Gaspar Peral, un intelectual hernandiano
joaquín santo matas 26.12.2017 | 03:16/ InformaciónDesde que tengo uso de razón lo conozco pues mis padres eran íntimos amigos suyos y de Adela Ribelles, su mujer. Yo lo soy de su hijo Paco y fui condiscípulo de su hija María Adela con la que compartí estudios de Filosofía y Letras.
El fondo bibliográfico que poseía Gaspar Peral sobre Miguel Hernández resulta en verdad impresionante, sin duda el más completo de carácter privado que se conoce. Desde que comprara en una librería de València hacia 1950 un ejemplar de El rayo que no cesa, publicado en Buenos Aires dentro de la Colección Austral de Espasa-Calpe el año 1949, ha llevado casi siete décadas recopilando mucho de lo que sobre el poeta se ha escrito, dibujado, organizado o cantado amén de las obras del propio autor en diferentes ediciones, bien en castellano, bien traducidas a otros idiomas, todo ello perfectamente catalogado.
En 2012 lo editó bajo el título de Archivo Miguel Hernández de Gaspar Peral Baeza el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, heredero directo de aquel Instituto de Estudios Alicantinos del que fue director de la sección de Publicaciones y fundador del Teatro de Cámara del mismo cuando se creara en 1953 así como subdirector de la revista del IDEA.
Gaspar fue también un hombre de teatro, lector empedernido del mismo que escribiera las piezas Cartas en voz alta. en colaboración con Lorenzo Peral, y Un rincón donde dormir así como textos en prosa sobre Carlos Arniches y Pérez Pizarro, entre otros.
La revista Anthropos dedicó su número monográfico 220 del año 2008 a Miguel Hernández bajo el título de Una nueva visión de su creación poética y la pluralidad de sus contextos. Allí, con la participación inestimable de Aitor Larrabide, actual director de la Fundación Miguel Hernández, se dio a conocer la bibliografía de y sobre el poeta oriolano que conservaba Peral.
Investigadores y doctorandos fueron acudiendo a su vieja torre de la huerta alicantina para escudriñar en el inmenso archivo documental, pedirle consejo o un dato preciso. Porque Gaspar no sólo ha sido una enciclopedia hernandiana viviente sino poseedor de una memoria prodigiosa. Ambas circunstancias le hicieron ejercer funciones de corrector preciso ante los habituales errores cometidos por quienes del oriolano universal vienen escribiendo, tanto sobre aspectos biográficos como referentes al entorno histórico, geográfico, político o social.
El rigor en la consulta, la constatación del dato, el contrastarlo e incluso el simple repaso para evitar algún lapsus calami o simples despistes, no suelen ser normas de obligado cumplimiento entre determinados autores, alguno de los cuales ha llegado a citarlo como «Isaac Peral» a la hora de dedicarle su obra. Respecto a esos gazapos, existe una Antología donde en el lomo figura «Miguel Hernández Sánchez» que era como se llamaba su padre.
Hombre de vastísimos conocimientos, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Alicante entre 1961 y 1967 en que lo sustituyó otra persona preparada y cabal como José Vicente Beviá, supo insuflar de aire fresco el páramo lucentino desde una cordialidad que no escondía un carácter irónico y mordaz.
El vínculo de Miguel Hernández con la capital alicantina siempre existió desde aquel 1930 en que Juan Sansano, igualmente poeta de Orihuela, le comenzó a publicar en su periódico El Día aquellos novedosos versos, hasta su prisión, muerte y reposo eterno en el cementerio de La Florida.
Han sido frecuentemente obviados aquellos testimonios surgidos a partir de 1952 cuando Aguilar da a a conocer una selección de obras escogidas de poesía y teatro que constatan de qué manera Miguel Hernández estaba presente en las publicaciones literarias del franquismo más estricto aunque está claro que el régimen no colaboró de manera oficial lo más mínimo en la divulgación o recuerdo de escritores tildados de «rojos». Lamento que pruebas irrefutables de ello puedan enojar a quienes manifiestan el olvido, desprecio o simple ignorancia en los que cayera la figura de Miguel Hernández durante la pasada dictadura; pero resultan veritas veritatis.
Pionero en el recuerdo escrito fue Enrique Azcoaga, compañero de las Misiones Pedagógicas que ya el año 1943 le dedica el soneto En la muerte de Miguel, el último que aparece en su obra El canto cotidiano, editada en la Colección Adonais.
Por lo que respecta a las revistas, fue la malagueña Caracola quien dedicara un número monográfico a Miguel Hernández en octubre-noviembre de 1960 al igual, por las mismas fechas, que Ínsula y Cuadernos de Ágora de Madrid.
El propio Gaspar me contaba cómo siendo el pregonero de las Hogueras de San Juan el 21 de junio de 1966, delante de las autoridades civiles y militares del momento, nombró en su alocución al pueblo desde el balcón del Ayuntamiento a Miguel por dos veces; en concreto, al citar la palmera y la hoguera, recordó la definición que le dio el poeta, «alineación de bronce y geometría» y «Pentecostés de lenguas» respectivamente. Y no pasó nada en un tiempo donde en los libros de texto escolares era citado aunque escuetamente bajo la apostilla de «poeta malogrado por la guerra».
Habiendo yo indagado con amistosa libertad en su archivo y realizando una selección para la exposición que le organicé bajo los auspicios del Patronato Municipal de Cultura en la Lonja del Pescado con motivo del centenario del nacimiento de Miguel Hernández y se frustró a última hora por no sé qué desgraciada circunstancia, recuerdo obras que poseía de y sobre nuestro poeta oriolano en francés, holandés, italiano y checo así como en otras lenguas menos conocidas como el nahuatl mexicano o las indígenas habladas en Filipinas.
Guardaba también diversas carátulas de discos y cd´s desde 1966 de la mano, entre otros, de Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Inés Fonseca, la oriolana Esmeralda Grao, y el ilicitano Fraskito, recordando cómo las famosísimas Nanas de la cebolla fueron musicadas en su apartamento de la playa de San Juan por el cantautor argentino Alberto Cortez, que me lo contó personalmente, un invierno en el que paseaba de madrugada por el puerto pesquero en compañía de su mujer viendo preparar las barcas para salir a faenar y quedarse con el silbo tarareado de un pescador que encontró armónico, fue memorizando y encajó perfectamente con «la cebolla es escarcha cerrada y pobre...» que luego ha universalizado Serrat.
He llevado años luchando para que el Ayuntamiento de Alicante acogiera todo ese inmenso archivo hernandiano que Gaspar quiso donar e increíblemente no logró en vida. A cambio solo quería que el lugar de exhibición llevara su nombre o una modesta placa recordara su altruista gesto. Miguel Valor, otros más y muy recientemente Paco Sanguino saben del tema. Espero que una vez muerto lo consiga.
Hace un lustro llamé a Gaspar Peral en un artículo ·»faro y guía de presencias hernandianas·; su mejor homenaje postrero sería ese, que su Alicante donde muriera el poeta guardara tan inmenso fondo bibliográfico. Yo no le voy a escribir a la tierra pero en la suya yacente debe haber un hueco de gratitud lucentina y hernandiana a su figura.