Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

sábado, 19 de abril de 2014

300 cartas inéditas de Vicente Aleixandre a Miguel y a Josefina, en el legado de Jaén.

Querido Miguelito... Tuyo, Vicentazo

Más de 300 cartas inéditas, depositadas en el legado de Hernández adquirido por Jaén, ahondan en la gran amistad que unió al poeta con su maestro Aleixandre

Madrid 24 DIC 2013 - 01:01 CET /El País


Miguelito Hernández y Vicentazo Aleixandre, con esa confianza se trataban, vivieron destinos muy dispares. El primero murió en la cárcel, dejado de la mano de Dios y del régimen. El segundo se recluyó en un exilio interior, con sede en esa meca poética madrileña que fue el chalet de la calle Velintonia 3 —hoy, vergonzosamente en ruinas— y acabó ganando el premio Nobel de Literatura. Pero ambos se cruzaron antes, mucho antes, y desarrollaron una amistad honda, entregada, en la que los dos poetas se reconocieron en el afecto más íntimo.
Las cartas que exaltan aquella relación habían permanecido ocultas hasta que la semana pasada se anunció el destino final del legado Hernández, después de que el Ayuntamiento de Elche rescindiera el pacto con los herederos del escritor por desacuerdos políticos y económicos. De entre los 5.600 objetos, documentos y manuscritos que quedarán finalmente en manos de la Diputación de Jaén tras pagar tres millones de euros, destacan 309 misivas inéditas entre Aleixandre, Hernández y Josefina Manresa, la viuda de este último. Un conjunto crucial para analizar la influencia mutua entre ambos poetas.


(Sobre de una carta enviada por Vicente Aleixandre a Miguel Hernández).

La unión se despliega en múltiples facetas. De mentor a pupilo o de hermano mayor preocupado por la suerte del pequeño, comprometido con las armas y las letras, la relación no dejó nunca de crecer. Aleixandre siempre supo ser un faro para el joven, un vigía preocupado por la envidia que comenzaba a cercar la estela de aquel diamante en bruto, llegado del campo, autodidacta, pero deslumbrante en la verdad y la transparencia nada afectada que desprendían sus versos. Pero sobre todo hubo entre ellos afecto, cariño, intimidad y apoyo a la familia tras la muerte de Hernández. Todo ello se desprende de estos textos analizados a fondo por Jesucristo Riquelme, doctor en Literatura, catedrático y experto en el poeta alicantino, que los ha estudiado durante el pasado verano.


(Carta remitida por Aleixandre a Miguel Hernández en julio de 1936).
“Son un auténtico tesoro humano y literario. En las de Aleixandre se respira reflexión sobre la vida o situaciones existenciales e ideas sobre el arte y la poesía. Desprenden un hondo calado”, afirma Riquelme. En ellas podemos hallar confesiones muy emocionantes, como la que le hace el Nobel al joven poeta: “Qué curioso que siendo tan distintos en cosas diferentes probablemente accesorias yo sienta contigo como con nadie la inspiración profunda de la verdad del pecho. De tal modo que si me preguntaran: ‘Entre todos tus amigos ¿quién es tu hermano?’, yo contestaría: ‘Miguel’. Y tú sabes cuáles son mis amigos”, le escribe el uno de septiembre de 1936.
Además de confesiones como esta, en absoluto vacía, por las misivas desfilan varios compañeros de generación, Neruda, que mantuvo relación con ambos y otros personajes y escenarios de aquella España sangrante de la guerra. Pero también hay lugar para los consejos y las confesiones amorosas, para las recomendaciones y los análisis poéticos o la crítica directa a algunos colegas. “¡Qué J. R. de pandereta!”, se puede leer en uno de los intercambios en clara y un tanto irrespetuosa alusión a Juan Ramón Jiménez.

Vicente Aleixandre consideraba a su amigo "como a un hermano"
Se conocieron gracias al arrojo de Hernández. Cuando Aleixandre ganó el Premio Nacional de Literatura por su libro La destrucción o el amor (1934), el joven levantino, tan franco, tan directo, le escribió una carta que no se conserva. Pero quedó grabada en la memoria del sevillano: “Lo recuerdo perfectamente. Era una cuartilla de papel basto y en ella unas líneas apretadas, escritas con letra rodada y enérgica. No quisiera atribuirle palabras que no dijese, pero sí hago memoria transparente de su sentido: ‘He visto su libro La destrucción o el amor, que acaba de aparecer… No me es posible adquirirlo… Yo le quedaría muy agradecido si pudiera usted proporcionarme un ejemplar… y firmaba así: Miguel Hernández, pastor de Orihuela”.
Neruda ya lo había tratado y Aleixandre se interesó por ese cabrero. Hernández había leído a su admirado maestro y rápidamente entablaron amistad. “Sorprende que la primera de las cartas que conocemos en este corpus lleve fecha del 27 de julio de 1935, solo un año después de aquella publicación de Aleixandre”, advierte Riquelme.
La mecha entre la poesía cosmogónica de Aleixandre y el apego a la tierra de Hernández prendió rápido. Fruto de ese fogonazo nos llega ahora el reflejo de una relación personal y epistolar que abre muchas nuevas puertas para entender la vertiente humana del premio Nobel, un enorme poeta de velo discreto a quien el joven impetuoso desveló sus intimidades.

Miguel Hernández firmó la primera misiva como "pastor de Orihuela"
Hernández se convierte en su cómplice, en su apoyo, en su confesor, en su hermano. En lo que Aleixandre define en una de las últimas cartas a Josefina en 1984 como un “abrazo del corazón”. De maestro a discípulo, pero con los puentes de la confianza extensamente tendidos. El mayor admiraba la tersura transparente del menor, mientras que Hernández alababa su altura a la hora de extraer y hacer volar los sentimientos: “A tu lado me siento un primitivo. Tan aplicada está tu sensibilidad poética y tan trabajado tu sentimiento universal…”.
Pero hay algo más que llama la atención. La humildad del maestro con respecto a la admirable presencia del talento en bruto que adivinó desde el primer momento en Hernández. Entre el casi consagrado y el aprendiz no existe resquemor o desconfianza, sino generosidad y devoción: “Aleixandre no se erige en protagonista dentro del epistolario y cede el paso con afabilidad a su interlocutor”, aclara Riquelme.
Las cartas intercambiadas entre ambos —solo 26 de todo el epistolario— son buena prueba de ello. Tanta importancia tienen las posteriores. Cuando Hernández muere a los 31 años en la cárcel de Alicante, víctima de la tuberculosis, y es enterrado en el nicho 1.009 del cementerio de Nuestra Señora del Remedio, Aleixandre no solo se encarga de apoyar a Josefina y a su hijo Manuel Miguel, de tres años, a quien están dedicadas las Nanas de la cebolla.



(Vicente Aleixandre, ante la tumba de Miguel Hernández en el cemenetrio de Alicante 1952).

También se esmera y se entrega a la tarea de lograr que fuese apreciada en todo su valor la obra dejada por Hernández, que acabó por ser considerado tanto el trágico y auténtico epígono de la generación del 27 como el líder de la del 36. “Durante su encarcelamiento, Aleixandre es la gran figura tutelar, la persona más próxima. Su auxilio fue moral, alimentario, económico y, una vez fallecido, también editorial”, afirma Riquelme.
También resulta curiosa la relación con su viuda. Aleixandre no la conocía personalmente. De ahí que la tratara en un principio de usted. Una vez se encuentran, pasa a tutearla en una unión que durará hasta su final. “Estamos ante un ejemplo de vida, una amistad que va más allá de la muerte y un epistolario que abarca 50 años —de 1935 a 1984— donde se encuentran claves de nuestra más reciente historia”, asegura Riquelme.
Unas claves y una luz que sirven para ahondar en un ejemplo de amistad poética limpio, leal, en mitad de algunos de los años más traumáticos de nuestro pasado.

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Notas de Ramón Palmeral.

Vicente Aleixandre tras la muerte de Miguel Hernández:
Tras la muerte de Miguel Hernández
Tras la muerte del poeta de Orihuela, Vicente mantiene la correspondencia con Josefina Manresa, quiere salvar del olvido y del ostracismo la obra de Miguel. Existen en el Centro Hernandiano de Estudios e Investigación de Elche unas 300 cartas que Vicente le escribió a Josefina, la viuda de Miguel, y las cartas de Luis Rodríguez Isern.
Según cuenta Arturo del Hoyo en el prólogo para la Antología comentada (I, Poesía) de Francisco Esteve, Ediciones La Torre, Madrid 2003, pág. 15; Vicente Aleixandre intentó publicar obras hernandianas sin éxito:
“Mientras tanto, Vicente Aleixandre preparaba, calladamente, la publicación de un volumen de obras de Miguel Hernández para salvar poemas dispersos, en riesgo de perderse, y otros muchos inéditos, en mayor riesgo de pérdida. Abierto un portillo de esperanza con la publicación de El rayo que no cesa, en Argentina, Vicente Aleixandre propuso la publicación de las obras de Miguel a algún editor argentino, pero sin resultado positivo...”.
En 1950, Vicente Aleixandre propuso la edición a José Aguilar, sobrino del editor, en un volumen que recogiera la mayor obra posible de Miguel. Arturo del Hoyo se convirtió en intermediario entre la editorial y Vicente, y escribió un prólogo, asunto que no era muy frecuente. En este prólogo se cuenta la historia de la edición de Obras escogidas que salió en enero de 1952.
“Vicente Aleixandre procuraba la publicación de un volumen de obras de Miguel Hernández, para salvar poemas dispersos... Aleixandre, pues, ofreció la publicación de la obra de Miguel Hernández al único editor en que podía confiar (Aguilar). Casi todo el equipo editorial estaba formado por depurados o excarcelados, por personas consideradas, en el lenguaje de la época ‘desafectos al Régimen’ ”.
Vicente hizo todo lo que pudo por que tanto Josefina como su hijo Manolillo recibieran ayuda económica; él no mandaba dinero directamente, sino que se lo encargaba a su amigo José Antonio Muñoz Rojas, el financiero, como hemos podido comprobar en la correspondencia entre ambos, según el libro Cartas de Vicente Aleixandre a José Antonio Muñoz Rojas (1937-1984), edición al cuidado de Irma Emiliozzi, transcripción y colaboración de María del Carmen Martínez Pereira. Pre-Textos. Podemos leer que en carta de fecha..., de la página 211, escribe Vicente:
“Aprovecho para hacer lo que quiero hacer desde hace días, y es pedirte el acostumbrado envío de 125 pesetas para la viuda de Miguel. Sus señas son: Josefina Manresa. García Morato, 14, Cox (Alicante)”.
En otra carta escribe Vicente a Muñoz Rojas:
“La viuda de Miguel Hernández ha trasladado su vivienda a Elche para buscar más trabajo de coser, y que el niño vaya al colegio. ¿Podrás mandarle las 125 pesetas que de vez en cuando te pido para ella? Pues hazlo si puedes, y si ahora no puedes dímelo para buscarlo de otro modo. No me digas sí: con callar sé que lo haces. Te doy sus nuevas señas: Josefina Manresa. Partida Carrús, 352 (Elche) Alicante”.
Por otro lado, Josefina era pobre pero muy orgullosa, y no quería reconocer que recibía algunas ayudas económicas. Como la pensión de huérfanas de la Guardia Civil, que iba cada mes a recoger a la Comandancia, como ella misma relata en Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández.
Vicente dijo de Miguel que era como su hermano menor:
“Era un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres. Era el poeta del triste destino, que murió malogrando a un gran artista, que hubiera sido, que ya lo es, honor de nuestra lengua”.6
De hecho, tampoco perdió la relación con Alicante ni con los oriolanos, fieles seguidores hernandianos. Puesto que en mayo de 1952, estuvo en Alicante, existe una foto de grupo7 donde podemos ver a Santiago Moreno, Antonio Ramos, Román Bono, Manuel Molina, Juan José Esteve y Vicente Ramos. Durante esta visita, Aleixandre sitió la tumba de Miguel en el Cementerio del Remedio; en la foto de 1952 podemos verle entre Urbano García Orad y Vicente Ramos.8 Tú, el puro y verdadero, tú, el más real de todos, tú, el no desaparecido, fueron las palabras que Vicente Aleixandre depositó en su tumba.
En el libro de Aleixandre Los encuentros, Guadarrama, Madrid, 1958,escribió que Miguel usaba alpargatas, tenía los ojos azules (otros autores dicen que los tenía verdes), dentadura blanca, blanquísima, era rudo de cuerpo, pero poseía infinita benevolencia. Algunas veces paseaban por la Moncloa con Pablo Neruda y Delia del Carril, y Miguel desaparecía, una veces bebía agua en un arroyo o se subía en un árbol gateando.
 (Ver mi artículo completo en LETRALIA de Venezuela:  "Vicente Aleixandre y Miguel Hernandez: una leal amistad".)