REGRESO AL NICHO 1009
La niebla corta la oscuridad como un cuchillo y oculta a la luna que supongo
y, deseo llena; la noche se puebla de bruma y en ella tiemblan voces; imagino
espectros, siento presencia y… me nace el miedo.
Adoleceré
de falta de originalidad y diré que lo intuía, estas sensaciones confirman mis
temores, fundamentan mis sospechas, esta noche es especial en este lugar y,
para mí, será tétrica y larga.
El
valor no es una de mis virtudes, no obstante acepté este puesto de trabajo, en
el cementerio, por pura necesidad de supervivencia. Había agotado la prestación
por desempleo, mis ahorros se habían esfumado, no me podía permitir decir que
no a una oferta laboral sea cual fuere y, por lo tanto dije sí. Y no todos los
días me arrepiento, pero algunas noches sí.
Y
esta noche de luna llena tamizada de niebla, va a ser una de esas ocasiones en
las cuales maldiga mi decisión, lo sé. Hace lustros que sucede y este año no va
a ser una excepción, al contrario, precisamente este año, sucederá con más
razón.
En
otras ocasiones he oído susurros, rumores; he sentido presencias, he
presenciado presentimientos; he visto sombras deslizarse evanescentes,
misteriosas; y, por si todos esos sobresaltos no fueran suficientes, cada
treinta de octubre, sucede esto. Pura magia incomprensible o inexplicable que
empieza con una mirada, unos ojos oscuros y muy abiertos que, ávidos de luz, me
miran por un instante.
Pero
vayamos despacio y en orden cronológico, contaré primero lo acontecido ayer y
luego, si hay ocasión, lo que suceda hoy según vaya ocurriendo.
Ayer
el día comenzó lloviendo. Una tormenta gris e infernal, con viento de ráfagas
fuertes y gélidas. Septiembre había sido soleado y cálido, en cambio en octubre
todo cambió; todo, no solamente el tiempo, y yo sabía que aquellos cambios eran
un mal presagio, un funesto augurio…
Aquel
nuevo día no me gustaba y menos aun me atraía su noche. Los truenos no cesaban,
parecían enfadados y no permitían la aparición del habitual y necesario
silencio nocturno. Y eran truenos de esos desgarradores que interrumpen el
descanso si has tenido la fortuna de haber conciliado el sueño, truenos
hórridos de los que arrastran miedos consigo y ya no te permiten dormir si te
sorprenden despierto.
Las
gotas de lluvia castigaban el mármol de las tumbas sin descanso. No sé cómo
alguna vez llegué a pensar que era grato y relajante ese ruido estridente. De
repente cesó el temporal, como si una parte de mis oraciones hubieran sido
escuchadas y las peticiones formuladas en ellas, concedidas. Sin embargo, una
tiniebla amenazadora y tan silenciosa que se podía escuchar su sonido,
resultando este tan horrísono y estrepitoso como el de la furia de la tormenta,
sucedió al chaparrón.
El
frío de la noche y la humedad persistente golpeaban en mi rostro manteniéndome
despejado, el miedo me mantenía alerta, atento a cualquier sonido, a cualquier…
mirada. En el cementerio apenas se vislumbraban sombras y de vez en cuando, con
ayuda de los rayos, la intermitente blancura violenta de las lápidas impactando
contra el fondo negro se las tinieblas.
Y
entonces lo vi.
No
era un fantasma esa figura oscura que ayer surgió entre las tinieblas dándome
un buen susto, era mi predecesor en el puesto, un vigilante ya jubilado, aquél
que había resistido tanto tiempo de misterios e incertidumbres en el cementerio
de Orihuela [Alicante], que ahora, ya apartado del servicio, apenas podía dejar de
visitarlo a diario. Tal era la atracción que ejercía el camposanto.
No
me produjo demasiado pavor su presencia, lo había visto en otras ocasiones y
supe enseguida que era él, que esta vez no era un espectro ni un engendro, que
se trataba, al menos por el momento, de alguien humano y vivo.
En
cuanto puso el pie dentro del cementerio fui tras él, lo seguí, aunque bien
sabía yo el lugar al que se dirigía. Al nicho 1009. Se detuvo en una zona casi
en penumbra, allí donde la luz de las farolas del paseo nunca se atreven a
entrar, frente a un nicho sin flores que ya nadie visita porque está vacío. El
famélico esqueleto que sucedió al famélico cuerpo que lo habitaba, fue
trasladado hace tiempo, en 1987 si no recuerdo mal, a otro panteón donde reposa
en la actualidad junto a su esposa y su hijo.
_
Miguel ya no está ahí y tú lo sabes mejor que nadie- dije sin saludo previo.
_ Sí
lo sé, pero aquí estuvo mucho tiempo, casi tanto como yo he estado cuidando de
este recinto sagrado.
_ Y
¿qué te trae hoy por aquí y a estas horas intempestivas?
_
Mañana es su cumpleaños, ¿lo sabes, verdad? Su centenario para más detalle.
_ Sí
lo sé, es una fecha marcada en rojo en mi calendario.
_ No
temas, lleva años sucediendo, son sus amigos, vienen a saludarle, pasan un rato
con él, lo felicitan según su propia ambigua tradición y, tal como parecen, se
vuelven a marchar. No te pasará nada malo.
_
Quizá, pero sigue sin gustarme, no consigo acostumbrarme.
_
Este año será especial.
_ Lo
dices por que se trata del centenario de su nacimiento.
_
Sí, pero hay algo más- me dijo tendiéndome un recorte de un periódico y
poniéndolo al alcance de mi mirada. Solo leí el titular, no había luz
suficiente para desenmarañar las pequeñas letras negras del resto del artículo
que se apelotonaban confusas en la oscuridad, no obstante, con lo que vi fue
suficiente para comprender de qué se trataba.
“En
breve aparecerán dos poesías inéditas de Miguel Hernández”.
_ A
estas alturas nuevos poemas, ¿crees que es cierto o es un titular más de la
prensa sensacionalista con motivo del centenario?- no respondió pero por la
forma en que me miró supe que sí. Creía que era cierto. Lo sabía.
Estuvo
mucho tiempo en silencio, mirando fijamente al nicho 1009, movía sus labios
pero no emitía sonido alguno, pensé que rezaba, luego, de repente, comenzó a recitar
un poema.
_
“Sí se me acaba la vida
y
de mí no sabes más
busca
en la tierra de España
que
cruzado a sus terrones
en
ella me encontrarás…”
_ Es
uno de los poemas nuevos ¿verdad? Los tienes tú.
_
Sí, es un romance, se titula: “Si se me acaba la vida”, el otro es una silva
asonantada, su título: “El retorno”.
_ Si
me permites la pregunta, ¿cómo han caído en tus manos?
_
Eran de mi padre, compartió literatura y trincheras con Miguel, fueron
compañeros del mismo bando durante la guerra, estuvieron juntos todo el año
1937, el poeta le regaló dos poemas escritos de su puño y letra cuando se
despidieron y sus vidas se separaron. Mi padre me los entregó poco antes de
morir, poco antes de volver a ser compañero de Miguel aquí, en el cementerio,
estos dos poemas eran su tesoro más querido, ¡están tan deterioradas las dos
cuartillas de tanto manosearlas y leerlas que casi se les cae la tinta!
_
¿Estás completamente seguro de que son obra de Miguel Hernández?
_
Totalmente seguro, además de tener el testimonio de mi padre, con lo cual ya
sería suficiente garantía, he visto y estudiado sus características literarias,
están plagados de referencias a su tierra amada, de ecos amorosos y
sentimientos de dolor, de palabras de sangre y de gritos de muerte. Tienen
todas las características de la escritura de Miguel.
_
¿Conservas entonces los originales con la letra del poeta?
_
Los conservaba hasta hace un par de días, ahora no sé dónde están, aunque lo
sospecho. Por estas fechas siempre me sucede lo mismo, desaparecen
misteriosamente, no los encuentro donde los dejé, se evaporan abandonando en
lugar donde los guardo, no hay caja fuerte ni combinación que consiga
retenerlos. Vuelan. Después, al día siguiente de su cumpleaños, vengo a
buscarlos aquí, al cementerio. Siempre los hallo al pie del nicho 1009.
Siempre. Si mañana no pudiera venir yo, ¿quieres tú buscarlos pro mí y
guardarlos hasta que yo regrese?
_
Sí, los buscaré y si los encuentro los guardaré, pero ¿por qué razón no podrás
venir tú, como siempre, a por ellos?
_ No
lo sé, es un presentimiento, una más de mis locuras. Desde que decidí publicar
los poemas tengo una extraña sensación, como si no estuviera obrando bien, como
si fuera a arrojar luz a una sombra secreta que no me pertenece y cuyo
propietario prefiere mantener en la arcana penumbra de la inexistencia.
_ Si
en verdad hay dos obras inéditas de Miguel Hernández la humanidad debe
conocerlas, no se pueden mantener en secreto, no se deben ocultar a la historia
de la literatura y menos ahora, en plena celebración del centenario del
nacimiento del poeta. No son tuyas, ni de tu padre, ni siquiera de Miguel, son
patrimonio de la humanidad.
_
Sí, piensas igual que yo, pero tal vez “ellos” no piensen lo mismo, mañana
obtendremos la respuesta.
Ya
había amanecido cuando llegué a casa calado hasta los huesos y con frío en
cuerpo y alma. La ducha consiguió hacerme entrar en calor pero también
desvelarme, di mil vueltas en la cama y ante mi inquietud creciente y el
nerviosismo que me impedía dormir, opté por levantarme.
Pasé
el día sumergido en el aturdimiento del insomne, creyéndome observado por unos
ojos oscuros permanentemente abiertos, leyendo poemas de Miguel, buscando
anécdotas de su vida…
No
lo mataron, ni siquiera tuvieron ese detalle que hubiera acortado su padecimiento,
lo dejaron morir en soledad, lo dejaron apagarse poco a poco, consumiéndose en
el dolor y la angustia de su celda. Quizá por eso murió con los ojos abiertos,
para no perderse nada de las miserias humanas, para que en sus pupilas, viera
quien lo amortajaba, el reflejo de la injusticia cometida, para que sus ojos
oscuros, en búsqueda permanente de la luz, me miraran cada año desde el
silencio de su niebla.
Y
aquí estoy de nuevo, en mi puesto, sumergido en la oscuridad de la noche en el
cementerio, hundido en el miedo; ya siento los ojos abiertos clavados en mi
cuerpo, ya oigo susurros, percibo carreras veloces en los pasillos vacíos del
camposanto, siento como se aproximan. Es ya medianoche, es ya treinta de
octubre y no podían faltar a su cita.
No
son fantasmas los que salen de la niebla, es la propia bruma la que nace de sus
lamas yertas. Son los mismos de siempre, sus amigo; son poetas y escritores,
todos ellos, como Miguel, ya fallecidos hace tiempo. Puedo verlos con mis ojos
asustados a la luz de la poca luna que atraviesa su niebla, ahí están: Juan
Ramón Jiménez, Neruda, León Felipe, Lorca, Vicente Aleixandre, Luis, Emilio,
Manolo, Alberti, Arturo, Pedro, Juan, Antonio Machado; levitan murmurando sus
poemas, avanzando entre la niebla que les nace a cada paso, se detienen a los
pies de una sepultura. La de siempre.
De
nuevo huele a azahar esta tierra yerta, de nuevo recitan versos sobre la tumba
donde yace Miguel y, despierta la mirada incesante del “hombre que acecha”
mientras yo tiemblo y “el rayo no cesa”. Parece de nuevo que el Miguel
amigo ha llamado a los poetas como hizo en vida y ellos, esta vez
sí, han acudido a su llamada.
Y
parece que ya desaparecen, difuminados en su niebla, se apartan de la tumba y
yo me acerco a ella. Sobre el túmulo de Miguel han escrito las manos
descarnadas de sus amigos un fragmento de uno de sus poemas:
“Callo
después de muerto.
Hablas
después de viva.
Pobres
conversaciones
desusadas
por dichas,
nos
llevan a lo mejor
de
la muerte y la vida.”
Al
final, justo encima de sus nombres, otra frase: Feliz centenario Miguel.
Se
ha trasladado el rumor de sus versos a otro lugar apartado, al sitio que bien
conozco; ahora toda la comitiva de aparecidos, arrodillados junto al nicho
1009, recitan un poema:
_
“No salgas al camino del retorno
que
el que esperas ha muerto.
Esconde
tus sonrisas y tus flores
y
sigue con la rueca de tu ensueño”.
Es
su amigo más cercano, Vicente Aleixandre, quien entona con mayor fervor los
últimos versos del poema:
_
“Soy viajero
de
un camino de horror
que
sella el labio, ciega los ojos
y
me abrasa el pecho”.
Se
levantan, se despiden, desaparecen. Sopla el “viento del pueblo” persiguiendo
aromas dulces sin calvarios, arrastrando ausencias en la niebla. En la bruma
desaparecen y ésta desaparece con ellos, como si fantasmas y nebulosa una sola
cosa fueran.
Siento
la mirada ardiente de unos ojos grandes y densos en mis manos, tengo una
promesa por cumplir: de “nacido en mala luna” paso a sentirme “perito en luna
llena” y, a su luz, que sí se atreve a iluminar el nicho 1009, busco dos
cuartillas escritas a mano. No tardo en encontrarlas, al pie del gélido mármol
que oculta la concavidad donde durante muchos años reposó el cuerpo de su
autor, las han dejado.
Dos
cuartillas, ambas escritas por las dos caras, repletas de sus letras dolorosas
y de su literatura ensangrentada. Cada una de ellas contiene un poema y un
pedacito de su alma: “Si se me acaba la vida” y “El regreso” rezan los títulos
de cada una de ellas en su inicio.
Se
le acabó la vida a Miguel demasiado pronto y no pudo regresar.
Ya
no hay niebla, ni fantasmas. Solo silencio, luna llena y letras inéditas en
azul melancolía, cubren la tumba del poeta.
* Nota del autor: El fragmento
escrito en negrita es una adaptación del inicio de otro relato, el titulado
“Croac” cuyo autor es Javier Valls Borja.
Anónimo