La edición de cartas inéditas del Nobel español obliga a mirar su obra poética con otra luz
Más de medio siglo estuvo oculto en la oscuridad de un baúl de haya el amor especial de
Vicente Aleixandre por
Miguel Hernández.
Todo empezó con una carta en una primavera como esta, hace ya 80
años. La amistad de dos de los grandes poetas españoles del siglo XX que
parecen eternizados en esquinas opuestas de la vida, la literatura y en
el imaginario de la gente, pero que proceden del mismo punto al estar
interesados en los secretos del amor y la muerte y reconocer que “son
dos caras de la misma moneda”. Estaban, están, unidos por la belleza de
descubrir en su vida y poesía lo que une al amor y la muerte.
De eso están hechos, y eso son, Aleixandre (1898-1984) y Hernández
(1910-1942). Un Vicente Aleixandre generoso que sintió un amor
embelesado y sin límites por el poeta de Orihuela que no se conocía
hasta hoy, y al que llamaba “Miguelillo de mi corazón”,
Esa bella y secreta oscuridad es iluminada en un legado único:
De Nobel a novel. Epistolario inédito de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández y Josefina Manresa (Espasa), en edición de Jesucristo Riquelme.
Hace año y medio se dio noticia de esta correspondencia
al ser adquirida por la diputación de Jaén. Son 309 cartas escritas del
puño y letra de Aleixandre, 26 de las cuales son a Hernández, entre
1935 y 1938, y el resto a su esposa Josefina Manresa, hasta el año de su
muerte en 1984.
640 páginas que sitúan y fijan la relación de amigos, hermanos,
confidentes, cómplices y guías literarios entre ambos poetas. Uno
maestro entonces, el otro aprendiz y discípulo. Uno protector y guía, el
otro joven descubridor del mundo. Uno destinado a ser Nobel de
Literatura, el otro a ser amado por el pueblo. Aleixandre en discreta
presencia durante el túnel del franquismo, Hernández muerto en la cárcel
al comienzo de esa oscuridad y silenciado por ella; y Aleixandre
velando para que esa llama poética no se apagara.
No es solo un estudio preliminar que entrelaza lo personal con lo
literario, sino que cada carta va acompañada de un pie de página
exhaustivo. Doctor en Filología, catedrático de Lengua y Literatura de
España y autor de obras como
Miguel Hernández, un poeta del amor, la libertad y la juventud,
Riquelme se asoma en la vida y sentimientos de Aleixandre y su anhelo
de protección. Cartas con pasajes cotidianos, literarios y gritos
apagados. Un amor sublimado que luego habrá de proyectarse en la
protección y asesoría a la viuda de Hernández, su hijo Manuel Miguel y
sus nietos.
Cuatro meses después de aquel encuentro que los poetas tienen en
Madrid, en 1935, Aleixandre escribe: “Me alegró mucho tu carta. Qué
bocanada de tu caliente tierra; qué chirriar de chicharras y qué
frescura de río, y qué oreo de piel mojada me trajo tu carta. Miguel,
Miguel, yo aquí estoy solo”.
Cartas de letra clara y muy espaciada, que “permite conocer el
inmenso cariño que tenía mi tío a Miguel Hernández y Hernández un cariño
extraordinario por él”, dice Amaya Aleixandre, sobrina del Nobel
español y albacea de su legado. “La gente”, explica, “a veces, siente
hacia algunas personas algo superior a lo esperado, un sentimiento que
lo sorprende. Mi tío tuvo en Miguel Hernández un amor muy especial. La
amistad en sí misma la consideraba un valor extraordinario. No creo que
haya sido un sentimiento de homosexualidad. Cuando queremos a alguien lo
queremos sin límite, con naturalidad. Era un amor paternal con una
necesidad de protección hacia un poeta joven y bueno recién llegado. La
categoría de Miguel Hernández le caló desde el comienzo”.

Es la amistad con alma. Un amor. Otro amor sin temores ni fantasmas.
“Aleixandre sintió desde el primer encuentro una fuerte atracción por
Hernández: un flechazo sentimental debido, entre otras causas, al don de
gentes y la bonhomía del oriolano, a su simpatía, a su respeto y a sus
ansias de ser un buen escritor”, explica Riquelme. “En las cartas de
Aleixandre a Hernández se aprecia un sentimiento amoroso que cuajó en
una relación que sublimó la amistad. Llegó a confesarle su dolorosa
soledad y su desaliento por no poder declarar y disfrutar del amor
libremente”, continúa el experto. Tal vez, agrega, lo más relevante de
sus confidencias estribe en que proporciona la clave para comprender
mejor su poesía inicial, “en especial
La destrucción o el amor y su anterior
Espadas como labios:
Miguel Hernández por un lado, pero también Lorca o Cernuda estaban en
el secreto de los sentimientos que pregonaba el primer Aleixandre”.
Como ese que abre
La destrucción o el amor, que empieza así:
"Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo. (...)". ç
Para quienes viven envueltos de tanta poesía el amor es todo lo que
desprenden, según Lucía Izquierdo, nuera de Hernández. Todo en ella es
agradecimiento. Cuenta que en su familia siempre entendieron ese cariño
porque Aleixandre quería protegerlo a él y a su familia: “Para nosotros
el amor es a las personas. Cuando se trata de querer con el corazón y el
alma no se da uno cuenta si es hombre o mujer”.
En las cartas se siente el palpitar de la vida, de unos sentimientos
de naturaleza autónoma y anárquica que lo trastocan todo con
irrefrenable felicidad y nobleza.
Afinidades políticas y poéticas
JESUCRISTO RIQUELME
1. Posición ideológica de Aleixandre contra los
golpistas, en favor de la democracia y la república: Reflexiones sobre
el exilio interior y sobre la imposibilidad física de participación en
el conflicto bélico por la "mala salud de hierro" de Aleixandre.
2. Afinidades poéticas como trasfondo: "nosotros,
los poetas activos" (dice Aleixandre a Miguel Hernández, MH). Es guía y
escuchador de otros poetas jóvenes: Antonio Aparicio, Francisco Giner de
los Ríos, o más avezados como Dámaso Alonso, MH... Alienta la obra de
MH, y no olvida su teatro, sabedor de que con el teatro se podía ganar
mejor el sustento de su vida.
3. Se desenmascaran mitos antialeixandrinos como el
de difundir errónea y malintencionadamente la concesión del premio de
poesía Francisco Franco en 1949. Nunca recibió dicho premio.
4. Aleixandre se define como poeta que canta y grita
sobre la libertad y se regodea en ese "estar en el secreto" de las
cosas íntimas de sus vidas: conecta con Lorca, con MH..., lucha contra
la hipocresía social que terminó aislándolo en sus más profundos pesares
sentimentales.
5. Aleixandre prestó auxilio moral, alimentario, económico
y, tras la muerte de MH, editorial a MH. Muchos amigos acomodados de
Aleixandre entregaron dinero no sólo a MH sino también a Josefina
Manresa (y a su hijo) cuando MH había fallecido: "lo murieron".
De las cartas a Josefina, se pueden destacar dos aspectos:
1. La ayuda y el apoyo emocional y económico a Josefina Manresa (y su
hijo). La precariedad de Josefina se aprecia en estos detalles: sellos
para que respondiera y borradores de Josefina escritos en sobres y
papeles cuarteados y rasgados...
2. Aleixandre es el verdadero velador, protector y "encumbrador"
de lo que hoy conocemos como ese Miguel Hernández popular y universal.
Apoyado en sus amigos José Luis Cano y Leopoldo de Luis, junto a
trámites de Dámaso Alonso, Aleixandre se erige en el asesor literario de
Josefina Manresa: recopila y acopia textos dispersos e inéditos de MH,
rescata y recupera esa obra y, mediante la fijación de textos, va
conformando la pretendida obra completa de MH.
Nacieron aquella primavera del 35. Un Miguel Hernández de 24 años quiere leer el recién premiado
La destrucción o el amor,
de Aleixandre. Sin conocerlo, le envía una carta. Le pregunta si puede
darle un ejemplar. Le escribe "en papel basto y líneas apretadas,
escritas con una letra rodada y enérgica", que firmó como "Miguel
Hernández / pastor de Orihuela". La carta se perdió, pero no su sentido
en la memoria de Aleixandre.
El poeta sevillano lo recibe en su casa madrileña de Velintonia, 3, y
le presta un poemario. Se vuelve a saber de ellos en mayo de ese mismo
año cuando Aleixandre recibe un homenaje por aquella obra premiada y en
una fotografía en la que aparece en el centro, rodeado de otros poetas,
se ve cómo a la izquierda de la imagen alcanza a entrar un Miguel
Hernández de perfil.
Silencio. Es hasta el 27 de julio del mismo año cuando aparece ya la
primera carta de Aleixandre, desde Miraflores de la Sierra: “Mi querido
Miguel: me acuerdo mucho de ti, de nuestras buenas tardes y de esa como
reverberación de la tierra que metes en las habitaciones (…) Si ves a tu
novia (¡ay!), cuéntame de ella y de ti, si no te es penoso. Cuando
pienso en ella, me da pena. No me parece tu novia, pero sé que ella
sufrirá, hasta que el sentimiento se le deshaga en la ausencia y en el
olvido”.
Y hablan de sus actividades, de literatura, de la vida, de poesía y
cuando los versos de Aleixandre se hacen menos cósmicos y más
terruñeros, Hernández se siente más próximo: "el amor como fuerza
cósmica y el cosmos como fuerza creadora. Lo plasma en sus odas como
imitación, pero el panteísmo es un rasgo del Hernández más juvenil",
explica Riquelme.
Sus vidas siguen, y el 24 de julio de 1937, Aleixandre lo describe:
"...Él, rudo de cuerpo poseía la infinita delicadeza de los que tienen
el alma no solo vidente, sino benevolente. Su planta en la tierra no era
la del árbol que da sombra y refresca. Porque su calidad humana podía
más que todo su parentesco, tan hermoso, con la naturaleza. // Era
confiado y no guardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos".
Durante el encarcelamiento a Miguel Hernández, Aleixandre es la gran
figura tutelar, la persona más próxima, asegura Riquelme: "Su ayuda fue
moral, alimentaria, económica, y una vez fallecido, también editorial".
En la familia de Hernández solo tienen palabras de afecto y
agradecimiento para Aleixandre. “Proyectó su cariño en Josefina, su hijo
Miguel y sus nietos", recuerda Lucía Izquierdo. Cuando Manuel Miguel,
su marido vivió unos años en Madrid, iba casi todos los días a comer con
él. Un mes y medio antes de morir, Aleixandre le pidió a ella que fuera
a verlo con sus hijos, que eran como sus nietos: "Cuando se quiere con
el alma, ese querer no se olvida. No se acaba. Trasciende hacia los
seres más queridos”.
En septiembre de 1936, ya iniciada la Guerra Civil, Aleixandre le
dice: "Miguelillo, cómo sabes sorber como un gigante, como un hombre,
toda forma de poesía. Ay, poeta, qué línea tan clara viene de tu sangre
cuando me hablas. Qué bien te siento. En fin, Miguel, ya ves, quedamos
en que se dan gritos de amor o gritos de muerte. A veces pienso si estos
gritos unidos, en mí, serán consecuencia de que yo no he sido
totalmente feliz en casi ningún amor".
Aleixandre nunca se olvida de la calidad poética de Hernández y
aventura su porvenir en diciembre de 1937: "Es el segundo libro que
publicas desde que nos conocemos. Te voy viendo crecer y dándome
alegría. Como todo poeta verdadero, serás discutido. La envidia, triste
flor de todas las edades, procurará hincarte el diente, aunque se lo
melle. Fatalmente hay que contar contigo, y esto algunos no podrán
perdonártelo".
Secretos, cartas que Josefina Manresa guardaba en un baúl de haya, en
una de las cuales Aleixandre le dice a Hernández: “La amistad,
sentimiento más modesto, pero no menos verdadero, reclama no diré sus
derechos, pero sí sus… aspiraciones: entra en tu cuarto, revuelve el
aire, hace constar su presencia. Miguel, Miguelillo, existo, existimos”.
** Esa memoria, esa amistad, será recordada el viernes 19 de junio bajo el título Miguel Hernández vuelve a Velintonia. Una velada que contará con medio centenar de poetas y artistas.
"Mi corazón tiene un saldo en contra, una ternura en el vacío"
[Miraflores de la Sierra] 1 de septiembre [1936]
[1]
Mi querido Miguel: me ha impresionado mucho la desgracia que aflige a
tu Josefina y a los suyos, y con ella a ti. Me ha dado mucha compasión.
Siempre es terrible perder a un padre querido, pero perderlo así tiene
que serlo mucho más, mucho más penoso y tristísimo, con una angustia y
un dolor que dejan casi [estu[pe]factos].
[2]
Y luego ese problema de tener que seguir viviendo; el problema material
de subsistir sin medios para ello. Tú, con tu gran corazón, sufres por
ellos y para ellos y te llenas de preocupación. Ayer hablé mucho de ti
con Francisco Giner, de tus problemas, y le dije que a ver si podía
hacer su padre algo en cuanto a empleos por ti. Le dije lo que hacías en
Espasa-Calpe y que tu trabajo era temporal y terminaría pronto.
Francisco es bueno y te admira, y se interesó mucho, y cree que quizá su
padre pueda hacer por ti si sigue de ministro
[3]. Se le ocurrió, improvisando (su padre es amigo de Olarra
[4]), ver si el ministro se interesaba cerca del gerente
[5] de Espasa para que pases a funcionario fijo.
[6]
Cuando regresemos todos a Madrid será el momento de ver qué puede
hacerse por su parte. Tú ve pensando, y, si se te ocurre algo, cuando
allí te entrevistes (conmigo) con Francisco, se lo dices. Todo esto
todavía no es nada, de modo que no nos alegremos prematuramente. Pero tú
ve pensando. Francisco estoy seguro de que hablará a su padre, cuando
llegue el momento, con todo el cariño. Claro que hay que esperar a que
pase esta guerra que sufre España. Esperemos que no tarde mucho.
Me alegro [de] que te gustara el poema. No, no era desconfianza para
el lector (¿cómo iba a serlo, siendo el lector tú?): mis explicaciones
no lo eran: eran deseo, gusto de comunicación contigo sobre él.
[7]
Como si hubiéramos charlado allá en Velintonia. Miguelillo, cómo sabes
sorber como un gigante, como un hombre, toda forma de poesía.
[8]
Ay, poeta, qué línea tan clara viene de tu sangre cuando me hablas. Qué
bien te siento. En fin, Miguel, ya ves, quedamos en que se dan gritos
de amor o gritos de muerte. A veces pienso si estos gritos unidos, en
mí, serán consecuencia de que yo no he sido totalmente feliz en casi
ningún amor. He sufrido en el amor, pasando rápidamente de gloria a
infierno, y viceversa, sin transición. Porque no me han querido nunca
como yo he querido; aunque me hayan querido, nunca, ay, supieron
quererme como mi corazón pedía. Solo una vez me quisieron así, con
locura, con desatino, con frenesí... y entonces yo no quería. Ya ves.
Otra vez quise de ese modo y fui querido lo mismo (es la única), y el
fin fue trágico, de un modo que dejó huella en mí para mientras viviera.
[9]
De modo que mi corazón tiene un saldo en contra, una ternura en el
vacío, y ha trabajado para el aire, para el polvo. Quizá por eso no está
gastado por otra parte, y vive y canta con el robusto anhelo de una
juventud que para él no veo cuándo acabe. Creo que cuando muera. Porque
me parece que será joven hasta la tumba. Desde un comienzo supo que el
amor y la muerte son como dos caras de la misma misteriosa presencia, y
que el amor, tan arrebatador, tan inaprensible, es como la delicada y
mágica apariencia del último contacto, disolución en la unión para
siempre. En algunos sitios, al momento del último goce físico en brazos
del amor le llaman “la muerte chiquita”. Fíjate qué maravilla: ¡la
muerte chiquita! Y eso es: porque es el aniquilamiento momentáneo sobre
un cuerpo que mata. Y qué pena despertar, resucitar, para esa otra clase
de muerte: la muerte vulgar de cada minuto. Pero, en fin, de todo se
hace nuestra vida y no hay que renegar de nada.
Todo esto a propósito de un poema. Para que veas, que no son
explicaciones, sino afán de comunicación contigo. Como la poesía está tan unida a la vida, hablar de una es hablar de la otra.
[10]
Y no es que yo piense en los incidentes concretos de mi vida cuando
escribo. Es la mano de un hombre la que escribe, y lo que apetece al
hombre poeta es que su poesía no sea suya solo, sino de otros hombres,
otros que amaron y sufrieron, y que al oír la poesía digan algo que es
suyo, como de otros, otros que amaron y sufrieron como ellos, antes que
ellos, después que ellos...
Tú sabes de esto como yo. Tu corazón es de carne, y hay en la vena de
tu poesía un latido que es comunión humana con otros corazones. Los
poetas así, cuando cantamos nuestro[s] sentimientos no hablamos de
nosotros, ¡no!; yo siento que por mí hablan muchos hombres que no
escriben versos.
Miguelillo, parece que veo brillar tu mirada charlando de todas estas
cosas. Anteayer escribí a Carlos Fenoll. Ayer a Pablo. No, no saldré de
Miraflores por ahora. Cuando lo haga será para ir a Madrid, pero no
creo que sea antes de fin de mes. Aquí hay tranquilidad. Estuve en
Madrid, pero el calor me sentaba muy mal y me puse enfermo. Aquí estoy
mejor; algún día salgo fuera de casa y voy un poco por algún camino en
el campo, generalmente con Francisco. Hay ocasiones, como la presente,
en que habitar un cuerpo
de tercera
resulta mortificante y desesperante. No te creas que estoy peor que
otros años; más bien mejor, pero a ratos me apena ver fallar mi cuerpo
por la salud y cuando más necesario me sería para hacer frente a todo.
Miguel, ya ves qué carta tan larga te estoy escribiendo. Le he
preguntado a Manolo si sabe algo del posible jurado de tu concurso. Si
lo hay y lo sabe, te lo comunicaré. Yo dudo que ahora se resuelva el
asunto. Supongo que
El labrador de más aire vendrá contigo de tu Orihuela. Ya nos reuniremos con él y con tus oriolanos.
Tu Josefina no me conoce. Pero dile que un amigo tuyo se acuerda de ella y a través de ti se une a su pena tan grande.
Escríbeme pronto. Ya ves yo. Y dime si todavía te podré escribir a Orihuela.
Miguelillo, me alegra mucho ver nuestra amistad tan honda. Qué fuerte
me hace ella también. Mientras vivamos seremos amigos. Te abrazo mucho y
siempre igual, hasta siempre.
Vicente