(Reformatorio de Adultos de Alicante) |
RECUERDO DE MIGUEL HERNANDEZ EN 24 AÑOS EN LA CÁRCEL
Por Manuel Parra Pozuelo
24 años en la cárcel es el título de un libro de Melquisidez Rodríguez
Chaos en el que relata su dilatada estancia en las cárceles franquistas y en el
que hemos encontrado interesantes referencias a la estancia de Miguel Hernández
en estas prisiones.
Miguel aparece por primera vez en las páginas de este
libro al relatar su autor su estancia en la prisión de Conde de Toreno, en la
que, según José Luis Ferris, ingresó el poeta el 3 de diciembre de 1939, tras
haber pasado dos horribles meses recluido en el seminario de Orihuela,
habilitado como prisión. Miguel, que había llegado a su pueblo en una efímera y
fugaz libertad de 15 días, pues como inmediatamente se constató tenía pendiente
otro proceso por el que sería juzgado y condenado a muerte de la que después
fue amnistiado, aunque se le mantuvo una pena de treinta años de prisión, había
vuelto a ser detenido, en Orihuela, el 29 de septiembre, esta vez de modo
definitivo.
Según el memorialista, la vida en aquella prisión era durísima, en ella estaban
recluidos los que habían pertenecido al S.I.M., al S.I.E.P., Servicio de
Investigación Periférico, o a unidades guerrilleras o a la policía y en esta
prisión, cuando conoció al poeta, que se entrevistaba con todos los presos,
recibió una gran sorpresa por que según Melquisidez: ”los poetas que él había
conocido – pocos por cierto- eran gentes secas, pálidas, descuidadas, y con
aires de personas muy finas. Miguel era de figura tosca. No sé quien escribió
que tenía cara de patata recién arrancada. Pero es una buena imagen. Las manos
nudosas, los pies huesudos, los andares de campesino. Y su soledad se
acrecentaba por su vestimenta: camisa de retor moreno con cuello de tirilla,
pantalón caqui de soldado, unas alpargatas de esparto, sin cintas. Y por si
faltaba algo, el pelo al rape.”
Miguel Hernández, se entrevistaba con todos los presos para con el relato de
sus experiencias escribir un libro en el que se reflejasen, de modo veraz, los
crímenes del franquismo, y cuando habló con él tomaba notas y más notas. Miguel,
pues, continuaba ejerciendo una de las profesiones que ya había practicado
durante la guerra , la de periodista , que le había permitido elaborar
numerosos reportajes , y como entonces, intentó ser justo y verdadero
reflejando la realidad, igual que había hecho en los momentos en que la
verdad hablaba a balazos en los campo
Melquisidez afirma haber coincidido con Miguel en las clases de francés, inglés e historia general que los reclusos organizaban y que eran impartidas por otros compañeros especialmente capacitados, el poeta oriolano siempre estaba dispuesto a responder a cualquier pregunta, y según los recuerdos del memorialista :“En todo era igual, daba su opinión sin preocuparse del efecto que pudiera causar a los demás. Expresaba lisa y llanamente sus sentimientos”.
Según Antonio Buero Vallejo, compañero de Miguel en
la cárcel de Toreno, en ella compuso el poeta oriolano uno de sus últimos
poemas , el titulado «Sepultura de la imaginación».
El 22 de septiembre de 1940, Miguel, junto a otros setenta presos, fueron
trasladados a la prisión de Palencia, salieron de la cárcel esposados y les
hicieron subir a camiones que los condujeron a la estación del norte. La
Guardia Civil estableció un cordón doble para controlar a las familias que
intentaban acercarse a los prisioneros. En la versión de Melquisidez se recoge
una intervención de Miguel Hernández que, encarándose con un sargento, que no permitía
a una madre abrazar a su hijo enfermo, le dijo: ”No somos criminales. Somos
personas dignas. No pueden continuar insensibles al dolor de esa madre. Si lo
hacen sus conciencias no se libraran del peso del remordimiento”. Consiguiendo
que, desde ese momento, la guardia civil adoptase una actitud más permisiva.
La cárcel de Palencia estaba llena de campesinos que, en muchos casos estaban
presos, desde el principio de la guerra y, desconociendo las circunstancias que
habían rodeado su final, deseaban ser informados por los recién llegados,
Miguel Hernández, que a sus treinta años era el de más edad de su celda, fue de
los más requeridos para explicar la trágica derrota de la Republica, además se
hizo querer por todos los compañeros, especialmente por los campesinos, y,
estudiando todo lo que podía, él mismo organizó una clase de gramática en el
patio de la prisión.
El traslado de Miguel a la prisión de Ocaña, el 24 de noviembre de 1940,
significó una dolorosa separación para todos los que habían estado junto al
poeta desde su ingreso en la prisión de Toreno, o lo habían conocido en la de
Palencia, y, según Melquisidez, muchos de aquellos compañeros vertieron
lágrimas.
Es preciso relatar que la situación de los presos era en Palencia, si cabe, aún
peor que la de la prisión de Conde de Toreno, y se veía agravada por las
dificultades de comunicación con la mayoría de las familias y por las bajas
temperaturas invernales propias de la esteparia meseta castellana y fue en su
corta estancia en esta prisión, en la que Miguel sufrió una neumonía y una
hemotisis, aunque ninguno de los presos soportó periodo alguno de cuarentena,
los distribuyeron, nada más llegar, en grupos de diez y asignaron a cada grupo
una celda de seis metros cuadrados que no disponían ni de agua ni de water, en
la celda asignada a Miguel que, según Melquisidez, era también la suya, todos
eran comunistas con excepción de un anarquista.
El autor de estas memorias, que permaneció en la cárcel de Palencia durante
mucho tiempo, nos dice que fue mediante la lectura del periódico Redención como
tuvieron conocimiento de la muerte del poeta. al que habían visto llorar
recitando alguno de sus poemas, y aunque, en principio, se negaban a aceptar la
veracidad de esta información, una carta de su compañera les confirmó lo cierto
de su muerte, aunque según dijo Melquisidez no había muerto: ”Nos lo habían
matado sometiéndolo a privaciones y a una vida cruel”.
De este modo, desde el 28 de marzo de 1942, el recuerdo de Miguel Hernández se
albergó y se inscribió de modo indeleble, primero en sus compañeros de
cautiverio y después en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, como
emblema y divisa de todos aquellos y de todas aquellas que pusieron en juego su
vida- lucha que siempre deja la sombra vencida. Para
conseguir la libertad y la justicia, a los que siempre acompañaron los
maravillosos versos de Miguel, en los que podemos leemos:
“ hay un rayo de luz en la lucha
“ hay un rayo de luz en la lucha
que siempre deja la sombra vencida”