EL ALUMNO MIGUEL HERNÁNDEZ
Dedicado a los alumnos del CEIP Miguel Hernández de Fuenlabrada
Ramón Fernández Palmeral
La infancia y juventud del hoy famoso y universal poeta Miguel
Hernández Gilabert no fue fácil. Nació en el pueblo levantino de Orihuela, el
10 de octubre de 1910, durante el reinado de Alfonso XIII, hijo de unos padres
de origen humilde llamados don Miguel y Concepción, él guarda de campo y propietario
de un rebaño de cabras, y ella ama de casa que tuvieron siete hijos: Vicente
(1906-1979), Elvira (1908-1994), Miguel, Concha, Josefina, Monse y Encarnación
(1917-1993). Concha, Josefina y Monse fallecieron en la infancia.
El apodo de la familia, como era y es de
costumbre nombrar a los miembros de un grupo familiar en los pueblos, era el de
los Visenterre, porque los abuelos paternos se llamaban Vicente y
Vicenta, y un tío, hermano del padre también
Vicente.
A los cuatro
años se trasladó la familia a la calle Arriba, 73 (hoy calle Miguel Hernández
donde hoy se sitúa la Casa-Museo del poeta), en un altozano colindando con el
monte, en la parte de arriba del pueblo, a espaldas de la capilla y Colegio de
Santo Domingo. Podemos comprobar que
esta casa tiene tres dormitorios, cocina, patio interior con pozo de agua,
corral y huerta con higueras y limoneros.
El párvulo Miguel
Hernández estuvo en el colegio infantil Nuestra Señora de Monserrate. A los
ocho años empieza a asistir a la escuela del Ave María, como alumno pobre, bajo la tutela del seglar granadino don
Ignacio Gutiérrez Tienda, que dependía también de los
jesuitas. Iba al colegio y también ayudaba en cuidar el ganado junto a su
hermano mayor Vicente, aprende a ordeñar y las particularidades de este oficio;
hoy día, al oficio de cabrero se llama: empresario caprino.
El joven Miguel destacó en los estudios por su
despierta inteligencia, llamó la atención de los jesuitas, y como era
su costumbre seleccionar a los niños que creían idóneos para
pertenecer a la Compañía de Jesús, con trece años le admitieron en el Colegio de
Santo Domingo junto a los hijos de las clases acomodadas con una beca para que
siguiera la carrera eclesiástica, donde estudió: Gramática, Aritmética,
Geografía y Religión, aunque destacó en Gramática y Religión. A los dos años de
haber ingresado en el Colegio, y próximo a cumplir los quince años de
edad, su padre lo necesitaba como
jornalero para el pastor del rebaño familiar, y se puso a trabajar como pastor
y repartidor de la leche de casa en
casa. No quería que estudiara, sino que trabajara. Si tenemos en cuenta la
situación de los demás niños/jornaleros de su entorno social y rural Miguel fue
un niño privilegiado, porque fue a la
escuela hasta los quince años, lo que supuso para él, además de su inteligencia
innata, unos conocimientos que no estaban al alcance de cualquiera de los otros
niños de su barrio.
Otras versiones aseguran que los jesuitas
propusieron al padre que su hijo ingresara
en Compañía de Jesús, por sus
buenas notas y su despierta inteligencia; sin embargo don Miguel no quiso desprenderse
de un hijo/pastor que necesitaba para seguir en sus negocios ganaderos, puesto
que solamente tenía dos varones para las
cabras, ya que este oficio no era para las hijas.
Don Miguel saca a su hijo del Colegio de Santo
Domingo en marzo de 1925, lo que supuso para el joven una gran humillación por
trabajar en un oficio que le denigraba y no quería. Esta época coincide con la
muerte del tío Francisco, apodado Corro, en Barcelona con el que
negociaba el envío de ganado por tren a Barcelona.
El joven
Miguel, una vez fuera del colegio y desde el monte, donde ahora cuidaba cabras y no libros, veía a sus antiguos y
compañeros de clase en los claustros. Ante tal humillación y con una voluntad
férrea, persiste en su auto-educación porque quería ser escritor, en concreto
dramaturgo, lo de poeta le vino por añadidura. Después de encerrar el ganado,
por las tardes visitaba la Biblioteca del Círculo de Bellas Artes y del Círculo
Radical, lee a escondidas cuanto cae en sus manos, y se lleva libros de
préstamo, además se deja asesorar por lecturas en la biblioteca privada del
canónigo don Luis Almarcha, vecino suyo, sobre todo místicos como San Juan de
la Cruz. Hizo amistad con sus vecinos:
Carlos Fenoll, el poeta-panadero, con Pepito Marín (Ramón Sijé), estudiante de
Derecho y novio de Josefina Fenoll, con Jesús Poveda músico violinista. Su hermano Vicente contó que
Miguel, por las noches de luna, saltaba por la ventana del dormitorio y se iba
al huerto a leer junto a la higuera.
De joven también
estuvo interesado por el teatro y asistía a representaciones que se celebraban
en la Casa del Pueblo de Orihuela, incluso llegó a participar como actor en
alguna de las obras. Publicó en periódicos de Orihuela y en la revista
neocatólica El Gallo Crisis que
dirigía Ramón Sijé.
Además,
Miguel jugaba de delantero centro en el equipo de fútbol de la calle de Arriba
llamado «La Repartiora», cuyo himno de
acento jocoso y burlesco lo creo el propio Miguel. El equipo rival era el C.D.
Los Yankees. Una vez que al portero lo lesionaron y cayó inconsciente, Miguel
le dedicó una elegía como si se hubiera muerto (ya que las elegías se dedican a los
fallecidos), simplemente porque sufrió una brecha en la ceja y se lo llevaron
en camilla del campo de fútbol, acción que le debió inspirar al poeta y por ello
le dedicó: «Elegía al guardameta» de estilo encomiástico y con el subtítulo: A Lolo, sampedro joven en la/ portería del
cielo de Orihuela. En el poema lo compara a San Pedro que es el guardameta
de las Puertas del Cielo.
El poema hernandiano: «Las
abarcas desiertas», habla de que cada cinco de enero los Reyes Magos no le dejaban regalos,
porque al dejar en la venta las abarca rotas de niño pobre, los Reyes pasaban de largo, y
el niño Miguel lloraba a lágrima viva ante sus abarcas desiertas de regalos:
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Alicante, 26 de abril de 2022
(Autor de 80 años de la muerte de Miguel Hernández)