Julio Calvet Botella
EN EL CENTENARIO DE RAMON SIJÉ, UN PASEO CON PEPITO MARÍN DESDE LA CALLE MAYOR DE RAMÓN Y
CAJAL A LA GLORIETA DE
GABRIEL MIRÓ.
JULIO CALVET BOTELLA
Y volveré a contemplar, desde el
tiempo, la tierra y el alma oriolana, como buscándome de memoria a mi mismo,
como dijera Sigüenza.
A llenarme de verdes y azules; de
campos y azarbes; de torres y esquinas doradas.
Me apoyaré en el quicio cuajado
de blanco de la gran balconada que cierra el Seminario, acostado en la ladera,
un día más de primavera.
Y escucharé el sigilo del río, y
el paso cansado, lento y patricio, de aquel Don Magín, teniente cura de Nuestro
Padre San Daniel, con un ala del manteo ceñida a su costado y la otra plegada
pomposamente sobre un hombro; con sus
manos entretenidas con una hierba aromática, y contemplaré con el mismo, el
inmenso empaque de Oleza, cuando descanse en la sombra de los últimos tapiales para mirar el hondo,
“La ciudad se volcaba rota,
parda, blanca. Porches morenos, azoteas de sol, las enormes tortugas de los
tejados, paredones rojizos, rasgaduras de atrios, y plazuelas, jardines
señoriales y monásticos. Un ciprés, una magnolia, una palmera, dos araucarias
mellizas. Muros de hiedras, de mirtos; huertos anchos, calientes; frescor
jugoso de limoneros, de parras, de higueras. Eucaliptos estilizados sobre
piedras doradas y de apariciones de cielo de un azul inmediato. Un volar
delirante de golondrinas y palomos. La torre descabezada de la Catedral, la flecha del
Palacio entre coronas de vencejos, la cúpula de aristas cerámicas del
Seminario, el piñón nítido de las tres espadañas de Santa Lucía. Más lejos, la
torrecilla remendada de las Clarisas. A la derecha un pedazo de la lóriga azul
del cimborrio de Nuestro Padre y la contornada del Seminario que brotaba de un hervor
del río”.
Y veré, cómo, luego, Don Magín,
continuará subiendo la cuesta, y se le agarrarán al hábito, los tábanos y los
saltamontes.
Y seguiré mirando a Oleza. La Oleza de la Vega y las espadañas. La Oleza del Segral y las
Palmeras.
¡Ay Señor¡, nos dice Juan Sansano
Benisa,
“… ¡ Ay, Señor, que se quede
retratado en mis ojos un pedazo
de río¡
Que se quede en mis ojos la
visión soberana
de la Vega triunfante con sus
frutos y flores
y acaricien mi oído, como una voz
hermana,
los rumores sonoros de la dulce
campana
que alegró el placentero solar de
mis mayores.”
Rio Segral, Río de Oleza, Río
Segura al fin.
El río y la Vega.
Y la Ciudad; que como dice
Antonio Luis Galiano Pérez, en su libro, “La Orihuela Mágica”,
“Entre brumas, respiración del
barbecho - tierra removida por la azada en encallecidas manos curtidas al sol -
aparece el paisaje de Orihuela enmarcado por la huerta y la piedra”.
Y tras retomar el resuello, y
aplacar el ritmo acelerado del pálpito cordial del lado izquierdo del pecho,
descenderé de lo alto a lo más llano, y con Don Magín, que debajo de un
almendro aserrado de cigarras se enjugará la frente, dejándose luego el
pañuelo, en la gorguera.
Y marcharemos lenta y suavemente,
camino de la calle de tiendas y oraciones de esta Oleza, en busca del magro
desayuno que le va a preparar al bueno de Don Magín, sin duda, Doña Corazón
Motos, que por fortuna, quedo viuda de un mal y forzado casamiento, para quedar
dueña del hermoso obrador de cirios y chocolates, de canelas y azúcares, de
rosarios y estampas, y de potes de miel
y confituras, que le dejaran sus padres.
Como una hermosa pastelería más de Oleza.
Pasteles de Orihuela. Pasteles de
Oleza, tan crecidos y tan altos. Y tan blancos de almenado soplillo.
Y para ello, tendremos que ir a la Calle Mayor de
Orihuela.
Yo no se cuando, se vino a llamar
calle Mayor de Ramón y Cajal. Supongo que luego que Don Santiago Ramón y Cajal,
nacido en el pueblo navarro de Petilla de Aragón, fuera nombrado Premio Nobel
de Medicina en el año de 1906, por descubrir aquellos mecanismos celulares que
fueron llamados la “doctrina de la neurona”. Paréceme que en casi toda España
le pusieron una calle, en homenaje, a
aquel de quien Don Gregorio Marañón, dijo ser: “La máxima figura de la ciencia
española de nuestro tiempo y quizá de todos los tiempos”.
Y nos dice Abelardo Teruel,
“Y se nos viene a las mientes la
calle Mayor de Orihuela. Los días de nuestra infancia transcurrieron, entre
rumores cadenciosos del viejo Thader que a su espalda murmuran canciones de
trabajo, pregones de vida que no podemos olvidar porque, repercutiendo gozosos
en el corazón, están aprisionados en nuestros oídos, a cuyos tímpanos rotos
parece que quieran prestar bríos. La angostura de aquella vieja vía que en días
tan lejanos ¡ay¡, vimos adoquinar, brindaba en los rigores caniculares la
sombra bienhechora de sus recios toldos de tejido basto de yute, y a su
apacible cobijo discurrían despaciosamente las muy contadas personas que
solazábanse oyendo tocar a tiempo.”
“Tocar a tiempo”. Otra vez las
campanas de Orihuela.
Las campanas de Orihuela, con su
lenguaje eterno, en palabras de Ginés Gea Cayuelas, en su libro, “… en prosa y
en verso”,
“Suenan campanas. Algo te dicen,
algo te están diciendo. Las campanas hablan. Seguramente en un idioma que sólo
entiende el alma, el corazón, lo más espiritual de nuestro ser, lo más íntimo.
Ellas te transmiten alegría o dolor, felicitaciones y pésames. Ellas son
mensajeras de recuerdos, traductoras de ánimos y emociones; conductoras de
mensajes, deseos, ilusiones, éxitos y fracasos…”
Campanas que, también para mí,
resuenan a gloria y a pena, y acompañan la caída glacial de las horas del
tiempo: los cuartos, las medias, las horas. Campanas que en su sonido, alteran
el discurrir del agua del río en las noches húmedas de invierno.
Calle Mayor, que en el decir de
Antonio Colomina Riquelme, “Desde la Escalera de San Miguel”, era la vía más
emblemática de la ciudad. “Paseo nocturno dominical por excelencia; muchos
abuelos de hoy, -nos dice-, conocieron y pasearon con la mujer de sus sueños
por esta céntrica arteria del centro histórico de nuestro pueblo. Paseo
obligado en la típica “Vuelta a los puentes”.
Y calle de tiendas. De muchas
tiendas, de amplios escaparates, para solaz de los paseantes, que mas de una
vez salían a la calle para pasear y “ver escaparates”. Tiendas, que un señalado
día de la semana, el martes, eran abarrotadas de las muchas gentes de la Vega que acudían a Orihuela, a vender sus productos en el mercado,
y también para comprar y atender sus asuntos, médicos o jurídicos o de otra
índole, que les afectaban.
Y los comerciantes de la calle
Mayor, proclamaban sus productos, en los periódicos oriolanos de la época.
En el periódico “Actualidad”, se presenta
la gran zapatería “La
Lucentina”, que “anuncia al publico que le concede una Semana
de Gracia para sus compras, con gran ventaja, rebajando en dichos días los
artículos el 10, el 15 y el 20 por 100 desde el 24 al 31 de cada mes,
principiando por el presente.” Y en el mismo periódico, se dice, “Novedades,
Tejidos, Pañería. J. Ramón Garrigós. Primera casa en la región en los artículos
a que se dedica. Mayor 32. Orihuela”.
En “Renacer”, leemos: “El Siglo”:
Pañería y Sastrería. La Casa
más importante de la región. Manuel Alifa; y que, “El dueño de la papelería
Estruch dice que no quiere mas anuncios en los periódicos, porque la bondad de
sus artículos se venden por sí solos. Tinta azul-negra, y en colores de las
mejores marcas que se fabrican. Libros rayados comerciales, … legajos con cintas, papeles y sobres de todas
clases y tamaños… y toda la pertenencia
al ramo de papelería y objetos de escritorio a precios de almacén”.
También en “Renacer”, se anuncian en su
“Página de Información Comercial”, la mercería de Tomás Navarro: “Altas
novedades, precios reducidos”; y “¿Queréis bicicletas, máquinas de escribir,
juguetes, bordados y perfumería?, Saturnino Cebrián Celestino; y “Casa Gea”,
“Comercio de tejidos de las más importantes fábricas de España y del extranjero.
Altas fantasías para la temporada de verano en trajes de señora y caballero”,
calle Mayor 24. Luego, nos dice, “Los elegantes usan calzado de “La Alegría de la Huerta”, que próximamente
recibirá el zapato de moda para la temporada de invierno. Pasad a verlo por la
calle Mayor.”
Un curioso anuncio en el periódico “El
Pueblo”, y casi como una noticia nos dice: “Hemos recibido tres artísticas
reproducciones de pinturas al óleo por
el nuevo procedimiento gráfico llamado “ARTÓLEO” del que es inventor en Madrid
Don José Blas. Dichas reproducciones son “Las Hilanderas” y “Cristo
Crucificado”, de Velazquez, y “La
Virgen del Rosario” de Murillo, los cuales podrán admirar
nuestros lectores en el escaparate del establecimiento de Vda. de Eleuterio
García, en la calle Mayor, donde se hallan expuestas”.
Y en el periódico “Autonomía”, se anuncia el
comercio “La Alianza”,
“Paquetería, Mercería, Perfumería y Novedades”, en el numero 18 de la calle
Mayor, y en el número 23 de dicha
calle,“El Bebé Elegante”, Casa Sarabia, “Confecciones para niño, Especialidades
en Atos y Gorras para cristianar. Gran surtido de vestidos para acortar. Bueno,
Justo y Económico”.
Seria interminable esta lista pero no podemos
dejar de citar a Tejidos Emilio Salar,
“Comestibles Ricardo Cánovas”, “Platería de Daniel Correa”, “Las
Catalanas”, “La Casa
de los Bordados… ”
Y por fin, en el periódico “El
Diario”, se anuncia la tienda llamada “La Alhambra”, cómo “Gran Establecimiento de
Tejidos”, y dice que en la temporada de verano de 1913, “Grandes novedades en
toda clase de trajes de señora y de señorita. Inmenso y variado surtido en
géneros blancos. Especialidad para trajes de caballeros”.
Me han dicho que el dueño, José Marín Garrigós, es una persona muy
cualificada en el comercio de la
Calle Mayor, y que además esta casado con una bella señorita
llamada Doña Presentación Gutiérrez Fenoll, y es también concejal del
Ayuntamiento de Orihuela.
El periódico “El Diario” de 22 de
marzo de 1912, nos dice: “Esta mañana han contraído los indisolubles lazos
matrimoniales, la bella señorita Presentación Gutiérrez Fenoll y nuestro joven
amigo el acreditado comerciante y concejal de este Ayuntamiento, D. José Marín
Garrigós. Han apadrinado a los nuevos esposos Don José Ramón Garrigós y doña
Carmen Marín, siendo testigos de la ceremonia el notario Don Matías Ocampo
Delgado y el procurador Don Jose Raballo. Los nuevos esposos han salido para
una finca del campo de la
Murada, propiedad del padre de la novia, después de celebrada
la ceremonia nupcial, en la cual pasarán la luna de miel que les deseamos
eterna”.
El comercio “La Alambra”, estaba, cerca,
muy cerca de la Catedral,
y así la familia Marín Gutiérrez, era testigo del honor de escuchar las voces y
volteos de las campanas de la Catedral oriolana, como
aquella que hizo el fundidor de Albaida, Lorenzo Rosses, que por estar
desnivelada tal vez por defecto de fundición, no “plació lo bastante por no
sonar del todo bien”, como escribió en uno de sus “Rebuscos”, Don Julio López
Maymón; como, también debieron ser
partícipes de aquellos “Rosarios de la Aurora”, de los que nos contaba el Deán de
Cartagena en Murcia:
“ … Y más tarde, en el apuntar de los matices
del amanecer, voces varoniles con respiros de pechos fuertes y decididos;
agrupados al pié del estandarte viejo; compaseados por los golpes rítmicos del
pequeño tintinábulo, dejar en el aire perfumado con flores de la huerta, la
estrofa palpitante de devoción clásica; española, a lo Teresa de Jesús…”.
Sacerdote ministro de Cristo
que a Dios representas
puesto en el altar…
Y en el altar de la patrona
nuestra de Monserrate, nos pusimos por vez primera, en el santo sacrificio, un
Domingo del Rosario, de Octubre…”.
Y el día 16 de noviembre de 1913,
nace en Orihuela José Marín Gutiérrez. Ramón Sijé.
Como resulta del Libro del
Registro Civil de Orihuela, a las once del día diez y ocho de noviembre de mil
novecientos trece, compareció como padre, Don José Marín Garrigós, natural de
Enguera provincia de Valencia, de veinte y nueve años de edad, casado,
comerciante, vecino de esta ciudad, domiciliado en la calle Mayor, con objeto
de que se inscriba en el Registro civil, un niño que nació en su domicilio a
las diez y ocho del día diez y seis de los corrientes; que es hijo legítimo del
mismo y de su consorte María de la Presentación Gutiérrez
Fenoll, natural de esta ciudad de veinte y cinco años, dedicada a sus labores y
domiciliada en el de su marido. Son sus abuelos paternos José Ramón Marín
Barberán y Teresa Garrigós Martínez, naturales de Enguera, comerciantes y
domiciliados en Fernán-Núñez, provincia de Córdoba, y los maternos Justino
Gutiérrez Escolano, y Brígida Fenoll Martínez, de esta naturaleza, comerciantes
y domiciliados en la calle de Calderón de la Barca. Y que al expresado
niño, le pusieron por nombre, José Ramón, Rufino, Justino, Antonio.
Y en los Ecos de Sociedad del
periódico “El diario”, de 27 de noviembre de 1913, se dice, que:
“A las 11 y media de la mañana de
ayer y en la capilla del Palacio Episcopal, recibió las regeneradoras aguas del
Jordán el primogénito de nuestro distinguido amigo el concejal de este Ayuntamiento don José
Marín Garrigós.
Fue Ministro del Sacramento el
Ilmo. Sr. Obispo de la
Diócesis, Dr. D. Ramón Plaza y Blanco; asistido del clero
parroquial del Salvador.
El recién nacido recibió los
nombres de José, Ramón, Rufino, Justino y Antonio”.
Luego vendrán sus hermanos
Justino, “Gabriel Sijé”, en 1915, que estuvo entre nosotros hasta 1946, justo
el año en que yo nací; y María Dolores, “Mari-Lola Sijé” nacida en 1920 y
fallecida en 1964, que fue primera esposa de Pepe Torres, oriolano de muy grato
recuerdo.
Y yo, que nací en la calle Mayor,
junto enfrente de los comercios de Charín Cebrián y de Nieves Estruch, me
quedaré quieto frente al portal de la casa de mi abuela Lola, mi abuela paterna
Dolores López Maymón, para encontrarme
allí, con su recuerdo, con el ilustre abogado, y querido amigo, Don Antonio
García-Molina Martínez, para, dando un salto en el tiempo, irme con él y con su
educado trato, caminando lentamente por la calle Mayor.
Y con Don Antonio García Molina,
entraré en la casa de la familia Marín Gutiérrez, situada sobre su tienda de
tejidos.
… porque quiero encontrarme con
Pepito Marín, aquel muchacho que quiso llamarse Ramón Sijé, y recorrer en su
compañía, su Orihuela, donde tanto fue querido:
Y dejó escrito Don Antonio:
“… por la entrada de la vivienda que es
estrecha y tortuosa, oscura y húmeda, subo la
escalera protegida por un
barandal de hierro, paso sin detenerme el primer piso, en el que se encuentra
el comedor, que es una estancia casi en penumbra que asoma dos balcones a la
calle Mayor, de sus paredes cuelgan dos grandes tapices que representan escenas
del Quijote, y en un ángulo el piano de Mari-Lola del que parece salir las
notas cansinas de las lecciones del método Eslava.
Llego al segundo piso donde se
encuentra la “Isla de Papel”, como la llamaba Gabriel Sijé; recorro su pequeña
y entrañable geografía: el sol del medio día está tapado por los gruesos muros
del palacio del Obispo Leproso, y llega desde sus jardines románticos un trinar
gozoso de pájaros, que tiene como fondo el agua rumorosa del Segral mironiano;
más allá se adivina la explosión vegetal de la huerta; a la izquierda la Catedral, y al fondo el
monte pelado de San Miguel, con la arquitectura ancha y blanca del Seminario;
más arriba las ruinas evocadoras del Castillo, y dominándolo todo la Cruz de la Muela. Tiene la
habitación sus paredes blancas casi cubiertas por unas modestas estanterías
repletas de libros y de anotaciones apresuradas, y sobre una pequeña mesa de
trabajo un retrato de la familia Sijé que, al conjuro de una intensa nostalgia,
contemplo largamente.
En lugar preeminente el padre, el
bueno de D. José, correcto y amable… A su lado la esposa, Dª Presentación,
vestida de negro, seria, enjuta, inquieta, orlada de misterio… Delante de
estos, flanqueada por sus dos hermanos y sentada en una banqueta Mari-Lola,
blanca como una muñeca de porcelana… A la izquierda Gabriel… Eternamente
enamorado, la figura del último romántico…
Finalmente Ramón. Pequeño, de tez
morena, “cabeza de prócer, rapada, sobre un cuerpecillo todo nervio”, con unos
ojos negros y profundos llenos de misterio…”.
Terminada la visita, y al volver de nuevo a la puerta de la casa, me
despediré de Don Antonio García-Molina, que también se nos fue, dejando un gran
vacío.
Y hecha a andar y a vivir en la
calle Mayor de Orihuela, frente al Palacio que habitó un “Obispo Leproso” y a
la sombra de la torre de la
Catedral de El Salvador, construida sobre restos de varias
culturas, José Marín Gutiérrez, Pepito Marín.
Y Pepito Marín es un lucido
estudiante, y cursa Bachillerato en el Colegio de Santo Domingo, el Colegio del Jesús, de los Padres
Jesuitas. Luego cursará la
Licenciatura en Derecho en la Universidad de Murcia,
con importantes calificaciones.
Bien pronto se destaca como
escritor y estudioso de amplios horizontes. Con sólo doce años de edad gana un premio convocado por la revista
“Héroes”, y tras ello colabora asiduamente en prensa, con diversos seudónimos:
Chas, Babbit, Rataplán y otros, para terminar con el nombre por el que es
conocido: Ramón Sijé, con el que firma un artículo en el periódico de
Madrid, “El Sol”, del 25 de noviembre de
1931, con el titulo de “Tristeza y ruina estética de la conversación española”,
que inicia diciendo aquello de: “ Vivimos con poca intensidad nuestra vida
interior. No teniendo en cuenta aquel dicho castizo del Quijote: “Sancho amigo,
del conocerte saldrá el no hincharte”. Pero ¡que poco nos conocemos, y como,
Sancho amigo, nos hinchamos¡”.
Y nos dice José María Pina
Brotóns, que fuera Licenciado en derecho y oficial letrado del Ilustre Colegio
de Abogados de Orihuela, en la revista “Destellos” de 1931,
“Este Ramón Sijé. Este Ramón
Sijé, menudo y vivaz, de tez de árabe, y ojos de árabe y de imaginación de
árabe. Este Ramón Sijé menudo y nervioso como un egeo.
Habla de prisa y a veces despacio
Ramón Sijé. Ramón Sijé es intelectual y estilista como su maestro José María
Ballesteros. Y Ramón Sijé tiene diecisiete años. Y sin embargo no es un niño
prodigio. Muy al contrario, es un hombrecito comprensivo y de una gran
naturalidad. Por eso me gusta hablar con Ramón Sijé. ¡Oh si toda nuestra
juventud fuese cómo Ramón Sijé¡ Ramón Sijé es romántico. Y poeta. Debe tener
amores platónicos con alguna jovencita rubia y pálida …
Es simpático este Ramón Sijé. Con
su vocecilla atiplada y su aire de joven musulmán y su andar de gnomo. Angel
Ganivet era en su adolescencia cómo Ramón Sijé. Aquel ilustre suicida era
también, menudo, moreno y nervioso cómo Ramón Sijé. He tenido, un honor, un
alto honor, de dar un paseo por la vía férrea con Ramón Sijé. ¡Esa vía férrea
de Orihuela que tantos recuerdos tiene para mí¡ Dos raíles negros que se
prolongan, que se prolongan, mucho, mucho, como nuestra pobre vida vacía…
Y ahora paseo por la vía férrea
con Ramón Sijé.
Húmedo verdor de bancales a los
lados. Un horizonte de un oro en ascua, donde se recortan gráciles palmeras,
muchas palmeras… Cielo alto. Y la arena y los guijarros crujen bajo nuestros
zapatos. Y hablamos mucho. A borbotones. Tenemos avaricia por cambiar
impresiones. Pero… yo soy abogado y Ramón Sijé estudiante de Derecho y sin
embargo ni una palabra de leyes… en cambio cuando tropiezo a Paco Garrigós o
Julio Calvet… ¡Pobre Justiniano¡ ¡Pobre
Justiniano¡. Y habla bien Ramón Sijé. Agudamente, intelectualmente. ¡Señor con
diecisiete años¡. Y habla más, y más, y
más… Una vaharada de azahar. Canta el
Segura entre los cañaverales. Se hace muy gris la luz de la tarde…
Parpadea una estrellita de oro…
Y otra…
Y otra…
Mi diestra enguantada en gamuza
gris tira fuertemente de un junco, como en mi infancia.
Y en la calma de la tarde sigue
sonando con una algarabía de campañilla, la vocecita atiplada de Ramón Sijé…
¡Señor con diecisiete años¡.
José María Ballesteros, Ramón Sijé, Paco Garrigós, mi padre, Julio
Calvet, y hasta Angel Ganivet y Justiniano, desfilan en esta hermosa “Estampa
de Orihuela” de José María Pina Brotóns, “Eugenio de Pinumbrio”, en la que nos describe, en toda su verdad, a Pepito
Marín, dejándonos también, el recuerdo
de aquellos lentos paseos por la vía del tren, entre la primavera y el
sentimiento del ir y venir a nuestra Vega del Segura…
¿Quien no ha dado un paseo por la
vía del tren de Orihuela, en aquellos años cuarenta, cincuenta o sesenta del
siglo pasado … ?
¿Quién no ha sentido aquella
vaharada de azahar y el silbido lejano de una herrumbrosa locomotora, que ahora
se nos antoja como un juguete roto?.
¡Señor, con diecisiete años¡.
Don José María Ballesteros
Meseguer, es calificado por José María Pina como el maestro de Sijé. Hijo de un
ilustre político oriolano Don Francisco Ballesteros Villanueva, fué Médico
Titular y Cronista Honorífico de Orihuela, donde nació, muriendo prematuramente
con 42 años, dejando una gran estela intelectual en la historia de Orihuela.
Nos dejo muchos escritos, pero también un libro imperecedero llamado “Oriolanas”.
La publicación de “Oriolanas”
constituyó un magno acontecimiento en la Orihuela de 1930, siendo objeto Ballesteros, de
un banquete en el Hotel Palas, organizado por sus admiradores y amigos.
Dice “Actualidad”, que asistieron
más de cincuenta comensales, ocupando la presidencia con el homenajeado, el
Canónigo Don Mariano Olmos, el capuchino P. Ventura, Don Fernando Plaza, Don
José Martínez Arenas, Don Manuel Vidal, Don José María Quilez y Don Francisco
Marina.
El Sr. Ballesteros visiblemente
emocionado dio las gracias por el homenaje que se le rendía y termina diciendo
que las flores que le han dedicado sus amigos, las dedica a la bella Lucia,
personaje de su novela”.
“Oriolanas”, es un conjunto de
estampas típicas de “cuadros y costumbres” entre las que no podía faltar la
barraca de la huerta de Orihuela:
“Enclavada a la orilla de la
vereda de Buenavida, en el mismo ángulo que forma la vereda con la vía férrea,
la barraca del tío Francisco era conocida en todo el partido de Desamparados,
por ser la más antigua, por la nítida blancura de sus paredes de barro que la
tía Monserrate encalaba todos los sábados, por las naturales bondades del viejo
matrimonio que la habita y por la gracia y el desparpajo de Lucía y Pepico.
La barraca de la huerta oriolana
tiene, para los que nacen en esta tierra predilecta del Divino poder, y sobre
todo, para los que conservan en su ánimo la agradable impresión de haber visto
sujetos a la cintura de un huertano los blancos y planchados zaragüelles, el
mas puro sabor de oriolanismo; porque la barraca, la típica barraca de la
huerta de Orihuela, construida toscamente con unas maderas, barro, cañas y
albardín; la que alberga al mediodía y en la noche al cansado bracero que abrió
la tierra, plantó semillas y dejó correr el agua pensando en el pan oloroso
recién salido del horno, representa, aunque humildemente, la fe, el trabajo y
la riqueza de esta tierra. La barraca de la huerta oriolana, representación de
humanas virtudes, nido de amores, pobre vivienda que al abrir sus puertas hiere
la vista del que la visita por el contraste de los colores, de las cosas
expuestas como en una tienda, encierra un tesoro de valor inmenso, el tesón del
huertano que un día y otro trabaja incansable regando su rostro de sudor que es la vida, convirtiéndose para el mundo
que de él se alimenta, en refuerzo, seguridad y progreso”.
Y nos dice Ramón Sijé, en el
periódico Voluntad, bajo el título de: “Oriolanas y Orihuela ó José Maria
Ballesteros y la pluma”:
“El Escaparate. Tras el vidrio
del escaparate unos libros se amontonan en bello desorden. En sus portadas,
dibujadas por ágil mano, unas barracas son portadoras de una Orihuela, que
según el título: Oriolanas: vive tras sus páginas. Contemplo atento el
dibujillo, superrealista, que quiere hacer al lápiz norma de la realidad.
-Miras una corbata?- me dice un
amiguillo cogiéndome por el brazo.
-No. No…, contesto malhumorado- Y
es que sus ojos no han visto lo que yo- ¿Por qué?
-No es oriolano”.
Orihuela es un Ciudad, digamos,
“tertuliana”. Amiga de las tertulias y reuniones de amigos para hablar sin
tiempo, sin agobios, sin prisas. Y para hablar “de lo divino y de lo humano”.
También es una Ciudad que adora, y es amante del “dominó”. Un juego sin término
ni solución cierta, siempre nuevo y distinto, del que nos dice Javier Pastor,
que ha escrito sobre el mismo, que el dominó, se aprende en el mármol, no en
los libros.
En Orihuela, hasta hemos tenido
una “tertulia”, casi inventada. La “Tertulia del Bar Lauro”, en el libro que
escribiera Don José Martínez Arenas. La tertulia del “Café Imperial”, que
estaba en la Barrera,
y que era llamado “El Café de Lauro”,
por llamarse así su dueño Lauro Saboga, que con su mujer María Manuela, “eran
magníficos cocineros”. En dicha tertulia y mucho mas adelante, se sentaría, un
querido amigo, que el autor identifica cómo Paco Leyva, apodado “El Especia”, porque era
“comisionista de comestibles”.
Don José Martínez Arenas, es tío
abuelo mío, porque es hermano de mi abuela materna, María Martínez Arenas, así
que su padre, Don José Martínez Costa, es mi bisabuelo. Y hablé muchas veces
con él, y hasta me escribió una carta de su puño y letra y hasta en verso,
cuando yo comenzaba mis estudios de Derecho en Murcia, y que comenzaba así:
“A Julio Calvet Botella
que en Murcia, ¡bella Ciudad¡,
aspira a ser una estrella
de aquella Universidad.
En Orihuela y Febrero
del sesenta y cuatro año
de este siglo puñetero
preñado de desengaño.
Querido sobrino nieto... “
Luego continuaba la carta escrita,
“con pulso torpe y longevo”, - decía -, y llena de consejos, y emociones.
Yo la guardo, con entrañable
cariño.
Abogado, político y escritor, Don José
Martínez Arenas, fue alcalde de Orihuela y diputado a Cortes en 1923 y en 1933,
y publicó libros de poesía, de memorias y hasta de ficción.
Don José Martínez Arenas,
intervino cómo abogado en la formación del cuaderno particional de la herencia
de Doña Dolores Limiñana e Iriberri, quien dejó una gran fortuna, razón por la
que Don José, mantuvo una buena amistad con sus descendientes y familiares,
entre ellos con Don Álvaro de Albornoz y Limiñana, quien fuera entre otros
altos cargos, Ministro de Fomento y Ministro de Justicia. Miguel Hernández llevó
una carta de recomendación de Martínez Arenas para Concha Albornoz, hija de don
Álvaro, en su primer viaje a Madrid, en busca del mundo de la poesía, y volviendo
a acudir mas tarde a Don José, nuevamente a través de Pepito Marín, en busca de
ayuda económica, para su vuelta a Orihuela.
Y Ramón Sijé acudía a una notable
tertulia que se reunía en el Hotel Palas. Y acudía luego también a la que se ha
dado en llamar la “Tertulia de la
Tahona”.
La tertulia de la tahona de los
Fenoll. Para ver a su amigo Carlos. Y para ver a su novia: a su novia Josefina
Fenoll Felices, “la panadera del pan más trabajado y fino”, como la describiera
Miguel Hernández.
Y para ir a esta tertulia,
vayamos a la calle Arriba, donde esta la panadería de los Fenoll; de los
hermanos Carlos y Efrén Fenoll Felices.
Nos dice Carlos Fenoll, ¡Calle de
Arriba¡, Tan densa de humanidad durante el reinado del día, tan alta de
espiritualidad -que una cristalina campanita de Santo Domingo rubrica al
amanecer-, cuando los astros te coronan”.
Y le pregunto a Pepito: ¿Es
verdad, que como yo creo, ibas a la tertulia mas que nada a ver a Josefina?; y
también, dime, ¿de verdad fue Josefina tu novia, o sólo fue tu amiga?.
Y estas preguntas me las va a
contestar nada menos que la propia Josefina Fenoll, en un hermoso escrito hecho
en Torrevieja, el día 5 de abril de 1984, lleno de cariño imborrable e
impecable prosa, que nos dejo impreso en
la Revista Batarro:
“Yo empecé a tratar a Pepito
Marín en abril de 1932, una tarde que fui, como de costumbre, a llevar los
panecillos a su casa”.
Luego nos dice Josefina: “Tocaba
el picaporte, y por la forma de tocar ya sabía que era yo. Ese día bajó él, y
me dijo: “tengo interés en hablar contigo porque pienso escribir un artículo
sobre tu hermano Carlos”. Le contesté todo lo que él quería saber. Escribió el
artículo, y cual no sería mi sorpresa, cuando lo leí, que decía muchas cosas
bonitas para mí. Eso me halagó. Yo sabia que él era un muchacho que prometía
mucho, tenía fama de inteligente. Desde ese día ya hablamos diariamente, pues
él calculaba la hora en que yo terminaba de hacer el reparto de pan y salía a
mi encuentro. Me acompañaba hasta cerca
de mi casa. Pero un día que un amigo y pretendiente mío (Pepín Cases) me estaba
saludando, en esto se asoma Pepito Marín por una equina, y él que ve eso,
podríamos decir aquello de “trocose su amor en locura” porque se abalanzó sobre
el pobre Pepín, ajeno a lo que estaba pasando, y no se cuantas cosas le dijo;
entre otras que yo era su novia y que no me tenia que molestar para nada.
Entonces fue cuando me entere que éramos novios.
Ese día cuando nos despedimos, me
dijo que le avisara a mi madre que “mañana a las 7 de la tarde, voy a ir a
hablar con ella”. Y así fue”.
Y así esta claro aquel noviazgo, del
que Carlos Fenoll, quien pudo ser su cuñado, nos dijera que, “…se amaron muy
armoniosamente, cuando fueron, en el alma, iguales”.
Después en su precioso artículo
nos dice Josefina que, “Pepito venía siempre a hablar conmigo de 7 a 9 de la noche. Alguna vez,
no siempre, venía Miguel con mi hermano Carlos y hablaban de literatura. Mi
hermano y Miguel lo respetaban mucho, pero no había esas grandes reuniones de
que se ha hablado. El iba a estar con su novia y nada mas”.
“Tertulias o encuentros”. Y
“festear” con la novia. Acaso alguna conversación literaria. Dejémoslo así. Yo no pude estar
allí. Claro.
Lo que si sé es que en Orihuela,
en su corto pero intenso invierno, a eso de las 7 de la tarde, nuestro río, que
es dueño y señor de esta Oleza, suelta sus efluvios húmedos por todos los
rincones de este pueblo, creando esa sensación gris y fría que “cala los
huesos”. Y estoy seguro, de que quien tuviera la suerte de estar en aquellas
horas, junto al horno de pan caliente, del pan “mas trabajado y fino”,
encendido o en sus ascuas, hablando de lo “divino y de lo humano”, y además
oyendo a Miguel Hernández, a Ramón Sijé, a Carlos Fenoll, a Jesús Poveda, y tal
vez a algún otro, no pudo haber vivido,
momentos mejores. Entre el calor, el verso,
la memoria y los amores.
Pepito Marín y Josefina Fenoll.
La hermana de Carlos Fenoll Felices.
.
Ramón Fernández Palmeral, con ocasión del
centenario de su nacimiento ha escrito la biografía de Carlos Fenoll, al que
llama el “poeta panadero”.
Y Palmeral en ella, nos presenta
un conjunto de “poemas seleccionados” de Fenoll, quien, según nos dice, fue el
primero en llamar pastor poeta a Miguel Hernández, cuando le escribió el poema
“Sonata Pastoril”, dedicado a “Miguel Hernández, el pastor que en la paz y el
silencio de la hermosa y fecunda huerta oriolana, canta las estrofas que le
inspira su propio corazón”, y que en su hermoso poema y referido a Miguel nos
dirá:
“Sus versos son cual la brisa
que acaricia con dulzura
cuando la tarde agoniza
al agua que se desliza
silenciosa en el Segura…
Ya torna a su hogar querido
por la vereda desierta
de su rebaño seguido.
Este pastor… ¡que ha nacido
Para cantar a su huerta¡.”
También le escribió un poema a
Sijé con el titulo de “Súplica”, pero para mí, Carlos Fenoll, alcanzó un lugar
deslumbrante como poeta místico, comparable a los altos poetas, con su poema al
Cristo Yacente que esculpiera Seiquer Zanón para la Procesión del Santo Entierro de Orihuela.
Solo con estos versos bastan para
consagrar a un gran poeta:
“¡Y esa mano, y esa mano que,
muerta,
más no del todo fría,
levemente entreabierta
bendice todavía¡”.
Yo invito, a cuantos conozco, a
que cualquier Sábado Santo, en la mañana, se acerquen al atrio del altar de la Iglesia de Santa Justa, y contemplen
la imagen…y también… ¡Y esa mano…¡ y
musiten en silencio, como una oración,
el poema de Carlos Fenoll, al Cristo Yacente.
Y Miguel Hernández.
Yo debo confesar que casi no soy
capaz de hablar de Miguel Hernández. Se me pone como un nudo en la garganta, al
pronunciar su nombre. Pensar que el gran poeta del siglo veinte español,
naciera en Orihuela, y que Orihuela es “su pueblo y el mío”; si, Ramón, el mío
también, me impide cualquier otro comentario, de quien dijera de sí mismo:
“Alto soy de mirar a las palmeras
y rudo de convivir con las
montañas”.
Miguel, además de la memorable
Elegía, le dedico a Pepito Marín, un hermoso poema titulado “Insomnio”, que
publicó en Destellos del 30 de noviembre de 1930, con la dedicatoria de, “A
Ramón Sijé. Por tener juventud y ser levantino y soñador como yo”, del que
copio estos versos:
“Por la sombra del éter una
estrella resbala;
en un próximo aprisco melancólico
bala
un chotillo que busca de la madre
el querer;
y de un nido cercano, con
calientes aromas
viene un poema de arrullos de
fecundas palomas
a ponerme en los labios un sabor
de mujer.”
Seguimos caminando Pepito y yo, y
ahora por las cercanías del “Hotel Palas”, como le conocimos, volcado sobre el
río Segral, tan recordado en las noches de la Semana Santa como
lugar de encuentro de nazarenos, y para ahora acercarnos a la tertulia
“mañanera” de Pepito, con sus amigos.
Y allí en la “tertulia del Hotel
Palas”, vemos de nuevo, tomando su aromoso café con Ramón Sijé, al Juez José
Olmedo Almeida, a Juan Bellod, a Mariano Cremades, a Augusto Pescador, a José
María Pina, a Plácido Gilabert y a Tomas López Galindo, compartiendo tantas
cosas, tantas opiniones, acaso dispares, pero siempre amigos.
De entre ellos, Mariano Cremades
Olmos, fue condiscípulo de Sijé en los estudios de la Carrera de Derecho, y
hasta llegó a recibir clases particulares de Sijé de la difícil asignatura de
“Filosofía del Derecho”, que Sijé dominaba, para lo cual Mariano Cremades
acudía a su casa de la Calle Mayor,
cuando cerro la academia que les preparaba, por ser estudiantes, o alumnos,
“libres”, como antes se decía.
Y el Palas, está casi enfrente
del Casino de Orihuela, donde, ¿recuerdas, Pepito?, Miguel Hernández, leyó y
explico ante una pizarra su poema “La Elegía Media del Toro”· en el salón de fiestas de
dicha sociedad.
Y al llegar a la “Barrera”, vemos
al fondo la Glorieta
de Orihuela.
Yo la he conocido también muy
verde, rebosando de grandes arboles y como tapizada en el otoño de muchas
grandes hojas caídas al suelo de tierra, con las que confeccionábamos unas ceremoniosas
coronas para jugar, haciéndonos pasar por indios. Y las trompas de madera, y
las bolas de barro de “a perra gorda”, acompañaban los juegos, y más de una
travesura, que se encargaba de intentar corregir un señor mayor vestido con un
antiguo traje de guarda jurado, correaje incluido. Y que se encargaba también,
al caer la tarde, yo no sé a que hora, de cerrar la verja que rodeaba y
guardaba tan noble hermosura.
Y adentrados en este vergel
oriolano, Pepito, te recuerdo y te vuelvo a leer aquello que escribiste en el
Diario de Alicante con tu firma de Ramón Sijé, y bajo el título de “Lector de
Miró, y “Fallo de Concurso”, dedicado a “Napoleón Bueno, siempre amigo”:
“El jefe de la estación de
Orihuela que lleva bajo el brazo izquierdo un ejemplar de “El Obispo
Leproso”, y en su mano derecha una
banderita de colorines, da salida a trenes fantásticos, que parten a todos los
puertos y lugares del mundo.
Y ante los ojos de los lectores
de libros españoles pasan, -como observa nuestro gran judío actual- las páginas deliciosas de Gabriel Miró.
Esos lectores nos empujan a
nosotros, precisamente, naturales de Oleza; a nosotros generosos como el aceite
de nuestros olivares - el Olivar de Nuestro Padre a la cabeza -, porque a Oleza
le viene el nombre “de la abundancia de sus arboles y de la generosidad de sus
Oleadas”, como observa sutilmente, en página primorosa el mismo Miró; a nosotros,
que despreciamos a los que nos atacan desde el anónimo, emplazándolos con
valentía, con un ¡Oleza alerta¡ desde un
escenario y ante numerosa gente.
Y por eso, nosotros, que
representamos a todos los lectores de Gabriel Miró, quisimos levantarle un
busto, en el jardín más bello de Oleza-, donde espiritualmente nació, él-,
junto al pino más alto, - ¡ lastima no fuera su ciprés predilecto ¡ -, y desde donde se oyen los tañidos suaves de
las campanitas de la
Catedral.
Y hénos aquí, en este despacho, en
esta noche que huele a Purita. Recordaréis a Purita, “la novia más cortejada de Oleza”, la recordaréis desnuda en aquella noche de
luna.
Aquí están Ballesteros, el de
“Oriolanas”; José María Pina, con su bigote y su afán de morir estrellado, en
una carretera alicantina, recordando a Baudelaire el bueno, a Poe el fúnebre; a
Pescador, con su marxismo y su cara de niño espantado; a Rodríguez el
pintor; Miguel Hernández que conduce
cabras y es pastor; y yo mismo, con mi
nariz de César y el cráneo completamente rasurado”.
... Coincidimos todos en el simbolismo de ese
busto tan triste, de este Gabriel Miró resucitado, obra de un escultor áspero y joven que se
llama José Seiquer Zanón que tendrá un gran porvenir, y que es de Murcia, de
donde era María Fulgencia, aquella muchacha que quiso comprar el Ángel de
Salcillo.
El busto de Seiquer es
admirablemente sencillo y en medio de su tristeza, sencillamente arrogante: he
creído ver en él, la juventud de Don Diego, el nómada que fue alcalde de
Jijona. Allá, más en la oscuridad, el busto de Aparicio, un muchacho que vive
junto a un viejo teatro , en la
Corredera, calle típica de Oleza y el busto de Pérez León,
que estudia en San Fernando.
… Nos vamos, que duerman
amigablemente todos esos bustos, todas esas imágenes de Gabriel Miró.
Mañana felicitaré al escultor
premiado. Ahora, en este rato de la noche, soñaré con el gran Gabriel, que
estará “en su cielo” - como Jorge Guillen decía de su madre -, descansando
dulcemente lo mismo que Juan de la
Cruz y Fray Luis”.
Y lo firmas así, “Ramón Sijé”, diciendo
Olesa, en vez de Oleza, y con este cierre magnífico evocando a Fray Luis y Juan
de la Cruz,
¿No es verdad, Pepito, y no me
equivoco, si te digo que también Miguel, se inspiró en los versos del “Cántico Espiritual”,
de Juan de Yepes, para dar con ellos el
título a uno de sus poemarios, “El silbo vulnerado” ?,
“Vuélvete, paloma,
Que el ciervo vulnerado
Por el otero asoma,
Al aire de tu velo, y fresco toma.
....
Mi amado, las montañas,
Los valles sombríos nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
Los ríos sonorosos,
El silbo de los aires amorosos”.
Bueno, pues entonces resulta que,
el día 2 de octubre de 1932, la comisión
que formasteis, concedisteis el premio a Seiquer, y colocasteis el busto de
Miró en la Glorieta,
y sobre un pedestal donde se lee “Oleza a Gabriel Miró”.
Y allí esta todavía, después de
tantas lluvias, y tantos soles. Yo cuando me acerco, y vuelvo a ver el busto en
la glorieta, percibo la ausencia. Sí, la ausencia, de aquellos hermanos de Oleza
que lucharon con tanta ilusión. Y que se fueron. Porque la ausencia, es
irremplazable. Sólo podemos luchar por el recuerdo, y a duras penas.
Y el premiado fue José Seiquer
Zanón.
El escultor José Seiquer Zanón,
no solo permanecerá eternamente unido a Orihuela a través del busto de Miró y
de la admirable imagen del Cristo Yacente, sino por su vinculación familiar;
por su matrimonio con una oriolana. La señorita
María Lucas Parra.
El periódico de Orihuela, Renacer
de 28 de enero de 1931, bajo el titulo de “Una boda”, nos dice que “El pasado
domingo, a las 10 de la mañana, tuvo lugar en la Iglesia Parroquial
de Santas Justa y Rufina, el enlace matrimonial de la bella y elegante señorita
María Lucas Parra, con el joven escultor de la vecina capìtal de Murcia Don
José Seiquer Zanón. Actuaron de padrinos nuestro estimado compañero y Redactor
Jefe de este semanario Don José María Lucas, Abogado, y Doña Josefa Zanón,
viuda del Doctor Garí, de Valencia, hermano y tía respectivamente de los
contrayentes.”
Hoy tenemos aquí su busto de
Gabriel Miró, en Orihuela, en la
Glorieta de Gabriel Miró, haciéndose realidad lo que escribió
José María Ballesteros, en el periódico Autonomía:
“Por las calles de la ciudad de
Orihuela, calles en su mayoría estrechas, adornadas por rejas y balcones que
despiden el perfume de la albahaca y el clavel, nacidos en tiestos que cuidan
delicadas manos femeninas... la figura de Miró, avanza sigilosamente, queriendo
pasar inadvertida..”
Pero, yo creo Ramón, que gracias
a vosotros, ya queda su figura presidiendo la Glorieta, como también en
el pórtico de tu Revista “El Gallo Crisis”, que iniciaste con la frase del
amigo, que aspirando el aromoso aire gritara: “Sigüenza, ¡Que olor a Corpus¡”.
Imagino que tendrás recuerdos
imborrables de aquella jornada de la inauguración en la Glorieta, de la que he
leído, que resultó, digamos un poco “entretenida”, aunque también sé, que no
llego la sangre al río, y que el Segral, siguió corriendo sin sobresaltos, y
ahora bajo la mirada de quien así pronunció su nombre; el nombre de nuestro río
Segura.
Y de cómo se hizo eco la prensa
del momento. Raimundo de los Reyes en la Revista madrileña, Blanco y Negro, os dedicó un
hermoso articulo diciendo: “A José María
Ballesteros, a Ramón Sijé, a Miguel Hernández y a José María Pina, que en el
remanso urbano de Orihuela, alimentan un culto inextinto por la obra y la
persona - inolvidables - de Gabriel Miró, estas evocaciones sencillas, en la
inauguración del monumento que han erigido a Sigüenza, bajo los tilos y los álamos de su glorieta
olezana”
Parece que se hace tarde, Pepito. Si te parece
volveremos a nuestro lugar de encuentro: a la Calle Mayor y desde
esta Glorieta.
Y volveremos despacio, en esta hora,
en la que aún continua el laboreo diario de las gentes de Orihuela, oliendo a
nuestro paso, el aroma de pan caliente que sale de nuestras muchas tahonas,
como aquella que esta cercana a la Calle Mayor, en la calle de Santa Lucía, curiosamente
llamada “El Horno del Obispo”, porque dicen, que uno de sus antiguos dueños, actuó en el Teatro Circo, vestido de obispo, y
así quedo llamada su tahona para siempre. Y allí veremos, al pasar, al fondo a
su dueño Manuel Terrés Pérez, vigilando el hacer de su obrador, al frente del
encargado que llamaban “el Papacho”, haciendo monas, y sus especiales medias
lunas de manteca y harina que llamaban “Relentes”, porque la masa, debía
permanecer bajo el mismo, durante la noche.
Y llegamos a la altura de la casa
de Pepito Marín, y para despedirme, le alargo la mano, para estrechársela
fuertemente y decirle:
Pepito; ha sido un paseo muy
agradable en la Orihuela
de tus amores y tus recuerdos.
Yo no se si nos veremos alguna vez. En
cualquier caso, yo soy como la frase de tu Revista: Yo tan sólo tengo fe.
Lo que si te prometo, es que me
sumaré mientras pueda a aquellos paisanos nuestros, que conserven tu recuerdo.
El recuerdo de un muchacho, que quiso ser y no
pudo.
Que te fuiste tan pronto, que no
te pudiste conocer.
Pero dejaste tu ejemplo: tu deseo
de saber, de luchar y de creer.
Y solo por ello, pienso, que no se
te debe olvidar, compartiendo tu energía, para teñir este mundo de colores,
evitando los grises, y para alzar ilusiones tan altas como las torres y cúpulas
morenas y bruñidas, resplandecientes al sol de nuestra Vega.
Adiós, Pepito. Adiós, Ramón Sijé.
Me vuelvo a mis quehaceres. Hasta que Dios lo permita. Y compartiendo contigo,
y con todos los que sé que ahora me escuchan, mi inalterable y hermoso amor a
esta tierra, a la que Gabriel Miró llamó Oleza.
Y caminaré lentamente por la
calle Mayor, cargándome de evocaciones y recuerdos, y entonces, haciendo un
alto en el camino, buscare en mis bolsillos el papel que me ha entregado mi muy
querido amigo, ilustre oriolano, y gran persona, Manuel Cañizares Llanes, que
contiene el poema que ha escrito a mi ruego, para leerlo por vez primera en
esta noche, llena de recuerdos y nostalgias, y escuchar a través de sus versos,
que titula “EL SILENCIO DE MIS NOCHES”, la voz de Orihuela.
“Guardo en el silencio de mis noches,
mil poemas, mil almas de los
hijos de Orihuela,
mil nombres que amaron a su
tierra venerada,
mil canciones, mil ensueños, mil
misterios.
Es el silencio el que me habita
tras el eco del tañer de mis
campanas.
Es el silencio el que me trae sus
nombres,
Pepito, Miguel, Carlos, Manuel …
y
tantos otros que vivieron
sembrando glorias para mi excelso
nombre.
Todos ellos quedaron anclados en
mis recuerdos
o varados en mi puerto y
preservados
bajo alas de cientos de orioles
hasta que sus obras y memorias
nos asombren.
He sido en todos mis años,
guardiana de sus sombras
y perpetuo columbario de los
hijos que me amaron.
Aquí estoy, soy la Orihuela de siempre,
sigo aquí al pie de mis
misterios,
añorando los nombres de mis hijos
ilustres,
buscando entre mis sombras
figuras etéreas
como delicado testimonio de su
existencia.”
Y guardaré estos versos de mi
amigo, firmados, “con mi mayor afecto”, en mi bolsillo.
Y caminando lentamente bajo las
estrellas del cielo de la calle Mayor, me perderé de nuevo, entre el recuerdo y
el silencio…
Buenas noches, y muchas gracias.
Octubre de 2013.
Conferencia pronunciada el día 31 de octubre de 2013, en el Auditorio
de la Lonja, de
Orihuela, dentro de la programación conmemorativa del Centenario del nacimiento
de Ramón Sijé, promovido por la Comisión Organizadora
de la efemérides, integrada por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de
Orihuela, la Cátedra
Miguel Hernández de la
UMH, el Instituto de Cultura del Juan Gil-Albert, y la Fundación Cultural
Miguel Hernández. El acto fue presentado por Aitor Larrabide, Director de la Fundación Cultural
Miguel Hernández.
o-o-o-o-o-o-o-o