30.10.10 -
Entrevista de PEDRO SOLER | |||
Es que «cuando nací, mi tío ya no vivía fijo en Orihuela. En la foto en la que aparezco con el lazo, ya se habían trasladado mis padres a Madrid, y yo todavía ni andaba. Mi padre trabajaba en el Banco Español de Crédito en Orihuela y había solicitado el traslado a Madrid, pero no estuvimos mucho tiempo allí por los rumores que ya había sobre esa guerra fratricida que nunca debió ocurrir». Afirma también que Miguel «siempre tenía la sonrisa puesta. Cuando volvió a Orihuela de su viaje a la Unión Soviética, me trajo dos juguetes; sólo recuerdo entre brumas que me levantaba sobre su cabeza con un muñeco que me había traído. También creo que había mucho jaleo alrededor, no sólo por la alegría familiar, sino por la de toda la vecindad, según recordaba de mi madre». -¿Cómo era, qué le decía? -Aprendí a quererlo como a un santo. Al volver de una de sus idas al frente, en un tiempo frío, vino, al parecer, con camisa y pantalones, sin nada de abrigo. Se había ido llevando un chaleco, no sé si de cabra o de oveja, bastante abrigado. Al preguntarle qué había hecho con él respondió que se lo había dado a un compañero que lo necesitaba más. Cuando lo trasladaron al Reformatorio de Alicante, donde vivíamos entonces nosotros por el trabajo de mi padre, convivimos mucho con ellos. La tía Josefina y mi primo Manolín venían primero de casa de mis abuelos, en Orihuela, donde habían estado un tiempo y, después, desde Cox, donde su hermano tenía una barbería. -¿Recuerda también algo de su tía Josefina? -Ella era modista. Venía a menudo a nuestra casa, generalmente cuando había permiso para una comunicación. Siempre iba mi madre con ella a la cárcel y, cuando la tía Josefina no estaba, iba mi madre sola o con nosotros, para llevarle lo que podía enviar la familia de Orihuela. Otras veces, íbamos todos, y los niños nos quedábamos esperando en la puerta de la cárcel. Sólo el día de las Mercedes nos dejaban entrar a un patio soleado a los cuatro niños; y allí estaba el tío Miguel, esperando impaciente. -¿Qué me puede contar de los padres de Miguel? ¿Cómo eran? -Mi abuela Concha era cariñosa, dulce, menuda… se preocupaba por todo y por todos. A veces, los nietos armábamos demasiado jaleo y se fatigaba enseguida; cuando nos dábamos cuenta, parábamos y nos pedía un inhalador que siempre tenía en su mesilla y aspiraba hasta que, poco a poco, se recuperaba. Iba una señora para asear la casa pero, aun así, ella no estaba quieta nunca. Mi abuelo, Miguel, era un hombre alto, bien parecido, con el cabello blanco desde muy joven. Siempre vestía traje completo, con chaleco y sombrero, con un reloj de oro con cadena cruzándole el pecho y siempre con bastón. Después de la cena, nos solía dar un paseo a mi hermano Paco y a mí, y nos iba contando historias sin soltarnos de la mano. -¿Qué sabe de Ramón Sijé y de su amistad con Miguel? - Formaban un grupo de amigos, todos aficionados a la literatura, que acordaron reunirse por la noche en el horno de los Fenoll: los mismos Fenoll, Ramón Sijé (entonces novio de una hermana de Fenoll), el tío Miguel, Poveda… y otros. Mi tío Miguel había coincidido con Ramón Sijé en los jesuitas y en aquellas tertulias de los Fenoll afianzaron su amistad. -¿Qué supo de su trayectoria poética? -Era demasiado pequeña para darme cuenta de nada. Empecé a saberlo alrededor de los trece años cuando buscaba en casa de mis abuelos los libros escondidos allí. -¿El último recuerdo de Miguel vivo? -El día de las Mercedes, en el patio de la cárcel, en una nebulosa que apenas se me ilumina. Recuerdo su alegría al vernos allí. Mi madre sí que recordaba el último día de su vida. Estaba en una enfermería sucia, sin gasas ni otras cosas necesarias en un espacio sanitario, con la tía Josefina. Tenía flemas y mi madre se las extrajo como pudo con un pañuelo limpio que llevaba. La noche de ese día descansó por fin de tanto sufrimiento, de tanto dolor. Subiría a las cumbres que tanto amaba, el Canto Foral, la Cruz de la Muela, los restos exiguos de un castillo… Sería por fin libre. La suya fue una muerte infame, porque murió poco a poco, porque no pusieron remedio a su enfermedad, porque ni siquiera supimos si le habían aplicado algún tratamiento. -El obispo Almarcha afirmaba en 1974 que se lo encontró en Orihuela, al terminar la guerra, que Miguel fue a verlo a su casa. Miguel le dijo que nada tenía que temer, porque nada había hecho. Estuvo en la cárcel, salió en libertad, volvió a Orihuela, volvió a la cárcel y… murió con los ojos abiertos. ¿Ha leído todo esto? ¿Qué ha pensado? -El señor obispo quiso, cuando le fue a visitar a la cárcel, forzarlo a que renegara de sus ideas y escritos públicamente, que le darían dinero y la libertad. Se negó a todo. Mi madre y la tía Josefina lloraban: «¿Por qué no has dicho que sí?», preguntaban. Su respuesta fue: «La cárcel y las mujeres se han hecho para los hombres». Y el señor obispo se fue enfadado y no quiso saber más de él. - Hábleme ampliamente de la casa de Miguel, de la higuera, de las cabras… ¿Cuándo estuvo usted en ella por última vez? ¿Era como la muestran ahora? - Hace varios años que no he ido por allí, la última vez que fui no me gustó porque no tenía nada que ver con mis recuerdos: muebles y armarios que no se parecían a los que yo había conocido. En el patio había desaparecido la gran higuera que sobrepasaba los tejados, hasta las cuadras eran distintas y en el huerto, su huerto predilecto, faltaban árboles. Yo recuerdo tres higueras, de higos blancos, napolitanos y brevas, además de un limonero, flores, hierba, las piteras junto a la pared del fondo, una morera muy alta… A no ser que hayan hecho cambios posteriormente, no es el huerto de mi tío, ni el mío. -¿Hasta qué punto se pudo tergiversar lo del pastor de cabras en su vida cuando ahora se dice que no pasó ningún tipo de necesidad? -No pasó necesidades cuando era un niño y vivía en casa de sus padres. Trabajó esporádicamente en el cuidado de las cabras, cuando no estaba estudiando o trabajando en otros empleos. Cuando se fue a Madrid, en contra de la voluntad de su padre, éste le dijo, al despedirse, que sus puertas estarían siempre abiertas para cuando quisiera volver, ya que aquélla era su casa. El tío Miguel era también un poco testarudo y siguió en Madrid, aun cuando allí sí que estaba pasando algunas necesidades; sólo aceptó la ayuda de sus hermanos y de algún amigo, seguro que con el ánimo de devolvérsela. -Visto desde la lejanía, ¿se ha mitificado su figura, por su pensamiento, por su poesía, por su muerte? -Sería mejor decir que, si se ha mitificado su figura es, precisamente, por su pensamiento, por su poesía y por su muerte. -Se ha dicho que en Orihuela no se le quería, que le tenían envidia, no sé si también odio. O al menos que no se le tenía cariño. ¿Puede ser verdad? -Esto me deja un poco sorprendida. Es la primera vez que oigo esa opinión y quizás pueda tener una ligera idea de dónde ha podido surgir. En general, en Orihuela la gente lo quería, pues era una persona abierta, generosa y comunicativa. -¿Se ha interesado usted de una forma especial por su persona o por su poesía? ¿Por qué poema, por qué libro siente preferencia? -Aunque era muy pequeña cuando él murió, su recuerdo se ha mantenido vivo en los testimonios de mi madre; para mí, era uno más de la familia, siempre presente en nuestras vidas. No puedo elegir un solo libro o poema, pero sí hay uno que siempre me emociona hasta las lágrimas: la 'Elegía a Ramón Sijé'. -¿Qué hablaría con él si se lo volviera a encontrar? ¿Qué le diría? -«Que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero».
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Sinopsis:
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