Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

domingo, 6 de junio de 2010

Memoria de un poeta: Miguel Hernández

Por Pascual Pla y Beltrán


Miguel Hernández está en mi corazón como las estrellas están en el cielo: puro, claro, radiante. Lo estuvo desde siempre. Desde mucho antes de que trabásemos amistad personal. Fue cuando Ramón Sijé, su «compañero del alma» y con quien Miguel «tanto quería» —el malogrado y atormentado y católico Ramón Sijé— me mandó desde su seráfica Orihuela El Gallo Crisis. El Gallo Crisis me trajo los primeros poemas del poeta oriolano. Y fue en aquellos poemas suyos donde toqué primeramente al hombre y al extraordinario poeta que en él alentaba.
La nuestra, empero, no puede decirse que fuera una amistad entrañable. No mantuvimos una correspondencia asidua ni una relación continuada. El pasó desde su apacible Orihuela al tumultuoso Madrid, mientras yo me quedaba en Valencia, al amparo de mis azahares. Pero siempre que nos vimos hablamos claro y nos entendimos, porque lo mismo él que yo perseguíamos en la vida una misma finalidad: conducir los ojos y los sentimientos del pueblo hacia las cumbres más hermosas.

Yo amaba en él su rudeza, su voz potente, su imaginación desmedida, su extraordinaria fuerza creadora; él amaba en mí, tal vez, mi ternura, mi pureza, mi ingenuidad. Los dos éramos terruñeros. Los dos habíamos sido pastores en nuestra infancia. El tuvo un tío cura, creo, que le enseñó latín y le inició en la lectura de nuestros clásicos. Yo no tuve a nadie. Ciego, a tientas, tuve que ir descubriendo por mí mismo el fantás¬tico mundo de la poesía. Pero, en el fondo, los dos éramos iguales, casi iguales: él un poeta de voz potente, terruñero pero universal; yo, sólo un pobre aprendiz de ruiseñor.

Recuerdo que una noche, en Madrid, me puse enfermo. La capital de España tremolaba bajo las bombas. Esa misma. noche, en el vestíbulo del hotel Reina Victoria, le había oído yo exclamar a Neruda: «Pero no se meten ustedes en los refugios? ¡Si no son obuses lo que caen, sino autobuses!».

Creo, como digo, que me encontraba bastante enfermo esa noche. Miguel Hernández ocupaba una habitación contigua a la mía. Me oyó quejar y pasó a verme. Me preguntó:
— «¿Qué te pasa, Pascual?
Yo le dije que no me encontraba nada bien, que algo había en mi organismo que no funcionaba como debía. Miguel se echó a reír.
— Todo eso es miedo —dijo—, nada más que miedo.
Tienes un miedo horrible, Pascual. Eso es todo lo que
sucede.

En vano intenté disuadirle: no me creyó. Se aposentó al borde de la cama y se quedó allí, impasible, intentando disipar mis miedos. Pero mi dolor no cesaba. Entonces salió del cuarto y volvió al poco acompañado de una joven, francesa, doctora en medicina. Yo la conocía de verla con Malraux. Esta muchacha me recetó unos comprimidos. Miguel fue a buscarlos. Después volvió a sentarse y en toda la noche no se separó ya de mi lado.
Desde entonces, cada vez que nos veíamos, su primera pregunta era ésta:
— ¿Se te pasó ya el miedo, Pascual?
Otra noche nos encontrarnos por tierras levantinas[julio 1937, II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura]. Después de cenar, el poeta y yo salimos a la intemperie de naranjos y limoneros. El aire, cálido, parecía acongojado por el azahar. Estábamos hablando de la guerra y de la posibilidad de la derrota, cuando, de pronto, en un indeterminado punto del espacio, se oyó un estampido de un motor, y, seguidamente, una tremenda llamarada precipitándose hacia tierra. Miguel se levantó de un salto. Sus ojos, inexpresivos, fosforecieron bajo las cejas.
— Otro muerto — dijo — . Y otro, y otro y otro y otro... La
muerte nos rodea por todas partes.
¿Hasta cuándo, Pascual? Y yo le dije:
— Tal vez hasta el fin de los tiempos.
Callamos, incapaces de expresar nuestra angustia. Luego Miguel dijo:
— Volvamos a la casa, durmamos, acostumbrémonos a
estar como están los muertos; será lo mejor.
Yo no tenía sueño, pero le seguí. Miguel iba delante y yo detrás. Al llegar cerca de la casa se detuvo, me miró, luego miró al suelo, agachóse, asió un puñado de roja tierra y dijo:
— Mira, Pascual. Pase lo que pase, esta tierra será la mía, la nuestra, y no nos la podrán quitar ni aun con la muerte. De todas maneras, tengo la convicción de que no cambiaría este
solo puñado de tierra ni por toda la tierra del mundo.

Después, ya nada. Creo que no volvimos a vernos. Miguel se hundió en su muerte y yo en mi agonía. Pero su vida y su poesía quedarán siempre como un noble ejemplo para el mundo.

Texto de Pascual Pla y Beltran (Ibi 1908-Caracas 1961), publicado en Diario "El Universal" (Caracas-Venezuela), el 03-04-1956

Artículo anotado por Antonio Gracia autor de "Pla y Beltrán. Vida y obra". Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1984

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Leer "Miguel Hernández y Pascula Pla y Beltrán: aprendizaje literario, historia y conciencia de clase", de Manuel Aznar Soler. Actas del I Congreso Interncional, Miguel Hernández 1992