viernes, 8 de agosto de 2014
Miguel Hernández.
El cuaderno de los cuatro cuentos.
El cuaderno de los cuatro cuentos.
Mis tíos Eusebio e Isabelita, y mi primo Julio, en la Barcelona de la posguerra.
Hace unos días, la Biblioteca Nacional dio a conocer la adquisición
del último manuscrito de Miguel Hernández. Confeccionado en la cárcel de
Alicante, en un cuadernillo hecho con papel higiénico y cosido con hilo
de palomar, contiene cuatro cuentos dedicados a su hijo Manolito.
Estaba en poder de mi primo Julio Oca, "Petete", y fue encontrado entre
los papeles de mi tío Eusebio Oca Pérez, cuando a la muerte de su
esposa, mi tía Isabelita, sus hijos revisaron los viejos papeles que
guardaba en su casa. Mi tío "Eusebito el de Barcelona", fue compañero de
cárcel de Miguel Hernández y lo acompañó en la enfermería donde estaba
destinado a causa de una grave deformación en la columna vertebral que
le impedía hacer trabajos físicos. Excelente dibujante, periodista y
maestro de escuela fue, durante la guerra, secretario local de la FUE,
el sindicato estudiantil de izquierdas, por lo que fue condenado a una
larga pena de prisión y desterrado posteriormente a Barcelona, donde
rehizo su vida y llegó a tener otros cuatro hijos, mis primos Eusebio,
Carlos, Tana y Merceditas, además de "Petete", que tenía la misma edad
que Manolito, el hijo de Miguel Hernández. Contaba mi tía Isabelita que
en alguna ocasión entró en la prisión llevando en brazos a Manolito,
haciéndolo pasar por su hijo Julio, para que el pobre Miguel pudiera
verlo; ya que las autoridades carcelarias no autorizaban a Josefina
Manresa y su hijo entrar a visitarlo, porque no estaban casados por la
Iglesia, sino solo por matrimonio civil, que los franquistas no
reconocían. Miguel escribió sus cuentos en el cuadernillo de papel
higiénico y después se los entregó a mi tío Eusebio para que los
ilustrara, rotulara y encuadernara de una manera vistosa, con el
propósito de regalárselos a Manolito en el día de su santo. Mi tío llegó
a ilustrar y rotular dos de ellos, que hoy día están publicados, y
Miguel, agradecido, le regaló el cuadernillo como recuerdo. Ahora, este
cuadernillo ha entrado en la Biblioteca Nacional con todos los honores.
Poco después moría Miguel en el más completo desamparo, en una
enfermería indigna y cochambrosa, y sus verdugos creyeron que con él
desaparecería su poesía. Pero no fue así. Miguel es eterno, como su
Elegía o sus Nanas de la Cebolla; aunque hemos de reconocer que aquellos
curas inclementes (el canónigo Almarcha y el padre Vendrell) que lo
dejaron morir sin el tratamiento adecuado, nos robaron todos los versos
encendidos y maravillosos que hubiera escrito Miguel, si se le hubiera
permitido morir de viejo.
Mi tío Eusebio Oca Pérez realizó también el último retrato hecho a
Miguel, ya muerto, y guardó como un tesoro sus últimos escritos. En
Barcelona se ganó la vida como dibujante de películas de dibujos
animados (Garbancito de la Mancha) y diseñador de chimeneas para una
empresa catalana. Nunca lo dejaron ejercer de maestro.
Él también es inmortal.
Estoy orgulloso de mi familia.
Miguel Ángel Pérez Oca.