Transcripción
DE METAL TRISTE Y
SONORO
PEDRO SORELA
BABELIA, 21 DE MARZO DE 1992
Pocas veces un poeta tuvo una vida tan difícil, tan rápida y tan
trágica, incluso en aquella España de la República, la guerra y el hambre.
Difícil porque fue pobre,
rápida porque murió a los 31 años, sin tiempo casi ni de casarse, y trágica
porque la quinta parte de su vida transcurrió en trincheras y cárceles, y
porque su muerte fue de las que hacen vacilar la fe. Cualquier clase de fe.
Su vida fue tan
vertiginosa que ni siquiera tuvo tiempo, ya no de publicar completa su obra,
sino de ordenarla: las primeras obras completas de Hernández sumaban la
tercera parte de las terceras, de 3.000 páginas, que serán presentadas
dentro de una semana con motivo del 50 aniversario de la muerte del poeta, ocurrida
el 28 de marzo de 1942 en el último de los varios penales en donde se fue dejando
la alegría, antes famosa, y la salud: murió en el Reformatorio de Adultos de
Alicante, pidiendo algodones para limpiarse la pus que le salía de la tisis
criada en los frentes de guerra, agravada en las cárceles de los vencidos y
cogida, quizá, sugiere Agustín Sánchez Vidal, en aquellas noches de su primer
viaje a Madrid, en 1931, en que tenía que dormir en el metro madrileño.
Tres son los mitos que han acechado siempre la percepción de
Hernández, dice Sánchez Vidal, autor de una biografía del poeta que sale estos
días en Planeta y corresponsable, junto con José Carlos Rovira y Carmen
Alemany, de las últimas Obras Completas, que presenta estos días Espasa
Calpe: son los mitos del poeta —cabrero —la imagen idílica del poeta que lee a
Góngora mientras cuida el rebaño, "que permite una plusvalía de paternalismo"—;
el mito del poeta—sol– dado, “que es parte de cantautores y octavillas, y el
más caedizo por más circunstancial"; y el mito del poeta—mártir, que
muere en la cárcel componiendo versos de memoria por falta de papel, mito
delicado porque a la vez que ayuda a difundir su obra, la lastra.
A los cincuenta años de
su muerte, completadas al fin sus obras completas, es tiempo de devolver a
Hernández a aquella tumba cuya lápida, pagada por poetas, fue rota por los
fanáticos el día de su exhumación en 1960
—¡querían llevarse los huesos de recuerdo!—, según testimonio del poeta Jorge
Urrutia, para que al fin se le pueda leer en todos sus registros. Que sólo se
hayan apreciado de uno en uno, y que no se haya visto su amplitud, sólo se debe
a una capacidad picassiana para el cambio y a un tiempo sesgado que sólo quiso
ver en blanco o en negro a quien algunos, según Sánchez Vidal, ven en él al
"único gran poeta de origen popular".
Un pastor
católico
Que Miguel Hernández fuese hijo de un cabrero de Orihuela, almendra
misma de su leyenda, fue visto siempre de muchas maneras, incluso por él mismo,
que en alguna ocasión precisó que era el hijo del dueño del rebaño, y en
otras, según testimonios, oficiaba de pastor, vestido de pana y alpargatas en
las tertulias de Madrid.
Lo cierto es que, cuando a los 14 años su padre le retira de la
escuela, el hecho supone para él una gran humillación, pues no sólo en adelante
tendrá que pasar con el rebaño frente a sus condiscípulos, sino que es
consciente de lo que vale: "Hernández llegará a ser tan culto como sólo lo
puede ser un autodidacta", comenta Sánchez Vidal. Además, el de cabrero
era el oficio más humilde de Orihuela, y su escuela, la del Ave María, estaba
destinada a las familias con menos recursos. Esa es la razón de su gran disgusto
cuando el azar le libra de quintas por excedente de cupo, y cuando le rechazan
en la escuela de submarinistas de Cartagena: la gorra era el único camino para
quitarse la boina.
Hernández viaja sin
referencias que cuenten en su primer viaje a Madrid, de noviembre de 1931 a
mayo de 1932, y esa es la razón de que pase hambre y que llegue a dormir en el
metro. Su objetivo, financiado por paisanos, era obtener una repercusión en la
prensa de la capital que, de rebote, le consiguiera una beca del ayuntamiento
de su pueblo. Pero sólo le sacan en Estampa y en Elrobinsón literario,
de Giménez Caballero, revista heredera de la prestigiosa Gaceta literaria
pero devaluada porque Giménez Caballero volvía ya de Roma.
Sus cartas de recomendación
eran de Ramón Sijé, el intelectual católico responsable de la primera
formación de Hernández —católico a la manera de liberal de Bergamín,
que le había de publicar en Cruz y raya el auto de fe Quién te ha
visto y quién te ve...—, y en aquel Madrid que nacía a la República no le
hicieron caso. En apariencia fracasada, su visita le permitió darse cuenta de
que en España se estaba produciendo una revolución vanguardista. Consta que
cono-ció la Segunda antolojía, de Juan Ramón Jiménez, y en semanas
aprehendió el creacionismo y neogongorismo, aunque no llegara al surrealismo,
ya nacido. Toda su vida de poeta —una década— iba a crecer a esa velocidad.
Regresó a Orihuela y, buscando en el diccionario de la Española las palabras
más difíciles para obligarse a progresar, compuso Perito en lunas:
"Lunas ¡ Como gobiernas, como bronces, / siempre en mudanza, siempre dando
vueltas..." (Gitanas).
'Poetas
señoritos'
También son frecuentes los silencios cuando se habla de Miguel
Hernández. Uno de ellos, por ejemplo, es que no se mencionan los vacíos que
creaban en torno suyo, a partir de 1934, cuando regresó a Madrid, los poetas
señoritos como García Lorca o Cernuda, elegantes que no terminaban de
aceptar a quien "no se le había caído aún el pelo de la dehesa",
según De Luis. Nunca se le había de caer.
Para Concha Zardoya, que lo conocióniendo en Madrid "esa cosa
virgen de chico de la tierra, del pastoreo, del monteo, con unos ojos verdes
enormes, muy rapado, poco amigo de adornos; era como estar escuchando a los
pájaros". Cuando regresó a Madrid ya conocía a Josefina Manresa.
Sus amigos fueron
Neruda, que le tomaba el pelo por "las sotanas que pretendían
llevársele", y Aleixandre. "Cuando Miguel llega a Madrid es un
muchacho muy ingenuo, y ante algunos ojos resulta un poco pueblerino. Él no
había salido de un pueblo de España de los años 20, y se encuentra con un Pablo
Neruda, diplomático con miles de kilómetros...", recuerda Leopoldo de
Luis. Aunque por edad pertenece a la generación del 36, a menudo se le asocia
con la del 27. Por algo Dámaso Alonso le llamó genial epígono.
En su segunda visita a Madrid tuvo más suerte: no sólo su poesía se
adaptó primero y luego adelantó su tiempo, sino que le ayudaron quienes sí
podían hacerlo. José María de Cossío le contrató como secretario particular y
le hizo entrar en las órbitas de El Sol y de la Revista de
Occidente, las publicaciones de referencia de la época. Acudió a las tertulias
de aquel Madrid extraordinario en el que convivían los miembros de tres generaciones
de un medio siglo de oro luego abortado por la guerra: el 98, el 14 y el 27.
Juan Ramón le admiró en El sol y de golpe le consagró. Era tímido y se
ruborizaba. Hay quien dice que tuvo un encuentro con Maruja Mallo, la pintora
surrealista, y ella, galantemente, nunca lo confirmó ni desmintió. En
septiembre de 1934 había formalizado su noviazgo con Josefina. El 23 de enero
de 1936 nacía El rayo que no cesa: "Silencio de metal triste y
sonoro, / espadas congregando con amores / en el final de huesos destructores
/ de la región volcánica del toro".
Esposo-soldado
En 1934, Hernández escribía un auto sacramental y en 1936 ingresaba
en el partido Comunista. Hoy se sabe que el Madrid de la época tuvo muy poco
que ver con la aldea que siguió y aún con el ruido de hoy, y que Hernández
vivió en esos años influencias decisivas. Iniciada la guerra, el poeta hizo en
el Quinto Regimiento, a las órdenes de Valentín González, El campesino,
expeditivo miliciano que, atónito porque su comisario recitara poemas,
"estuvo a punto de fusilarlo en más de una ocasión", bromea Urrutia.
Ahí se crea el mito del
poeta de las trincheras: Corriendo de un frente a otro con la fe del converso,
dejando por cualquier sitio sus versos de papel amarillo, Hernández recita
poemas a los soldados y entra en la leyenda. Ha encontrado tiempo para casarse,
participar en el II Congreso de Escritores Internacional de Valencia y viajar a
la URSS de donde, según testimonios, vuelve un poco menos ideológico. En 1937
aparece Viento del pueblo: “Cantando
espero a la muerte/ que hay ruiseñores que cantan/ encima de los de las
batallas... En octubre de ese año muere su hijo, y en enero del siguiente nace
otro, a quien escribirá en la cárcel las Nanas de la cebolla: "En
la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla se amamantaba. /
Pero tu sangre, / escarchaba de azúcar, / cebolla y
hambre."
"Otro
Lorca no", dicen que dijo Franco cuando abogaron en favor de Hernández,
preso tras la guerra, y le conmutó por prisión una pena de muerte. [le dijeron a Franco para que éste le conmura la pena de muerte por la de treinta años].
Quién sabe
si no le hubiera valido más que le fusilaran...
Cuando
terminó la guerra, Hernández intentó llegar a Portugal, después de buscar
ayuda por Andalucía: existen lúgubres testimonios de supuestos amigos que no
acudieron, y por eso, dice Guillermo Carnero, es uno de los periodos peor
conocidos de su vida. En Rosal de la Frontera, donde los guardinhas
portugueses devolvían a las autoridades franquistas [Cuerpo de Investigación y Vigilancia de Fronteras] a los fugitivos
republicanos, Miguel Hernández tuvo una nueva prueba de que el destino se le
había atravesado: al principio le dejaron pasar, pensando que se trataba de un
infeliz, pues así iba vestido. Pero un reloj de oro le delató. Era regalo de
Aleixandre, el' único procedente de sus amigos poetas el día de su boda. Y una
vez devuelto a España, un guardia civil le reconoció. No porque fuera
aficionado a la poesía, sino porque había nacido en Orihuela.
La agonía de Miguel
Hernández en las prisiones de España desde 1939 a 1942 constituye uno de los
episodios más dolorosos de la Guerra Civil, por lo general menos conocida que
el fusilamiento de Lorca en el Barranco de Viznar [Granada] y el cruce de la frontera de
Collioure por Antonio Machado con su madre en brazos. En los últimos tiempos,
Hernández mordía versos para recordarlos, pues no tenía papel, y al final
reclamaba comida y algodones y trapos para contener la sangre y pus que le
salían de la punción de un pulmón. "No conozco un final más doloroso que
el de Miguel", dice Concha Zardoya.
LA LEYENDA DEL POETA VELOZ
Una
de las leyendas sobre Hernández que se han ido desmoronando con los años es la
relativa a su capacidad de escribir versos donde le cogía la guerra o la
inspiración [según demostró Carmen Alemany]. Por el contrario, según coinciden varios expertos, elaboraba como
un platero, primero en prosa y luego recortando versos hasta en siete versiones
sucesivas. Los manuscritos demuestran que de un mismo poema hubo varias
redacciones, salvo en la poesía de guerra, menos trabajada.
Probablemente la leyenda de su capacidad de
improvisación se debe a que Miguel Hernández escribía en innumerables papeles
que iba dejando por ahí —lo que no quiere decir que fueran versiones
terminadas—, y a que aceptaba con frecuencia dedicar pequeños versos manuscritos
a quien se lo pedía: lo que tampoco quiere decir que fuesen originales; casi
siempre se trataba de versos ya escritos, que recordaba, a veces con pequeñas
variaciones. Y esa es la razón de que a menudo existan más de dos testigos que
juran haber visto a Hernández escribir tal
cual poema. Además, Josefina Manresa, la viuda, no quiso durante años permitir
a cualquier recién llegado el acceso a su archivo, escaldada por un temprano
saqueo a cargo de alguien en quien había confiado [Elvio Romero no le devolvió algunos originales]. Todo ello ha motivado en
estos 50 años algunas discusiones académicas y un constante goteo de inéditos
que han hecho duplicarse las sucesivas ediciones de obras completas, a cargo
de Losada y Aguilar.
Los
responsables de las nuevas obras completas disfrutaron del libre acceso al archivo
—Carmen Alemany, una de las coautoras, basó en su descripción su tesis doctoral,
leída hace una semana—, y eso explica que sus 3.000 páginas multipliquen por
seis las 500 páginas impresas que Hernández dejó al morir [Los autores de la Obras Completas son Agustín Sánchez Vidal, José Carlos Rovira y Carmen Alemany, en Espasa-Calpe 1992]
Entre
los últimos hallazgos figuran poemas de la zona inicial, un conjunto de
octavas paraleas a la creación de Perito en lunas, [descubiertos por Juan Cano Ballesta] y luego algunos
poemas de la guerra civil, que en general fueron los menos preparados. Pero en
general era un poeta exhaustivo. Perito en lunas, explica [Leopoldo de Luis] Urrutia,
tiene tantos cajones secretos como un escritorio Victoriano. Por ejemplo, el
número de poemas que contiene corresponde al total de caras que puede tener un
poliedro de cristal de roca [El primer borrador se titulaba Poliedros].
No parece probable que
en el futuro se produzcan muchos más hallazgos de inéditos, pero el estudio
de los nuevos dará aún mucho que hablar en el hernandismo, una sociedad de
estudiosos —Bouffon, Cano Ballesta, Puccini en el extranjero— que, á diferencia de los seguidores de otros poetas, están bastante bien
avenidos, dice Agustín Sánchez Vidal.
El que es sin duda uno
de los poetas más sugerentes del siglo español se forjó en no más de once años,
desde que Miguel Hernández tenía veinte hasta su muerte a los 31 [en 1942 ya no escribía poemas sin castas que pasaba a mano otros ppresos]. Dejó
publicados cuatro libros de poemas y tres [obras] de teatro, y los siete muestran una
evolución vertiginosa que parecería intuir su pronto final [en realidad escribió 5 poemarios y en vida publicó 4; de teatro escribio 5; ver bibliografía abajo]. En su evolución,
dice José Carlos Rovira, recoge como nadie el tránsito que la poesía española
hace en los años 30, de las poesías gongorina (hermética) hasta la poesía
centrada en la historia. El último libro de Hernández inaugura el auto-
biografismo posterior a la guerra civil.
A juicio de diversos
especialistas, Hernández paga en estos años el hecho de haber sido muy leído
en los últimos cincuenta, y hoy, dice Guillermo Carnero, "su influencia
se ha diluido bastante". Para José María Parreño, de la generación de los
80, no es de despreciar la influencia de Hernández como imagen.
Según Carnero, son
deudores de Hernández los poetas de la primera posguerra (Rafael Morales,
Leopoldo de Luis) y el primer romanticismo de la colección Adánais y que,
según el modelo de El rayo que no cesa, canta a la vivencia existencial
de la familia, el amor, el hijo y la esposa. No es preciso insistir mucho en
la influencia del Hernández de Viento del pueblo en la poesía social de
los años 50 y 60: no exactamente en los novísimos, apunta Urrutia, pero sí en
los poetas del Grupo Claraboya de León.
Sin etiquetas
Y justamente lo que los poetas sociales apreciaban menos de Hernández,
la poesía hermético-gongorina de Perito en lunas, es lo que hoy
interesa más. También la poesía pura propia de la vanguardia de los años
20 que valora el poema corto, elimina el sentimentalismo o el didactismo y es
sobria en imágenes.
Hernández desafía las habituales clasificaciones de los críticos, y
en ello reside parte de su interés. Aunque por edad pertenece a la generación
del 36, tuvo como referencia a los del 27 y aprendió, a toda marcha, sus
enseñanzas.
"El problema de
Miguel Hernández es que vivió muy deprisa, y no consiguió hacerse con el
universo poético que da toda una visión del mundo, y que se encuentra en
Espriu, Aleixandre, Cernuda", comenta Jorge Urrutia [hijo de Leopoldo de Luis Urritia]. "No le da
tiempo a hacerlo". Concha Zardoya apunta que la poesía va por un lado y la
memoria por otra, y que Hernández no tiene por qué ser el más comprendido de
los poetas en nuesto tiempo hedonista.
Al igual que con Lorca, la pregunta inevitable es qué hubiera hecho
Hernández de no haberse encontrado a los 31 años con una muerte más absurda de
lo habitual. Si los futribles son un ejercicio intelectual sin demasiado
sentido, saber qué hubiese pasado con un poeta de no haber sido uno de los
derrotados de una guerra desafía la imaginación, pues para muchos él es uno de
los símbolos de esa derrota, o de esa guerra. Lo que no impide un nuevo
estremecimiento por el desperdicio.
Quién sabe si no le hubiera valido más que le fusilaran...
(Original facilitado por Ramón Rodríguez, pintor y dibujante)
Transcrito y anotado en [ ] por Ramón Fernández Palmeral, autor de Miguel Hernández, el poeta del pueblo en 40 artículos" en Amazon, venta AQUÍ
Bibliografia de Miguel Hernández
Poesía
- Perito en lunas, Murcia, La Verdad, 1933 (Prólogo de Ramón Sijé).
- El rayo que no cesa, Madrid, Héroe, 1936.
- Viento del pueblo, Valencia, Socorro Rojo Internacional, 1937 (Prólogo de Tomás Navarro Tomás).
- Cancionero y romancero de ausencias (1938–1941), Buenos Aires, Lautaro, 1958 (Prólogo de Elvio Romero).
- El hombre acecha, Santander, Diputación, 1981 (Facsímil de la primera edición de 1939 perdida en mi casa
Teatro
- Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, 1933.
- El torero más valiente, 1934
- Los hijos de la piedra, 1935
- El labrador de más aire, Madrid - Valencia, Nuestro Pueblo, 1937.
- Teatro en la guerra, 1937.
Antologías
- Seis poemas inéditos y nueve más, Alicante, Col. Ifach, 1951.
- Obra escogida, Madrid, Aguilar, 1952 (incluye poemas inéditos).
- Antología, Buenos Aires, Losada, 1960 (selec. y prólogo de Mª de Gracia Ifach. Incluye poemas inéditos).
- Obras completas, Buenos Aires, Losada, 1960 (ordenada por E. Romero. Prólogo de Mª de Gracia Ifach).
- Obra poética completa, Madrid, Zero, 1979 (introducción, estudio y notas de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia).
- 24 sonetos inéditos, Alicante, Instituto de estudios Juan Gil-Albert, 1986 (edición de José Carlos Rovira).
- Miguel Hernandez y los mandones de la muerte. Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 2014. Balcells Domenech, José Mª (edit. lit., reunión de su producción poética taurina, incluye inéditos).
Pedro Sorela. Biografía
Además, en el diario El País publicó durante cuatro años una columna semanal, en la que, dentro de un orden, se procuraba investigar en nuevas formas de articulismo. También sacó a la luz una antología que apareció en el volumen 57 pasos por la acera de sombra.
Actualmente y desde hace unos años escribe en la revista mexicana Letras Libres, de cuyo consejo editorial forma parte, y en la española Revista de Libros. Escribió y dirigió para la BBC británica el programa A vision from abroad, a journey trough imaginary England.
Como escritor, ha publicado un ensayo sobre la juventud y el periodismo de García Márquez, El otro García Márquez: los años difíciles, de Mondadori (1988). Fue ponente en el Congreso "Gabriel García Márquez" Quinientos años de soledad celebrado en Zaragoza en 1992 , con el artículo Cuatro instantes del reportero García Márquez (1997). Además de participar en el número monográfico dedicado a Gabriel García Márquez: la vocación de un narrador de los eventos de la cotidianidad, con el artículo Miles de páginas a modo de prólogo de la Revista Anthropos (1999).
En 2006, publicó Dibujando la tormenta. Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare, Saint-Exupéry. Fundadores de la escritura moderna, de Alianza Editorial. Entre otras, ha publicado las novelas Aire de Mar en Gádor, Viajes de Niebla, Trampas para estrellas y Ya verás, todas en la editorial Alfaguara. Además de novelas para chicos y los libros de cuentos Ladrón de árboles y Cuentos invisibles.
En 2008, publica Historia de las despedidas, de Alianza.
En 2015 se publica la obra Lo que miran los vagos, un libro de relatos inspirado en historias de viajes por diferentes países.