Mateo Marco Amorós/ Diario Información
14·12·10 | 06:00
El fallecimiento del poeta del pueblo (páginas 43 y 44 del libro Miguel Hernández, el poeta de las tres heridas, dispononible en Amazon)
Miguel Hernández murió solo y con los ojos abiertos a las 5:30 horas de un sábado el 28 de marzo de 1942, víspera de un Domingo de Ramos, su compañero de cama Joaquín Ramón Rocamora (estaba allí porque había sido operado de un ojos), estaba durmiendo después de haber estado casi toda la noche a su lado, que es quien le incorporaba cuando hacía falta y le curaba las llagas, que apestaban. Los enfermeros no querían entrar de noche. Los enfermeros de imaginaria eran Vicente Beneyto Luna y Blas Parreño Morell. Antonio Ramón Cuenca era el encargado de la limpieza de la enfermería, a pesar de que le dijeron que la enfermedad de Miguel era contagiosa, él le estuvo limpiando la zona de su cama hasta dos días antes de su muerte, en unas condiciones pésimas, los médicos también eran reclusos. El medico auxiliar recluso Ángel Payá, manifestó al Jefe del Servicio que: «trataron de cerrarle los ojos, incluso él mismo intentó mas tarde hacerlo no habiéndolo conseguido por tratarse de un enfermo que tenía el hábito de dormir con los ojos abiertos». El médico oficial Dr. José María Pérez Miralles redactó un informe en suya prescripción dice que «no pudieron cerrarle los párpados por los medios mecánicos corrientes, ya que en vida dicho individuo recluso padecía un síndrome típico de hipertiroidismo con sus facies de terror (síntoma de Kaus) con su triada de fijeza, insistencia y resplandor en la mirada» y en otro párrafo añade que. «Su síntoma psíquico puesto de manifiesto en su producción literaria y que encaja en lo que Pende llama taquipsiquia –viveza mental y emotividad exagerada- típica de dicho síntoma». El Dr. José María Pérez Miralles. Parecía más un médico psiquiatra que un médico forense, que sería lo correcto hacerle una autopsia después de muerto. En la enciclopedia médica la taquipsiquia, del gr. tachýs (rápido) y psyché (alma o mente), es la aceleración patológica de la actividad psíquica que se presenta en algunas enfermedades mentales y trastornos psíquicos, particularmente en aquellos que cursan con episodios de crisis delirantes como la psicosis y la manía. Por ello, y si lo dice un médico, Miguel padecía trastornos psíquicos, que llevado a campo de la literatura puede ocasionar sinestesias, alucinaciones y momentos de euforia o decaimiento...
Continuia en el libro de Amazon
"La heridas son abismos que separan la sangre" dice el poeta Joé Luis Ferris .
Hace unos años hablando con un amigo de la niñez me comentó que si sabían en que parte de la Ciudad Lineal había estado Miguel Hernández, el famoso poeta. Consultado su Legado de Miguel Hernández, de la Diputación de Jaén, es fácil averiguar el lugar. Veamos cómo.
Miguel Hernández menciona por primera vez a la Ciudad Lineal en su carta del día 22 de diciembre de 1936 dirigida a su mujer, Josefina Manresa. Dice así:
“Voy a tratar de tener una casa en Ciudad Lineal para los dos. Es un pueblecito de las afueras de Madrid donde trabajo escribiendo para las tropas. Aquí no ofrecen peligro ninguno los bombardeos porque está todo de campo. No es como Madrid, donde te verías expuesta a un sinfín de peligros y de molestias para encontrar comida. Yo te digo, nena mía, que si tienes de verdad ganas de venir conmigo, como yo de ir contigo, vengas enseguida” SIC.
Esta carta fue escrita poco antes de contraer matrimonio y cuando ya Miguel era Comisario Político del Ejército de Maniobra y se dedicaba a escribir arengas para la tropa.
En su carta a Josefina del día 25 de enero de 1937, decía así:
“No quiero mandarte más cartas desde Ciudad Lineal porque han de pasar por la censura del Cuartel y me fastidia que se enteren tantas personas de lo que digo …”
y más adelante en la misma:
“En cuanto vea que no hay peligro te traigo, nos casamos, nos gozamos, aunque la guerra no se haya acabado. En la Ciudad Lineal, donde trabajo y duermo, aunque voy a Madrid casi a diario en coche o en tranvía, hay casas muy bonitas y estoy seguro de que encontraré una para los dos solitos, lejos de todas las cosas que no sean nuestro querer.” SIC
Curiosamente no se cita a la Ciudad Lineal en la correspondencia que intercambió con Vicente Aleixandre, cuyo tío vivía en laCiudad Lineal. Posiblemente Vicente no llegó a enterarse del paradero provisional de Miguel, ya que este último utilizaba como dirección para correspondencia la calle Marqués de Cubas en el centro de Madrid.
Hasta aquí son las citas que conocemos de Miguel Hernández sobre la Ciudad Lineal, con las cuales no podemos saber en qué lugar de los cinco kilómetros trescientos metros de la barriada estuvo hospedado.
Plano parcelario de 1929. Marcada con una X donde estaba Villa Mara. Ayuntamiento de Madrid.
Por suerte contamos con “Las memorias de Rosario, La Dinamitera”, en las que podemos leer lo siguiente:
"... la comandancia estaba en la Ciudad Lineal, frente el colegio de huérfanos de la Armada, en la que también habla tropas nuestras. Estos compañeros me llevaron a la Ciudad Lineal (hoy creo que esta calle es Arturo Soria, aunque no estoy segura) y allí vi a todo el Estado Mayor: Campesino, Valeriano, Marquina, José Campos, Navas, y varios mas. El Estado Mayor estaba ubicado en un chalet -frente al colegio de huerfanos de la Armada que, como digo este nuevo cuartel estaba repleto de soldados,..." SIC
Las líneas anteriores de La Dinamitera se refieren a octubre de 1936 y, más adelante en su relato, dice que la Comandancia del Estado Mayor fue trasladada enseguida a la calle O`Donnell. Esto nos hace suponer que Miguel Hernández debió de abandonar también la sede de la Ciudad Lineal a principios del año 1937.
Fotos cenitales de 1927 y 1943. En rojo Villa Mara, el CHA en amarillo, en azul la calle Arturo Soria y en verde la avenida de San Luis. Ayuntamiento de Madrid.
Por tanto, sabemos que estuvo hospedado frente al Colegio deHuérfanos de la Armada, CHA, calle Arturo Soria número 285; es decir, en Villa Mara, que pertenecía a doña Adela María de las Maravillas Guirado Garrido -viuda de don José Miguel Almodóvar y Madrona-. Se trataba de una parcela 10.000 metros cuadrados. En ella se encontraba uno de los hoteles de lujo de la Ciudad, una vivienda con 9 estancias en tres alturas, y otra vivienda anexa de planta baja bastante grande.
Publicidad de la Ciudad Lineal del tipo de casa de Villa Mara.
Foto aérea del año 1927. Con X marcada la finca de Villa Mara.
Villa Mara vista desde el CHA con motivo de la vista del Rey Alfonso XIII al colegio en 1917.
Imaginamos que Estado Mayor de la República debió de elegir esta casa por permitir tener a la tropa en la misma finca, además que el CHA también debió de ser utilizado como cuartel. Para saber más sobre la CiudadLineal durante la Guerra Civil pueden leer este artículo.
Fotos de las maniobras realizadas por el Ejército Republicano en la Ciudad Lineal durante la Guerra Civil. Fueron presenciadas por el General Miaja y le vemos en la puerta del CHA. Foto: Alfonso (AGA).
En marzo de 1939, al finalizar la Guerra Civil, Miguel Hernández volvió a la Ciudad Lineal. En ella se ocultaba parte del Gobierno y del Partido Comunista y debió de ser llamado como apoyo, no obstante, Miguel pertenecía al partido. En una carta que dirigió el 19 de abril de 1939 a José María Cossío (1), recordaba que a ambos les requirieron la documentación cuando paseaban por la Ciudad Lineal, y Cossío pudo quedar libre gracias a un salvoconducto que Miguel tenía del Comisariado General de Guerra (2).
Vista cenital del CHA y Villa Mara en 1976. Ayuntamiento de Madrid.
El lugar que ocupó Villa Mara vista con 93 años de diferencia. Fotos tomadas desde la azotea del CHA.
Autor: Ricardo Márquez
En este blog también colabora José Manuel Seseña.
Fuentes consultadas:
Diputación de Jaén - Guía del Legado (dipujaen.es)
Libro: Un paseo por la Ciudad Lineal, de David Miguel Sánchez Fernández.
Notas:
1 – José María Cossío contrató a Miguel Hernández para que le ayudase en la editorial Espasa Calpe, para redactar su enciclopedia taurina. Aunque era de derechas fue un gran amigo de Miguel Hernández.
Miguel Hernández, el poeta del pueblo (biografia en 40 artículos)
Publicado en la editorial ECU de Alicante, 402 páginas, con índice onomástico.
Autor: Ramón Fernández Palmeral,
Libro disponible en Amazon
https://www.amazon.es/Miguel-Hern%C3%A1ndez-pueblo-biograf%C3%ADa-art%C3%ADculos/dp/8417577874
Página 285 de libro citado
Muerte de Migue Hernández
Falleció el poeta del pueblo el sábado 28 de marzo de 1942 a las 5.30 horas en la Enfermería del Reformatorio. Los versos póstumos atribuidos por el poeta paraguayo Elvio Romero a Miguel, supuestamente escritos en la pared de la enfermería: «Adiós, hermanos, camaradas, amigos, / despedidme del sol y de los trigos»./ No pertenecen a Miguel sino a Antonio Aparicio. Elvio se los atribuyó llevado más que nada por un estado de emoción o como escribe Aitor L. Larrabide en la pág.122 de su tesis doctoral: «El patético y decimonónico final parece sacado más de un folletín que de una biografía, por muy novelada que esta sea». Ramón Pérez Álvarez entregó al oficial Antonio Illán los objetos personales. Nada se hizo por salvarle, el jefe médico doctor José María Pérez Miralles solicitó su traslado al Hospital Provincial de Alicante, los cuidados médicos eran nulos. Se solicitó su traslado al Sanatorio de antituberculosos de Porta Coeli, Valencia. Debido al avanzado estado de Miguel poco se podía hacer allí, puesto que la estreptomicina no llegó hasta 1944.
En calle Pardo Jimeno número 15 vivió Elvira, la hermana de Miguel, y también una temporada Josefina, antes de que se marchara a la calle de San Nicolás donde vivían sus tíos maternos. En la casa de Pardo Jimeno, la familia le hizo el velatorio, nos lo cuenta Josefina Manresa, en la página 145 de su libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Ediciones de la Torre, Madrid, 1980:
«En la casa de su hermana [Elvira] pasamos la noche sin acostarnos, ella, su marido, Ismael [Terrés] –marido de su hermana Encarnación y, que llegó de Orihuela después del entierro-. Al día siguiente, a las 10 de la mañana se le dio sepultura en presencia de Justino Marín, hermano de Ramón Sijé, que le extrañó que lo metieran en el nicho por la parte de los pies, cosa que él ignoraba: una prima mía, de Cox; mi tío, hermano de mi madre; Elvira, su marido [Francisco Moreno]; Vicente, hermano de Miguel; Ismael; Miguel Abad; Ricardo Fuente; mis tíos, los de la calle san Nicolás y dos hombres que vinieron de Orihuela con Justino; y yo...»
Nada dice Josefina de los padres de Miguel, ¿Tan mal avenido estaba don Miguel que no asistió al entierro de su propio hijo?
Se presentó en Orihuela y en Alicante
Enlace:
Expediente militar de Manuel Manresa Pamies, suegro de Miguel Hernández por Ramón Fernández Palmeral, autor del libro Miguel Hernández, el poeta del pueblo (biografía en 40 artículos), edirtorial ECU, Alicante diponible en Amazon
El día 13 de agosto de 1936 asesinaron unos milicianos a un Cabo y cinco guardias civiles en Elda, entre ellos al padre de Josefina. Yo encontré el expdiente miliar del padre de Josefina Manresa y lo publiqué en El Eco Hernandiano nº 4 invierno de 2005, de la Fundación M.H. de Orihuela.
Más información sobre el asesinato de Manuel Manresa Pamies , y cavo y cinco guardias civiles:
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El domingo, siete de noviembre, en la octava de la conmemoración del centésimo aniversario del nacimiento de Miguel Hernández, emitieron en La 2 un documental sobre el poeta. En la película, producida por la Fundación Pablo Iglesias sobre idea original y argumento de Alfonso Guerra, guión y dirección del cineasta Pedro Carvajal, se aludió brevemente a la muerte del suegro de Miguel Hernández, el guardia civil Manuel Manresa Pamies. A decir del reportaje, el padre de Josefina murió en Elda "por una bala perdida". Era el trece de agosto de 1936. Jueves y trece.
Una bala perdida que sería metralla. Porque en el mismo hecho también murieron varios guardias civiles más. A saber, el cabo José Marcos, Manuel Morales, Miguel Benítez Cuenca y Manuel Moreno Luna. Incluso alguna fuente citada por Ramón Fernández Palmeral, concretamente la ficha personal de Manuel Manresa, habla de que "fue muerto este guardia como igualmente un cabo y cinco guardias más".
Una bala perdida que fue certera. Porque le dio en la cabeza. Desfigurándolo. Como detallan algunos estudiosos.
Una bala perdida que... Que fue perdición para Jaime Ortín Cerdán. Porque Jaime Ortín Cerdán, "El Moreno", de profesión zapatero, sería fusilado a mediados de junio de 1939 acusado, entre otros crímenes -once en total- y con otros encausados, de matar a Manuel Manresa Pamies. Así se detalla, según César López Hurtado, en la Causa General Informativa que se conserva en el Archivo Histórico Nacional.
El caso de Jaime Ortín Cerdán nos lo detalla César López Hurtado en el reciente libro Villena Roja 1936-1939. Represión de guerra y posguerra. Según éste, Ortín Cerdán había nacido en Villena en 1909. Siendo joven fijó su residencia en Elda donde militó en la CNT y en las Juventudes Libertarias. Comprometido desde el inicio de la contienda en la causa republicana, en los últimos días de la guerra asumió importantes responsabilidades para la evacuación de compañeros, algunos en el legendario Stanbrook a quien el destino convirtió para muchos en el último cordón umbilical de la guerra hacia el exilio. Ortín, confiando embarcar posteriormente en el Marítima, embarque que no pudo ser, fue detenido en el puerto y sufrió los campos de concentración de los Almendros y de Albatera. Allí lo localizaron unos falangistas que lo buscaban y que se lo llevaron preso a Elda, donde fue torturado. Enviado a la cárcel de Alicante, sería juzgado y ejecutado.
Lo dicho, estos datos precisos, más o menos precisos porque hay alguna confusión de nombres que López Hurtado atribuye a algún error en la transcripción o anotación de los hechos, aparecen en Villena Roja 1936-1939. Represión de guerra y posguerra. Estos y muchos más.
Villena Roja, por su contenido, no es un libro amable. Duele. Parece que al poner la lupa sobre lo local, la historia, esta historia de sangres de guerra y de posguerra, esta historia de sangres de hunos y de otros, de otros y de hunos, se hace más intensa y más dolorosa. Nos empeñamos en la memoria histórica, de hecho el oficio de historiar no exige sino conocer el pasado, sino hacer memoria y no perderla, pero hay historias que duelen. Y nos tienta el no saber, nos tienta el apartar este cáliz de sangres de nuestras sangres. Pero no podemos vivir sin saber. Necesitamos saber. Aun nuestras miserias. Aun nuestras heridas.
En el prólogo, el catedrático de Historia Contemporánea en Murcia, Juan B. Vilar, nos recuerda certero que esta guerra fue una gran tragedia de la historia de España, desenlace "casi apocalíptico, de una profunda crisis socioeconómica, política y cultural que venía gestándose desde muy atrás" y "que terminó polarizando a la sociedad española en dos frentes no ya antagónicos sino incompatibles". Como nos advierte que el libro de César López Hurtado "es una sólida y prácticamente definitiva monografía sobre la temática estudiada [...] que se fundamenta en la utilización de un formidable elenco de fuentes documentales inéditas, impresas, hemerográficas y bibliográficas procedentes de una veintena larga de archivos, hemerotecas y bibliotecas nacionales, regionales y locales, así como en las fuentes orales aportadas por testimonios de cincuenta y cinco testigos entrevistados". Y dice más: "La desbordante información que aporta sobrepasa con mucho el tema de la represión de guerra y posguerra, para brindarnos un muy documentado, innovador y atrayente análisis del panorama socioeconómico, político-ideológico y cultural de Villena entre 1935 y 1939, que cautiva al lector de inmediato". Y así es.
Villena Roja 1936-1939. Represión de guerra y posguerra se presenta el 14 de diciembre en el Salón de Actos de la Casa de la Cultura de Villena a las 21:00 horas. La presentación correrá a cargo de Carlos Barciela, catedrático de la Universidad de Alicante.
El autor español de origen francés Max Aub (París,1903 - México D.F. 1972) fue un deslumbrante dramaturgo y narrador. Cultivó mayormente la narrativa, teatro y poesía. Tras la Guerra Civil Española se exilió en la capital mexicana durante tres décadas. El crítico de arte y ensayista Diego Medrano le dedica el siguiente artículo.
Por Diego Medrano
Los dos grandes exiliados de nuestra Edad de Plata nerviosa, sin tabarras ni panegíricos, fueron Ramón J. Sender y Max Aub. No pudo caber mayor vanguardia en el segundo: novelas que no son tales y experimentación llevada al borde de su propio riesgo junto al precipicio. El Aub del arte pleno, que inventa un pintor inexistente y le emparenta en amistades rizosas con Picasso es Josep Torres Campalans (Alianza), el Aub de la poetambre o el desamparo, quien llega de México con una mano delante y otra detrás, dedicado a deambular por los cafés en una Barcelona imaginaria, brilla y luce en La gallina ciega (Alba).
Finalmente, y lo que ahora nos ocupa, el escritor humorístico, sarcástico, que entusiasmaba a Camilo José Cela y varios trozos del presente queso ratonil fantástico le publicó en su revista es el de: Crímenes ejemplares (Reino de Cordelia). Edición lujosa en todo salvo el precio, casi quinientas páginas en bitono, tapa dura, cuadernillos cosidos al hilo, a cargo del catedrático Pedro Tejada Tello, coeditado con la Fundación Max Aub, que a su vez incorpora doce crímenes nuevos y siete epitafios.
Escritura
ácida, humor expresionista, juego entre el aforismo y el relato corto,
puro hechizo. Necrófilo, provocador, original, ingenioso y brillante.
Ilustra el tesoro Pedro Arjona, quien se dio a conocer como dibujante de cómic con el colectivo El Cubri, renovación completa del tebeo español durante los años 70/80, radical y a su bola, en sinergia permanente con Jorge M. Reverte,
cronista de la Transición, otro ambiente lumpen glorioso, dúo
irresistible para este tiempo de mordaza y mascarilla hasta los ojos
dormidos.
Esther Tusquets publicó el conjunto en su Lumen de los años setenta, sí, la obra hoy inencontrable tuvo mucho runrún mediático, en los ochenta se adapta al teatro, irresistible para todos. Fue traducida a toda Europa (francés, alemán, italiano, portugués…) y en Estados Unidos (inglés). Le otorgan en Francia el Premio Forneret de Humor (1981). En Italia nunca ha dejado de representarse por grupos teatrales amateur y senior, la obra llega hasta Brasil en traducción portuguesa. Genera películas y constantes, como alguno bautizó: “greguerías de amor negro”. Fue un boom, es un clásico de la carcajada, y hoy todos podemos ir a las librerías por este tomo de Reino de Cordelia majestuoso.
¿Qué hace Aub? Viste a la muerte con otros ropajes. Cela siempre quería meter alguno de sus Crímenes ejemplares, bien en aforismo o relato corto, en sus Papeles de Son Armadans,
debido a las carcajadas populares que levantaban. Se lee en el metro,
el café, el autobús o la pura rúa, sí, y tenemos que sujetarnos el
corazón para que no salga por las fauces, bien hacia arriba o abajo.
Algunos ejemplos: “Del entrometido:/ se metía en todo./Aquí está metido”; “De un tirano:/ Fue a lo suyo/ por lo tuyo”; “Le comería los hígados, dijo Vicente./ No pudo: amargaban”; “Me suicido por gusto de hacerlo”; “Me suicido por ver la cara que pondrá Lupe, su mamá y el lechero”; “El suicidio: única arma que no tiene nada que ver con la política”; “Me suicidio para que hablen de mí”; “Lo maté porque me propuso un ciclo de conferencias en Madrid: lo enterré en el jardín”; “Lo maté porque me preguntaba qué pensaba sobre Queipo de Llano. Esto –le dije- y disparé. Creo que no tuvo tiempo de captar la alusión”; “Epitafio de M. Altolaguirre: De su puro gusto fiado,/ aquí fornica, echado,/ un ángel desvergonzado/ dándole con su verga/ al hado”. Aub saca a la bailar a la parca y, por medio de epitafios, infanticidios, muertes bohemias, saldos y otras esquinas, teje una obra original, absurda, divertida, donde la gran historia es lo que no se cuenta y el lector imagina convulso por su propio delirio: “Me llamó tarado, yo no le consiento a nadie que le falte a mi madrecita”; “¿Tengo la culpa de ser invertido? Y él no tenía derecho a no serlo”.
Aub convierte la muerte en una discoteca: “Donde dice:/ la maté porque era mía./ Debe decir:/ la maté porque no era mía”; “Lo maté porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!”; “Le pedí el Excelsior y me trajo El Popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una buena combinación”.
Pensamos que el exilio mexicano, latinoamericano, cubano, fue un drama... pero todos ellos supieron ponerlo todo en la barra de la vida, con cuatro perras, mientras escribían para nadie y se quedaban ciegos de leer, dioptrías juguetonas, pulso débil, literatura de bar, cosquillas interminables. Hemingway, como desafío frente a pelmazos, siempre decía: "Escriba usted un relato completo en seis palabras”. El personal negaba, no sabía. El maestro entonces, en una servilleta cualquiera, les enseñaba: “Se venden zapatos de bebé nuevos”. Lo importante de la literatura es lo que se cuenta, la elipsis. Max Aub callejea para su libro, besa a muertos, arma diálogos imposibles, el fulgor nos ciega: “Dormir es suicidarse un poco cada noche/ Usted es soltero/ ¿Cómo lo sabe?”. Suicidios lentos, suicidios vertiginosos, suicidios del todo con matrimonio al fondo. Siempre fue igual: no hay más ingenio que el de la supervivencia. Matar por lo bajo, al público, y cambiar de muleta.
Por Diego Medrano
Diego Medrano Fernández (n. Oviedo; 1978) es un crítico de arte, novelista, poeta y ensayista español.
El emocionante Miguel Hernández, el poeta que nunca cerró los ojos, el del rayo que no cesa, el del corazón es agua y perito en lunas, hubiese celebrado hoy su cumpleaños. Orihuela lo vio nacer el 30 de octubre de 1910.
El gran poeta del sacrifico de la generació del 36 y epígono de 27, Miguel Hernández
"Su padre le pegaba cada vez que le veía leer por la noche. Para él los libros significaban perder el tiempo, su hijo tenía que dedicarse a pastorear el ganado y se lo dejaba claro cuando el pequeño Miguel Hernández encendía la luz de su habitación pensando que todos dormían. Había nacido en él una obsesión, leía desaforadamente y comenzaba a escribir de la misma manera. Sus raíces le llevaban a la quietud, a quedarse en Orihuela (Alicante), a hacer del campo su medio de vida y él lo hizo, aunque sólo durante un tiempo y siempre con un lápiz y una libreta encima.
La vida de Miguel Hernández Gilabert, nacido en Orihuela el 30 de octubre de 1910, ha sido descrita por su ambigüedad, aunque quizá no es tan poderosamente literaria como nos la han contado. Nació en el seno de una familia tan conservadora como austera. Dejó el colegio muy pronto para dedicarse a ser pastor, pero su formación despuntó gracias a su afán lector. Miguel Hernández, de crío, sacaba los libros de su amigo, el cura Luis Almarcha, un religioso del pueblo que vio en él el don que su padre despreciaba y que luego le traicionaría. Fueron los clásicos. Fue Luis de Góngora, Lope de Vega, Cervantes… los que le llenaron la cabeza y fue su tierra la inspiración perfecta para sus poemas."
–Loreto Sánchez Seoane
Portada del poemario Perito en lunas, para una edición argentina de 1971
«Miguel Hernández es casi el único poeta que ha sacado una gran lección de sus raíces, que ha recibido de su infancia y de su tierra la savia necesaria para alimentar su obra», aseguró el hispanista Claude Couffon tras investigar la vida del poeta. En aquella época, los grandes, como Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, se encontraban en Madrid. Ellos, poderosas voces de la poesía, no tardaron en ver en aquel pastor cabrero el talento más natural, la pasión más fuerte.
A continuación, os animamos a disfrutar diez de los imprescindibles poemas del autor, centrado en un estilo que se denominó 'poesía de guerra' y del que Miguel Hernández es uno de los máximos exponentes.
9 poemas inmortales de Miguel Hernández
1.-
Elegía a Ramón Sijé
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
2.-
No quiso ser
No conoció el encuentro
del hombre y la mujer.
El amoroso vello
no pudo florecer.
Detuvo sus sentidos
negándose a saber
y descendieron diáfanos
ante el amanecer.
Vio turbio su mañana
y se quedó en su ayer.
No quiso ser.
Miguel Hernández, en abril de 1936, en un homenaje a Ramón Sijé. - FOTO FUNDACION CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ
3.-
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
4.-
Vientos del pueblo me llevan
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
5.-
Sentado sobre los muertos
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse:
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.
Aunque le faltan las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
autógrafo
6.-
Canción primera
Se ha retirado el campo
al ver abalanzarse
crispadamente al hombre.
¡Qué abismo entre el olivo
y el hombre se descubre!
El animal que canta:
el animal que puede
llorar y echar raíces,
rememoró sus garras.
Garras que revestía
de suavidad y flores,
pero que, al fin, desnuda
en toda su crueldad.
Crepitan en mis manos.
Aparta de ellas, hijo.
Estoy dispuesto a hundirlas,
dispuesto a proyectarlas
sobre tu carne leve.
He regresado al tigre.
Aparta, o te destrozo.
Hoy el amor es muerte,
y el hombre acecha al hombre.
7.-
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
8.-
El niño de la noche
Riéndose, burlándose con claridad del día,
se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
al centro de la esfera de todo lo que existe.
Quise llevar la risa como lo más hermoso.
He muerto sonriendo serenamente triste.
Niño dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero
salir donde la luz su gran tristeza encuentre.
Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En una sensitiva sombra de transparencia,
en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.
Vientre: carne central de todo lo existente.
Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche final en cuya profundidad se siente
la voz de las raíces y el soplo de la altura.
Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
El universo agolpa su errante resonancia
allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.
Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
el mar, por la ventana de un corazón entero
que ayer se acongojaba de no ser horizonte
abierto a un mundo menos mudable y pasajero.
Acumular la piedra y el niño para nada:
para vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide de sal temible y limitada,
sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.
Mas, algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.
9.-
Canción última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
Vicente Aleixandre, poeta de la generación del 27, considerado uno de los grandes poetas españoles del siglo XX.
En
una oportunidad dijo: “El poeta es el hombre. Y todo intento de separar
el poema del hombre ha resultado siempre fallido. Por eso sentimos
tantas veces como que tentamos a través de la poesía del poeta algo de
la carne mortal del hombre. Y espiamos, aún sin quererlo, aún sin pensar
en ello, el latido humano que lo ha hecho posible, en este poder de
comunicación está el secreto de la poesía que, cada vez estamos más
seguros de ello, no consiste tanto en ofrecer belleza cuanto en alcanzar
propagación, comunicación profunda del alma de los hombres”
(Aleixandre)
Esta cita de Vicente Aleixandre, nos puede esclarecer la
comprensión de su obra, por lo significativo que resulta y por venir de
un poeta que nace en el ambiente literario donde fue posible el famoso
diagnóstico orteguiano de “la deshumanización del arte”.
En el clima
de los ismos pujantes por los primeros años 20, una poesía
intelectualizada aspiraba, a la pureza, mediante una suerte de
abstracción.
Pronto esto va a cambiar y también el panorama de la
época. En un lapso brevísimo, la generación del 27 experimentó distintas
y en cierto modo contradictorias aventuras poéticas, y la irrupción del
surrealismo, fue ya un amplio cauce de rehumanización y de talante
apasionado.
El verdadero surrealismo va a pasar de un hermetismo poco
accesible, a una clarificación de sus delirios imaginativos, a lo que
no es ajena, y a la penetración en la nueva estética. Todos estos
procesos que son la historia misma de la poesía contemporánea española,
van a manifestarse en la importante y amplia obra aleixandrina.
El
poeta, pues es también el hombre, como decíamos al principio, y el
hombre Vicente Aleixandre, español de Sevilla, nace en la primavera
trágica de 1898, el 26 de Abril, cuando la escuadra del almirante
Cervera zarpaba rumbo al Caribe, donde naufragaría la última astilla del
viejo imperio, dando paso a un período de crisis nacional, con larga
repercusión en el pensamiento y en la literatura.
Hijo de un
ingeniero de ferrocarril, pertenecía a una familia de la burguesía media
acomodada. Cuando tenía dos años su familia se traslada a Málaga donde
transcurrió su infancia. Fueron nueve años donde como cera maleable el
paisaje dejó grabada su luminosa sensación de belleza, el Mediterráneo,
su resonancia. Fue allí también,en Málaga donde tuvo el primer contacto
con lo que sería un camarada, otro futuro poeta de la generación: Emilio
Prados, condiscípulo de las primeras clases.
Cuatro décadas después,
esas impresiones aflorarán muy vívidamente en el espacio cósmico de uno
de sus libros capitales: Sombra del Paraíso.
De este libro vamos a leer Ciudad del paraíso, que alude a Málaga.
A mi ciudad de Málaga
Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria,
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la luna eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentando como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Píe desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
En la 1909 la familia se instala en Madrid, ciudad donde el futuro
poeta cursará el bachillerato y la universidad. Vicente Aleixandre
estudió Derecho y Comercio. Fue profesor de derecho de la Escuela de
Madrid durante unos años, especializándose en derecho mercantil.
A
los 18 años descubrió la poesía como “una profunda verdad comunicada”
que le inicia en el goce y misterio de la poesía y que lo aleja de la
concepción que le había sido transmitida en sus años escolares, de la
poesía como un conjunto de rimas. A partir de entonces, se relaciona con
otros jóvenes de su generación que sentían como él inquietudes
literarias.
Es cuando estudiaba Derecho e Intendencia Mercantil-
carreras en las que se graduó en 1919-, donde inicia su amistad con
Dámaso Alonso, al que conoce en Las Navas del Marqués, lugar donde
veraneaba, amistad que puede considerarse el primer paso para su entrada
al mundo de la creación poética.
Tras aquellos diálogos amistosos,
Aleixandre descubre una vocación ya definitiva. Inicia de este modo una
profunda pasión por la poesía. Dámaso Alonso le aconseja leer al
romántico Gustavo Adolfo Bécquer y le descubre el nuevo mundo y la
expresión estética del modernista Rubén Darío, como así también a otros
poetas como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y a los simbolistas
franceses. A partir de ese momento nace en Aleixandre la necesidad de
escribir poesía.
¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo, no te aguardaba ya.
Llegaste alegre, ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor.
Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina —¡el cielo, azul! — mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en tomo a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde,
y vierte, todavía matinal, sus auroras.
Eras tú amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? ¡Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día.
Brillandoestaba de ti; tu alma en mi estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis sentidos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos presentes me embriagó,
mientras todo mi ser a un mediodía, raudo, loco, creciente
se incendiaba mi sangre ruidosa,
se despeñaba en gozos de amor, de luz, de plenitud, de espuma.
Confundes ese mar silencioso que adoro
con la espuma instantánea del viento entre los árboles.
Pero el mar es distinto.
No es viento, no es su imagen.
No es el resplandor de un beso pasajero,
ni es siquiera el gemido de unas alas brillantes.
No confundáis sus plumas, sus alisadas plumas,
con el torso de una paloma.
No penséis en el pujante acero del águila.
Por el cielo las garras poderosas detienen el sol.
Las águilas oprimen a la noche que nace,
la estrujan -todo un río de último resplandor va a los mares-
y la arrojan remota, despedida, apagada,
allí donde el sol de mañana duerme niño sin vida.
Pero el mar, no. No es piedra,
esa esmeralda que todos amasteis en las tardes sedientas.
No es piedra rutilante toda labios tendiéndose,
aunque el calor tropical haga a la playa latir,
sintiendo el rumoroso corazón que la invade.
Muchas veces pensasteis en el bosque.
Duros mástiles altos,
árboles infinitos
bajo las ondas adivinasteis poblados de unos pájaros de
espumosa blancura.
Visteis los vientos verdes
inspirados moverlos,
y escuchasteis los trinos de unas gargantas dulces:
ruiseñor de los mares, noche tenue sin luna,
fulgor bajo las ondas donde pechos heridos
cantan tibios en ramos de coral con perfume.
Ah, sí, yo sé lo que adorasteis.
Vosotros pensativos en la orilla,
con vuestra mejilla en la mano aún mojada,
mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo:
un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo.
Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor
a la tibia tersura de una piel aplacada.
¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido!
Sus dientes blancos visibles en las fauces doradas,
brillaban ahora en paz. Sus ojos amarillos,
minúsculas guijas casi de nácar al poniente,
cerrados, eran todo silencio ya marino.
Y el cuerpo derramado, veteado sabiamente de una onda poderosa,
era bulto entregado, caliente, dulce solo.
Pero de pronto os levantasteis.
Habíais sentido las alas oscuras,
envío mágico del fondo que llama a los corazones.
Mirasteis fijamente el empezado rumor de los abismos.
¿Qué formas contemplasteis? ¿Qué signos, inviolados,
qué precisas palabras que la espuma decía,
dulce saliva de unos labios secretos
que se entreabren, invocan, someten, arrebatan?
El mensaje decía…
Yo os vi agitar los brazos. Un viento huracanado
movió vuestros vestidos iluminados por el poniente trágico.
Vi vuestra cabellera alzarse traspasada de luces,
y desde lo alto de una roca instantánea
presencié vuestro cuerpo hendir los aires
y caer espumante en los senos del agua;
vi dos brazos largos surtir de la negra presencia
y vi vuestra blancura, oí el último grito,
cubierto rápidamente por los trinos alegres de los ruiseñores del fondo.
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
En 1922 conoció a Rafael Alberti en el Ateneo de Madrid, época en la
que su salud empieza a empeorar. En 1925 se le declara una nefritis
tuberculosa, que termina con la extirpación de un riñón, operación
realizada en 1932.
Desde esa época, reside en la casa de Velingtonia,
tan conocida por los poetas de dentro y fuera de España, donde ha
escrito casi todos sus libros. Ese número 3 de la calle Velingtonia, que
cuando la habitó el poeta por primera vez era una isla en las afueras
madrileñas de los altos de la Moncloa, ha venido siendo, durante medio
siglo, una suerte de estación de seguimiento de las naves espaciales de
la poesía. Lugar de frecuentes reuniones del famosos grupo generacional,
Lorca, Cernuda, Alberti, Altoaguirre, Diego, Dámaso Alonso…
En esta
casa victima también de la destrucción bélica, reconstruida en 1941, las
generaciones de postguerra hallaron entre sus paredes un generosos y
ejemplar magisterio.
No, no es eso. No miro
del otro lado del horizonte un cielo.
No contemplo unos ojos tranquilos, poderosos,
que aquietan a las aguas feroces que aquí braman.
No miro esa cascada de luces que descienden
de una boca hasta un pecho, hasta unas manos blandas,
finitas, que a este mundo contienen, atesoran.
Por todas partes veo cuerpos desnudos, fieles
al cansancio del mundo. Carne fugaz que acaso
nació para ser chispa de luz, para abrasarse
de amor y ser la nada sin memoria, la hermosa redondez de la luz.
Y que aquí está, aquí está, marchitamente eterna,
sucesiva, constante, siempre, siempre cansada.
Es inútil que un viento remoto, con forma vegetal, o una lengua,
lama despacio y largo su volumen, lo afile,
lo pula, lo acaricie, lo exalte.
Cuerpos humanos, rocas cansadas, grises bultos
que a la orilla del mar conciencia siempre
tenéis de que la vida no acaba, no, heredándose.
Cuerpos que mañana repetidos, infinitos, rodáis
como una espuma lenta, desengañada, siempre.
¡Siempre carne del hombre, sin luz! Siempre rodados
desde allá, de un océano sin origen que envía
ondas, ondas, espumas, cuerpos cansados, bordes
de un mar que no se acaba y que siempre jadea en sus orillas.
Todos, multiplicados, repetidos, sucesivos, amontonáis la carne,
la vida, sin esperanza, monótonamente iguales bajo los
cielos hoscos que impasibles se heredan.
Sobre ese mar de cuerpos que aquí vierten sin tregua, que aquí rompen
redondamente y quedan mortales en las playas,
no se ve, no, ese rápido esquife, ágil velero
que con quilla de acero, rasgue, sesgue,
abra sangre de luz y raudo escape
hacia el hondo horizonte, hacia el origen
último de la vida, al confín del océano eterno
que humanos desparrama
sus grises cuerpos.
Hacia la luz, hacia esa escala ascendente de brillos que
de un pecho benigno hacia una boca sube,
hacia unos ojos grandes, totales que contemplan,
hacia unas manos mudas, finitas, que aprisionan,
donde cansados siempre, vitales, aún nacemos.
Y tú que en la noche oscura has abierto los ojos y te
has levantado.
Te has asomado a la ventana.
La ciudad en la noche. ¿Qué miras? todos van lejos.
Todos van cerca.
Todos muy juntos en la noche. Y todos y cada uno en su
ventana, única y múltiple.
Si tú mueves esa mano, la ciudad lo registra un
instante y vibra en las aguas.
Y si tú nombras y miras, todos saben que miras, y
esperan y la ciudad recibe la onda pura
de una materia.
Toda la ciudad común se ondea y la ciudad toda
es una materia:
una onda única en la que todos son, por la que todo es,
y en la que todos están; llegan, pulsan, se crean.
Onda de la materia pura en la que inmerso te hallas, que
por ti existe también y que desde lejísimos te ha
alcanzado.
Allí respira en la extensión total -¡ah, humanidad!-
con toda su dimensión profunda casi infinita.
Ah, qué inmenso cuerpo posees.
Toda esa materia que viene del fondo del existir,
que un momento se detiene en ti y sigue tras ti,
propagándote y heredándole y por la que tú
significadamente sucedes.
Todo es tu cuerpo inmenso, como el de aquél, como el
de ese otro, como el de aquella niña, como el de
aquella vieja,
como el de aquel guerrero que no se sabe, allá en el fondo
de las edades, y que está latiendo contigo.
Contigo el emperador y el soldado, el monje y el
anacoreta. Contigo
la cortesana pálida que acaba de ponerse su colerete en la
triste mejilla, ah, cuán gastada.
Allí en la infinitud de los siglos.
Pero aquí sonríe contigo, bracea en la onda de la materia
pura, y late en la virgen.
Como ese gobernante sereno que fríamente condena, allá
en la lejanísima noche, y respira ahora también en la boca
pura de un niño.
Todos confiados en la vibración sola que a todos suma,
o mejor, que a todos compone y salva, y hace y envía, y
allí
se pierde todavía íntegra hacia el futuro.
Oh, todo es presente.
Onda única en extensión que empieza en el tiempo, y
sigue y no tiene edad.
0 la tiene, sí, como el Hombre.
Volcado sobre ti,
volcado sobre tu imagen derramada bajo los altos
álamos inocentes,
tu desnudez se ofrece como un río escapando,
espuma dulce de tu cuerpo crujiente,
frío y fuego de amor que en mis brazos salpica.
Por eso, si acerco mi boca a tu corriente prodigiosa,
si miro tu azul soledad, donde un cielo aún me teme,
veo una nube que arrebata mis besos
y huye y clama mi nombre, y en mis brazos se esfuma.
Por eso, si beso tu pecho solitario,
si al poner mis labios tristísimos sobre tu piel incendiada
siento en la mejilla el labio dulce del poniente apagándose,
oigo una voz que gime, un corazón brillando,
un bulto hermoso que en mi boca palpita,
seno de amor, rotunda morbidez de la tarde.
Sobre tu piel palabras o besos cubren, ciegan,
apagan su rosado resplandor erguidísimo,
y allí mis labios oscuros celan, hacen, dan noche,
avaramente ardientes: ¡pecho hermoso de estrellas!
Tu vientre níveo no teme el frío de esos primeros vientos,
helados, duros como manos ingratas,
que rozan y estremecen esa tibia magnolia,
pálida luz que en la noche fulgura.
Déjame así, sobre tu cuerpo libre,
bajo la luz castísima de la luna intocada,
aposentar los rayos de otra luz que te besa,
boca de amor que crepita en las sombras
y recorre tu virgen revelación de espuma.
Apenas río, apenas labio, apenas seda azul eres tú, margen dulce,
que te entregas riendo, amarilla en la noche,
mientras mi sombra finge el claroscuro de plata
de unas hojas felices que en la brisa cantasen.
Abierta, penetrada de la noche,
el silenciode la tierra eres tú: ¡oh mía, como un mundo en los brazos!
No pronuncies mi nombre: brilla sólo en lo oscuro.
Y ámame, poseída de mí, cuerpo a cuerpo en la dicha,
beso puro que estela deja eterna en los aires.
Publica sus primeros poemas en la “ Revista de Occidente” y en 1927
participa en el homenaje a Góngora desde la páginas de la revista “Verso
y Prosa, de Jorge Guillén. También publica su primer libro “Ámbito” y
comienza a leer a Freud, implicándose en el surrealismo poético.
El homenaje a don Luis de Góngora
El
homenaje a Góngora fue el motivo que atrajo hasta Sevilla a los “poetas
de Madrid”, que no desaprovecharon la ocasión, contribuyendo así a la
revalorización de la figura y obra del poeta cordobés, relegada por la
crítica académica.
…Y a Sevilla llegaron desde Madrid Jorge Guillén,
Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti y Federico García Lorca.
Eran los componentes, junto a Pedro Salinas y Vicente Aleixandre, que no
viajaron a Sevilla, del núcleo de la Generación del 27, del que también
formaba parte el sevillano Luis Cernuda, todavía residente en su ciudad
natal y que participó en las veladas literarias como un componente más
del Auditorio.
Si miro tus ojos,
si acerco a tus ojos los míos,
¡oh, cómo leo en ellos retratado todo el pensamiento de mi soledad!
Ah, mi desconocida amante a quien día a día estrecho en los brazos.
Cuán delicadamente beso despacio, despacísimo,
secretamente en tu piel
la delicada frontera que de mí te separa.
Piel preciosa, tibia, presentemente dulce, invisiblemente cerrada
que tiene la contextura suave, el color, la entrega de la fina magnolia.
Su mismo perfume, que parece decir: “Tuya soy, heme entregada al ser que adoro
como una hoja leve, apenas resistente, toda aroma bajo sus labios frescos”.
Pero no. Yo la beso, a tu piel, finísima, sutil, casi irreal bajo el rozar de mi boca,
y te siento del otro lado, inasible, imposible, rehusada,
detrás de tu frontera preciosa, de tu mágica piel inviolable,
separada de mí por tu superficie delicada, por tu severa magnolia
cuerpo encerrado débilmente en perfume
que en lo que de distancia y que, envuelto rigurosamente,
como una diosa de mí te aparta, bajo mis labios mortales.
Déjame entonces con mi beso recorrer la secreta cárcel de mi vivir,
piel pálida y olorosa, carnalidad de flor, ramo o perfume,
suave carnación que delicadamente te niega,
mientras cierro los ojos, en la tarde extinguiéndose,
ebrio de tus aromas remotos, inalcanzables,
dueño de ese pétalo entero que tu esencia me niega.
I
Allí están todos, y tú los estás mirando pasar.
¡Ah, sí, allí, cómo quisieras mezclarte y reconocerte!
El furioso torbellino dentro del corazón te enloquece.
Masa frenética de dolor, salpicada
contra aquellas mudas paredes interiores de carne.
Y entonces en un último esfuerzo te decides. Sí, pasan.
Todos están pasando. Hay niños, mujeres. Hombres serios.
Luto cierto, miradas.
Y una masa sola, un único ser, reconcentradamente desfila.
Y tú, con el corazón apretado, convulso de tu solitario
dolor, en un último esfuerzo te sumes.
Sí, al fin, ¡cómo te encuentras y hallas!
Allí serenamente en la ola te entregas. Quedamente derivas.
Y vas acunadamente empujado, como mecido, ablandado.
Y oyes un rumor denso, como un cántico ensordecido.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva.
II
Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón contraído.
Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho, te hace
agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos se ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.
III
Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos. Están escuchando una única voz que los canta.
Masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y tú sumido, casi disuelto, como un nudo de su ser te conoces.
Suena la voz que los lleva. Se acuesta corno un camino.
Todas las plantas están pisándola.
Están pisándola hermosamente, están grabándola con su carne.
Y ella se despliega y ofrece, y toda la masa gravemente desfila.
Como una montaña sube. Es la senda de los que marchan.
Y asciende hasta el pico claro. Y el sol se abre sobre las frentes.
Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre.
En 1933 obtiene el Premio Nacional de Literatura por los poemas aún inéditos de “La destrucción o el amor”.
Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agita
mis cuidados como una negligencia,
como un elegante bendecir de buen tono,
ignora el vello de los pubis,
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.
Unas olas de afrecho,
un poco de serrín en los ojos,
o si acaso en las sienes,
o acaso adornando las cabelleras;
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
no puede sorprender a nadie.
Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.
Pero el vals ha llegado.
Es una playa sin ondas,
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o
de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.
Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una languidez que revierte,
un beso sorprendido en el instante que se hacía «cabello de ángel»,
un dulce «sí» de cristal pintado de verde.
Un polvillo de azúcar sobre las frentes
da una blancura cándida a las palabras limadas,
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.
Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.
Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las ventanas en gritos,
las luces en ¡socorro!
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se convertirá en una espina
que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.
Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber por qué ahora eres un agua,
esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan
con espuma.
Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro en mano.
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles pájaros,
esa canción total que por encima de los ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.
Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color de piedra, color de beso o labio,
cantas como si el nácar durmiera o respirara.
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde sólo boga el silencio,
esos dientes que son de marfil resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no verdes…
¡Oh tú, cielo riente que pasas como nube;
oh pájaro feliz que sobre un hombro ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;
césped blando que pisan unos pies adorados!
Años después desde su habitación de enfermo, publica la elegía en prosa a Federico García Lorca y colabora en algunas publicaciones de la España Republicana. Miguel Hernández le dedica, con un notable texto, su libro “Viento del pueblo”, y él a su muerte le escribe su elegía. Le visitan con frecuencia y se llegan hasta su lecho de enfermo acompañándolo en su convalecencia Dámaso Alonso y Federico García Lorca. En los primeros días de la Guerra Civil, víctima de una denuncia, pasa veinticuatro horas en una checa, centro de detención controlado por los partidos políticos y sindicatos, de la que es liberado por su amigo Pablo Neruda, cónsul de Chile a la sazón. Hace una gran amistad con el crítico literario José Luis Cano. Y mantiene un largo epistolario con el pintor Gregorio Prieto.
Vicente Aleixandre escribió esta elegía el 28 de marzo de 1942, en la enfermería de la prisión alicantina, en la que acababa de morir Miguel Hernández, eran las 5.32. Se dice que no pudieron cerrarle los ojos
“Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios,
se remontan los hombres…”
“…despedidme del sol y de los trigos…”
Miguel Hernández
I
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.
Tumba estelar que los espacios ruedas
con sólo él, con su cuerpo acabado.
Tierra caliente que con sus solos huesos
vuelas así, desdeñando a los hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez de sentido,
Tierra, a tu giro por los astros amantes.
Solo esa Luna que en la noche aún insiste
contemplará la montaña de vida.
Loca, amorosa, en tu seno le llevas,
Tierra, oh Piedad, que sin mantos le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las luces
sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.
II
No, ni una sola mirada de un hombre
ponga su vidrio sobre el mármol celeste.
No le toquéis. No podríais. El supo,
sólo él supo. Hombre tú, solo tú, padre todo
de dolor. Carne sólo para amor. Vida solo
por amor.
Sí. Que los ríos
apresuren su curso: que el agua
se haga sangre: que la orilla
su verdor acumule: que el empuje
hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,
cuerpo noble de luz que te diste crujiendo
con amor, como tierra, como roca, cual grito
de fusión, como rayo repentino que a un pecho
total único del vivir acertase.
Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos
apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron
ese caño de luz que a los hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa que un día
revelara a los hombres su destino; que habló
como flor, como mar, como pluma, cual astro.
Sí, esconded, esconded la cabeza. Ahora hundidla
entre tierra, una tumba para el negro pensamiento
cavaos,
y morded entre tierra las manos, las uñas, los dedos
con que todos ahogasteis su fragante vivir.
III
Nadie gemirá nunca bastante.
Tu hermoso corazón nacido para amar
murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio..
¡Ah! ¿Quién dijo que el hombre ama?
¿Quién hizo esperar un día amor sobre la tierra?
¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?
¿Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres?
Tierra ligera, ¡vuela!
Vuela tú sola y huye.
Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,
ciegos restos del odio, catarata de cuerpos
crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.
Huye, hermosa, lograda,
por el celeste espacio con tu tesoro a solas.
Su pesantez, al seno de tu vivir sidéreo
da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre
inmortales sostienes para la luz sin hombres.
En 1937 su salud empeora notablemente: pierde diez kilos en pocos
meses y pasa los dos últimos años de la guerra en cama con un riguroso
tratamiento.
Después de la guerra, a pesar de sus ideas
izquierdistas, permanece en España, en su misma casa, reconstruida en
octubre de 1940. El padre ha muerto en ese mismo año tras ser purgado
por el Frente Popular e investigado exhaustivamente por el bando
vencedor. Y Aleixandre, en su exilio interior, se convierte durante los
años de posguerra en uno de los maestros de los jóvenes poetas, con los
que se cartea abundantemente y a los que recibe sin escatimar tiempo en
su domicilio de Madrid, Wellingtonia (o Velingtonia), 3 (ahora y desde
el año 1978, renombrada en su honor calle Vicente Aleixandre).
El poeta, quien por estos años no deja de repetir que “poesía es comunicación”, no tenía inconveniente siquiera en enviar poemas inéditos a las revistas escolares que se lo pedían. Escribe entre 1939 y 1943 “Sombra del paraíso”, uno de sus libros más importantes, publicado en Madrid en 1944.
Y no saber adónde vamos, ni de
dónde venimos
Rubén Darío.
Sabemos adónde vamos y de dónde venimos. Entre dos
oscuridades, un relámpago.
Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Pero no nos engañemos, no nos creamos. Con humildad
con tristeza, con aceptación, con ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una
compañía, allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida, el
instante del darse cuenta entre dos infinitas
oscuridades,
miremos este rostro triste que alza hacia nosotros sus
grandes ojos humanos,
y que tiene miedo, y que nos ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde sólo
brilla la luna del estertor.
Como en una tienda de campaña,
que el viento furioso muerde, viento que viene de las
hondas profundidades de un caos,
aquí la pareja humana, tú y yo, amada, sentimos las
arenas largas que nos esperan.
No acaban nunca, ¿verdad? En una larga noche, sin
saberlo, las hemos recorrido;
quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos, con
un invisible rostro cansado desde el origen, las
hemos recorrido.
Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que
nos hemos reconocido
se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si
acompañados.
No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia atrás
de nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada,
un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañía, mi sola seguridad, mi reposo
instantáneo, mi reconocimiento expreso donde yo
me siento y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia -oh,
cómo la siento-,
Y un momento dormir sobre tu pecho, como tú sobre el
mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira y con piadosa
luz nos cierra los ojos.
Junto con “Hijos de la ira”, de su amigo Dámaso Alonso, también de
ese año, constituye uno de los libros capitales de la corriente
literaria que Alonso vino a bautizar como Poesía desarraigada, paralela
al Tremendismo en la prosa, durante la Primera generación de posguerra.
En
1943, se difunde por México el rumor de que ha muerto, por lo que
Emilio Prados le hizo la dedicatoria de su libro “Mínima muerte”, de
1944, como fallecido. Un joven poeta, Carlos Bousoño, redacta una famosa
tesis doctoral sobre su obra, Aleixandre escribirá el prólogo del
poemario de Bousoño, Primavera de la muerte (1946).
Ingresa como
miembro de número en la Academia Española de la lengua. El 22 de enero
de 1950 lee su discurso de ingreso en la Real Academia Española, que
versa sobre el tema “Vida del poeta: el amor y la poesía”. Su amigo
Dámaso Alonso leyó el discurso de contestación
Sólo la luna sospecha la verdad.
Y es que el hombre no existe.
La luna tantea por los llanos, atraviesa los ríos,
penetra por los bosques.
Modela las aún tibias montañas.
Encuentra el calor de las ciudades erguidas.
Fragua una sombra, mata una oscura esquina,
inunda de fulgurantes rosas
el misterio de las cuevas donde no huele a nada.
La luna pasa, sabe, canta, avanza y avanza sin descanso.
Un mar no es un lecho donde el cuerpo de un hombre puede tenderse a solas.
Un mar no es un sudario para una muerte lúcida.
La luna sigue, cala, ahonda, raya las profundas arenas.
Mueve fantástica los verdes rumores aplacados.
Un cadáver en pie un instante se mece,
duda, ya avanza, verde queda inmóvil.
La luna miente sus brazos rotos,
su imponente mirada donde unos peces anidan.
Enciende las ciudades hundidas donde todavía se pueden oír
(qué dulces) las campanas vividas;
donde las ondas postreras aún repercuten sobre los pechos neutros,
sobre los pechos blandos que algún pulpo ha adorado.
Pero la luna es pura y seca siempre.
Sale de un mar que es una caja siempre,
que es un bloque con límites que nadie, nadie estrecha,
que no es una piedra sobre un monte irradiando.
Sale y persigue lo que fuera los huesos,
lo que fuera las venas de un hombre,
lo que fuera su sangre soñada, su melodiosa cárcel,
su cintura visible que a la vida divide,
o su cabeza ligera sobre un aire hacia oriente.
Pero el hombre no existe.
Nunca ha existido, nunca.
Pero el hombre no vive, como no vive el día.
Pero la luna inventa sus metales furiosos.
No pretendas encontrar una solución. ¡Has mantenido
tanto tiempo abiertos los ojos!
Conocer, penetrar, indagar: una pasión que dura lo que
la vida.
Desde que el niño furioso abre los ojos. Desde que rompe
su primer juguete.
Desde que quiebra la cabeza de aquel muñeco y ve, mira
el inexplicable vapor que no ven los otros ojos
humanos.
Los que le regañan, los que dicen: «¿Ves? ¡Y te lo
acabábamos de regalar! … »
Y el niño no les oye porque está mirando, quizá está
oyendo el inexplicable sonido.
Después cuando muchacho, cuando joven.
El primer desengaño. El primer beso no correspondido.
Y luego de hombre, cuando ve sudores y penas, y tráfago,
y muchedumbre
Y con generoso corazón se siente arrastrado
y es una sola oleada con la multitud, con la de los que
van como él.
Porque todos ellos son uno, uno solo: él; como él es todos.
Una sola criatura viviente, padecida, de la que cada uno,
sin saberlo, es totalmente solidario.
Y luego, separado un instante, pero con la mano tentando
el extremo vivo donde se siente y hasta donde llega
el latir de las otras manos,
escribir aquello indagar esto, o estudiar en larga vigilia,
ahora con las primeras turbias gafas ante los ojos, ante
los cansados y esperanzados y dulces ojos que
siempre preguntan.
Y luego encenderse una luz. Es por la tarde. Ha caído
lentamente el sol y se dora el ocaso.
Y hay unos salpicados cabellos blancos, y la lenta
cabeza suave se inclina sobre una página.
Y la noche ha llegado. Es la noche larga.
Acéptala. Acéptala blandamente. Es la hora del sueño.
Tiéndete lentamente y déjate lentamente dormir.
Oh, sí. Todo está oscuro y no sabes. Pero ¿qué importa?
Nunca has sabido, ni has podido saber.
Pero ya has cerrado blandamente los ojos
y ahora como aquel niño,
como el niño que ya no puede romper el juguete,
está tendido en la oscuridad y sientes la suave mano
quietísima,
la grande y sedosa mano que cierra tus cansados ojos
vividos,
y tú aceptas la oscuridad y compasivamente te rindes.
En 1963, año en que recibió el Premio de la crítica, encabezó la
firma de una carta al ministro franquista Manuel Fraga Iribarne
solicitando una investigación sobre las agresiones y torturas a mineros
asturianos y a sus esposas durante la Huelga de 1962. La misiva estuvo
firmada por 120 intelectuales españoles. El ministro Fraga Iribarne
publicó en respuesta una “carta abierta” a uno de los firmantes (el
poeta José Bergamín), negando los hechos.
Los poetas de la posguerra,
atraídos por su figura, frecuentaron su casa: Jaime Gil de Biedma,
Francisco Brines, Carlos Bousoño, José Luis Cano, José Hierro, Francisco
Nieva, el grupo Cántico (sobre todo Ricardo Molina) y los Novísimos, en
especial Luis Antonio de Villena y Vicente Molina Foix.
Desde 1973
venía siendo uno de los candidatos más destacados por la Academia Sueca
para recibir el premio Nobel. El 6 de octubre de 1977 la Academia Sueca
le concede el Premio Nobel de Literatura “por una obra de creación
poética innovadora que ilustra la condición del hombre en el cosmos y en
nuestra sociedad actual, a la par que representa la gran renovación, en
la época de entreguerras, de las tradiciones de la poesía española”.
Hospitalizado
de urgencia el 10 de diciembre de 1984, en la Clínica Santa Elena, con
hemorragia intestinal, muere en la noche del 13 de diciembre. Es
enterrado en el panteón familiar del Cementerio de la Almudena de Madrid
el sábado 15 de diciembre de 1984.
Vicente Aleixandre definió la figura del poeta como “una conciencia puesta en pie, hasta el fin”.
En
la revista Las 2001 Noches número 18 en septiembre del año 1998 se
realiza un homenaje al poeta que le invitamos a leer en
www.las2001noches.com
Cruz González nace en Madrid en 1959. Se forma en la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero. Responsable de la Página de Poesía de la Escuela de Poesía Grupo Cero desde 2001.
Secretaria de Dirección de la revista Las 2001 noches
Encargada de preparar la publicación virtual Indio Gris
Co-directora de la revista del Corredor del Henares Salud es Poesía-Poesía es Salud.
Canta poemas de Miguel Oscar Menassa
Ha
participado como actriz de la Productora cinematográfica Grupo Cero
desde sus inicios en cortometrajes y en los largometrajes
¿Infidelidad?,Mi única familia, En defensa propia y El medicamento bajo
la dirección de Miguel Oscar Menassa. En la película La invitación del
presidente de dicho director trabajo en la dirección de actores.
Participa a los programas de Televisión Grupo Cero RT Poetas despiertos en acción y Poesía más poesía.
Ha
publicado Letras de fuego – 1998 / A golpe de lluvia -2002 en
colaboración /Cortina de humo – 2003 Tercer premio (ex aequo) de poesía
de la Asociación Pablo Menassa de Lucia en su 4ª convocatoria.
Mansedumbre de la piel – 2015.
«…Ninguno de nosotros lloró,
porque llorar,
no conocía el corazón del indio…»
Miguel Oscar Menasssa
Salí muy de mañana, el rostro fijo en la montaña
las manos dibujaban un mundo enloquecido
pequeñas palabras sobre los árboles.
La piel era de tierra, los pasos de gigante
nadie quedó, nadie gritaba el dolor de aquel pueblo.
El ritmo frenético del tambor,
ahogaba la muerte hasta casi nombrarla.
Llovía aquella tarde sobre el indio, sobre la arena del desierto
sobre los campos arrasados por el blanco americano.
Dijeron que lloraba por los muertos de la guerra
dijeron que su cuerpo temblaba por el miedo
dijeron tantas cosas de aquel indio, tantas cosas le hicieron
La herida de un pueblo maltratado, palabras que morían entre labios
dejaron sobre la montaña un nombre dibujado.
Moriré, lo sé, tras aquel valle enterraréis mis huesos
mas la sangre derramada en estas letras recorrerá los siglos
el tiempo de los hombres, voz de papel, como un cuchillo.
(De Letras de fuego)
Entre unas manos que dibujan una ciudad naciendo
Y unas manos que dan vida a cierta clase de dolor
Mi voz se va formando al ritmo de tus letras.
El poeta disiente de un orden que no le pertenece,
Pasea por la ciudad como cualquier ciudadano
Pasea por la ciudad y, sin embargo, el poeta disiente.
Los jóvenes saludan internet y dejan que el dolor
Dibuje en sus rostros un aire de indiferencia.
También entre los jóvenes existe la guerra.
No son bombas cayendo sobre casas
Llenas de muebles y espejos, son libros
Desapareciendo de las manos de los niños,
De las manos de los jóvenes, desapareciendo
De las manos de aquellos que aprendieron
La dura tarea de la supervivencia.
Estas letras son mil letras desaparecidas
Letras rotas en gargantas sin escrúpulos,
Letras que se duelen de querer ser letra.
(De Cortina de humo)
Pluma de gavilán errante
o herido pájaro en la noche.
Elementos aislados de la historia
o el alma que yace sobre la tierra muerta.
No veo más allá de las sombras,
ni siquiera escucho mi corazón
recitando antiguas maldiciones.
Soy esa mujer que no se nombra
sino entre las letras
una palabra y sus silencios,
certera puntuación en la mirada.
(De Cortina de fuego)
Acordamos
un tiempo para el amor
y un tiempo para la guerra.
La guerra es el futuro,
palabras que transforman
el tiempo del amor.
Yo había aprendido:
de tus manos, la palabra.
de tu piel, los imprecisos
pliegues del destino.
Caminaba a tu lado
como si mi vida fuese
caminar a tu lado.
Escribir mil historias,
y nombré
cada letra escrita.
Grabadas
quedaron, en mi piel,
tus palabras.
(De La ciudad desnuda)
Caminan por la arena
tronchada por los años
sombras de árboles
que nos vieron nacer.
Campo a través
el océano se pierde
en países extranjeros.
Sentada en el verano
escribo mi nombre
entre otros nombres.
Bordo
con manos artesanas,
tiempos por venir.
(De La Ciudad desnuda)
¿Qué hacer con esos cuerpos y esas manos
que encandiladas por el amor, se desperezan?
Quizá esté la guerra con sus soldados
a punto de atravesar fronteras.
Tal vez la muerte asome al asfalto
de un día cualquiera, sin mañana.
El futuro se abre ante nosotros
y un tiempo se desliza
entre tanta batalla,
construyendo nuevas palabras.
Libertad encadenada
que, rozando la piel,
dibuja su contorno.
Hambre desesperada
dolor hecho palabras
historia donde el hombre
es esa letra que canta,
desesperada, un amor.
(De La ciudad desnuda)
Verso de Germán Pardo García
Parece Prévert con sus juegos de letras
y la alegría de tanto movimiento.
No viene de Francia sino de Colombia.
viaja con su cesto de flores,
frutas de estación y pájaros
de países exóticos.
Le acompaña un cuadro de Gauguin
y un poema de González Tuñon
que habla de la isla de Papeete,
ésa donde el pintor escribió sus libros.
Desea por sobre todas las cosas
de este mundo y del otro,
que no sabe si existe
pero igual desea por sobre todo,
viajar.
No le importa el sol sobre su rostro
cuando sonríe a las muchachas que pasan
moviendo sus caderas al ritmo de su cantinela,
o cuando llega al mercado y los chiquillos
jalean su entrada con gritos de bienvenida
y carreras de acá para allá.
No está mucho tiempo en cada ciudad.
conversa con cada habitante
hasta que uno u otro le compra
algunas flores para el balcón
-que bien pudiera ser el del poema-
le dice a quien acaba pagando un poco más
para llevar una o dos flores y un pájaro.
Lee cada noche y al atardecer,
sentado sobre alguna piedra del camino,
saca de su bolsillo izquierdo una quena
y la hace sonar.
Antes de dormir escribe algún poema,
no vaya a ser que los tiempos cambien
y alguien que él no conoce, lo encuentre
y le pida que lo lea.
Cada noche, después de escribir, lee en voz alta,
tan alta que hasta podrían escuchar las estrellas.
Y mira las flores y los pájaros y escucha
una gran ovación que alegra su corazón
y duerme hasta la mañana.
(De Mansedumbre de la piel)
Cada vez, se vuelve del revés y grita no poder más,
llora el llanto de los incondicionales del cielo
y cae sobre la noche con su cuerpo de nada y de olvido.
Vuelve sumisa,
sonríe como si la noche no hubiese acontecido y barre,
una y otra vez, virutas de tiempo que llegan,
implacables, sobre su piel.
Quiero vivir, poesía, aléjate de mí.
y ella sonríe y espera tranquila
el próximo encuentro.
Planto un árbol y luego otro
construyo una casa y luego una ciudad,
fabrico coches que parecen cohetes espaciales
por la intensidad con la que realizan cada maniobra;
me diluyo en lluvia ácida y desaparezco.
Cuando abro los ojos, ella nace como si nada
hubiese acontecido y pone una lavadora
o tiende la ropa que quedó mojada sobre el sillón.
Me siento en una silla con un parche azul
en una de sus patas y me acuerdo de un poema
o de un cuadro y mis manos se deslizan
sobre el teclado negro y dirigen la orquesta
que ya se puso en marcha y no puede para.
Dejo que la alegría
tienda sobre mi piel
restos de tiempo;
me olvido del mundo
y escribo un mundo que nace
cuando llego al final.
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