Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

martes, 12 de abril de 2011

La monja del Sirio

Hace más de cien años, el paquebote “Sirio” se hundió en los bajíos de las Islas Hormigas, frente a Cabo de Palos. Un artículo en la prensa madrileña ha rescatado su memoria, añadiendo la hediondez al trágico del asunto. La avaricia del capitán y de la compañía era inconmensurable. No fue la tormenta -no la había- lo que hizo al navío encallar con Las Hormigas. Era la necesidad de recoger nuevos pasajeros de la playa, como algún día antes había hecho en Alcira. El barco iba ya abarrotado de emigrantes de paupérrima condición. El capitán, por cierto, huyó de los primeros, con su botín en la mano.
María Cegarra cantó en un hermoso poema a una monja, seguramente enfermera en el Sirio, que fue arrojada a la playa por el mar piadoso. Allí fue enterrada. Y ella, María, conservaba memoria del lugar. Tristemente, el poema termina con la tumba destruida por la vorágine constructora del desarrollismo de los 60, ni siquiera aguantó a la cultura del pelotazo, legal o ilegal, de los 80.
Pero a donde quiero llegar no es a la rememoración de todo esto. Ya lo he hecho otras veces, y seguiré haciéndolo, presumo, a la vista de las ocasiones en que reincido. Ahora quiero hablar de los tres días que Miguel Hernández, el Miguel Hernández que todavía no era Miguel Hernández, sino un muchacho humilde pero ambicioso de Orihuela, fue huésped de María en La Unión, esa ciudad alucinada que dijo Asensio Sáez, discípulo dilecto de María. Sucedió en el año del homenaje a Gabriel Miró en Orihuela, 1932.
Y quiero pensar que María, María Cegarra, la misma que impidió que aquel Miguel Hernández ignoto se le enamorara, llevaría a Miguel, en aquellos paseos que ella nos cuenta, en verso, que daban por los alrededores del pueblo, a la tumba de la monja del Sirio, allá en alguna caleta de Cabo de Palos. Y le contaría la historia. Y Miguel, que era de huerta y monte, acaso no entendiera aquel sentimiento de María por aquella monja, sin duda su hermana de destino profundo, al margen de la longevidad de María y el temprano martirio de la monja italiana. No hay mar en la poesía de Miguel, salvo menciones ocasionales, plenas de convención y en absoluto medulares.
Concluyendo la conjetura, añadamos como colofón que hubo de ser ella misma, quien, pasados los años, ya con el turismo en casa, escribiera el poema que, imaginamos, no escribió Hernández... El resto es silencio, claro. Vale.

Tomado de la página de Santiago Delgado el Oficio de escribir.