Por Leopoldo de Luis
La otra perla relativa a la estancia de Miguel Hernández en Puertollano,
por mí desconocida y que ahora uno a otras capturas del viento de la
memoria y de la desmemoria. Estancia no signada -pero situable entre
1934 y 1935- y conocida a través de una bella carta que Miguel, recién
llegado a Puertollano, escribe a Josefina. “Estoy muy cerca de
Andalucía, pero no paso a ella. Me ha impedido escribirte ayer mismo no
saber si me podías escribir a un punto fijo. Hoy viernes ya lo sé y te
pido me escribas a la dirección esta: M.H. Hotel Castilla. Puertollano.
Ciudad Real. Voy a vivir en este hotel el tiempo que haya de estar por
aquí y aunque todos los días saldré para algunos pueblos vendré a dormir
a él”. Ese trabajo de va-y-ven de Miguel Hernández por la comarca de
Puertollano ¿era ubicable en su cometido de las ‘Misiones Pedagógicas’
de la República, visitando pueblos menores y aldeas y volviendo a dormir
a la quietud amalgamada de frío y del grisú del Hotel Castilla?,
¿estuvo solo Hernández en Puertollano, o viajaba en compañía de alguien
más que no cita y por ello desconocemos? No sabemos casi nada, sólo su
enorme amor por Josefina y algunas pinceladas traviesas sobre la ciudad y
sobre la limpieza de los cuerpos. Incluso un retrato de ella dedicado e
interrogado -“dime si se parece a tí”-, con un corazón herido de amor que sangra sobre su nombre.
Pero sigamos con las notas de Hernández sobre Puertollano. “El
pueblo este se parece mucho a Orihuela, aunque es más frío y más
triste. En general casi todos los pueblos españoles se parecen un poco, y
tienen poco que ver que no sea alguna iglesia vieja y valiosa. Aquí lo
que hay son muchas minas de carbón”. Y poco más. Que Miguel
Hernández escribe un viernes frío, día después de su partida de Madrid a
Puertollano. Pero ¿por qué Puertollano? Saber más, es lo que anhelamos,
aún sabiendo que habría más, que debería haber más. Sabiendo, que la
observación de Hernández no se quedaría en esas solas notas sueltas. Con
toda seguridad haya un cuadernillo escolar garabateado y ya perdido,
con otras notas que hablan del frío húmedo del valle del Ojailén que
sube hasta la habitación, mal caldeada y húmeda, del hotel Castilla
donde Miguel contempla la foto quieta de Josefina, mientras el cristal
de la ventana se empaña de un vaho misterioso, que asemeja el esbozo de
una lágrima contenida.
También algunas notas rápidas sobre un minero encorvado, o sobre las
aguas derretidas de la Fuente Agria, que caen y gotean sin parar dejando
un rastro de óxido nítido y viejo de orín, en la noche de la memoria. Y
¿porque no?, notas de sus viajes e impresiones a Mestanza, a San
Lorenzo de Calatrava (donde los ciervos y jabalíes) y a Almodóvar del
Campo. Notas que hoy parecen perdidas, pero que sí fueron escritas en
días de luces fugaces de la otoñada que se enfría en los cerros y
trasmontes. Una soledad húmeda, incluso en la habitación del Hostal, que
no se disipa con la timidez del sol pacato de mediodía y con la
intuición presentida de la proximidad del Sur. Un Sur provincial donde
se estabilizaría el frente de Guerra años más tarde. Un Sur provinciano
que se esconde y agazapa tras las crestas crecidas de Puerto Niefla, y
los sueños puntiagudos de Puerto Pulido y Valderepisa. Para caer luego ,
como un sueño ebrio, ya sobre el valle del Guadalquivir en llegando a
Montoro.