Elpintor Eduardo Vicente vino a Orihuela contratado por don Luis Almarcha, pintó obras religiosas por encargo. Ademas pintó un retrato a Miguel Hernández y otro a Gabriel Sijé
Miguel Hernández
El purgatorio oriolano
25.11.11 - 00:46 - La Verdad
Cuántas veces hemos oído decir que estamos viviendo un
purgatorio al encontrarnos sometidos a una serie de penalidades o como
mínimo de calamidades. Actualmente, bajo este criterio, podemos
interpretar que la actual situación económica y laboral con unas cifras
de paro millonarias, y de falta de recursos no millonarios en muchas
familias es un verdadero purgatorio. Traducido al ámbito local, cada uno
podrá hacer su interpretación de este término en aquellos sectores
sociales, políticos o económicos que le parezca conveniente. Por nuestra
parte queremos centrarlo bajo el punto de vista iconográfico, del que
en Orihuela existe una buena muestra en la Catedral. Me estoy refiriendo
al óleo que lleva por título 'Las Ánimas del Purgatorio', del pintor
madrileño Eduardo Vicente (1906-1968). Al acceder a la capilla de la
Comunión, construida por iniciativa del obispo Juan Elías Gómez de Terán
en el siglo XVIII, a la derecha, en una capilla sobre el ara del altar y
una hornacina en la que se venera un busto de La Dolorosa de Francisco
Salzillo Alcaráz, procedente de la familia Bueno; se encuentra esta
desgarradora obra de 3x2,30 metros, firmada y fechada en 1943. En ella,
diez personajes están consumiéndose en el fuego, mientras que alguno de
ellos eleva su mirada hacia dos ángeles situados en el extremos superior
izquierda del cuadro.
El momento que representa es aquél en que la doctrina
católica muestra el estado de los que habiendo muerto en gracia de Dios,
necesitan aún purificarse para alcanzar la gloria. Purificación que se
lleva a cabo en ese lugar en el que las almas momentáneamente son
sometidas a las llamas que les limpiarán de pecados. Primero habría que
determinar el por qué de la festividad de los fieles difuntos, y después
el qué ocurre con sus almas cuando no han terminado de purgar sus
culpas. Con respecto a lo primero, según Pedro Damiano, la tradición
narra que, teniendo conocimiento San Odilón, abad de Cluny, de que en
las proximidades de un volcán de Sicilia se escuchaba a menudo grandes
alaridos y gritos de demonios, que se quejaban de que los vivos con sus
óbolos y oraciones les arrebataban las almas de los muertos, ordenó que
en todos los monasterios dependientes de su jurisdicción se celebrase
anualmente la conmemoración de los fieles difuntos, en la fecha
inmediata a la de Todos los Santos. En referencia al segundo aspecto,
aquellas personas que fallecen, aunque hubieran cumplido su penitencia,
si conservaban en su alma algún apego a las cosas materiales, debían
purificarse para gozar en plenitud de la presencia de Dios. Esta
purificación se lleva a cabo en el citado Purgatorio, debiendo
permanecer allí, el tiempo necesario para que el fuego las liberes de
esas adherencias humanas, siendo este fuego tal como dice San Agustín,
un tormento tan atroz, que nadie, ni siquiera los más valientes mártires
han sufrido iguales torturas. Se dice por algunos autores que el citado
Purgatorio está situado en las cercanías el Infierno, y según otros en
la zona más cálida del aire. Sea así, o no, la Iglesia reconoce este
punto como el tránsito entre el Infierno y el Cielo, tal como lo
admitieron los concilios de Lyón (1274) y Florencia (1439). Toda la
génesis de esta situación es de origen bíblico, concretamente del
'Segundo Libro de los Macabeos', donde se justifica que la plegaria y el
sacrificio son eficaces para la remisión de los pecados: «Mas creía que
a los muertos piadosamente les está reservada una magnífica
recompensa».
En el Purgatorio oriolano, obra de Eduardo Vicente,
se
nos presenta algunas características dignas de reseñar y de comparar con
su otro gran trabajo para la catedral: 'Jesús y los leprosos'. Es
ocasión de saber cómo llega el pintor a Orihuela, con quién
confraterniza. De esto, sabemos que arriba a esta tierra de la mano de
Luis Almarcha Hernández, el que sería después obispo de León, hombre muy
preocupado por patrimonio artístico de Orihuela que supo rodearse de
artistas y artesanos, así como de entidades que le ayudaron a llevar a
buen término sus iniciativas a favor del arte en Orihuela. Así, recurrió
al pintor que nos ocupa, y después al escultor Ángel Ferrant, autor de
la imagen de Santiago del parteluz de la fachada gótica de su iglesia.
Con ello, el entonces canónigo Almarcha facilitó el trabajo y el
sustento a autores vanguardistas que no llegaron a exiliarse tras la
Guerra Civil, sirviendo su tarea, según dice José Aledo Sarabia, como
«reinserción artística». Eduardo Vicente llegó a Orihuela en el verano
de 1942, para cumplir un encargo de canónigo Almarcha para la catedral,
el cual pidió a Justino Marín (Gabriel Sijé) y Antonio García-Molina que
actuaran como anfitriones durante la instancia del artista, sumándose
después otros oriolanos como José María Franco Martínez, Emilio Bregante
Palazón y el sacerdote Fernando Brú Giménez. Estuvo residiendo en
nuestra ciudad durante varios meses, improvisando su estudio en la
segunda planta del Palacio Episcopal. Después de esta estancia, el
pintor visitó dos veces más Orihuela: en 1944, para asistir a la
consagración episcopal de Almarcha, y en 1965, para recibir un encargo
de la Caja de Ahorros de Nuestra Señora de Monserrate de una colección
de acuarelas con paisajes de la ciudad, cuyos originales, junto con la
colección de cuadros de Joaquín Agrasot, solo Dios sabe dónde irán a
parar con el tiempo. Sin embargo, la obra de Eduardo Vicente en la
catedral oriolana allí permanece, mientras que las de propiedad de la
entidad de ahorros citada deberían reintegrarse a Orihuela, para estar
expuestas permanentemente, pues gracias a los ahorros de los impositores
oriolanos fue posible su adquisición.