15
Me llamo barro
aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándole a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del bando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándole a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del bando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
(Miguel Hernández. El rayo que no cesa)
15.- Me llamo barro
Este poema merece un estudio más detenido.
Situado en el centro del libro consta de
62 versos. Este encuadre preferencial le da un valor añadido, y nos preguntamos
cuál fue el interés de Miguel para elegir tan privilegiada ubicación. Al hecho
de centrar el poema destaca el valor concedido por el poeta a este importante
poema ce central, a pesar de todas las especulaciones, creo, que el hecho de
centrar el poema en el libro se debe a un equilibrio estético de las formas
plásticas del conjunto armónico del libro, tal y como se hace al componer un
cuadro en lo que se llama técnicamente en la pintura: «equilibrio proporcional
de las masas y los volúmenes».
En el barro nos hallamos ante una «forma
plástica –dice Juan Cano Ballesta- que embiste a la amada, la asedia, le envía
sapos como convulsos corazones o besa su talón y lo siembra de flores». A
Miguel le gustaba untarse el cuerpo de barro cuando se bañaba en la balsa de
San Antón, antes de que el río Segura fuera una cloaca metafísica, es decir,
ilustrarse con barro, oler a recienhecho (Soneto 7.v.5), desde los materiales más humildes y telúricos
como el de conseguir ser cocido en la vasija-vagina de su rayo metafórico
sediento de amor. Busca convertirse en
el gran alfarero de las palabras donde
Miguel halla su propio estilo, lo que tanto deseaba para su poesía: mente y barro,
complejo de estado psíquico de un yo que como la poesía de Emilio Prados se
desdobla hacia el núcleo perceptivo más íntimo o la evolución ontológica y
espiritual de un hombre.
Para Hernández, el barro como arcilla o materia primera de la
creación, se quiere cocer de una vasija o en un recipiente nuevo que él quiere fecundar o forjar en un nuevo
ser en el crisol (óvulo femenino) por medio del fuego del amor, es decir, en el
útero de la mujer. Es además, secreto misterioso de su destino. Este poema
podría estar influido por los preceptos plásticos de la madrileña «Escuela de
Vallecas», sobre los materiales de la naturaleza.
Se ha especulado mucho sobre este poema
central. Unos autores lo consideran entre los más profundos de su
creación, un poema de humillación
telúrica, un poema muy comprometido y que a su vez ha sido interpretado por
José María Balcells como
sado-masoquista. Otros críticos,
han tomado, de este poema sólo aquello que les interesa para sus especulaciones
seudo-morales. Por ello, voy a tratar de
analizarlo serenamente, sin sensiblerías.
Creo que, incluso se ha apurado mucho, y se
le ha dado un excesivo sentido mórbido y sádico, porque se ha interpretado a la
ligera que la amada mancilla con sus prácticas lascivas
al amante en los versos tu talón que me injuria beso y siembro de/ flores (v.13-14), o en el
talón mordiente, a tu pisada (V.16), o en barro en vano te muerdo los talones
(v. 31).
Simbología.-
Es muy arriesgado pensar que es un
poema de iniciación sexual, los que piensan así no ves más allá de lo
carnal y humano, y marginan el sentido espiritual y simbólico del poema. Tampoco me quiero arriesgar en la
interpretación religiosa del barro o arcilla divina con la alegoría: Gran
Alfarero que nos creó. Es conocida la educación religiosa que recibió Miguel de
los jesuitas de santo Domingo de Orihuela, o bajo la tutela del seglar Ignacio
Gutiérrez, además de tener como mentor al canónigo don Luis Almarcha[[i]] o a
Ramón Sijé. Sin embargo, dando una
versión más próxima a una realidad cercana y material de los años (1910-1942),
creo que el poeta se metamorfosea en
barro del camino o de las calles, usual en aquellos años para estar próximo y
sumiso a la amada. Y creó, que es de esta imagen plástica, de donde ha nacido
la idea masoquista de la humillación ante el pie y el talón de la amada. Aunque
no es así.
No hay que interpretarlo como un acto
lascivo del amante que besa el talón de la amada, como he oído decir a José
Luis Ferris, en una conferencia en el Ateneo de Alicante, quien supone, sin
pruebas, que Maruja Mallo fue quien le inició en los juegos amorosos. En la
pág. 267 de su libro Miguel Hernández. Pasión, cárcel y muerte de un poeta,
nos expone que «cuatro de los sonetos son la pura exaltación del descubrimiento
del amor físico» pero no aporta pruebas que es lo que se necesita para afirmar
o negar unas investigaciones, son conjeturas tras la lectura precipitada de El
rayo...
Además, el barro o la arcilla moldeada se
transforman o metamorfosea en diferentes elementos de uso común o simple. Espero
a que caiga en esta arcilla / la lluvia con sus crines y sus colas, (2º
cuarteto del soneto 22), la tierra mojada fecunda la semilla dice
el sentido del cuarteto. Aunque este
barro también es, a veces, un terrón para siempre insatisfecho [un
terrón de tierra insatisfecho de agua de lluvia] que escribe en el soneto 3 (v.12).
Nos lo explica muy acertadamente José María Balcells en el libro ya citado
(1998, 21): «la pena dependería no del amor, sino de su no-consumación, al
contenerse el deseo erótico por culpa de una moral estrecha». Esta idea de
castidad contenida la reflejó Miguel en una carta a Josefina en febrero
1935: «(...) Josefina mía, por eso me
gustaría tenerte aquí en Madrid, porque aquí no se esconde nadie para darte un
beso, ni a nadie le escandaliza cuando ve a una pareja tumbada en el campo, uno
encima de otro...»
Miguel es barro, arcilla, terrón, está reseco, insatisfecho de amor,
necesitado de calor carnal, desahogar sus necesidades fisiológicas, reprimidas
por moral cristiana y provinciana muy extendida en su tiempo, o de los votos de castidad durante el
celibato hasta el matrimonio a lo que Miguel estaba en contra. Quizá por ello Miguel rompe con Josefina a
mediados de 1935, y se aproxima a María Cegarra, de la que se conocen tres cartas de María [[ii]].
Fue una relación más epistolar
que amorosa.
A finales del 34 Miguel había conocido a
Maruja Mallo, con la que mantiene esa relación hasta la primavera del 36, la
ruptura no sabemos por qué causas, y es
cuando Miguel formaliza su relación con Josefina.
Análisis
del poema.- El primer verso del poema tiene dos hemistiquios. Y nos dice
clara y taxativamente: Soy barro...Aquí debemos de hacer algunas
precisas reflexiones. El poeta no es ya un terrón seco-estéril e insatisfecho
sino barro, barro como origen telúrico, terrón sediento, arcilla divina de la
que ya he comentado antes.
Barro es mi profesión y mi
destino, la materia con la que está hecho se extiende a su profesión y
destino, ¿qué nos quiere decir?, interpreto que su profesión, por aquél
entonces, era la de intentar ser dramaturgo como Lorca o Alberti, por eso dice
en el verso 8 que quiere ser criatura
idolatrada. Quiere ser famoso y reconocido como sus amigos. Porque nada
tiene que ofrecer a la amada. Su destino es barro, porque la arcilla está
sometida a los cambios de la climatología de las estaciones del año y nos lo
dicen en el verso 54: Teme que se levante huracanado / del blando territorio
del invierno / y estalle y truene y caiga diluviado... ¿Quién teme al
diluvio, sino el barro? Que
desaparecerá con la lluvia del invierno
o cuando truena. Desde el principio ya nos lo dice claramente: soy un triste
instrumento del camino, está solo. En el camino hay barro. Y lo reafirma
con soy una lengua dulcemente infame a los pies que idolatro... El barro se pega a los pies y a los zapatos
pero el poeta lo dice con metafórica bravura: embisto a tus zapatos y a sus
alrededores, / (...) y de besos hecho tu talón que me injuria... Es
evidente que el barro se pega como un beso a los tacones y a los talones de tela de las alpargatas.
El poema sigue con mancha con su
lengua cuanto lame (v. 3),
esto es una metáfora de semejanza con las cualidades del barro. El barro tiene
cuerpo y es húmedo como una lengua, se pega como un beso cuando lame los
objetos que toca, se pega como un beso y además mancha. Pero también puede
lamer como un perro sumiso y manchar con su baba. Dos veces nombra a perro en El
rayo, como símbolo de sumisión. La
segunda vez lengua dulcemente infame, no ha de ser, necesariamente, la
lengua malvada, privada de honra o vergonzosa y deshonrada en ciertas prácticas
sexuales, como algunas mentes calenturientas han interpretado, sino que también
puede ser la lengua que habla y critica a las espaldas de otro o, simplemente
siniestra.
Lo que sucede es que infame rima con lame, y con llame
del primer verso, porque el metro es la
silva, cuya característica son las rimas libres y los versos sueltos o sin
rima. Y no hay que ser, ni tan rebuscadas ni tan perversas, ni tendencias
homosexuales, porque también puedo pensar que la Real Academia de la Lengua se
refiere a unos pervertidos que tienen una Academia para enseñar a lamer con las
lenguas doctas.
El famoso talón.- El
Diccionario de la RAE recoge varias
acepciones de talón. La primera como
parte posterior del pie, y tiene otras,
como parte saliente y añadidas de este lugar a la suela de un zapato, porque es
de antiguo que al tacón del zapato también se le llamaba talón del zapato. Sin
embargo, Miguel usaba cotidianamente alpargatas blancas o la esparteña
valenciana, las cuales no tienen tacones sino talones de tela. Tres veces aparece talón y cada uno de
ellos, si pensamos en tacón de los zapatos, lo descubrimos enseguida: El [tacón de tus zapatos] que injuria beso y
siembro de / flores (v.13-14). Si hubiera una coma entre
injuria y beso, quedaría más comprensible [injuria, beso y siembro de
flores], sin embargo, hemos de respetar la decisión del poeta. Estos dos
versos tienen un hipérbaton, en la prosificación, vemos: tu talón que me
injuria, y que está hecho de alfombras y de besos hecho, pero no me
importa yo beso y siembro de flores. Es evidente, porque el poeta es
alfombra de barro y cuando pisas dejas encima la imagen de tu huella...
Los tacones de los zapatos son sembradores
de las semillas que han pisado, el barro se transporta en el ángulo oscuro, el
formado entre la suela y el propio tacón, de hecho, antiguamente, en los
umbrales de algunos edificios había una especie de chapas en el suelo para quitarse
el barro de los zapatos. La segunda proposición sería: un [tacón] mordiente, a tu pisada. El tacón muerde el suelo cuando se camina,
ese taconeo equivale al masticar de los dientes. Con la tercera proposición: barro
en vano te muerdo los [tacones]
(v. 29).
Las metamorfosis.- De igual modo
que el barro cambia sus cualidades y sus formas durante la cocción, también
cambia en el avanzar estrófico del poema. Empieza diciendo por dos veces que es
una lengua que mancha con su lengua
cuanto lame (v.3), o lengua
dulcemente infame (V.5) de cierto erotismo; luego dice que es un nocturno
buey de agua y barbecho (García Lorca había expuesto su tesis sobre el
lenguaje -Obras completas, Madrid, 1967-
en el que añadió que buey de agua se asignaba a un cauce profundo, por
su acometividad y fuerza). Barbecho es
tierra sin labrar, nocturno como peligroso, es decir, podríamos entenderlo
(como cauce lleno de barro peligroso). Bajo a tus pies un gavilán de
ala, / de ala manchada y corazón de
tierra (manchada sugiere la sangre a causa de las heridas y corazón de tierra o humano); un
ramo derretido / de humilde miel pataleada y sola,/ un despreciado
corazón caído / en forma de alga y figura de ola.
Este barro
en vano se disfraza unas veces de amapola, o de abrazos, en vano te muerdo
los talones, como señales de llamar la atención de la amada, y lo que
recibe son aletazo / sapos como convulsos corazones (versos 26 al 30).
Otras veces, se convierte en una vela
encendida que se apaga como el invierno en el ocaso, mártir o herido mortal o alhaja
y pasto de la rueda (v.43), la rueda firmamento que gira,
pastoreando lunas y estrellas. Porque la rueda según el Diccionario de
Símbolos, es un símbolo cósmico, siempre en movimiento, es alegoría del ciclo
de los astros como incendiando en cera de
invierno ante el ocaso (v. 43).
Al final, el barro del camino, harto
de someterse a los puñales / circulantes carro y la pezuña (v.46) de los bueyes o semovientes, o
que teme que un animal pueda parir sobre él (barro), y mancharlo con los
líquidos de la placenta animal, que así es como paren las cabras, de pie. De corrosiva piel y vengativa uña, se
refiere que la cabra cuando ha parido que lame al cabrito y le da con la pezuña
para limpiarlos de los restos de la placenta.
El barro, solitario y sin cariño de la
amada, solo está, teme a los cambios climáticos, al huracán con su lluviosa
torrencial porque lo desplaza del camino, donde no estará la próxima vez para
ser alfombra de besos para los zapatos de la amada y elevarse cuando pueda por
el tobillo de junco (v.52).
Que esto es el significado del poema. El barro es el amado que cuando le dejan
asciende por la pierna de la amada. La tierra madre, el terrón insatisfecho que
puede germinar, gracias a las gotitas de agua en similitud con las gotitas de
semen.
Es tan evidente la metamorfosis que
incluso, como muy bien observa Francisco Esteve (2002,367): «el “yo” inicial
que preside toda la primera parte del poema se convierte a partir de este verso
[Su taciturna nata se arracima] [v.39] en una tercera persona anónima e
indefinida».
Al final, el poema queda perfectamente cerrado y es
evidente el proceso cíclico de las ideas poéticas: antes de que la sequía lo
consuma, es decir, que antes que la sequía del amor lo deje estéril, el
barro ha del volverte de lo mismo (v.62 último), es decir, se ha de volver hacia la amada, y
empezar con el mismo ciclo anterior, el de ser barro fresco y húmedo, barro
germinador...
En el soneto 22, segundo cuarteto de El
Rayo..., el poeta vuelve a retomar el tema del barro, esta vez como
arcillas reseca:
Espero a que caiga en esta arcilla/la
lluvia con sus crines y sus colas,/ relámpagos sujetos a las olas/ desesperando
espero en esta orilla.
Concordancias.- Luis de Góngora,
escribe en Soledades (1613-1614), y
en Soledad Primera, versos 38 y 39,
leemos:
(...) lamiéndole
apenas
su dulce lengua de templado
fuego...
Y Miguel dice en el v. 3 y 5. Con
evidentes semejanzas:
v. 3 que mancha con su lengua cuanto lame...
v .5 soy una lengua dulcemente infame...
[i]] Luis Almarcha Hernández, nació
en la Murada (Orihuela) 14-10-1887, chantre de la catedral de Orihuela en 1923.
Obispo de León en 1944, falleció el 17-12-1977.
[ii]] Artículo de José Mª Rubio
Paredes, Revista Murgetana N 97, Murcia 1998. “La correspondencia
epistolar entre Miguel Hernández y María Cegarra”. Nota tomada de la pag. 47, Colección Austral
nº 487.
Analisis de Ramón Fernández Palmeral, en la reedición de su libro "Simbología secreta de El Rayo que no cesa", con prñolgo de Francisco Esteve Ramírez en la editorial LULU /Francia. Comprar