Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

domingo, 3 de diciembre de 2017

José Antonio Maravall compañero de Miguel Hernández en las Misiones Pedagógicas



                                (José Antonio Maravall, dibujo de Alejandra Vidal)


(Fragmento de una comunicación inédita de Ramón Fernández Palmeral)

El nombre de José Antonio Maravall,  es ese nombre que nos encontramos constantemente en las biografías dedicadas a Miguel Hernández, aparece en los índices onomásticos y como compañero y en las Misiones Pedagógicas, concretamente en la segunda de Hernández por tierras salmantinas que comenzó el 19 de abril de 1935 en Ahigal de Villarino, a 73 km de Salamanca, continuó el 25 de abril en Brincones siguió en Puertas y concluyó el 30 de abril en Iruelos. En este viaje, ambos misioneros iban acompañados por Enrique Azoaga, (Madrid 1912-1985) poeta, novelista, crítico de arte, y Juan Francisco García y García, inspector de primera enseñanza.
Me intrigaba saber quién era Maravall, que en algunas reseñas aparece como el padre del que fuera ministro de Educación y Ciencia en el primer gobierno de Felipe González, José MaríaMaravall Herreo (Madrid, 1942), es colaborador den El País; y del secretario general de Energía Fernando Maravall Herrero. Quizás por pereza o por pensar que José Antonio Maravall debía ser un compañero circunstancial de Hernández, no me preocupé por saber quién era y a qué se dedicaba. La ocasión de profundizar en su vida me llegó en el IV Congreso Internacional de Miguel Hernández, cuando quería preparar una comunicación, empecé a investiga y a escribir una  comunicacion a la que le puse provisionalmente el título: “José Antonio Maravall compañero de Miguel Hernández en las Misiones Pedagógicas”, pero luego  la dejé abandonada, pensando que necesitaba otra comunicación más acorde con los tiempos actuales, y me decidí por “Miguel Hernández en la Era Digital”.
Por consiguiente, y como el proyecto de comunicación la tengo, medio escrita, y no voy seguir con ella por que presenté otra, creo oportuna darla a la imprenta digital:
José Antonio Maravall Casesnoves nació en la localidad de Játiva o (Xátiva en la comarca de La Costera, en valenciano) el 12 de junio de 1911, es decir, que era un año menor que Miguel Hernández. Xátiva es una ciudad, más que pueblo donde valenciano-parlante (lo puedo asegurar porque yo residí un año de 1973 a 1974). Por tal razón, al escribir esta comunicación me he preguntado varias veces que, seguramente Maravall empezaría a hablarle a Hernández, la primeras palabras en valenciano al enterarse que era natural de Orihuela, y por lo tanto de la región valenciana; pero, seguramente desconocía que en la  Vega Baja el valenciano no es lengua materna, y Hernández no sabía ni lo usaba.
Históricamente, por el  Tratado de Almizra, pacto de paz firmado el 26 de marzo de 1244 entre la Corona de Aragón y la Corona de Castilla que fijó los límites del Reino de Valencia entre Jaime I de Aragón y quien más tarde sería su yerno, el infante Alfonso de Castilla y futuro rey Alfonso X el Sabio. Y esa lía fronteriza que dividía la provincia en dos zonas, en concreto la ciudad de Alicante hacia el sur (Gobernación de Orihuela) con el mílite de Murcia, se hablaba y se habla castellano; a pesar de los esfuerzos e imposición educativa que actualmente impone la Generalitat Valenciana, por imponer el valenciano en la educación y en las oposiciones laborales. Siguiendo la Constitución de 1978, y pensando a su vez como los catalanes, que el idioma hace nación. Desoyendo la filosofía clásica del estoicismo de Cicerón, que decía, más o menos que, debido al cosmopolitismo ni una religión única ni un idioma único hacen nación, sino nacionalismos.
Volvamos al texto que no interesa y hablemos de Maravall, que era setabense o socarrats, (los chamuscados, apelativo popular  con el que se conoce a los naturales de Xátiva, de cuando la ciudad fue quemada el 19 de junio 1707 por la huestes del rey Felipe V, tropas borbónicas comandadas por D'Asfeld, en la Guerra de Sucesión española, tras la batalla de Almansa). Como Xátiva era la Saetabis Augusta de los romanos, que procede de la Sae-Tabis de los iberos, y es una localidad que es una montaña de legajos de historia, nuestro joven José Antonio Maravall se decidió por la historia, por ello en algunas biografías hernandianas aparece como historiador. Nació en una familia acomodada, su padre fue ingeniero de profesión, llegó a ser alcalde de Játiva. Eran tres hermanos varones: Héctor, Darío y José Antonio, desconozco el nombre de las posibles hijas.
La cuestión es que nuestro biografiado era un intelectual que había estudiado Filosofía y Letras y también Derecho en Murcia. En 1927 comenzó sus estudios universitarios en la Universidad de Murcia, donde tuvo maestros como Jorge Guillén, Cayetano Alcázar o Gabriel Franco.  Trasladó la matrícula de la Universidad Central de Madrid en 1929 donde tuvo como profesor a José Ortega y Gasset, que era catedrático de metafísica desde 1910, tras el fallecimiento de Nicolás Salmerón. En 1923 funda Ortega la  Revista Occidente siendo su director hasta 1936. Recordemos que Miguel Hernández publicó en el número de diciembre de 1935, la “Elegía a Ramón Sijé” y seis sonetos del ciclo de El rayo que no cesa, que vio la luz de la imprenta el 24 de enero de 1936 en la colección Héroe de Manuel Altolaguirre y recibiera los elogio del dulcísimo Juan Ramón Jiménez en  El Sol, del mes siguiente. Maravall también colabora en la Revista de Occidente, El Sol, Cruz y Raya…Se casó con la señora Herrero (desconocemos fecha matrimonio e hijos tue tuvieron.
En junio ya era  1931 José Antonio Maravall fue delegado del Patronato de Misiones Pedagógicas,  un proyecto de solidaridad cultural patrocinado por el Gobierno de la II República, a través del Ministro de Instrucción Pública desde 1931 a final de la guerra civil, cuyo presidente fue el pedagogo y krausista Manuel Bartolomé Cossió, que reunió a quinientos voluntario, para llevar la cultura: museos (copias de cuadros), poesía, cine… a los lugares más inaccesibles y pueblos remotos de la geografía española, por ellos Maravall y Miguel Hernández coincidieron en la del 19 al 25 de abril de 1935, junto a un tercer misionero Enrique Azoaga. Sin duda alguna era Maravall el director de esta misión educativa.
Miguel Hernández formaba parte de tres misiones la de cabo de palos en 1933, la de salamanca en abril de 1935 y la de La Mancha  de  marzo de 1936, por ser poeta, donde cobra  10 pesetas diarias. Su misión era recitar poemas populares.
Maravall, después de la guerra civil no hubo de exiliarse, por el contrario, a pesar de ser republicano.  Superó la depuración franquista:

 "... la guerra en el ejército de la República, en la división de Cipriano Mera, primero en Madrid, después en Almansa, Alcoy y Figueras. Superó la depuración posterior con la ayuda de Alfonso García Valdecasas y Eugenio d?Ors. Conocí asimismo los artículos que escribió en los años 40, de retórica ampulosa, a favor del régimen franquista. (José María Maravall, El Pais, 23 de diciembre de 2006)

 En 1944, se doctoró en Derecho por la Universidad Central con la tesis Teoría del Estado en España en el siglo XVII, que fue publicada por el Instituto de Estudios Políticos fue catedrático de la universidad de La Laguna (Canarias) y de la Complutense de Madrid. Llegó a ser miembro de la Real Academia de la Historia, presidente de la Asociación española de Ciencias Históricas. Fue una autoridad en Antiguo Régimen. Su historiografía estudia los aspectos del pensamiento progresista español en obras como: El humanismo de las armas en Don Quijote (1948). Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna (1963), El mundo social de "La Celestina" (1964), Antiguos y modernos. La idea de progreso en el desarrollo inicial de una sociedad (1966), o los cuatro tomos de artículos reunidos en sus Estudios de Historia del pensamiento español.
Que yo sepa,  no escribió José Antonio Maravall nada sobre Miguel Hernández; en cambio, Enrique Azcoaga escribió un soneto a la muerte de Miguel Hernández, además Miguel se escribió una carta desde la cárcel en 1941, y éste le mandó comida. Según he sabido, Azcoaga fue depositario de una de las capilla de El Hombre acecha, con otra que tenía de José Maria de Cossió que fue la que se editó en 1981.
Llegado hasta aquí considero que se necesitan seguir estudiando sobre José Antonio Maravall; sin embargo, pienso que debe ser otro investigador que lo haga.
Alicante, abril de 2017  Ramón Fernández Palmeral

.............................ARTICULO EN EL PAIS........................... 


Testimonio personal

Se cumplen ahora veinte años desde la muerte de José Antonio Maravall. No he hablado nunca públicamente sobre él. Es posible que por pudor, o por la dificultad de encontrar palabras que expresen adecuadamente lo que representó vivir más de cuarenta años con él. Pero puede ser ahora oportuno complementar con mi testimonio personal lo que sobre mi padre se ha escrito.

Su talla intelectual tal vez quede reflejada en la revisión que de su obra hizo John Elliott para la New York Review of Books. Le definía en ella como "el principal historiador cultural en España desde la Guerra Civil"; como un "arquitecto magistral" al integrar muy diversas perspectivas en su interpretación de la Historia. Añadía que "la dimensión de sus publicaciones resulta apabullante. (...) Ningún investigador de nuestro tiempo se ha movido con tanta facilidad a través de tal cantidad de materiales". Su obra está recorrida por unas preocupaciones entrelazadas: los orígenes de la modernidad; el desarrollo del Estado y de su poder, contrapuesto al sentido de la libertad individual; la idea de progreso, confrontada a las resistencias al cambio. Estudió el impacto de fuerzas económicas y sociales sobre actitudes mentales y comportamientos culturales, integrando acontecimientos singulares en pautas colectivas. Su perspectiva era muy cercana a la historiografía francesa de Les Annales, a la de sus amigos Fernand Braudel, Marcel Bataillon o Pierre Vilar.
Le apasionó siempre la interpretación de la historia de España dentro de la historia de Europa. Formuló así, junto con Julio Caro Baroja, una de las críticas más profundas al mito de los caracteres nacionales. Es decir, a toda la mitología de una "esencia nacional" y, desde luego, a todo el casticismo que durante décadas existió en la cultura y la política española. Entendió también que España había constituido desde la Edad Media un conjunto plural de pueblos diferenciados que habían compartido una unidad que representaba mucho más que un mito. Y esa singular y compleja combinación de unidad, pluralidad y autonomía representó siempre un tema central de su vida. Influyeron mucho en él sus orígenes en Xátiva, la ciudad de los socarrats arrasada por Felipe V cuyo retrato cuelga hoy boca abajo en el Museo Municipal.

Fue siempre inauditamente joven. Su pasión por aprender, analizar nuevos temas y enriquecer la interpretación historiográfica era la antítesis misma del conservadurismo intelectual. Toda la vida le ví así. Envejecían sus rasgos, pero no su cabeza, de forma que jamás pude asimilar su edad. Le encantaba debatir. De esta forma, en la vida privada, discutíamos a partir de Teoría del Saber Histórico en qué medida podía defenderse su argumento de que la Historia puede fundamentar un conocimiento teórico, que vaya mas allá de estudios descriptivos o singulares; o, con motivo de su investigación sobre la Picaresca, si formas de desviación pueden entenderse como canales de movilidad social en sociedades cerradas.
Alcanzó su plenitud como historiador a partir de los 50 años, publicando Las Comunidades de Castilla (1963), El Mundo Social de la Celestina (1964), Antiguos y Modernos (1966), Estado Moderno y Mentalidad Social (1972), y La Cultura del Barroco (1975). A los 75 años, seis meses antes de morir, publicó una impresionante investigación, La Literatura Picaresca desde la Historia Social (1986). Recuerdo un debate que tuve por aquel entonces en la Universidad Autónoma de Madrid, con ocasión de un homenaje a Nicolás Cabrera, acerca de la edad a partir de la cual ya no se tenían ideas originales -conociendo a mi padre, esa tesis no me parecía tener sentido-.

Era un hombre tímido que escondía una infinita calidez, una personalidad apasionada y una honestidad sin límites. Así era la vida con él, acompañada por la permanente amenaza de un corazón muy frágil. Íbamos mucho al cine y al teatro: era fascinante ver con él desde películas de Claudia Cardinale al teatro de Arthur Miller. Desde el inicio de la adolescencia me fue abriendo a un océano de lecturas: la literatura francesa y sobre todo a Stendhal, Gide, Malraux, Camus, y Sartre; toda la literatura española, y sobre todo a Baroja, Valle Inclán, Salinas y Cernuda; la literatura anglosajona, y sobre todo a Woolf, Faulkner, Shelley y Eliot. Cuando escribo "sobre todo", me refiero a los autores que recuerdo como sus favoritos. Me descubrió también un horizonte muy amplio del pensamiento, que incluía desde Weber a Marx, desde Russell a Lukacs. En largos paseos hasta la librería de León Sánchez Cuesta me hablaba de otras universidades -con él empecé a saber de Princeton, de Yale, de Oxford-. Y también entendía que debería ir allí. Estoy hablando de un período que comienza hacia mitad de los años 50: en esos años negros, junto con unos pocos más, él representaba una luz en aquella lúgubre universidad. Era también una luz en la vida privada, que lo compensaba todo. Era sabio, tierno y divertido, y así fue hasta el final. Doce años después de su muerte, su nieto mayor le dedicó su tesis doctoral en Estados Unidos, debido a lo que su abuelo había representado para él.

Era también un hombre que vivía apasionadamente su tiempo. Me habló mucho de su infancia y de su juventud, de su llegada a Madrid a los 17 años, de su participación en la protesta universitaria contra la dictadura de Primo de Rivera, de la revista juvenil en la que colaboraron Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda. Del entusiasmo con que vivió el nacimiento de la República. Y también de su experiencia posterior, una frustración que arrancó en 1934. Esa experiencia la contó en bastantes lugares: "Me sentía, desde el 36, traicionado. El partido socialista y el partido republicano habían perdido la guerra. El partido comunista, que tenía un solo diputado, se hacía con el poder...Yo admiraba a Prieto...Convencido de que hay cosas de la República que no me gustan, pero, en cualquier caso, el gobierno de la República es el gobierno legítimo de España, me fui a Madrid".
Supe bien cómo vivió la guerra en el ejército de la República, en la división de Cipriano Mera, primero en Madrid, después en Almansa, Alcoy y Figueras. Superó la depuración posterior con la ayuda de Alfonso García Valdecasas y Eugenio d?Ors. Conocí asimismo los artículos que escribió en los años 40, de retórica ampulosa, a favor del régimen franquista. Y también la amargura posterior que sintió por ellos. De pocos años después, hacia 1948, arrancan mis recuerdos personales directos.

Es cierto que sus años posteriores en Francia tuvieron sobre él una profunda influencia, tanto intelectual como política. Publicó allí La Philosophie Politique Espagnole au XVII Siècle y desarrolló una relación muy profunda con historiadores franceses. Por entonces admiró mucho a Pierre Mendès-France, el gran político del partido radical en la IV República. Volvió por París infinidad de veces, siendo catedrático asociado de la Sorbonne entre 1969 y 1971 y, posteriormente, doctor honoris causa por las universidades de Burdeos y Toulouse. En este último periodo, su admiración política se centraba en Michel Rocard. Frente a lo que a veces he leído, le apasionaba la política. Por más que los problemas de su corazón durante treinta años le restringieran, vivió la llegada al poder de Harold Wilson en Gran Bretaña y de John Kennedy en EE UU con esperanza juvenil. Y con una pasión y esperanza muy grandes, la transición a la democracia en España.
Le indignaba la injusticia y jamás entendió que la concordia significara silencio. En la Biblioteca José Antonio Maravall de la Universidad de Castilla-La Mancha se conservan documentos que dan cuenta de ello -su correspondencia con Claudio Sánchez Albornoz, Pierre Vilar, Francisco Ayala, Ramón Carande, Fernand Braudel, o María Zambrano, su interesante intercambio de cartas con Carmen Díez de Rivera al llegar Adolfo Suárez al poder, su muy larga carta a Felipe González analizando momentos difíciles de 1979-. Admiraba mucho a Suárez; a González le escribía al concluir su carta "Por mis años y otras circunstancias personales, no tengo individualmente más futuro que el de administrar con la mayor precisión el tiempo que me queda, al objeto de lograr dar fin a la obra que me he propuesto dejar hecha. Pero he querido hacer un paréntesis para que alguien como yo le afirme, con el máximo de interés hacia el país, cuyo drama he vivido día a día: tal vez en ninguna ocasión contemporánea he visto a un político español capaz de despertar mayor y más estimable confianza". Allí se conservan también copias de las cartas de denuncia que firmó por las torturas a mineros y el rapado de cabeza de sus mujeres, como la que en 1965 originó el panfleto de respuesta promovido por el Ministerio de Información, entonces dirigido por Manuel Fraga Iribarne, titulado Los Nuevos Liberales. O las reiteradas cartas de protesta que escribió contra acciones represivas en la universidad y de solidaridad con los estudiantes. Al dirigir Manuel Fraga Iribarne el Instituto de Estudios Políticos en 1961, mi padre salió de allí con Enrique Tierno Galván y Carlos Ollero. Años después, de nuevo Manuel Fraga Iribarne, junto con Gonzalo Fernández de la Mora, intentaron desde el gobierno que cesara como director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos "por ser del otro lado". Figuran en esa biblioteca abundantes testimonios de su defensa de la tolerancia: al final de su vida declaraba: "Hoy sigue habiendo en la derecha... algunos que siguen practicando como oratoria parlamentaria de oposición el exabrupto en cascada".
Mi padre fue, por encima de todo, un investigador de estatura inmensa. Esa es sin duda la dimensión de su vida que es relevante públicamente. Creo, sin embargo, que aspectos menos conocidos de su personalidad pueden contribuir a entenderle mejor. Habitaba en un territorio académico bastante alejado del mío: por ello, más que de sus obras, aprendí sobre todo de su persona, de su inteligencia y su sabiduría. Y de él he aprendido más que de nadie.

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................................................................Biografia en la Real Academia de la Historia....................

Játiva (Valencia), 12.VI.1911 – Madrid, 19.XII.1986. Historiador.

De hondas raíces valencianas, su padre era un labrador [parce ser que fue ingenuiero] culto que llegó a ser alcalde de Játiva. Maravall estudió el bachillerato en su ciudad natal, donde pudo disfrutar desde muy niño de la biblioteca paterna, que supuso para él la iniciación en la lectura de los clásicos españoles y universales. En 1927 comenzó sus estudios universitarios en la Universidad de Murcia, donde tuvo maestros como Jorge Guillén, Cayetano Alcázar o Gabriel Franco. Tras estudiar un año de Filosofía y Letras y de Derecho, se trasladó a Madrid donde participó en 1929 en las protestas contra la dictadura y en 1931 finalizó su licenciatura en la Facultad de Derecho de la Universidad Central.

Ese mismo año, comenzó sus colaboraciones en El Sol, preferentemente sobre literatura. Fue en ese momento cuando un encuentro casual con Ortega y Gasset en la Facultad de San Bernardo le abrió las puertas de la Revista de Occidente en 1932 y fue objeto de una cordialidad sincera por parte del pensador.
Así, Maravall militó en la Agrupación al Servicio de la República creada por Ortega en 1932, al tiempo que comenzó a ejercer como profesor auxiliar interino de la cátedra de Flores de Lemus (Economía Política y Hacienda Pública). Al año siguiente, en 1933 ingresó por oposición en el Cuerpo Técnico-Administrativo del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y publicó su primer artículo: “A. Marichalar: mentira desnuda”, en el n.º 40 de la Revista de Occidente.

En 1933-1934, junto a un grupo escogido de personas, Maravall formó parte del primer seminario de sociología y ciencia política dirigido por Ortega, que supuso la lectura de autores y obras de historia y ciencia política: Tarde, Hauriou, Durkheim, Tocqueville, Humboldt, Spencer, Hans Freyer, von Wiese, los juristas franceses liberales de 1880 y, muy especialmente, Max Weber, Burckhardt o Max Scheler. Sumó esta enriquecedora experiencia a cursos dictados por el propio Ortega o por Zubiri, y a seminarios dirigidos por García Morente o Ramón Menéndez Pidal.

Tras esa formación multidisciplinar, Ortega dirigió al joven Maravall a Ramón Carande, quien le aconsejó que se centrara en el estudio de la Historia, no como una sucesión de fechas y acontecimientos, sino como el estudio pormenorizado y la comprensión profunda de lo que los hombres han hecho y por qué. Para ello, Maravall recogió dos corrientes historiográficas del campo del Derecho: la de la Historia del Derecho y la de la Historia de las Instituciones.

En 1934, Maravall alternó su carrera universitaria con su vocación literaria: fue profesor auxiliar de Derecho Político en la cátedra de Pérez Serrano (entre 1934 y 1936) y comenzó a colaborar en Luz (dirigido por Corpus Barga) y en Cruz y Raya (fundada por José Bergamín un año antes).
Durante la Guerra Civil, fue movilizado por el Ejército republicano y, al término de la contienda, se reincorporó a su puesto en el Ministerio. En julio de 1939 comenzó a escribir en el diario Arriba.
En 1941 se casó con María Teresa Herrero, con quien tuvo cuatro hijos, el mayor de ellos, José María, sería nombrado ministro de Educación en 1982; Agustín, Fernando y María Teresa se convertirían también en excelentes profesionales en sus diferentes especialidades.

Entre 1942 y 1946, fue profesor auxiliar interino de Sociología en la Escuela Social de Madrid. En ese tiempo, en 1944, se doctoró en Derecho por la Universidad Central con la tesis Teoría del Estado en España en el siglo xvii, que fue publicada por el Instituto de Estudios Políticos. Una vez doctorado, pasó a ser profesor auxiliar interino de Estudios Superiores de Ciencia Política de la Facultad de Derecho de la Universidad Central en la cátedra de Carlos Ruiz del Castillo, hasta 1946, en que ganó la oposición a la cátedra de Derecho Político y Teoría de la Sociedad en la Facultad de Derecho de La Laguna, de donde pasó a la cátedra de la Universidad de Valladolid.
Ya en la época universitaria había entablado buena amistad con Luis Díez del Corral —rebuscando ambos estudiantes en los puestos de libros que se montaban en aquel entonces en la calle de San Bernardo, donde estaba la Universidad Central—, que resultó duradera y muy cercana hasta el final de sus días.
Desde 1948, Díez del Corral era agregado cultural en París, lo que impulsó en 1949 el nombramiento de Maravall como director del Colegio de España en París, a propuesta y con el firme apoyo del gran historiador Jean Sarrailh, rector de la Universidad de París.

Maravall dirigió el Colegio hasta 1954, abriendo sus puertas a los universitarios españoles y franceses y realizando una labor importante para dar a conocer el legado cultural español. En aquellos años, inició su contacto con los grandes nombres de la historiografía francesa (Fernand Braudel, Marcel Bataillon o Pierre Vilar), profundizó en la corriente de Annales y participó de la vida intelectual parisina, asistiendo, entre otros, al IX Congreso de Ciencias Históricas, en 1950, con personalidades a las que siempre quedó vinculado intelectual y universitariamente.

Apenas creada en Madrid la Facultad de Ciencias Políticas y de Sociología, se licenció en Ciencias Políticas y en 1955 ganó por oposición la nueva cátedra de Historia del Pensamiento Político y Social de España; para ello, escribió un libro-memoria sobre la Teoría del saber histórico, que suponía una inteligente reflexión sobre cuestiones epistemológicas de la ciencia historiográfica. De ese modo, formó, junto con Luis Díez del Corral —catedrático de Historia de las Ideas y Formas Políticas— y con Luis García de Valdeavellano —titular de la cátedra de Historia de las Instituciones Políticas y Administrativas—, un magnífico Departamento de Historia en la Universidad, que sentó las bases para el estudio de la Historia de las Ideas y de una historia intelectual y social de España que parte de una perspectiva comparatista.
Ese mismo año de 1955 se integró en la ejecutiva de Acción Europea, junto a Tierno Galván, Dionisio Ridruejo, Gil Robles y otros. En 1958 fue elegido miembro de la junta directiva de la Asociación Española de Ciencias Históricas, de la fue presidente entre 1969 y 1974.

Tras ser elegido académico de número de la Real Academia de la Historia en 1961, ingresó en 1963 y fue recibido por el padre Miguel Batllori, quien contestó a su discurso de recepción sobre Los factores de progreso en el Renacimiento español, texto en el que ya Maravall adelantaba el núcleo de su gran obra sobre “Antiguos y Modernos”. Al año siguiente, su libro El mundo social de “La Celestina” fue premiado por la Asociación de Escritores Europeos. También ese año, Maravall se incorporó como director a la revista Cuadernos Hispanoamericanos editada por el Instituto de Cultura Hispánica desde 1948, que dirigió hasta su fallecimiento en 1986. En 1976 su obra Utopía y contrautopía en “El Quijote” recibió el Premio Bonsoms del Institut d’Estudis Catalans.

Poco a poco, su magisterio se fue internacionalizando: en 1969 fue nombrado catedrático asociado en la Universidad de Paris-Sorbonne, donde permaneció hasta octubre de 1971 y entre 1978 y 1980 fue profesor visitante y consultor de la Universidad de Minnesota. Además, fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Toulouse-La Mirail en 1978, fue distinguido con la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa en 1984 y, en 1986, unos meses antes de su muerte, fue doctor honoris causa electo por la Universidad de Burdeos. En España, ese mismo año y ya a título póstumo, se le concedió el Premio Nacional de Ensayo por su último y espléndido libro La literatura picaresca desde la historia social (siglos xvi y xvii), “una de sus obras más ambiciosas y logradas”, según escribiera el padre Batllori.
Entre otras distinciones civiles, estaba en posesión de la encomienda de número de la Orden del Mérito Civil (1951) y de la Orden de Isabel la Católica (1954). En un ámbito académico, fue nombrado correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona (1956), de la de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla (1961), de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina (1963), de la Hispanic Society of America (1971) y del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay (1974).
En 2004, su archivo personal y su biblioteca quedaron depositados, por deseo expreso de la familia, en la Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales que la Universidad de Castilla-La Mancha tiene en su campus de Ciudad Real.

A lo largo de una treintena de libros y de centenares de artículos, la obra de Maravall extiende su interés desde la Edad Media al siglo xx. Su libro temprano El concepto de España en la Edad Media (1954) conviene verlo en relación con la impresionante serie de la veintena de estudios que, de 1954 a 1972, reconstruyen aspectos monográficos de la Edad Media española (y que están incluidos en los dos primeros volúmenes de sus Estudios de Historia del Pensamiento Español). En su investigación, Maravall ha utilizado en profundidad tanto las fuentes de origen castellano como especialmente las castellano-aragonesas, algo que el padre Batllori valoraba en alto grado por su carácter pionero en aquel momento y por el análisis a que todo ello daba lugar. Además toda esta problemática se estudia también en profunda relación con el análisis del contexto europeo como referencia constante, lo que da lugar a situar el problema de la peculiaridad de los reyes medievales hispánicos —con un poder fáctico indiscutible pero sin la organización formal ni la concepción de la realeza que se desarrolla en otros países occidentales— en coordenadas muy diferentes a algunos tópicos admitidos. Son reyes cuyo citado poder fáctico y su carácter de reyes guerreros y gobernantes de sus reinos hacen que no necesiten de la sacralidad simbólica de otras Monarquías europeas para imponer su autoridad. Al tiempo, el sentido de unidad y de “pérdida de España” queda ampliamente investigado y examinado en el exhaustivo estudio de las fuentes antes citadas.

Siguiendo una secuencia cronológica, Maravall fue también innovador al tratar el Renacimiento español y europeo rechazando la idea de una fractura radical entre el Medievo y el Renacimiento, y no circunscribiendo este último a su estricto origen italiano. De nuevo, hay que recurrir a los mencionados Estudios de Historia del Pensamiento Español, así como a sus grandes obras sobre el siglo xvi: en Estado moderno y mentalidad social (1972) trata de los orígenes sociales del Estado moderno y su consolidación, en un examen comparatista de gran calado; en Antiguos y Modernos: la idea de progreso en el desarrollo de una sociedad (1966) extiende su investigación y análisis desde los inicios renacentistas en occidente hasta el siglo xviii, siempre dentro de ese esquema de historia comparada, fundamental para poder entender la propia historia de España. Asimismo, trata sobre el período en otras obras, más breves que las anteriores, pero escritas y estudiadas con una profundidad y una escritura que impulsa a leerlas ávidamente de corrido, como Las Comunidades de Castilla, una primera revolución moderna (1963) o El mundo social de “La Celestina” (1964). En su último libro antes citado, La literatura picaresca desde la historia social (1986), trata del trabajo y el ocio, de la tensión en las relaciones entre hombre y mujer, de la interdependencia entre amos y criados o entre ricos y pobres.

Sin embargo, son sus estudios sobre el Barroco los que han alcanzado mayor difusión y fama. Desde su primer libro, Teoría del Estado en España en el siglo xvii (1944), siguieron apareciendo, escalonados en el tiempo, diferentes trabajos sobre el teatro del Seiscientos, sobre su literatura, su mentalidad o su estructura social hasta culminar en el libro ya clásico La cultura del Barroco (1975). En él, Maravall rompe con la imagen armónica del Barroco que había transmitido la historiografía clásica y numerosos aspectos de su obra han dado lugar a una enriquecedora discusión historiográfica. También sobre este período merecen destacarse títulos como Utopía y contrautopía en el Quijote (1976) o Velázquez y el espíritu de la Modernidad (1960).

Asimismo, sobre el siglo xviii escribió Maravall numerosas páginas, desde una amplia reseña del clásico libro de Jean Sarrailh en 1955, pasando por su monografía sobre Cadalso en 1966 hasta alcanzar en 1986 una treintena de monografías dieciochistas, recogidas todas ellas en lo que constituyó el IV volumen de sus Estudios sobre el pensamiento político español (edición del CEPCO), en publicación póstuma. Sin embargo, su gran cantidad de intereses no se detuvieron ahí: dejó inéditos textos sobre los escritores del 98 que hubieran constituido su inacabado Visión de la Historia y programa de reforma en los escritores del 98, asimismo recogidos en algunos de los homenajes, que se hicieron cuando murió, por sus discípulos y amigos.

El interés de Maravall por la historia no era un gusto erudito, sino un interés vivo unido a su propia realización personal: había que investigar el pasado para conocer y comprender el propio presente. Se enfrentó así a la historia no como una descripción de hechos políticos o acontecimientos, sino profundizando en las estructuras subyacentes, en las fuerzas sociales y en las corrientes de pensamiento que impulsan los grupos humanos. Así, su paso de una historia de las ideas (del pensamiento, sobre todo político y estético) a una historia social de las mentalidades (de las actitudes intelectuales y artísticas de los diversos grupos) responde a su objetivo unitario de comprender los procesos históricos complejos desde distintos niveles y perspectivas. Sin embargo, Maravall mantuvo siempre una tensión saludable entre esta visión de conjunto y la singularidad de los hechos y de los hombres, pues siempre defendió un humanismo radical y nunca aceptó la “pérdida del sujeto histórico” que proclamaban las corrientes historiográficas estructuralistas.
Sustituyó así una visión determinista por una visión condicionante dada la pluralidad de factores a tener en cuenta y la relativa libertad que siempre tenían los hombres concretos en situaciones históricas complejas. Por eso, Maravall, hizo siempre suyo el apotegma de Febvre: la historia no juzga, comprende; su visión penetrante, serena y distanciada, llena de piedad —en el sentido fuerte y clásico del término— supone tanto una metodología y un rigor científico e investigador indiscutibles como la capacidad de empatía para comprender el pasado. Mantenía una visión de la historia hecha tanto de supervivencias o continuidades como de innovaciones, ya fuese en el plano colectivo como individual, con énfasis en rupturas o en reformas en función de contextos históricos concretos y de las posibilidades que los hombres y mujeres de cada época, con el utillaje material y mental que poseían, podían enfrentarse con su momento histórico. Nada le parecía más anacrónico y falto de rigor historiográfico que un presentismo que proyecta acríticamente los valores del presente del historiador sobre un pasado complejo.

El quehacer histórico de Maravall se concreta en dos líneas maestras: en primer lugar, la visión multidisciplinar que pretende integrar el análisis de la historia de España y para ello la peculiar perspectiva que imprime a su historia del pensamiento político. En segundo lugar, el europeísmo de ese pensamiento y de su metodología, que le lleva constantemente a la perspectiva de una historia comparada, a insertar la historia española en la historia y la vida de Europa.
En cuanto a lo primero, Maravall concibe, pues, la historia como una construcción humana, y para su estudio ha de indagarse en el fondo creencial en que se apoya una sociedad y para ello, ha de procederse con un espíritu científico de observador activo: se trata de servir de estímulo para el replanteamiento de nuevas perspectivas, así como para afirmar la pluralidad de factores que intervienen en un fenómeno dado y la consecuente multiplicidad de modelos científicos, según la perspectiva elegida, y de metodologías variadas de aplicación a una realidad compleja. Ni un único método, ni una única realidad; lo que no implica ningún escepticismo ni relativismo vulgar, sino la exigencia de búsqueda constante y de afinamiento de métodos, estrategias e instrumentos de conocimiento. La actitud del historiador en este aspecto no podía ser diferente de la del científico.
En cuanto a lo segundo, Maravall vinculó siempre el transcurso español con el europeo, esforzándose siempre por hacer una historia comparada. Frente a la excepcionalidad española defendida por muchos, Maravall mostró la imposible separación de la existencia histórica de los españoles de la historia de los demás países europeos, aun cuando cada uno tenga su propia e intransferible identidad. Combatió el “narcisismo de la diferencia” o la idea esencialista de los “caracteres nacionales” y abogó contra un ensimismamiento español que convertía una España “diferente” en dogma y tópico fatalista. No había “problema de España”, sino “problemas comunes de un mundo circundante en cada momento histórico”. La visión, pues, de una historia siempre abierta, cuyos protagonistas, dentro de los condicionantes de cada época histórica concreta, tienen posibilidades que no se pueden determinar apriorísticamente y cuyas decisiones desencadenan efectos no previstos que despliegan el abanico de lo posible. Esa visión y actitud profundamente liberal de Maravall sobre la historia es fundamental para comprender su labor historiográfica desveladora de tópicos, creencias y fuerzas racionales e irracionales que operan en las acciones de los humanos.
Maravall desarrolló su obra durante toda una vida entregada con entusiasmo a la docencia universitaria, plenamente dispuesto a sus discípulos y alumnos; fue un auténtico maestro en el sentido profundo que ya Platón imprimió al término. O, como hubiera querido Max Weber, un maestro que enseñaba con su ejemplo y sabiduría tanto como con sus libros y su palabra. Cálido y exigente a la vez, mostrando a los jóvenes la necesidad del esfuerzo, la inexistencia de fórmulas definitivas o salvadoras, la “irracionalidad ética del mundo”, pero al tiempo la necesidad de permanecer atentos y apasionados hacia los hombres y las cosas, sin caer en ningún determinismo fatalista, pero aceptando los hechos incómodos, la opacidad de la realidad, al tiempo que cada uno conquista su propia libertad. Como él hizo con su propia vida y el legado de su obra.

Obras de ~: Teoría del Estado en España en el siglo XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944; Los fundamentos del Derecho y del Estado, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1946; El humanismo de las armas en don Quijote, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1948; El concepto de España en la Edad Media, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1954 (4.ª ed., Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997); Teoría del saber histórico, Madrid, Revista de Occidente, 1958 (4.ª ed., 1967; ed. de F. J. Caspistegui e I. Izuzquiza, Pamplona, Urgoiti, 2007; ed. de F. Alía Miranda, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008); Velázquez y el espíritu de la Modernidad, Madrid, Guadarrama, 1960 (Madrid, Alianza, 1987); Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1960; Las Comunidades de Castilla, una primera revolución moderna, Madrid, Revista de Occidente, 1963; El mundo social de “La Celestina”, Madrid, Gredos, 1964 (3.ª ed., 1981); Antiguos y modernos. La idea de progreso en el desarrollo de una sociedad, Madrid, Moneda y Crédito, 1966 (2.ª ed., Madrid, Alianza, 1986); Estudios de historia del pensamiento español. I Edad Media. II Siglo XVI, Madrid, Cultura Hispánica, 1967 (3.ª ed. ampliada, 1983); Estado moderno y mentalidad social. Siglos XV a XVII, Madrid, Revista de Occidente, 1972 (2.ª ed., Madrid, Alianza, 1986); La oposición política bajo los Austrias, Madrid, Ariel, 1972 (2.ª ed., 1974); Teatro y literatura en la sociedad barroca, Madrid, Seminarios y Eds., 1972 (ed. de F. Abad, corr. y aum. Barcelona, Crítica, 1990); La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica, Madrid, Ariel, 1975 (4.ª ed., 1986); Estudios de historia del pensamiento español. III Siglo XVII, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1975; Utopía y contrautopía en el Quijote, Santiago de Compostela, Pico Sacro, 1976; Poder, honor y elites en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1979 (2.ª ed. 1984); Utopía y reformismo en la España de los Austrias, Madrid, Siglo XXI, 1982; La literatura picaresca desde la historia social, siglos XVI y XVII, Madrid, Taurus, 1986 (reimpr. 1987); Estudios de historia del pensamiento español. IV. Siglo XVIII, ed. de M.ª C. Iglesias, Madrid, Mondadori, 1991 (ed. Estudios de historia del pensamiento español, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1999, 4 vols.).
Bibl.: C. Iglesias Cano, “Conversación con José Antonio Maravall”, en Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 400 (1983), págs. 53-74; C. Moya Espí, L. Rodríguez de Zúñiga y C. Iglesias (coords.), Homenaje a José Antonio Maravall, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), 1985; M. Batllori, “José Antonio Maravall”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, n.º 184 (1987), págs. 1-13; C. Iglesias Cano, “José Antonio Maravall: la historia como antídoto de la tradición”, en Revista de Occidente, n.º 70 (1987), págs. 93-102; VV. AA., Homenaje a José Antonio Maravall, 1911-1986, Valencia, Generalitat, 1988; VV. AA., Homenaje a José Antonio Maravall (n.º monogr.) en Cuadernos Hispanoamericanos, n.os 477-478 (1990); C. Iglesias Cano, “José Antonio Maravall y la historia del pensamiento político”, en VV. AA., Catedráticos en la Academia, Académicos en la Universidad, Madrid, Fundación Central Hispano-Universidad Complutense de Madrid, 1993, págs. 285-314; C. Iglesias Cano, “España y Europa en el pensamiento de José Antonio Maravall”, en Revista de Historia Jerónimo Zurita, n.º 73 (1998), págs. 211-223; M. J. Peláez, “Maravall Casesnoves, José Antonio”, en R. Domingo (ed.), Juristas Universales. Volumen IV. Juristas del s. xx, Madrid, Marcial Pons, 2004, pág. 772; C. Iglesias Cano, “Conversaciones con D. José Antonio Maravall”, en C. Bitossi y G. Mazzocchi (eds.), Sull’opera di Jose Antonio Maravall. Stato, cultura e società nella Spagna moderna, Pavía, 2008, págs. 15-28; C. Iglesias Cano, Retrato personal de dos maestros: D. Luis Díez del Corral y D. José Antonio Maravall (Homenaje de la Real Academia de la Historia en el centenario de su nacimiento en 1911), Madrid, Real Academia de la Historia, 2012 (en prensa).

Biografía escrita por Carmen Iglesias Cano procedente del Diccionario Biográfico Español.