monarquías europeas para imponer su autoridad. Al
tiempo, el sentido de unidad y de “pérdida de España” queda ampliamente
investigado y examinado en el exhaustivo estudio de las fuentes antes
citadas.
Siguiendo una secuencia cronológica, Maravall fue también innovador
al tratar el Renacimiento español y europeo rechazando la idea de una
fractura radical entre el Medievo y el Renacimiento, y no
circunscribiendo este último a su estricto origen italiano. De nuevo,
hay que recurrir a los mencionados
Estudios de Historia del Pensamiento Español, así como a sus grandes obras sobre el siglo xvi: en
Estado moderno y mentalidad social (1972) trata de los orígenes sociales del Estado moderno y su consolidación, en un examen comparatista de gran calado; en
Antiguos y Modernos: la idea de progreso en el desarrollo de una sociedad (1966)
extiende su investigación y análisis desde los inicios renacentistas en
occidente hasta el siglo xviii, siempre dentro de ese esquema de
historia comparada, fundamental para poder entender la propia historia
de España. Asimismo, trata sobre el período en otras obras, más breves
que las anteriores, pero escritas y estudiadas con una profundidad y una
escritura que impulsa a leerlas ávidamente de corrido, como
Las Comunidades de Castilla, una primera revolución moderna (1963) o
El mundo social de “La Celestina” (1964). En su último libro antes citado,
La literatura picaresca desde la historia social (1986),
trata del trabajo y el ocio, de la tensión en las relaciones entre
hombre y mujer, de la interdependencia entre amos y criados o entre
ricos y pobres.
Sin embargo, son sus estudios sobre el Barroco los que han alcanzado mayor difusión y fama. Desde su primer libro,
Teoría del Estado en España en el siglo xvii (1944),
siguieron apareciendo, escalonados en el tiempo, diferentes trabajos
sobre el teatro del Seiscientos, sobre su literatura, su mentalidad o su
estructura social hasta culminar en el libro ya clásico
La cultura del Barroco (1975).
En él, Maravall rompe con la imagen armónica del Barroco que había
transmitido la historiografía clásica y numerosos aspectos de su obra
han dado lugar a una enriquecedora discusión historiográfica. También
sobre este período merecen destacarse títulos como
Utopía y contrautopía en el Quijote (1976) o
Velázquez y el espíritu de la Modernidad (1960).
Asimismo, sobre el siglo xviii escribió Maravall numerosas páginas,
desde una amplia reseña del clásico libro de Jean Sarrailh en 1955,
pasando por su monografía sobre Cadalso en 1966 hasta alcanzar en 1986
una treintena de monografías dieciochistas, recogidas todas ellas en lo
que constituyó el IV volumen de sus
Estudios sobre el pensamiento político español (edición
del CEPCO), en publicación póstuma. Sin embargo, su gran cantidad de
intereses no se detuvieron ahí: dejó inéditos textos sobre los
escritores del 98 que hubieran constituido su inacabado
Visión de la Historia y programa de reforma en los escritores del 98, asimismo recogidos en algunos de los homenajes, que se hicieron cuando murió, por sus discípulos y amigos.
El interés de Maravall por la historia no era un gusto erudito, sino
un interés vivo unido a su propia realización personal: había que
investigar el pasado para conocer y comprender el propio presente. Se
enfrentó así a la historia no como una descripción de hechos políticos o
acontecimientos, sino profundizando en las estructuras subyacentes, en
las fuerzas sociales y en las corrientes de pensamiento que impulsan los
grupos humanos. Así, su paso de una historia de las ideas (del
pensamiento, sobre todo político y estético) a una historia social de
las mentalidades (de las actitudes intelectuales y artísticas de los
diversos grupos) responde a su objetivo unitario de comprender los
procesos históricos complejos desde distintos niveles y perspectivas.
Sin embargo, Maravall mantuvo siempre una tensión saludable entre esta
visión de conjunto y la singularidad de los hechos y de los hombres,
pues siempre defendió un humanismo radical y nunca aceptó la “pérdida
del sujeto histórico” que proclamaban las corrientes historiográficas
estructuralistas.
Sustituyó así una visión determinista por una visión condicionante
dada la pluralidad de factores a tener en cuenta y la relativa libertad
que siempre tenían los hombres concretos en situaciones históricas
complejas. Por eso, Maravall, hizo siempre suyo el apotegma de Febvre:
la historia no juzga, comprende; su visión penetrante, serena y
distanciada, llena de piedad —en el sentido fuerte y clásico del
término— supone tanto una metodología y un rigor científico e
investigador indiscutibles como la capacidad de empatía para comprender
el pasado. Mantenía una visión de la historia hecha tanto de
supervivencias o continuidades como de
innovaciones, ya
fuese en el plano colectivo como individual, con énfasis en rupturas o
en reformas en función de contextos históricos concretos y de las
posibilidades que los hombres y mujeres de cada época, con el utillaje
material y mental que poseían, podían enfrentarse con su momento
histórico. Nada le parecía más anacrónico y falto de rigor
historiográfico que un
presentismo que proyecta acríticamente los valores del presente del historiador sobre un pasado complejo.
El quehacer histórico de Maravall se concreta en dos líneas maestras:
en primer lugar, la visión multidisciplinar que pretende integrar el
análisis de la historia de España y para ello la peculiar perspectiva
que imprime a su historia del pensamiento político. En segundo lugar, el
europeísmo de ese pensamiento y de su metodología, que le lleva
constantemente a la perspectiva de una historia comparada, a insertar la
historia española en la historia y la vida de Europa.
En cuanto a lo primero, Maravall concibe, pues, la historia como una
construcción humana, y para su estudio ha de indagarse en el fondo
creencial en
que se apoya una sociedad y para ello, ha de procederse con un espíritu
científico de observador activo: se trata de servir de estímulo para el
replanteamiento de nuevas perspectivas, así como para afirmar la
pluralidad de factores que intervienen en un fenómeno dado y la
consecuente multiplicidad de modelos científicos, según la perspectiva
elegida, y de metodologías variadas de aplicación a una realidad
compleja. Ni un
único método, ni una
única realidad;
lo que no implica ningún escepticismo ni relativismo vulgar, sino la
exigencia de búsqueda constante y de afinamiento de métodos, estrategias
e instrumentos de conocimiento. La
actitud del historiador en este aspecto no podía ser diferente de la del científico.
En cuanto a lo segundo, Maravall vinculó siempre el transcurso
español con el europeo, esforzándose siempre por hacer una historia
comparada. Frente a la excepcionalidad española defendida por muchos,
Maravall mostró la imposible separación de la existencia histórica de
los españoles de la historia de los demás países europeos, aun cuando
cada uno tenga su propia e intransferible identidad. Combatió el
“narcisismo de la diferencia” o la idea esencialista de los “caracteres
nacionales” y abogó contra un
ensimismamiento español que
convertía una España “diferente” en dogma y tópico fatalista. No había
“problema de España”, sino “problemas comunes de un mundo circundante en
cada momento histórico”. La visión, pues, de una historia siempre
abierta, cuyos protagonistas, dentro de los condicionantes de cada época
histórica concreta, tienen posibilidades que no se pueden determinar
apriorísticamente y cuyas decisiones desencadenan efectos no previstos
que despliegan el abanico de lo posible. Esa visión y actitud
profundamente liberal de Maravall sobre la historia es fundamental para
comprender su labor historiográfica desveladora de tópicos, creencias y
fuerzas racionales e irracionales que operan en las acciones de los
humanos.
Maravall desarrolló su obra durante toda una vida entregada con
entusiasmo a la docencia universitaria, plenamente dispuesto a sus
discípulos y alumnos; fue un auténtico maestro en el sentido profundo
que ya Platón imprimió al término. O, como hubiera querido Max Weber, un
maestro que enseñaba con su ejemplo y sabiduría tanto como con sus
libros y su palabra. Cálido y exigente a la vez, mostrando a los jóvenes
la necesidad del esfuerzo, la inexistencia de fórmulas definitivas o
salvadoras, la “irracionalidad ética del mundo”, pero al tiempo la
necesidad de permanecer atentos y apasionados hacia los hombres y las
cosas, sin caer en ningún determinismo fatalista, pero aceptando los
hechos incómodos, la opacidad de la realidad, al tiempo que cada uno
conquista su propia libertad. Como él hizo con su propia vida y el
legado de su obra.
Obras de ~: Teoría del Estado en España en el siglo XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944;
Los fundamentos del Derecho y del Estado, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1946;
El humanismo de las armas en don Quijote, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1948;
El concepto de España en la Edad Media, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1954 (4.ª ed., Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997);
Teoría del saber histórico,
Madrid, Revista de Occidente, 1958 (4.ª ed., 1967; ed. de F. J.
Caspistegui e I. Izuzquiza, Pamplona, Urgoiti, 2007; ed. de F. Alía
Miranda, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008);
Velázquez y el espíritu de la Modernidad, Madrid, Guadarrama, 1960 (Madrid, Alianza, 1987);
Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1960;
Las Comunidades de Castilla, una primera revolución moderna, Madrid, Revista de Occidente, 1963;
El mundo social de “La Celestina”, Madrid, Gredos, 1964 (3.ª ed., 1981);
Antiguos y modernos. La idea de progreso en el desarrollo de una sociedad, Madrid, Moneda y Crédito, 1966 (2.ª ed., Madrid, Alianza, 1986);
Estudios de historia del pensamiento español. I Edad Media. II Siglo XVI, Madrid, Cultura Hispánica, 1967 (3.ª ed. ampliada, 1983);
Estado moderno y mentalidad social. Siglos XV a XVII, Madrid, Revista de Occidente, 1972 (2.ª ed., Madrid, Alianza, 1986);
La oposición política bajo los Austrias, Madrid, Ariel, 1972 (2.ª ed., 1974);
Teatro y literatura en la sociedad barroca, Madrid, Seminarios y Eds., 1972 (ed. de F. Abad, corr. y aum. Barcelona, Crítica, 1990);
La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica, Madrid, Ariel, 1975 (4.ª ed., 1986);
Estudios de historia del pensamiento español. III Siglo XVII, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1975;
Utopía y contrautopía en el Quijote, Santiago de Compostela, Pico Sacro, 1976;
Poder, honor y elites en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1979 (2.ª ed. 1984);
Utopía y reformismo en la España de los Austrias, Madrid, Siglo XXI, 1982;
La literatura picaresca desde la historia social, siglos XVI y XVII, Madrid, Taurus, 1986 (reimpr. 1987);
Estudios de historia del pensamiento español. IV. Siglo XVIII, ed. de M.ª C. Iglesias, Madrid, Mondadori, 1991 (ed.
Estudios de historia del pensamiento español, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1999, 4 vols.).
Bibl.: C. Iglesias Cano, “Conversación con José Antonio Maravall”, en
Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 400 (1983), págs. 53-74; C. Moya Espí, L. Rodríguez de Zúñiga y C. Iglesias (coords.),
Homenaje a José Antonio Maravall, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), 1985; M. Batllori, “José Antonio Maravall”, en
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Revista de Occidente, n.º 70 (1987), págs. 93-102; VV. AA.,
Homenaje a José Antonio Maravall, 1911-1986, Valencia, Generalitat, 1988; VV. AA.,
Homenaje a José Antonio Maravall (n.º monogr.) en
Cuadernos Hispanoamericanos, n.
os 477-478 (1990); C. Iglesias Cano, “José Antonio Maravall y la historia del pensamiento político”, en VV. AA.,
Catedráticos en la Academia, Académicos en la Universidad, Madrid,
Fundación Central Hispano-Universidad Complutense de Madrid, 1993,
págs. 285-314; C. Iglesias Cano, “España y Europa en el pensamiento de
José Antonio Maravall”, en
Revista de Historia Jerónimo Zurita, n.º 73 (1998), págs. 211-223; M. J. Peláez, “Maravall Casesnoves, José Antonio”, en R. Domingo (ed.),
Juristas Universales. Volumen IV. Juristas del s. xx, Madrid,
Marcial Pons, 2004, pág. 772; C. Iglesias Cano, “Conversaciones con D.
José Antonio Maravall”, en C. Bitossi y G. Mazzocchi (eds.),
Sull’opera di Jose Antonio Maravall. Stato, cultura e società nella Spagna moderna, Pavía, 2008, págs. 15-28; C. Iglesias Cano,
Retrato personal de dos maestros: D. Luis Díez del Corral y D. José Antonio Maravall (Homenaje
de la Real Academia de la Historia en el centenario de su nacimiento en
1911), Madrid, Real Academia de la Historia, 2012 (en prensa).
Biografía escrita por
Carmen Iglesias Cano procedente del
Diccionario Biográfico Español.