La
influencia estética de Gabriel Miró en Miguel Hernández
Pulicado en Latralia de venezuela
Introducción
Con este breve trabajo
pretendo señalar y acortar la indudable influencia estética de Gabriel Miró en
Miguel Hernández, tanto lírica como en prosa. Posiblemente, las lecturas
mironianas se inician tras la muerte del llorado autor de Nuestro padre San
Daniel (1921) y El obispo leproso (1926) el 27 de mayo de 1930, por
recomendación de su mentor Ramón Sijé, que ya había pensado en hacerle un
homenaje en Orihuela. Estudioso de la obra sijeniana y hernandiana como el
profesor José Muñoz Garrigós,1 queda de acuerdo en señalar que
aprecia una variación notable puesto que sus primeros poemas, hasta 1930,
“tienen la sencillez, el primitivismo y la ingenuidad de un muchacho de unos
veinte años”. Y es a partir de la lectura de Miró a mediados de 1930, tras su
muerte, cuando se aprecia un cambio en su poesía, convirtiéndola en más barroca
y culterana, y rica en adjetivos, y en adjetivos epítetos, que acentúan el
carácter de las palabras, con enriquecimiento de sinestesias, metáforas y
figuras del lenguaje, a las que también cabe añadir las de Góngora,
Garcilaso... Es decir, que el rótulo de “prehistoria poética” debería quedar
dividido en dos fases, la primera hasta mediados de 19302 y la
segunda a partir de esta fecha hasta Viento del pueblo en 1937. Sin
embargo, no me cabe duda alguna de que las influencias estéticas mironianas
perduraron siempre en la sintaxis de Miguel. Además, el propio Miguel declaró
en varias ocasiones la deuda contraída con Miró, que veremos más detenidamente.
El novelista y excepcional
prosista Gabriel Miró es el inspirador o “maestro espiritual” de la llamada
“Generación del 30 en Orihuela”;3 más adecuado sería llamarles Grupo
literario de Orihuela del 30, donde se encuentra incluido el más conocido de
ellos, Miguel Hernández. Un Grupo que vio en el alicantino una modernidad en el
lenguaje que logró una dignidad literaria. Tanto los precursores como los
integrantes del Grupo Literario escribieron, elogiaron y homenajearon al
inventor y recreador de una Oleza literaria barroca y del sigüencismo
(comunión mística y espiritual con la naturaleza y el medio), con quien
contrajeron una deuda impagable al haberles aportado vanguardia y luz en un
extraordinario ejercicio dinamizador poético y literario. Pues en Miró
encontraron un lenguaje nuevo y portentoso, y, sobre todo, posibilidad de una
creación renovadora, es decir, un modelo a seguir y un estímulo a imitar, con
un estilo que ayudaba en suma a buscar la propia voz. No podían encontrar un
entorno más propicio al neobarroquismo que la barroca ciudad de Orihuela.
Desde los años 20, Gabriel
Miró ya gozaba de un merecido prestigio en Orihuela, le reconocían como
paisano, puesto que había estudiado en el Colegio de Santo Domingo de la citada
ciudad entre los años 1887 y 1892. En el mismo colegio estudió Miguel Hernández
a partir de octubre de 1923 hasta marzo de 1925. Supongo que debió oír en dicho
colegio algún comentario sobre la afamada figura de su antecesor compañero.
Para obtener una visión
cronológica y ponderada de esta “influencia estética” o débito hernandiano
hacia el inventor de Oleza y del Segral, esbozaré, en primer lugar, el origen
oriolano de Miró, la incidencia de su obra y estilo en los seguidores o
precursores del Grupo Literario del 30, el ambiente literario donde se editaban
varias revistas literarias, además de la prensa local, y detenidamente las
menciones y alusiones de Miguel Hernández a Miró.
Para la anotación de las
reseñas de obras he seguido las Obras completas, 1992, reedición de RBA
(2005).
1. La huella oriolana en Gabriel Miró
Partiendo de este titular,
hemos de remontarnos en el tiempo para analizar la influencia de Gabriel Miró
en los escritores, novelistas y poetas oriolanos de los años 30. Hemos de
recordar que Gabriel Miró Ferrer (1879-1930) tenía sangre oriolana, ya que su
madre, Encarnación Ferrer Ons, era natural de Orihuela. Los hijos, Juan y
Gabriel, estudiaron en el Colegio Santo Domingo de los jesuitas de Orihuela,
Gabriel los cursos de 1887 a 1892. De estas vivencias dejará testimonio en El
libro de Sigüenza, y en las novelas Nuestro padre San Daniel y El obispo
leproso, que constituyen dos partes de una misma novela.
Para mejor atender a sus
hijos, el señor ingeniero (don Juan Miró) tenía casa abierta en Orihuela, cuyos
caseros eran Francisco Lidón y Manuela, su mujer, padres de Encarnación,
Manolica y Marianico, con quienes los hermanos Juan y Gabriel jugaban a remedar
actos de Semana Santa o de otras festividades religiosas (Gabriel Miró,
Vicente Ramos, 1979, p. 30).
Su estancia en el colegio,
cárcel para Gabriel, se tradujo en una profunda melancolía en su ánimo y en un
inexplicable reuma de su rodilla izquierda. Uno de los episodios que más
influyeron de forma decisiva en la prosa de Gabriel fue su estancia en la
enfermería del colegio a causa de una enfermedad. Desde allí pudo contemplar el
paisaje de la huerta oriolana, y sus costumbres y detalles, que posteriormente
quedarían recogidas en su obra.
Debido al delicado estado
de salud de Gabriel sus padres decidieron sacarle del colegio, contando él con
doce años. Se traslada con su familia a Alicante, donde continúa sus estudios
de bachillerato. La verdad estética se resume:
Es obvio que para un
escritor la realidad estética reside en las palabras, y de ellas depende. Entre
las fichas en las que Miró anotaba ideas que luego desarrollaría, encontré una
con una escueta frase: “La palabra no ha de decirlo todo, sino contenerlo
todo”. Es el germen de la que figura en el comienzo de El humo dormido
(1919) a partir de la cual podemos contemplar un empeño literario fundamentado
en la búsqueda de “la palabra creada para cada hervor de conceptos y emociones,
la palabra que no lo dice todo, sino que lo contiene todo” (“Gabriel Miró”,
Miguel Ángel Lozano, revista de creación Adamar, 1992).
Los recuerdos del ambiente
oriolano en sus años infantiles son los que acudirán a su cabeza para recrear
una Oleza barroca y lúgubre de finales del XIX, pero a la vez llena de poesía,
olores, colores en pinceladas impresionistas, todo un placer leerlas.
2. Homenaje a Miró en
Oleza
Tanto Vicente Ramos y
Eutimio Martín como Manuel Roberto Leonís, son autores de trabajos sobre el
homenaje a Miró en Orihuela en el 32. Vicente Ramos escribe:
“Los primeros pasos de
aquel homenaje [a Gabriel Miró] se dieron en julio de 1931, al constituirse el
primer comité, integrado por José María Olmedo, José María Pina Brotóns, José
María Ballesteros y José Marín Gutiérrez (Ramón Sijé), a quien no tardaron en
sumarse Augusto Pescador, Miguel Hernández y otros. Sus reuniones tenían lugar
en el Palace Hotel oriolano” (pág. 29, 1976, Miguel Hernández en Alicante).
En septiembre se reparten
invitaciones. Se invita a Azorín, que no responde; en ausencia de éste se
invita a Marcelino Domingo.
En la Glorieta de Orihuela
se inauguró el busto a Gabriel Miró, obra del escultor José Seiquer Zanón, el 2
de octubre de 1932. Ante la ausencia de Marcelino Domingo, lo inaugura Ernesto
Giménez Caballero, director de La Gaceta Literaria de Madrid y uno de
los teóricos del falangismo.
Al acto, llamado en su día
“Romería lírica a Oleza”, acudieron, entre otras personalidades de la cultura,
María Cegarra, Raimundo de los Reyes, Carmen Conde y su esposo Antonio Oliver,
quien tuvo un enfrentamiento dialéctico con Ernesto Giménez Caballero, que
además se presentó con camisa de falangista, otros aseguran que era un jersey
azul, que no fue de lo más acertado; se armó tal algarabía que tuvo que
presentarse la policía y terminaron en la Comisaría.
Para dejar constancia
escrita de este homenaje, se publicó “El Clamor de la Verdad. Cuaderno de Oleza
consagrado al poeta Gabriel Miró”, donde se recogen trabajos de los escritores
y poetas oriolanos, además, más de Antonio Oliver y Carmen Conde, entre otros,
así como de Miguel el poema “Limón” y en prosa “Yo. La madre mía”.
3. Generación olecense del
30 en Orihuela
3.1. Los precursores
De los intermediarios o
precursores entre Gabriel Miró y el Grupo Literario olecense del 30,
encontramos a tres oriolanos: Justo García Soriano (1884-1949), Juan Sansano
Benisa (1887-1955) y José María Ballesteros Meseguer (1897-1939). Justo García
contribuye a exaltar la figura de Gabriel Miró con su anti-mironianismo; a Juan
Sansano se le considera incitador y Ballesteros, el más mironiano de los tres,
mentor.
Justo García escribió un artículo
destructor contra Miró, quizás por cuestiones personales “durísimo, injusto y
destemplado. Ni siquiera el apasionado ‘cauvismo’ del señor García Soriano
puede justificarlo...”,4 publicado en El Pueblo de Orihuela
(21-09-27) con el seudónimo de Juan Oriol, donde comenta:
“Es, sin embargo, el
estilo de El obispo leproso una taracea abigarrada y anacrónica de
arcaísmos y neologismos modernistas, de voces culteranas y de vocablos vulgares
y dialectales [...]. El fuerte, y aun el conato de originalidad del estilo
barroco del Sr. Miró, es el abuso de las sinestesias o metáforas comprimidas,
digámoslo así, cosa tan vieja, no obstante, como el padre Homero [...]. No
tiene propiamente argumento la novela. Constituye una serie de descripciones y
escenas incongruentes que quieren representar en cuadros caricaturescos la
Orihuela de hace cuarenta años... (“El obispo leproso, sandeces,
injurias y otros excesos”. El Pueblo de Orihuela, 21-09-27).
De alguna forma mezquina,
toda fama de un escritor también se eleva con la crítica feroz y adversa de sus
no-seguidores, ya que es la crítica destructiva la que tiene los pies más
veloces en el boca a oreja; sin embargo, su animadversión no contagió a los jóvenes
oriolanos, sino que por el contrario germinó y se consolidó en lo que sería la
generación del 30 oriolana. Parece como si García Soriano se hubiera contagiado
de la crítica de José Ortega y Gasset, que a comienzos del 27 comentó sobre El
obispo leproso una “perfección estática, paralítica” que ha de ser
asimilada “a sorbos”, y así quedó mermada en adelante.
Juan Sansano, periodista, autor de
abundante bibliografía y poesía, entre ellas Canciones de amor (1931).
Sansano reservó al final de su libro lo que llamaba “ofrendas” de otros poetas
al estilo de los poetas áureos. A Miguel le corresponderá el honor de cerrar el
libro al haberle reservado las tres páginas finales para que publicase tres
sonetos. Además, Sansano le dedicó un artículo a Miguel; leemos la nota
siguiente:
El olfato periodístico y
la capacidad de anticipación de Sansano [director de El Día de
Alicante], que ya en el primer texto en el que presenta a Miguel, y que publicó
en el día 15 de octubre de 1930, en una sección titulada “Por las rutas
humildes” y subtitulada “Miguel Hernández, el pastor poeta orcelitano”, le
permiten utilizar la expresión que, acuñada por el periodista, fue la que
designó a Miguel a lo largo de su vida. En el mismo recuadro se incluye un
poema de Miguel titulado “La bendita tierra”, en el que el joven poeta
corresponde al aprecio y la estimación que le muestra Juan Sansano, con la
dedicatoria del poema en la que le llama “eminentísimo poeta”... (Manuel Parra,
Información, 7-12-2007).
Tal como recogen Vicente
Ramos y Manuel Molina en la página 17 de su libro Miguel Hernández en
Alicante, 1976, Juan Sansano es el primero en hablar sobre Hernández en la
ciudad de Alicante, el 13 de julio de 1930, en ocasión de alocución en homenaje
al poeta alicantino Salvador Sellés Gozálbez, luego publicado el 14 de julio en
El Día, periódico de su propiedad:
...Hermano y maestro: con
su túnica de resplandores, ha hecho su aparición un nuevo poeta. Se llama
Miguel. Tiene nombre de arcángel. Saludémosle con alborozo: tú, con tu prestigio
de cantor inmortal: yo, con la humilde ofrenda de mi cariño...
Miguel, que lo agradece,
le envía a Sansano un poema “La bendita tierra” con la cita “A don Juan
Sansano, eminentísimo poeta de Orihuela...”, que lo publicará en El Día,
15 de octubre de 1930.
Los tres sonetos a don
Juan Sansano, director del periódico El Día, de Alicante, son: primero,
“Juan Sansano”; segundo, “A don Juan Sansano”, El Día, 24 abril de 1931,
y tercero, “A Sansano por su libro Canciones de amor”, en El Día,
19 de junio de 1931.
En marzo de 1933 le
escribió Miguel una carta pidiéndole sus libros, hemos de suponer que se trata
de varios ejemplares de Perito en lunas, a vuelta de correo, para
enviarlos a la Universidad Popular de Cartagena.
José María Ballesteros, novelista oriolano, es
autor de Oriolanas (Cuadro de costumbres de mi tierra) (1930), novela
que fue acogida favorablemente por la crítica. Manuel Ruiz-Funes Fernández5
considera “la sombra de Miró, a quien tanto admiraba”. Indudablemente
Ballesteros es el precursor más mironiano de la generación del 30:
“Ballesteros quedó a mitad
de camino entre la eficacia de los maestros realistas y naturalistas y la prosa
exquisita de Miró, que no se atrevió a imitar abiertamente” (Antología de
escritores oriolanos, pág. 104).
Miguel Hernández admiraba
a Ballesteros y su estilo cuasi-mironiano, y le dedicó un poema titulado
“Ofrenda”, escrito el 28 de mayo de 1930, publicado en Actualidad el 5
de junio de 1930, por “un libro magnífico: Oriolanas...” (O.C. 178-179).
Diez días más tarde saldría en Voluntad (15-06-30) el artículo de José
María, “Pastores poetas”, que luego aparecería otra vez en el tomo I de Mis
crónicas, Murcia, 1932.
3.2. El Grupo Literario
olecense del 30
El nombre de Generación
Olecense del 30 lo acuña por primera vez Vicente Ramos,6 al exponer
las características literarias de “La Escuela de Orihuela”, cap. VII, de su
libro Literatura alicantina (1839-1939), donde nombra a los precursores:
Juan Sansano y José María Ballesteros Meseguer, aunque opino que debería incluirse
entre los precursores a otro oriolano, Justo García Soriano, como ya he
comentado antes. El grupo lo forman Ramón Sijé, Miguel Hernández, Carlos
Fenoll, Justino Marín (Gabriel Sijé), Jesús Poveda y Manuel Molina (p. 266) —el
benjamín y último testigo, según carta de Carlos Fenoll. Ramos escribe que
los factores olecenses de la oriolanidad son: “El barroquismo..., su clima
litúrgico, el olor vegetal, su extraño sonido de bronce, su vivir en morado
silencio de oración...” (pp. 248, 1966).
Hablar de Escuela o
Generación Olecense parece excesivo, pienso que hablar de grupo literario sería
más atinado. El despertar, el origen de este grupo literario del 30 oriolano,
como apunta Miguel Ángel Lozano, “lo constituye la aparición de la novela de Gabriel
Miró centrada sobre esa Oleza literaria en la que se reconoce el modelo de
Orihuela. El impacto de El obispo leproso fue decisivo” (Ínsula,
544, 1992, p. 2).
Las lecturas iniciales de
este grupo literario son, según Reig Sempere (p. 13, 1981):
“Casi todos leen a Gabriel
y Galán, Villaespesa, Bécquer, Salvador Rueda, Campoamor, Vicente Mediana, Juan
Ramón Jiménez, Juan Sansano, Rubén Darío, Gabriel Miró, Antonio Machado y
algunos otros”.
Vemos cómo se transmite
esta “miromanía” literaria al Grupo Orcelitano del 30, el trabajo de Ana M.
Reig Sempere, autora de La Generación del 30 en Orihuela (1981),
siguiendo al pie de la letra las exposiciones de Vicente Ramos, divide el grupo
en dos: uno en torno a la revista El Gallo Crisis (mayo de 1934 a
primavera de 1935), encabezado por el capuchino Fray Buenaventura de Puzol,
Ramón Sijé, Tomás López Galindo, Juan Bellod Salmerón y José María Quilez y
Sanz, más los profesores Juan Coloma y Jesús Alda Tesán.
El otro grupo, más
humilde, es el de la tahona de la calle de Arriba, entre 1930 y 1936. Aunque el
mito de la tertulia de la tahona de los Fenoll fue echada abajo por Ramón Pérez
Álvarez (1918-1998), quien asegura que nunca existió dicha tertulia,7 a
cuya aseveración se unieron Jesús Poveda, y esposa Josefina Fenoll. Por ello la
idea de una tertulia formal queda desbaratada, la única posibilidad es una
reunión informal y esporádica. Oigamos el argumento de Pérez Álvarez:
“...Esa tertulia es una
elucubración mental, generada por la mente calenturienta de Molina [Manuel],8
Efrén [Fenoll hermano de Carlos], al alimón, y a su mayor gloria. No
existió esa tertulia, Jesús [Poveda] estaba por Barcelona, una vez cumplido el
servicio militar [que hizo en Submarino de Cartagena]... (Hacia Miguel
Hernández, p. 43).
En Orihuela en los años
treinta se publicaban varios periódicos y revistas, que servían como eje
dinamizador del ambiente literario: El Pueblo de Orihuela, Actualidad,
Destellos, Renacer, La Lectura Popular, Destellos, Voluntad, El Gallo Crisis (1934-35),
Silbo (1936). En Alicante, El Día. En Murcia, La Verdad de
Murcia, donde publican oriolanos.
Lo cierto es que, entre
acuñaciones, especulaciones, mitos y verdad, el llamado Grupo Olecense del 30
es como un espejismo, a la espera de un riguroso análisis y diagnóstico.
3.3. Lecturas mironianas
de Miguel Hernández
No hay duda de que Miguel,
tras sus estudios de asignaturas en el Colegio de Santo Domingo con los
jesuitas, en el periodo de su autoeducación literaria (1925-1931), frecuenta
las bibliotecas públicas oriolanas y entabla relación con el canónigo Luis
Almarcha, quien le pone en contacto con los clásicos Miguel de Cervantes, Lope
de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y, sobre todo, Luis
de Góngora, Virgilio y, de la poesía mística, San Juan de la Cruz.
Posteriormente conocerá a
su segundo mentor, Ramón Sijé; es a partir del 15 de abril de 1930 cuando
aparece publicado el soneto “Nazareno” en Voluntad, revista que dirigen
Sijé y Jesús Poveda, quien seguramente le guía hacia lecturas de las novelas de
Gabriel Miró. Además, es posible, que la lectura de Oriolanas (1930) de
Ballesteros, de influencia mironiana, le afianzara o indujera hacia esta
tendencia como según se muestra en el cuento largo o novela breve La
tragedia de Calisto (1932).
Ramón Sijé, estudiante de
derecho y el más intelectual del grupo, ejercerá labores de mentor y mecenazgo
con Miguel Hernández; su adicción mironiana, posiblemente, se debe a su maestro
Ballesteros, el primero de los mironianos orcelitanos, quien conocerá a los
poetas del quincenal Voluntad, y además participará en la organización
al homenaje a Miró. Es Ballesteros el primero en preocuparse por Hernández.
Parece muy probable que,
tras el fallecimiento de Miró el 27 de mayo de 1930, es Ramón Sijé quien enaltece
y recomienda la obra mironiana a sus amigos-poetas y colaboradores, y de quien
parte la iniciativa del homenaje en Orihuela que culminaría en el 2-10-32, y
es, creo, quien echa “la levadura estética” a Miguel del rico estilo prosístico
del autor de El obispo leproso como maná vital e imprescindible, para
alimento y noviciado hacia un estilo poético propio, ya que habían descubierto
a uno de los prosistas más originales y renovadores de la lengua española.
Y como Ramón Sijé es
conocedor eficaz de que la semilla mironiana había prendido en el novel Miguel,
es por ello que adelantará esta influencia estética al publicarlo en Diario
de Alicante el 9 de diciembre de 1931, en su artículo de despedida “Valores
levantinos. Miguel Hernández”, y escribe: “Radioscopia de la poesía de Miguel
Hernández: [...] Gabriel Miró 100, poetas españoles (Juan Ramón Jiménez y Jorge
Guillén) 60 y de Rubén Darío 40...”.