Sinopsis:
Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com
viernes, 11 de noviembre de 2011
Antonio Román Cuenca compañero de Miguel de cárcel y pastoreo
SEGUNDA ENTREVISTA CON ANTONIO RAMON CUENCA (o tal vez Román de primer apellido como en el expediente carcelario)
COMPAÑERO DE MIGUEL EN EL PASTOREO Y EN LA CARCEL.
EL TIO SEVILLA, como séle conocía popularmente en el barrio del Rabaloche
Por: Joaquín Ezcurra Alonso.
Era el aniversario del nacimiento de Miguel Hernández. Es el 30 de octubre. Hoy hubiera cumplido 81 años.
Antonio Ramón Cuenca, es mayor, goza de magnífica salud y tiene una memoria privilegiada. Hace 23 años que le hice la primera entrevista, y en esta segunda, me lo repite todo igual. Si trasformáramos lo hablado con lo escrito, aseguraría que este hombre, fuerte como un roble, no ha olvidado ni un punto ni una coma.
Hemos charlado de pie, por los alrededores de la Plaza de la Salud, junto al Palacio de Ruvalcaba. Recordamos como la primera entrevista, se insertó en la revista OLEZA, que fué secuestrada por la policía de Alicante por orden del Fiscal de la Audiciencia Provincial y juzgada en el Tribunal de Orden Público en Madrid. Su Director fue absuelto pero todos los ejemplares fueron secuestrados e inutilizados los grabados.
Comentábamos que en opinión de Antonio Ramón Cuenca, conoció a Miguel pastoreando por la sierra cerca de la calle de Arriba, y con mucha frecuencia, le dejaba sus cabras para subirse al Canto Foral, y escribir unas veces y leer otras. Tenía 14 años y siempre llevaba libros debajo del brazo. Era muy sensato." "Los cabreros éramos muy peleantes pero Miguel era totalmente enemigo de la violencia. No entraba nunca en las discusiones de quienes nos dedicábamos al pastoreo de cabras. A todos respetaba". "No sirvo para cabrero", repetía con frecuencia. Al final de la jornada me leía los versos que había escrito. Y yo no entendía de eso. Miguel, necesitaba que alguien le escuchara pues, solo los dos, rodeados de su rebaño y el mío, estábamos en lo alto de la sierra".
Durante la guerra no se vieron. Se encontraron en la cárcel de Alicante. Miguel, ingresó cuatro días después que Antonio Ramón Cuenca. Se colocaron juntos. Un petate junto a otro con 150 presos más en una nave destinada para 50. Miguel, ya tenía el color y la fatiga del enfermo pero no se quejaba. No hablaba mal de nadie y no consentía ofensas, blasfemias o maldiciones contra los vencedores. "Se consideraba un hombre y admitía las desagradables circunstancias de la prisión con entereza. Y quería que todos imitaran su ejemplo".
En el mes de Enero, Antonio Ramón Cuenca, lo encontró peor de aspecto. A pesar del intenso frío de la cárcel Miguel llevaba solo camisa púes le había dado su chaqueta a un compañero. "Era todo corazón y generosidad". Advertido por su paisano, amigo y compañero, del mal aspecto que tenía, Miguel reconoció no encontrarse bien y al día siguiente no se levantó y estuvo cinco días acostado. Fue entonces cuando Antonio Ramón Cuenca, habló con un médico encarcelado y aconsejó á Miguel que ingresara en la enfermería. Al dejarlos, perdieron los 150 compañeros, de aquella nave pequeña, el susurro de los versos que todas las noches recitaba Miguel. Y la alegría de un preso que sentía más preocupación por sus compañeros que por él mismo. Miguel, sin ánimo de ofender a su amigo Antonio, le había manifestado que la guerra la perdieron los socialistas.
Antes de su ingreso en la enfermería, estando juntos Antonio y Miguel hablando de los rincones, lugares y amigos de Orihuela, llamaron al poeta anunciándo1e visita. "Como había dado toda su ropa, hasta las alpargatas, y llevaba unas sandalias, como las de los frailes, hechas por él, le tuve que prestar mis pantalones, camisa y chaqueta para recibir a Don Luís Almarcha, hoy Obispo de León, que iba acompañado de unos señores de Orihuela y de unos militares de Alicante". Al regresar de cumplimentar la numerosa visita, Miguel comentó que le habían propuesto la libertad a cambio de que confesara que no era comunista, y que los versos que había escrito durante la guerra habían sido obligados por sus superiores, pero Miguel rechazó la propuesta, manteniéndose en lo dicho en todos los muchos interrogatorios vividos. Me extrañó mucho su negativa. El sentía gran devoción por Don Luís Almarcha, gran amigo de su padre, sacerdote que le había ayudado a editar sus primeros libros de poesías. Yo le animé a que reflexionara. ¡Es la libertad, es tu mujer y es tu hijo quién te espera!, le dije. No hubo forma de convencerle". "Creo que no he hecho nada malo, pero si alguna culpa tengo aquí estoy, como un hombre, para pagarla", me contestó. Testimoniaba en su primera entrevista conmigo, Antonio Ramón Cuenca, que la amistad con Miguel no se podía olvidar y que lo admiraba por la bondad de su carácter, su generosidad y hombría. Por su humildad, pues jamás habló de sus virtudes. Para Miguel el dinero carecía de importancia. y solo le interesaba la amistad, querer y que le quisieran. "Ni una sola vez habló mal de quienes le detuvieron. Murió sin conocer el rencor ni el odio y sin que escuchara de sus labios una palabra mal dicha. Recordaba con frecuencia y con tristeza a Ramón Sijé y con alegría a Carlos Fenoll. Pero su pensamiento apenas lo apartaba de su esposa, Josefina y de su hijo. "[Pobre Josefina, hija de un Guardia Civil asesinado por los rojos y futura viuda de un comunista!". A Miguel se le encendía el alma cuando Josefina venía a visitarle. Y cuando no podía, por falta de dinero, asumía con dignidad la ausencia.
Miguel se agravó. Los socialistas que allí estaban de Orihuela eran quince. Acordaron ayudarle entre todos.
No le faltó, en la enfermería leche, fruta y huevos. Hacía el grupo de Orihuela una recolecta diaria y compraba comida a los presos para la sobrealimentación. Pero al enterarse Miguel de este calor humano de sus paisanos, se contrarió pues no quería comer un huevo o una naranja que un preso vendiera por un paquete de tabaco o dinero, por ser ellos quienes necesitaban comer para resistir. Antonio Ramón Cuenca! gracias a sus cajetillas de tabaco, pues él no fumaba, pudo cambiar turnos con los presos encargados de la limpieza de la enfermería. Y cerca de Miguel, que ya no tenía más que huesos y piel, le limpiaba los recipientes del pus que a través de unas gomas le salía de la pleura. Pero aún tenía ilusión Miguel y le pedía al amigo papel, sobres, pluma, tintero y sellos. En la enfermería estuvo muy atendido por cinco médicos que estaban también encarcelados. Un practicante, igualmente presidiario, daba las noticias de la evolución de la enfermedad de Miguel a sus paisanos y amigos todos los días. Le entristecía que su padre no fuera a verlo. "!Mi padre es monárquico! ¡No quiere perdonarme! ¿Si él supiera cuanto le quiero?".
Miguel murió con el sentimiento de que sus camaradas comunistas no fueran a verlo, mientras tuvo fuerzas sostuvo un lápiz y un papel. En los últimos días su pensamiento quedó fijo en Josefina y en su hijo. La última conversación que sostuvo con Antonio Ramón Cuenca, Miguel le dijo, "tú vivirás un mundo mejor que el que yo he vivido. Los obreros serán respetados como merecen''. Dos días después Miguel falleció. Al conocerse la noticia todos los encarcelados se estremecieron de dolor por el compañero muerto.” Nos dejaron verlo. Todos los presos le rindieron el último tributo con un respeto impresionante. Tenía como mortaja una sabana blanca. Todos sus compañeros de cárcel estábamos en el patio cuando se llevaron el féretro y la banda de música interpretó marchas fúnebres. Nos dijeron que habían muchos amigos de Orihuela en la calle esperando para acompañarle al cementerio. Dentro de la prisión solo habían estado los familiares. Creo recordar que vi a su hermana Elvira, a su hermano Vicente y a Josefina, su viuda.
Antonio Ramón Cuenca, se quedó, como único recuerdo de Miguel, con unas poesías dedicadas a su mujer y a sus hijos, pero las dejó, ya en libertad, y no se las devolvieron. Aquel fornido cabrero, es hoy un industrial panadero, muy socialista, y orgulloso de haber sido amigo de un poeta de la grandeza de Miguel Hernández. ¡Por favor, diga usted que Miguel fue el hombre más bueno que he conocido en mi vida!
¿Quedó algo por decir en aquella entrevista secuestrada? Si. Cuando Miguel fue ingresado en la enfermería, el grupo de Orihuela que ayudaba a la compra de leche, fruta y huevos, que pagábamos todos en diaria recolecta, no solo lo integraban los quince socialistas oriolanos sino también los comunistas y presos de otras ideologías. No faltaron socialistas que se negaban a contribuir la sobrealimentación de Miguel, por creer, que como comunista que era, tenían que ser los comunistas quienes se preocuparan del camarada enfermo.
Tuve que intervenir, muchas veces, hasta convencerlos que el problema no era de afiliaciones políticas sino de paisanos. Y que era Orihuela la que nos obligaba. Nos necesitaba un oriolano y había que formar un grupo de oriolanos, para ayudarnos unos a otros, y antes que ningún otro Miguel. Y en la enfermería, tuvo Miguel a comunistas que le ayudaron, amigos unos y conocidos otros.
Yo no le indiqué al médico que Miguel estaba muy enfermo y que este le aconsejara su ingreso en la Enfermería. Se lo comenté a la monja encargada de la cocina, donde yo hacía todos los días el servicio de limpieza, y fue ella quien se acercó a su petate y después de verlo y hablar con él, llamó al médico. Era tal su debilidad que la monja y yo lo llevamos a la cama, donde tres meses después, dejó su vida el más sensato hombre que he conocido.
Miguel, decía que su padre era un requeté, y que le había agradecido mucho, que le diera a su mujer la cabra que le había pedido, para que tuvieran leche Josefina y su hijo, que aún amamantaba, pero que le entristecía que se la llevara cuando aún la necesitaban. El padre de Miguel era muy altanero y presumía de ser muy amigo de señores muy influyentes de Orihuela. Tenía un caracter duro. Yo lo conocí en muchos tratos de cabras y era cierto que en el ambiente en que se desenvolvía, "su palabra tenía el valor de la firma de un notario". Era el cabrero propietario con más prestigio y el mejor conocedor del negocio. Miguel, que nunca me había hablado mal de su padre, aunque algunas de sus decisiones le dolieran, se lamentaba de que no le llevara a su madre, aún reconociendo que por su enfermedad reumática, difícil era el viaje. Tal vez en coche. Era mucho el amor de Miguel por su madre. Nunca fui el encargado de la limpieza de la enfermería desde el ingreso en ella de Miguel. Lo que si, con bastante frecuencia, cambiaba, con permiso de la monja, el servicio de limpieza de la cocina por la limpieza del patio. Ello me costaba un paquete de tabaco. Recuerdo, que en una ocasión, mi compañero de cárcel con quién cambiaba el servicio, que era anarquista, me exigió además de la cajetilla de tabaco dos reales. Ese día, cuando le limpiaba a Miguel los frascos llenos del tísico pus, me dijo: "queda ya poco para la última gota". Me regaló sus últimas cinco poesías escritas a lápiz en la cama, y al decirle yo que no entendía de eso, me rogó que las guardara para cuando viniera Josefina y se las entregara. Y en la cárcel se perdieron esas poseías.
Le obsesionaba, al Miguel de las últimas noches, si la actitud de los franquistas con Josefina, sería el de aceptarla como hija de un Guardia Civil asesinado por el Frente Popular o la acusarían de ser la viuda de un comunista muerto en la cárcel. Josefina y su madre eran los únicos pensamientos que le quedaron a Miguel mientras esperaba la última gota que destilaba el mal que sufría.
Publicado en la revista Oleza
Fin de Año 1991