CARTAS | MARÍA TERESA LEÓN-RAFAEL ALBERTI
“Rafael ¡Vida! se me caen las alas al estar sola”
Se la conoce como la eterna compañera de uno de los grandes poetas del
siglo XX. “Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada”, escribió
Rafael Alberti, su segundo marido. Sin embargo, y como tantas veces ha
sucedido con la vida y la obra de grandes mujeres, María Teresa León
sólo ha recibido olvido. Fértil escritora, activista política, fue una
formidable embajadora de las letras españolas. Uno de sus hijos, Gonzalo
de Sebastián León, fruto de su primer matrimonio, rescata su memoria en
un libro donde recrea su vida y su relación con Alberti. Una
convivencia plagada de emoción, como ilustra su correspondencia.
por Antonio Lucas
Tuvo el genio preciso, la elegancia de la
discreción, el buen gusto de saber ocupar las sombras para que fuera él,
Rafael Alberti, el que acogiese todas las luces. Pero María Teresa León
fue más, mucho más, que la compañera fiel del gran poeta. Fue el motor
de un binomio sin el que Alberti hubiera sido, quizá, menos Alberti.
Ayuda infatigable, cómplice, alentadora, inteligente, intuitiva... Esto
fue María Teresa (Logroño, 1903-Madrid, 1988), hija de Ángel León,
coronel del Ejército, y Oliva Goyri; sobrina de Ramón Menéndez Pidal y
María Goyri, primera mujer en España que obtuvo el doctorado en
Filosofía y Letras.
Vivió en la infancia bajo el auspicio de una familia propensa a las
teorías educativas de la Institución Libre de Enseñanza, en un clima de
cierta libertad que rompía los rígidos corsés ideológicos y doctrinales
de la España de entonces. Se licenció en Filosofía y Letras, como su
tía. Para entonces, María Teresa León ya iba afirmando una personalidad
propia y pionera en la que pesaban las ideas de una nueva corriente de
pensamiento.
Pero hubo dos mujeres en una misma vida. Dos seres de una rara capacidad
complementaria. Primero fue María Teresa, la madre, la incipiente
agitadora de la causa feminista, la mujer con fiebres de libertad que se
movía firme en un mundo macho. Aquélla que se casó a los 17 años, en
1920, con Gonzalo de Sebastián y tuvo dos hijos: Gonzalo y Enrique [a los que abandonó en Burgos por irse de poeta a Madrid y recasarse con Rafael Alberti].
Aquélla era una mujer apasionada, aunque sin desmesuras; con arrojo,
pero aún sin la valentía de desafiar al destino. Afilaba ya su rebeldía
genética, su extraña sed de libertad.
Por esos días colaboraba en el Diario de Burgos con una serie de
artículos, firmados bajo el pseudónimo de Isabel Inghirami, donde su
defensa de los derechos de la mujer y sus textos reivindicativos en
favor de la cultura le empezaban a dar fama. Una actividad vivísima
entre conferencias, artículos y lecturas hizo que pronto destacara entre
aquel grupo de intelectuales de muy distintas generaciones que
protestaban airadamente contra la dictadura de Primo de Rivera. Y al
mismo paso acelerado que crecía su mundo de ideas nuevas –sus dos
primeras novelas ya estaban publicadas: Cuentos para soñar y La bella
del mal amor– se despeñaba su matrimonio, hasta que en i928, la
separación de su marido provocó que ella se trasladara a Madrid,
teniendo que dejar atrás a sus hijos –por entonces la custodia recaía
indefectiblemente en los esposos–. Pasaron 20 años hasta que Gonzalo, el
mayor, fuese en su busca a Buenos Aires, allá por los años 50. Una
mañana de bruma y después de i6 días de viaje a bordo de un buque
renqueante, el Presidente Perón, en la solemnidad del muelle le esperaba
su madre, junto a Alberti y Gonzalo Losada, el excelente amigo, el
intuitivo editor.
Recuperaba a uno de los suyos, un trozo del mosaico de la vida, amputado
por la separación y el exilio. Lo cuenta su hijo Gonzalo en el libro
inminente con el que venga el olvido que la Historia ha vertido sobre su
madre, Recuerdo de María Teresa León: “En esos días de íntimo
entendimiento nos fuimos acercando, y atrás quedaron las dudas y las
suspicacias que aún retenía en la cabeza. Supe, después de esos ratos de
amable charla, cuánto me quisiste y cómo me extrañaste a lo largo de
los 20 años de nuestro desencuentro. Ahora comprendo la gran necesidad
que tenías de encontrarte con Enrique y conmigo, los hijos que nunca
olvidaste. (...) Años después, cuando te fuiste a vivir a Roma, me
pareció que la vida nos separaba de nuevo y esa vez sería para siempre.
Pero no fue así. Al contrario, a través del océano se estrecharon aún
más los lazos que nos unían. Tenías razón cuando, en Memoria de la
desmemoria, escribiste: ‘Y ahora nadie me separará de mi hijo Gonzalo’”.
El recuerdo de su primer marido, sin embargo, quedó difuminado, aunque
llega hasta hoy a través de la memoria prodigiosa de José (Pepín) Bello,
íntimo amigo de Lorca, Dalí, Buñuel y Alberti: “Durante los años de
posguerra que pasé en Burgos al frente de un negocio familiar que
fracasó tiempo después, la persona con quien tuve un trato más cercano
fue con Gonzalo de Sebastián. Entonces se había enrolado en el Ejército.
Eran unos años de gran dureza. Aquel hombre bebía sin demasiada mesura y
me confesó que, aún entonces, seguía enamorado de ella”.
Pero decíamos de las dos vidas de esta misma dama de acción. La segunda
parte de su existencia se prolongará ya hasta la muerte. Y será siempre
junto a Rafael Alberti. Ella era la amante, la cómplice, la compañera,
el oasis, la lámpara, el mar. Se encontraron en 1929. Él tenía entonces
27 años y ella, uno menos. Lo recuerda el poeta en uno de los volúmenes
de sus memorias, La arboleda perdida: “Surgió ante mí, rubia, hermosa,
sólida y levantada, como la ola que un mar imprevista me arrojara de un
golpe contra el pecho”. Tal fue el latigazo, el voltaje de aquella
presencia en el poeta, que atravesaba entonces una fuerte crisis de la
que surgió uno de sus libros más celebrados y surrealizantes, Sobre los
ángeles. Tras el impacto de aquel descubrimiento mutuo, comienza un
nuevo estadio vital en ambos creadores que se prolongó a lo largo de 40
años. De las primeras colaboraciones literarias que surgieron entre
Alberti y María Teresa destacan las ilustraciones que éste realizó para
el tercer libro de la escritora, Rosa fría.
EN EQUIPO. Fue en 1932 cuando decidieron casarse por lo civil y a
partir de ahí se sucede una convivencia fascinante, repleta de viajes
(Alemania, Bélgica, Holanda, la Unión Soviética...), fundación de
revistas, como Octubre, compromiso político y defensa de la cultura.
Para entonces, ambos conformaban un insólito equipo. Ella permitió que
el poeta se dedicara de lleno a sus asuntos. En más de una ocasión,
dijo: “Yo no habría trabajado tanto sin la presencia estimulante y
protectora de María Teresa”. Diríamos que fue esa permanente presencia
necesaria para Alberti. Los aspectos domésticos pasaban indefectibles
por ella, desde las facturas a las citas. Así desde los años felices de
la juventud creadora al fascinante y durísimo periplo que ambos
iniciaron tras el estallido de la Guerra Civil, combatida de tantos
modos y, también, desde la Alianza de Escritores Antifascistas, de la
que María Teresa fue cofundadora y secretaria, y donde creó la revista
El Mono Azul.
La actividad entonces era desmesurada. Y ahí estaba María Teresa León,
como una “libertad guiando al pueblo”, enredada también en la Junta de
Defensa y Protección del Tesoro Artístico Nacional, a través de la que
consiguieron salvar de las bombas el tesoro sacro de Toledo y tantos de
los fondos pictóricos del Museo del Prado. El teatro, a la vez, seguía
entre sus entusiasmos primeros. Textos, dirección, montajes, incluso
cine. Nada escapaba a su voraz curiosidad. La derrota republicana obligó
a la pareja a un exilio de 40 años que les llevó desde Orán a París, de
Buenos Aires a Roma, siempre ella a la sombra fulgente del poeta,
necesaria sombra, tan protagonista en lo íntimo, en lo sustancial, como
atestiguan las cartas que ahora reúne su hijo Gonzalo. Aquella vida
errante no fue ni noble, ni buena, ni sagrada, aunque en 1941, ya en el
destierro bonaerense, nació su única hija: Aitana Alberti León, hoy
residente en Cuba.
María Teresa fue acopiando recuerdos, acumulando viajes, forjando su
carácter duro de mujer segura, con las ideas a flor de rayo, siempre
activa. Y los dejó caer en su libro de memorias, de tan miscelánea
vitalidad: Memoria de la melancolía. Hay que querellarse con la Historia
por su olvido. Salvar su figura es el ansia de Gonzalo de Sebastián
León. Ella quedó anegada en el cieno de las sombras. Sin embargo, su
obra está ahí, y también está en la posibilidad de que el poeta pudiese
desarrollar la suya con la extensión y la riqueza de formas que abarca.
Regresaron a España en 1977. Fue el 27 de abril. Ella llegaba con la
memoria desvencijada por una enfermedad hereditaria. Los recuerdos no
eran recuerdos, sino una niebla espesa y acuciante. Permaneció años
ingresada en un sanatorio. Hasta su muerte, el 13 de diciembre de i988.
Unos pocos amigos, y Rafael, le dieron sepultura. En Madrid, dicen, la
temperatura aquel día estuvo bajo cero. Murió María Teresa León,
militante de la gloria de las letras. Murió como un fantasma de sí
misma, sin pasado, sin presente, sin futuro en su memoria, pasto de la
melancolía de la nada. Y dejó escrito: “Siento que me hice del roce de
tanta gente: de la monjita, de la amiga de buen gusto, del tío abuelo
casi emparedado, del chico de los pájaros, del beso, de la caricia, del
insulto, del amigo que nos advirtió, del que callado apretó los dientes y
sentimos la mordedura... Todos, todos. Somos lo que nos han hecho,
lentamente, al correr tantos años. Cuando estamos definitivamente
seguros de ser nosotros, nos morimos”.
Remitente: Rafael Alberti
Totoral, martes, junio 1940. “(...) Si tardas demasiado en venir, tendré
que escribir una nueva serie de poemas eróticos. Escríbeme y cuéntame
todo. Aprovecha bien los minutos de Buenos Aires, y ten en cuenta que un
poeta soltero, solo en el campo, tendrá que salir el día menos pensado
por esos montes, buscando un Axel cualquiera que satisfaga su
delhézquica pasión. ¡Para qué más detalles! Después de esto, mil besos y
abrazos, Rafael” Totoral, miércoles, junio 1940. “(...) Busca, como
puedas, alguna colaboración que nos dé 50 ó 100 pesos al mes, contrata
las conferencias y vente a vivir a este rincón, que con los i.000 pesos
que tenemos ahorrados y algo que recibamos de México, podremos aguantar
el temporal, que creo no tardará mucho en resolverse. Las noticias de
Europa siguen siendo pésimas para los aliados. Si los Estados Unidos y
Rusia (URSS) no entran a favor de ellos, los veo muy requetemal (...)” Totoral,
domingo, junio 1940. “(...)Después que termine esta carta voy a
comenzar a escribir. Quiero intentar, si me es posible, la distribución
del trabajo: por la mañana, si estoy en luz, poemas; por la tarde
“Trébol florido” y, después de cenar, las nuevas conferencias (...)” Por
el río Paraná. “Queridísimas niñas: Es horrible viajar solo y más en un
barco tan bonito y por un río como éste. He dormido muy bien, con
bastante cansancio, acordándome mucho de las dos. Me desperté a las
cinco pensando en la ovejita de Aitana. Se me achica el corazón cuando
pienso en ella y la veo reírse. ¡Qué maravilla! Quisiera sólo escribir
para ella en este viaje (...)”
Remitente: María Teresa León
(Sin fechar). “(...) Rafael ¡Vida! se me caen las alas al estar sola. No
sé. Al despertarme me doy cuenta de lo mal que se respira cuando se
tiene todo el aire para uno solo. He hablado con María Carmen. Losada
cena con nosotros. María Carmen ha alquilado un estudio muy bonito.
Ahora salimos de nuevo para cobrar 60 pesos de “Sur”. Volveré muy
pronto. Me duelen los zapatos con el asfalto. Esta es la ciudad más
inhumana del mundo. Me gritan que es tarde. Te escribo a buchitos.
Bésame. Te llevaré un perro o dos, todos los libros y nos quedaremos en
nuestro escondrijo como dos viejas vizcachas incompatibles con los
tranvías y el teléfono. Rafael ¡amor! Te beso. Un poquito desplumadita
ya, pero sí tu Paloma” 9 noche. “(...) creo que me voy a ir el sábado.
Me harta Buenos Aires. Todo es incómodo, desesperado. Si salgo a la
calle, tengo que tomar taxis porque soy una miedosa y me da miedo caerme
y no sé ir a los sitios. Ayer, domingo, me quedé en casa. Busqué los
libros. Las maletas azules estan rotísimas, ¡bastante duraron! Llevaré
los libros en un cajón. No hablo nada más que de irme. Se ríen de mí.
Totoral me parece un lago precioso. La piel de los hombres está hecha
para sentir otra piel si no no se duerme y se tiene la mitad de la
sangre. No creas que tenemos amigos, sino apariencias de amigos,
sombras. Lo único que tiene sangre y huesos es nuestro amor, nuestra
costumbre (...)” Lunes 10. “(...) Trabaja horrores, amor precioso,
nuestra salvación próxima está en los sauces y los álamos de tu poesía
(...)”
Remitente: Rafael Alberti
Cracovia, 1 diciembre, 1950. “(...) ¿Y Aitana? Le mandé postales. No
puedo vivir sin ella, Dios mío. Todo esto, que está muy bien, sin
vosotras no tengo ojos para verlo. Te pondré siempre telegramas
diciéndote el tiempo que estaré en cada sitio. Me da pena que te gastes
el dinero en telegrafiarme. Prefiero que os vayáis a Punta del Este. Veo
sí, que apenas tenéis dinero. Di a Losada, por Dios, que os ayude, que
me pague algún próximo libro, las acciones, lo que sea (...)” Praga, 9
diciembre, 1950. “(...) De este viaje saco la consecuencia siguiente: no
puedo vivir sin ti, sin Aitana. Me muero de pena y de tristeza. Todo
sería distinto, todo lo hubiera sido. Son muchos años juntos día y
noche. Ahora sé cuánto te quiero. Te escribiría cartas que nunca te he
escrito y te diría cosas que ya casi no me atrevo. Eres lo único grande
que ha habido y hay en mi vida. Te quiero, al parecer, sin grandes
efusiones. Pero no es cierto. Paso, a veces, tormentas de las que nunca
hablo. Te hubiera, a veces, querido de otro modo, deseado de otra
manera. No me atrevo a decirte, a nombrarte muchas cosas. Puede ser que
nunca te las diga. Empezamos –horror– a ser casi viejos. ¿Viejos? Quiero
que te cuides mucho y estés otra vez fuerte. Tenemos vida todavía
(...)”
Remitente: María Teresa León
La Gallarda, 27 sin ti. “Querido mío: Me mandan tus cartas a esta
soledad tan grande y yo lloro y quisiera volar a buscarte. Ya sé que se
han concluido los viajes de placer. El único que queda en la tierra es
el de quererte de la noche al día. Y jamás nos separaremos. Yo he vivido
sola la angustia cuando entraron los chinos en Corea. Hasta te puse un
telegrama a Praga a través de Kunosi, pero Kunosi me dijo que no debía
inquietarte. Esto es lo que he hecho, y también sufrir. Cuando llegues
intercambiaremos nuestras angustias y las tiraremos al mar (...)” Milán,
4 noviembre, 1963. “Gonzalo, hijo: Estamos en Italia, todo lo de París
resultó bien. Van a traducir varios libros y volvemos en diciembre para
dar varias conferencias. Enrique –ya os dije– encontró su coche y está
muy contento. Aquí llueve. Dentro de unos días saldremos para Roma.
Aitana no se queda en París, viene mañana. Es casi seguro que vivamos en
Roma en vez de vivir en Milán. Yo no me encuentro muy bien y dicen que
el clima tan húmedo y frío hace daño. Siento en los oídos una ‘música
extraña’. Viene cuando me tumbo. No me duelen, ‘me suenan’, oigo
sonidos. ¿Qué será? (...)” |