Pasión y muerte de Miguel Hernández: ¿gran poeta o icono de la República?
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Con todo el furor que se ha levantado en torno a la Memoria Histórica, en España hemos descubierto que hay poetas buenos y malos, y que esa bondad o maldad no tiene que ver con la cualidad propiamente estética y literaria, sino con el capricho ideológico del Gobierno de turno. No es la primera vez que pasa en la historia de la humanidad. Ha ocurrido con Agustín de Foxá, y también con Miguel Hernández, aunque por razones contrarias. D. Aquilino Duque, Premio Nacional de Literatura, impartió ayer en el Instituto de Estudios Históricos del CEU una conferencia sobre este poeta.
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Aquilino corrobora que hay razones para colocar a Miguel Hernández en el olimpo de la literatura española. "Es un gran poeta", señala, "al cual se le valora por las distintas fases de su vida, y las personas que ensalzan su compromiso político suelen ser las que denuncian la calidad de su obra".
Junto a ello, desmonta el mito de que fuera un autodidacta, argumentando que tenía una formación muy sólida y completa, cuyo talento se debe a un canónigo. La prueba es que sus primeros intentos tienen la huella de Góngora y Garcilaso, y están en la línea del teatro clásico y del auto sacramental.
Desde el punto de vista político, son las malas amistades, a juicio de Aquilino Duque, en concreto, Pablo Neruda, quien llevó a Miguel Hernández a concienciarse políticamente en el contexto de la revolución de Asturias.
Recomienda "Las memorias de la arboleda perdida", "La égloga a Garcilaso", "La elegía a Ramón Sije"... Un poeta al que hay que leer y conocer como lo que fue, como un gran poeta y no como un icono de la República.
