Cinco pesetas por la vida de Miguel Hernández
El reloj de oro de Aleixandre fue su última posesión. Decidió venderlo en Moura. Ese día 30 de abril de 1939, domingo, intentó el trueque. Josefina contaría después que era el único regalo de su matrimonio. El joyero le denunció a la Policía de Fronteras y fue detenido allí mismo. Llevaba en su poder 20 escudos y dos salvoconductos inútiles y el libro La destrucción del amor y un ejemplar del auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. Recuerdo de sus flirteos con la religión que le inculcara su amigo del alma y el que le quiso alejar de Pablo Neruda, de Aleixandre o de Rafael Alberti.
Miguel era un alma libre: No hay cárcel para el hombre/ no podrán atarme, no/Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior/quién enseña una sonrisa/quién amuralla una voz...
Miguel fue conducido al depósito carcelario de Rosal de la Frontera desde Moura el 3 de mayo de 1939. "Ruego se sirva admitir en el Depósito Municipal del Ayuntamiento a Miguel Hernández Gilabert, el que queda a disposición del señor secretario de Orden Público e Inspección de Fronteras". La rúbrica era de Antonio Marqués Bueno.
La primera vez que Miguel es interrogado fue a las doce del mediodía del 4 de mayo de 1939 ante el agente de segunda clase del Cuerpo de Investigación y Vigilancia y un agente auxiliar: Antonio Marqués Bueno y Rafael Córdoba Collado. En sus anotaciones identificaban al poeta como "Miguel Hernández Gilabert, de 28 años, casado en la que fue zona roja, de profesión escritor e hijo de Miguel y Concepción. Fue entregado en este puesto fronterizo por haber pasado clandestinamente desprovisto de la documentación necesaria a este efecto".
El premio para los guardinhas lusos que lo entregaron fue de cinco pesetas, el precio que pagaba el Régimen de Franco a los colaboracionistas que entregaran refugiados o huidos a través de la frontera con Portugal.
Según consta en el Registro Municipal y Servicio de Depuración de Detenidos del 4 de mayo de 1939, allí compartieron ese día cautiverio con Miguel Hernández, un hombre y una mujer: Victoriano Borrero Frutos y Francisca García Villanueva.
El interrogatorio duró diez horas. Medio día de torturas. Golpes que ocultó en sus cartas a Josefina. "Ve a mi casa y di a mi padre y a mi hermano que un día de estos me llevan a Huelva desde este pueblo y que es preciso que me reclamen de Orihuela. Que hablen con don Luis Almarcha.... (otra vez el obispo) y quien sea preciso para la consecución de mi traslado a nuestro pueblo. La detención no es nada de importancia, pero haz lo que te digo para estar junto a nuestro hijo y a ti lo más pronto posible. No te preocupes, nena. Como bien, me tratan bien y a lo mejor desde Huelva paso a Orihuela antes de que nuestros amigos pudientes de ahí hayan hecho gestión alguna". Miguel se mostraba 'confiado' en la justicia de Franco, sabedor de que la carta iba a ser leída por sus captores.
La verdad era muy distinta. Los captores se emplearon a fondo, golpeándole la cabeza y los riñones hasta hacerle orinar sangre.
El único apoyo que tuvo Miguel en Rosal se lo dio otro preso, Francisco Guapo, y su mujer, Manuela, que le llevaba el poco alimento que fue capaz de comer.
Hoy su nuera, Lucía Izquierdo, recuerda que los amigos de Miguel sabían que moriría en prisión. Allí sólo sobreviven los débiles (los canijos). Y Miguel era un hombretón de 175 centímetros de estatura al que gustaba comer, acostumbrado a la pitanza campestre. Pero incapaz en el presidio de aceptar comida que necesitaban sus compañeros.
La confesión del poeta fue la que quisieron. En los escritos que se conservan ponen en su boca que "Lorca era un hombre de mucha más espiritualidad que Azaña, que no desconoce que era pederasta y que a pesar de esto era uno de los hombres de más espiritualidad de España, y que después del teatro clásico, él ha sido una de las mejores figuras; advirtiendo a los agentes que suscriben tengan cuidado no se repita el caso de García Lorca, que fue ejecutado rápidamente y según tiene entendido el mismo Franco (nuestro inmortal Caudillo) sentó mano dura sobre sus ejecutores".
Después de aquel atroz interrogatorio, sus inquisidores apuntan las pertenencias del preso: veinticinco escudos con cuarenta centavos y los dos salvoconductos para desplazarse a Sevilla y Cádiz.
La conclusión de los agentes de Rosal parece más bien una condena: "Es de suponer que este individuo haya sido en la que fue zona roja por lo menos uno de los muchos intelectuales que exaltadamente ha llevado a las masas a cometer toda clase de desafueros, si es que él mismo no se ha entregado a ellos".
Los documentos, que carecen de membrete, según apunta Cerdán Tato en su Geografía Carcelaria, llevan un sello de la Jefatura de Seguridad del Puesto de Rosal de la Frontera y la firma sólo figura al pie de la declaración. El atestado ocupa las primeras páginas del Procedimiento Sumarísimo de Urgencia 21.001 que condena al poeta a pena de muerte de acuerdo con la sentencia dictada el 18 de enero de 1940.
Como si un camino hacia la perdición escrito en algún sitio tratara de seguir, Miguel Hernández tuvo la mala fortuna de que en Rosal estuviese destinado un guardia civil vecino suyo, de Callosa del Segura, que le reconoció y aportó toda una leyenda de rebelde y escritor comunista. Qué fatalidad. A esa letanía de cargos, Miguel añadiría otro infortunio. Era de Alicante, lo que sirvió a sus verdugos para intentar relacionarle con el fusilamiento de Primo de Rivera. Quién les convencía de lo contrario. En su fantasía de cargos inventados pesaba el hecho de que cuatro de los milicianos que participaron en el fusilamiento de Rivera eran de Huelva. José Pantoja Muñoz, Guillermo Toscano Rodríguez, Miguel Quintero Cruz y Luis Serrat Martínez. Todos fueron depurados entre 1939 y 1941 en un procedimiento que comenzó precisamente el 15 de mayo de 1939.
El 9 de mayo de 1939 Miguel Hernández ingresa en la Prisión Provincial de Huelva. En su ficha, que se conserva en la biblioteca del presidio que lleva hoy su nombre, se concreta que entró a las 12:30 de la mañana. Dos días después, el 11 de mayo de 1939 era conducido a la Prisión Provincial de Madrid.
Once días de mayo agitados, repletos de miedos, acechanzas, traiciones que abrieron la puerta de un rosario de traslados a presidio que tiene 2.300 kilómetros de recorrido por los cerrojos de media España hasta que muere el 28 de marzo de 1942 en la enfermería del Reformatorio para Adultos de Alicante.