Miguel Hernández y Jaén: tres meses, toda una vida
5.600 documentos y objetos integran el legado que la viuda del poeta logró esconder del régimen franquista.
La Diputación de Jaén ha asumido su custodia después de que el Ayuntamiento de Elche revocara su acuerdo con la familia.
El Museo Zabaleta acogerá una exposición permanente de los fondos.
La Diputación de Jaén ha asumido su custodia después de que el Ayuntamiento de Elche revocara su acuerdo con la familia.
El Museo Zabaleta acogerá una exposición permanente de los fondos.
Miguel Hernández pasó en Jaén apenas tres meses de
su vida. Pero los "vínculos emocionales, afectivos, culturales y
sociales con Jaén", explica Francisco Escudero, gestor cultural del
legado del poeta alicantino, "son muchos". Tantos que, cuando el
Ayuntamiento de Elche revocó el acuerdo con los herederos del escritor
alegando razones económicas, la Diputación de Jaén solicitó la tutela de
los fondos. En noviembre pasado, el Instituto de Estudios Giennenses
(IEG) terminó de inventariar los 5.600 documentos que integran la
herencia del poeta alicantino que, durante meses, había permanecido en
la caja de seguridad de un banco. Ahora se ultiman los detalles del
convenio entre la familia del poeta y la Diputación Provincial que
permitirá catalogar, restaurar, mostrar e investigar toda la información
que atesora. Este verano podría comenzar el proceso de catalogación,
conservación, restauración y difusión de la herencia hernandiana.
Será, si no hay contratiempos, el final del trayecto para los fondos
que Josefina Manresa, la viuda del escritor, logró proteger de la
represión y el olvido. A la muerte de Miguel Hernández, en 1942, el
círculo más íntimo (Neruda, Aleixandre...) le aconsejó ocultar todos los
documentos fuera de la casa familiar. Los amigos que tenía en Cox
(Alicante), el municipio al que Josefina había huido al abandonar para
siempre Orihuela, escondieron bajo tierra los documentos que la Guardia
Civil buscaba en los registros con los que atosigó a la viuda después de
la muerte del escritor. "Una obra como la suya era muy peligrosa para
el régimen en esos momentos", apostilla Francisco Escudero.
Los 5.600 documentos incluyen desde las primeras
ediciones de los libros de Hernández a la correspondencia personal, los
artículos escritos como corresponsal de guerra, fotografías o dibujos,
como el que le hizo Buero Vallejo en la cárcel o el que realizó el
pintor Eusebio Oca, su compañero de celda, momentos después de que el
poeta muriese. Unos trazos rápidos que muestran a Hernández con la
mandíbula sujeta por un pañuelo y los ojos abiertos de par en par. "No
pudieron cerrarle los ojos", cuenta Escudero de forma casi alegórica.
Todo aquello que es susceptible de mostrarse irá parar a
Quesada, el pueblo natal de Josefina Manresa, y se alojará en el Museo
Zabaleta. El pintor y el poeta nunca se conocieron y, sin embargo, sus
obras comparten una misma realidad: el medio rural, los jornaleros, la
tierra… Y en breve, el mismo espacio. El proyecto museográfico está
terminado y, en cuanto se ultimen los detalles de cesión del legado, se
organizará la exposición permanente.
Su máquina de
escribir (una Underwood), la maleta con la que viajó a Madrid para
consolidar su carrera literaria, la lechera que entraba en la cárcel con
caldo y volvía a casa con versos. Un pequeño mundo de documentos y
objetos que compone "todo lo que Josefina pudo guardar y lo que la
familia ha ido adquiriendo más tarde" hasta reconstruir mucho más que
los escasos 31 años de vida de Hernández: un universo de principios por
recuperar. "Esta crisis se lo va a llevar todo por delante y el legado
de Miguel Hernández puede ser una herramienta para trabajar los valores,
para formar mejores personas, por su espíritu de lucha y por su sentido
de la justicia social", argumenta Escudero.
Pero el legado no sólo reivindica al poeta. "Josefina es
la guardiana, el tesón y la custodia de su memoria personal, como
esposa y amante, pero también del valor de su obra literaria", cuenta
Marcelino Sánchez, gerente del IEG. Y es su conexión afectiva con Jaén,
una provincia a la que Miguel Hernández recuerda en sus cartas como el
lugar donde vivió "algunos de los mejores momentos de mi vida". Pero
también la tierra que lo acoge en marzo de 1937, en plena luna de miel,
como enviado del mando republicano al 'Altavoz del Frente Sur' y donde
asiste al bombardeo de la capital en abril.
Su episodio vital en Jaén es corto. El 11 de junio 1937 está fechada la
última carta en la provincia, en la que anuncia su traslado al frente
extremeño. Pero de esos tres meses quedan muchos testimonios: muchos de
los poemas de Viento del pueblo –cuyos beneficios sirvieron para mantener comedores sociales- se escriben aquí, entre ellos Aceituneros que se ha convertido en la letra del himno de la provincia.
El depósito de su legado en Jaén no es producto del azar. La voluntad
de la Diputación de Jaén, de la que depende el Instituto de Estudios
Giennenses, es establecer lazos que permitan "la promoción, la
investigación y la conservación del legado, pero también la divulgación
desde el punto de vista de la crítica, el conocimiento y la valoración
de la obra de Miguel Hernández", apostilla el gerente del IEG, de la que
entiende que existen muchas vertientes por investigar y por ello
anticipa "una relación que se prevé a largo plazo" entre la provincia de
Jaén y Miguel Hernández. Estos lazos ya están rindiendo frutos, aún
antes de la catalogación la herencia. En Quesada ha comenzado el trabajo
en los centros educativos para recuperar y difundir el legado de un
escritor al que su compromiso con la vida no le permitió establecer
fronteras con su obra.
Las cartas de Aleixandre
Cuando Miguel Hernández intentó huir a Portugal, meses después de que finalizara la guerra, la policía lusa lo detuvo a pocos kilómetros de la frontera. La ropa desgarrada, cansado, hambriento, indocumentado... La única posesión de valor que llevaba encima era el reloj de oro que Vicente Aleixandre le había regalado en marzo de 1937, cuando se casó con Josefina Manresa. Pensaron que era un ladrón y lo devolvieron a España.A lo largo de su vida, Miguel Hernández estableció relaciones epistolares con los autores más populares de su época. Pero entre las más de 1.700 cartas que se conservan había un pequeño grupo sin inventariar: las que intercambió con uno de su mejores amigos, el premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre. El profesor Jesucristo Riquelme, de la Universidad de Alicante va a compilar la correspondencia entre los dos escritores y también las cartas, incorporadas al legado, que Aleixandre intercambió con Josefina.
El poeta sevillano mantuvo una estrecha relación con la familia más allá de la muerte de Hernández. Tanto es así que, en los años de penuria que siguieron a la guerra, “durante bastante tiempo le pasa una asignación a Josefina”, explica Escudero. Estas cartas son el testimonio de aquella amistad.