Los restos del genial poeta oriolano Miguel Hernández descansan
bajo una hermosa lápida de mármol blanco en el cementerio de Alicante,
siempre llena de flores y cartas de admiradores de su obra. Junto a él
reposan también los de su esposa, Josefina Manresa, y los de su único hijo, Manuel Miguel, fallecido en 1984.
Pero no siempre fue así: tras su muerte por tuberculosis en la prisión
de Alicante a la que lo envió el franquismo (hoy, los juzgados
alicantinos) el 28 de marzo de 1942, con 31 años, su cuerpo terminó en el nicho 1.009 del cementerio municipal. Un nicho por el que la familia debía pagar un alquiler.
Y las penurias de la época a punto estuvieron de dar con Miguel Hernández en una fosa común por impago. Así lo revelan unas cartas que obraban en el archivo del poeta guipuzcoano Gabriel Celaya, y que la Diputación Foral de Guipúzcoa acaba de ceder a la Fundación Cultural Miguel Hernández, en Orihuela. En ellas se da cuenta de lo cerca que estuvo el literato de perder el derecho al nicho, y de cómo un grupo de escritores y amigos de la familia se conjuraron para recaudar las 2.000 pesetas necesarias para evitarlo.
Así, en una carta de los escritores alicantinos Vicente Ramos y Manuel Molina a Celaya, fechada el 10 de enero de 1952, se cuenta que «el próximo mes de marzo, los restos mortales de Miguel Hernández pueden pasar del nicho que ocupan a la fosa común». Y sigue: «A todos nos dolería que tal cosa ocurriera, y el modo de evitarlo no es sino el de recaudar para su viuda unas cuantas pesetas». En concreto, 2.000, de las que la Colección Ifach, a la que pertenecían Ramos y Molina, aportaba 250.
La respuesta de Celaya llegaría un mes después, el 9 de febrero, junto con un giro postal de 585 pesetas recolectadas entre intelectuales vascos. La misiva daba cuenta de los problemas que había tenido el poeta al implicarse en el mantenimiento del nicho: «Me han acusado de estar organizando un Socorro Rojo y no se cuántas otras tonterías. He reñido con todos los poetas, todos los directores de periódico y todos los intelectuales de San Sebastián. Pero no importa, de vez en cuando hay que sacudirse de polvo y paja».
Pese a los problemas que tuvo por organizarla, la cuestación de Celaya fue un éxito. Así lo atestigua la carta: «Hace unos días te envié por giro postal 585 pesetas para la tumba de Miguel», celebra, «y tengo 50 pesetas más que te mandaré el lunes». «Y es posible que también envíen directamente a Ifach algunas cantidades». La carta, además, iba acompañada de un poema de Celaya «que escribí ayer por la noche» para la revista Bernia, que editaba Ifach.
Estas cartas, que revelan cómo se salvaron los restos de Miguel Hernández de acabar en una fosa común en 1952, forman parte junto a otros 16 documentos (artículos, más cartas, ensayos sobre Miguel Hernández...) del lote que la Koldo Mitxelena Kulturunea ha cedido a la Fundación que mantiene el legado del poeta, a punto de cumplirse 75 años de su muerte.
Y las penurias de la época a punto estuvieron de dar con Miguel Hernández en una fosa común por impago. Así lo revelan unas cartas que obraban en el archivo del poeta guipuzcoano Gabriel Celaya, y que la Diputación Foral de Guipúzcoa acaba de ceder a la Fundación Cultural Miguel Hernández, en Orihuela. En ellas se da cuenta de lo cerca que estuvo el literato de perder el derecho al nicho, y de cómo un grupo de escritores y amigos de la familia se conjuraron para recaudar las 2.000 pesetas necesarias para evitarlo.
Así, en una carta de los escritores alicantinos Vicente Ramos y Manuel Molina a Celaya, fechada el 10 de enero de 1952, se cuenta que «el próximo mes de marzo, los restos mortales de Miguel Hernández pueden pasar del nicho que ocupan a la fosa común». Y sigue: «A todos nos dolería que tal cosa ocurriera, y el modo de evitarlo no es sino el de recaudar para su viuda unas cuantas pesetas». En concreto, 2.000, de las que la Colección Ifach, a la que pertenecían Ramos y Molina, aportaba 250.
La respuesta de Celaya llegaría un mes después, el 9 de febrero, junto con un giro postal de 585 pesetas recolectadas entre intelectuales vascos. La misiva daba cuenta de los problemas que había tenido el poeta al implicarse en el mantenimiento del nicho: «Me han acusado de estar organizando un Socorro Rojo y no se cuántas otras tonterías. He reñido con todos los poetas, todos los directores de periódico y todos los intelectuales de San Sebastián. Pero no importa, de vez en cuando hay que sacudirse de polvo y paja».
Pese a los problemas que tuvo por organizarla, la cuestación de Celaya fue un éxito. Así lo atestigua la carta: «Hace unos días te envié por giro postal 585 pesetas para la tumba de Miguel», celebra, «y tengo 50 pesetas más que te mandaré el lunes». «Y es posible que también envíen directamente a Ifach algunas cantidades». La carta, además, iba acompañada de un poema de Celaya «que escribí ayer por la noche» para la revista Bernia, que editaba Ifach.
Estas cartas, que revelan cómo se salvaron los restos de Miguel Hernández de acabar en una fosa común en 1952, forman parte junto a otros 16 documentos (artículos, más cartas, ensayos sobre Miguel Hernández...) del lote que la Koldo Mitxelena Kulturunea ha cedido a la Fundación que mantiene el legado del poeta, a punto de cumplirse 75 años de su muerte.