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jueves, 17 de agosto de 2017
Antonio Machado y Cataluña. "El desprecio por la cultura nacional"
Machado y Cataluña
El poeta, lejos de ser anticatalanista, apreciaba su cultura. “Madrid es una capital y Barcelona es una ciudad de veras”, dijo
Última foto de Antonio Machado, tomada en su exilio francés de Colliure.
Me entero por EL PAÍS de que en Sabadell ejerce actualmente un "historiador local"
independista y perdonavidas, Josep Abad, a quien el Ayuntamiento de
dicha ciudad pidió hace poco un informe. Un informe que propone la
exclusión del callejero sabadellense de los nombres de determinadas
personas sospechosas de haber albergado sentimientos hostiles hacia
Cataluña. Entre ellos, aunque parezca mentira, Antonio Machado, y, ¡cielos!, Goya,
Quevedo, Larra, Góngora y Lope de Vega, acusados, estos, de poseer un
perfil "franquista" (qué torpeza la mía, siempre creí que nos dejaron
bastante antes de 1936 y la sublevación de los generales traidores).
Abad ha descubierto que en Machado,
"bajo la aureola republicana y progresista con que se ha revestido
[SIC]su figura, hay una trayectoria españolista y anticatalanista" y que
él y el ya mencionado Quevedo son "hostiles a la lengua, cultura y
nación catalanas." Uno se queda boquiabierto... y dolorido. Ante el
ruido mediático provocado, el alcalde de Sabadell, Maties Serracant, de
la CUP, ha negado que se vaya a retirar el nombre de Machado de la plaza
que hoy lo ostenta. ¡Si solo se trata de propuestas, de un informe
externo no vinculante! "Machado queda -ha dicho a este diario-. Lo que
es necesario eliminar del nomenclátor son los nombres de fascistas."
Machado queda... pero también quedan las palabras del historiador
local encargado del informe, persona, hay que suponerlo, muy grata a
quienes dirigen el cabildo de la localidad.
Incumbe insistir en que Antonio Machado,
lejos de ser enemigo de Cataluña, apreciaba grandemente su cultura. En
1928, poco después de la publicación de la segunda edición de sus
Poesías completas, estuvo en Barcelona con su hermano Manuel para el
estreno de su obra conjunta Las adelfas (protagonizada por Lola
Membrives). Era la primera visita de Antonio a la capital catalana.
Entrevistado por Jose Maria Planas en La noche, se expresó encantado.
"Es una ciudad magnífica -contestó-, la primera de España, sin ningún
género de dudas." Y añadió: "He notado también una cosa curiosa: que
Barcelona se parece mucho más a Paris o a Sevilla que no a Madrid".
"Puede decirse que Madrid -concluyó- es una capital, mientras Barcelona
es una ciudad de veras." Planas quería saber qué conocimiento tenía de
los poetas catalanes. No negó su ignorancia de los actuales pero le
aseguró que leía con fruición a Jacint Verdaguer, Joan Maragall, Joan
Alcover, Josep Carner y Josep Maria López Picó. Cosa curiosa, al
reproducir Abc parte de estas declaraciones, prescindió de los elogios
de Barcelona prodigados por el poeta, quizás considerando que
constituían una falta de respeto hacia La Villa y Corte.
Ocho años después, no muy lejos ya el final de la Guerra Civil, Machado
es instalado por las autoridades republicanas con su madre y otros
miembros de la familia en la Torre Castañer, casi en las afueras de
Barcelona al pie del Tibidabo (paseo de Sant Gervasi, hoy números 9-11).
Allí pasarán ocho meses antes de salir hacia la raya francesa. El poeta
recibe algunas visitas, pocas. Se siente viejo, enfermo, está muy
desmejorado. En la torre prepara sus artículos para La Vanguardia
-escritos enérgicos en los cuales arremete contra la abyección del Pacto
de No Intervención y el cobarde y fatal intento de "apaciguamiento" de
Hitler por Gran Bretaña y Francia-, colabora con la revista Hora de
España (que, como él, se ha trasladado a la Ciudad Condal desde
Valencia) y relee, entre otros, a Rubén Darío, Shakespeare, Maragall y
Verdaguer sin olvidar, esta vez, a los poetas catalanes nuevos. Hay
también un recuerdo para el "gigantesco" mallorquín Ramon Llull y otro
para Ausias March. ¿No conoce en profundidad el catalán? No, pero ello
no empaña el disfrute que le proporcionan estas lecturas. Ha heredado el
don de idiomas de su gente -sobre todo del abuelo gaditano- y además es
catedrático de francés. "Como a través de un cristal, coloreado y no
del todo transparente para mí -escribe-, la lengua catalana, donde yo
creo sentir la montaña, la campiña y el mar, me deja ver algo de estas
mentes iluminadas, de estos corazones ardientes de nuestra Iberia."
Hermoso tributo, me parece, al idioma que odian a muerte los
franquistas.
El seis de enero de 1939 Machado
publica en La Vanguardia el que va a ser su último artículo. Es la
misma indignación de siempre, el desdén que le produce "la política
filofascista de Inglaterra y Francia."
Todo se va acabando. La caravana sale hacia Masnou en las primeras
horas del 23 de enero. Desde allí sigue hasta alcanzar Malgrat de Mar y
luego torcer hacia el interior. Tras muchas demoras llegan a Girona al
amanecer. Está atestada de gente, de vehículos de todo tipo. Es la
desbandada. Acompaña al poeta, entre otros, el filósofo figuerense
Joaquim Xirau. Duermen, y luego se quedan cuatro días, en Can
Santamaria, una masía de Raset. Allí se juntan con ellos, entre otros,
el escritor Carles Riba, que admira profundamente a Machado, Josep Pous i
Pagés -presidente del Institut Català de Literatura- y el doctor
Joaquim Trias i Pujol. Según Xirau, la contemplación del campo catalán
era "el mayor placer" del poeta en aquellos momentos, "lo acariciaba con
la mirada". Una fotografía milagrosamente conservada recoge una de
aquellas postreras conversaciones.
El 26 reciben, desconsolados, la noticia de la caída de Barcelona. La
caravana se vuelve a poner en marcha. Pasan la última noche en otra
masía, Mas Faixat, ubicada un poco más adelante. Allí, según el médico
Enrique Rioja, catalanes y castellanos "comulgaban en el mismo y común
dolor."
Unos días después, tras el horror en la frontera, es el exilio en
Collioure. Y, el 22 de febrero, la muerte del poeta. Nadie ha cantado
aquella penosa y última odisea como el barcelonés Joan Manuel Serrat.
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Antonio Machado
Un imbécil no puede ostentar ningún cargo público, ni siquiera el de historiador de guardia de un ayuntamiento
A día de hoy, Antonio Machado sigue recibiendo cartas en su tumba en Collioure.RAYMOND ROIGAFP/Getty Images
El artículo 155 de la Constitución Española es Machado. Cuando
alguien se atreve a decir que Machado, el exilado de todas las patrias
que yace en Collioure, donde falleció, arropado por la bandera francesa,
era españolista (y anticatalán de paso) es cuando el Gobierno español
debe intervenir e inhabilitar al que lo ha afirmado no porque sea
independentista sino por imbécil. Porque un imbécil no puede ostentar
ningún cargo público, ni siquiera el de historiador de guardia de un
Ayuntamiento.
Se empieza asesinando a ancianos y se termina por no ir a los oficios
religiosos, proclamó el inglés Thomas de Quincey refiriéndose a la
estupidez humana, y uno piensa en cuánta razón tenía viendo las
consecuencias de una política de demonización de lo opuesto que ya había
comprobado hace unos años cuando en San Sebastián se propuso quitarle a
Cervantes la plaza que tiene en la ciudad por lo mismo por lo que ahora
se sugiere que se le quite su calle a Machado en Sabadell: por
españolista. Y aún es peor lo de Goya o de Quevedo, a los que, además de
españoles, se les tacha de “franquistas”. Puestos a descalificar, se
les podría acusar de participar en el fusilamiento del presidente
Companys, puesto que al parecer vale todo ya.
En el verano de 2015 recorrí parte de Cataluña siguiendo los pasos en
la ficción de Don Quijote camino de Barcelona, inspirados en los del
propio Cervantes, que en varias ocasiones visitó la Ciudad Condal en sus
viajes al Mediterráneo. Aparte de un total desconocimiento de ello por
parte de los catalanes con los que hablé, percibí en muchos de ellos
cierta reticencia hacia el escritor y su personaje, tenidos por
españoles, no sé si también por españolistas (supongo que como yo). Una
persona llegó a decirme: “Aquí somos más de Tirant lo Blanc”,
mostrándome así su distanciamiento de un escritor que curiosamente fue
el principal difusor de un libro cuyo protagonista, por cierto, nunca
pisó Cataluña. Que Cervantes dedicara a Barcelona los mayores elogios a
una ciudad que se le conocen (“Flor de las bellas ciudades del mundo,
albergue de los extranjeros, patria de los valientes…”) no le salva de
ser español y anticatalanista y quién sabe si franquista también.
Lo del
pobre Machado, no obstante, supera todas las expectativas. Que alguien
sugiera solo quitarle la calle que tiene en Sabadell solo se
justificaría si, a cambio, se sustituye por otra a Thomas de Quincey con
sus palabras llenas de sabiduría: “Una vez que uno comienza a
deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de
muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en
su momento”.
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Por este camino de estupideces de los CUP, va a resultar que Cervantes también era franquista y catalanofobo, por hacer El Quijote un viaje a Cataluña.