Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

lunes, 15 de marzo de 2010

Miguel Hernández, más vivo que nunca

(Obra cerámica de Elena de la Romana)


Miguel Hernández, más vivo que nunca. ABC.es

Ediciones y reediciones, nuevas biografías, biografías corregidas y aumentadas, cuando se cumplen cien años del nacimiento de Miguel, y el próximo día 28, casi siete décadas de su muerte, el mundo editorial se vuelca con el autor de «Viento del pueblo». Leerle es justo. Y humanamente necesario.


La honda huella del poeta en la música española
Corría el año 1972 y Serrat dedicaba un disco a Miguel Hernández. Ahora acaba de rematar la faena con un nuevo álbum dedicado al de Orihuela, «Hijo de la luz y de la sombra», que también ha colocado en pocos días entre los más vendidos. Pero Serrat no fue el primero (fue Paco Ibáñez, En 1967, con «Andaluces de Jaén», canción que con el tiempo grabó hasta Manolo Escobar, en 1995, en su álbum «Tiempo al tiempo») ni será el último, como bien relata el musicólogo Fernando González Lucini en «¡Dejadme la esperanza!». Ahí están artistas como Enrique Morente y Manolo Sanlúcar, por lo jondo. Como Luis Pastor, como Jarcha, como Alberto Cortez (las «Nanas de la cebolla» que inmortalizó Serrat tenían partitura suya), como Aguaviva, Francisco Curto, Soledad Bravo, Víctor Jara, Elisa Serna, Manuel Gerena, Ismael, o Los Lobos, que en 1972 nos pusieron la carne de gallina y el corazón en un puño (evidentemente) con su versión emocionada y emocionante de «Vientos del pueblo».


MANUEL DE LA FUENTE | MADRID
Fue perito (ingeniero, más bien) en lunas. Guerrillero de armas poéticas tomar. Pastoreó cabras y pastoreó sonetos. Fue esposo y soldado. Le cantó al hambre («Hambrientamente lucho yo...») y le cantó al hombre («Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras...»). Fue padre desconsolado, malherido de tristeza ante una cebolla. Se cumple (el 30 de octubre es la fecha otoñalmente exacta) un siglo del nacimiento de Miguel Hernández. Y el día 28 hará sesenta y ocho años de su desaparición. Pero hora es de cantar su vida y no su muerte cainita.
De profesión, poeta
Durante veinte años, el profesor Eutimio Martín ha tirado del hilo de la memoria de Miguel para escribir «El oficio de poeta. Miguel Hernández», biografía en la que dibuja un Hernández con pinceladas nuevas. Un título esclarecedor para el biógrafo: «Miguel tenía un concepto profesional de la poesía. Fíjese, en sus memorias, Josefina Manresa, su esposa, cuenta que durante el viaje de novios en Jaén, al registrarse en el hotel, en el apartado de profesión, Hernández rubricó, decididamente, poeta. Y desde la cárcel le escribía a Josefina para pedirle que cuidara sus manuscritos, porque eran «el pan nuestro de mañana»».
Para un adolescente que ha obtenido las mejores calificaciones pasearse un año después ante sus compañeros pastoreando sus cabras puede ser un trauma. Y, para Miguel, lo fue. Así se lo contó a Eutimio Martín Ramón Pérez Álvarez, uno de sus grandes amigos (fue el encargado de amortajarle). «Nunca se rehizo del hecho de no poder estudiar», sentencia Martín.
Salvo con Aleixandre («el único que lo quiso desinteresadamente»), las relaciones de Miguel con sus compañeros poetas no fueron, por decirlo de alguna manera, fluidas. Una tesis que también mantiene otro de los más exigentes biógrafos del poeta, José Luis Ferris, de quien se acaba de reeditar (corregida y aumentada) su clarividente obra «Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta»: «Aleixandre le amó como a un hermano y valoró siempre la bondad, la generosidad y el talento de Hernández -cuenta Ferris-. También Cossío fue un benefactor para Miguel, sin olvidar, por supuesto, a Neruda, Bergamín y Altolaguirre. Lorca y Cernuda, sin embargo, le tenían auténtica alergia. ¿Qué hacía un poeta rústico como él entre aquel florilegio de líricos exquisitos y burgueses? Con Alberti las relaciones fueron de otro tipo. Además, Miguel arrebató al gaditano, sin proponérselo, la etiqueta de poeta del pueblo». Eutimio Martín, aporta un entrañable dato. «Cuando estaba en la cárcel, Vicente le mandaba 125 pesetas mensuales, un sueldo de la época. Y también fue Vicente quien le hizo el único regalo que recibió por su boda: un reloj».