Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

viernes, 22 de septiembre de 2023

MIGUEL ABAD MIRÓ, INTÉRPRETE PLÁSTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

 


MIGUEL ABAD MIRÓ,
INTÉRPRETE PLÁSTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

Aproximación y valoración estética del artista


Por
ADRIÁN ESPÍ VALDÉS
Universidad de Alicante


I. - Proemio
La intensa amistad -corta físicamente, en vida- que Miguel Abad Miró dispensó a
Miguel Hernández se transforma con prontitud en un auténtico fervor, en emoción profunda
por el hombre y por su poesía.
Miguel Abad Miró es arquitecto -no lo era todavía- y es pintor extraordinario, por
aquel entonces buen dibujante, de sesgo expresionista en tanto en cuanto que su obra
trata de exteriorizar un cierto neorromanticismo no carente de alguna carga trágica, aunque
nunca angustiada y, ni mucho menos, existencialista.
Su pintura desemboca las más de las veces en una valoración y exaltación a la vez
plástica y estética de las ideas personales, lo que le da o presta, sin duda, un notable
valor étnico.
La acentuación colorista a lo largo y lo ancho de su dilatada obra, su grafismo, nos
llevan a considerar que su arte es, esencialmente, el resultado de la percepción visual
convertida o traducida a forma libre, con carga psíquica evidente, emocional y subjetiva.
Aunque en el caso de este pintor de Alcoy no hay que insistir en una deformación de
la realidad para llegar a la expresión de los sentimientos. La belleza plástica emerge, en
todo caso, y la precisión y robustez de un lenguaje esencialmente profundo. 


II. - Cómo, cuándo y dónde conoce el pintor al poeta
Aunque se ha publicado en diversos medios, el propio pintor lo ha dicho en conversaciones
y entrevistas, es menester insistir en ello: «Yo conocía a Miguel Hernández
sólo de oídas, como un poeta que se destacaba... en una ocasión un periodista amigo me
invitó a participar en la tarea de ilustrar un libro con mis dibujos, era Poesía de la
Guerra. Había varios poemas y yo elegí Canto a Méjico, de Machado, y Las manos, de
Miguel. El poema de Miguel Hernández me impresionó mucho, y a su autor le impresionó
también mi dubujo. Así nació nuestra fugaz amistad. Las cuatro o cinco veces que
vino a Alicante estuvimos juntos; eran visitas con prisas y urgencias...»1.
En efecto: al pintor se le ofrece la oportunidad de interpretar gráficamente al poeta
de Orihuela. Es el poema fechado en Madrid en 15 de febrero de 1937:
Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos
saltan y desembocan sobre la luz herida
a golpes y a zarpazos.
La lectura, aún hoy, de estas tremendas palabras le impresionan a Miguel Abad.
Idea, en efecto, dos manos, una de espaldas, escorzada, curtida y cortada por mil eventualidades,
fuerte y viril, musculosa, que entiende que es la mano del obrero, del trabajador;
la otra, en contraposición, resulta blanda, fofa, está cuajada de joyas, diseñada
incluso con blandura, como de «relicario», afirma el propio autor. Es la mano que es
«herramienta del alma», las «laboriosas manos de los trabajadores», las manos que
«caerán sobre vosotros con dientes y cuchillos», la mano que le llena plenamente.
Los orígenes más remotos y más cercanos de toda esta experiencia artística, hay
que situarlos en torno a la figura de Antonio Blanca Pérez, director de «Nuestra
Bandera», diario del P.C. que se tiraba en unos talleres de la calle Quintana donde
luego, a partir de mayo del 39 se tiraría el periódico «Información». Blanca era también
secretario del «Ateneo», ubicado entonces en un edificio muy cercano al
Ayuntamiento.


En septiembre de 1937 el estudiante todavía de arquitectura Miguel Abad va a
Alicante, y es cuando Blanca informa al alcoyano que el Socorro Internacional solicita
la colaboración de dibujantes para ilustrar un libro de poesía de guerra para ser lanzado
con un sentido más bien propagandístico, incluso «panfletario». Es el libro del que se
hace cargo «Modernas Gráficas Gutemberg»: «Acabóse de imprimir esta colección de
versos de nuestra Guerra, / en Alicante a 1 de Diciembre / de 1938...», y en esta breve
antología, perfectamente seleccionada, en la que también figuran ilustraciones de
Manuel González Santana, Melchor Aracil, Manuel Albert, Tomás Ferrándiz, que firmaba
en tal época como «Mus» -de «Tomus»-, y poemas de Gabriel Baldrich,
Leopoldo Urrutia, etc., se dice del ilustrador de Las manos'. «De Abad Miró lo poco que
vamos conociendo nos lo revela como un artista de inspiración pura: libre de influencias,
descentrador, de los últimos movimientos artísticos y técnicos, en las artes plásticas;
en su dibujo, en este libro (pág. 22) hay vigor expresivo y una matización de modulaciones
varias que, no obstante la diversidad de gesto, aparecen unidas por esta
característica: su actitud contenida, sofrenada, de refinada concentración íntima en su
caliente expresión»2. Un barroco discurso, sin duda, quizá la primera crítica que se le
hace al pintor, pero crítica que apunta, precisamente, hacia esos parámetros de la expresividad
y el expresionismo que más arriba hemos indicado.


-III. Se incrementa la amistad Hernández-Miró. «El rayo que no cesa»
Blanca hace las presentaciones de Miguel Hernández y Miguel Miró un día. «Eran
visitas con prisas y urgencias». Miguel Hernández tiene un hijo, pequeño y desnutrido,
y, sin embargo, por su carácter y manera de ser es incapaz de pedir ayuda. Abad le
acompaña a «Socorro Rojo». Leche en polvo, acaso unas galletas, productos de primera
necesidad para un niño. Es éste un contacto directo, tremendamente humano. Luego,
vinieron otros, esos «cuatro o cinco» que el pintor señala. El más inmediato vuelve a
tener por interlocutor a Antonio Blanca, en el domicilio de éste. Era una tertulia reducida
en donde se recitaban versos y se hablaba de música. Allí acudía Rodríguez Albert,
el periodista Eusebio Oca. Y en el transcurso de una de estas reuniones Miguel
Hernández declama unos versos de su poemario El rayo que no cesa.
Dice Abad Miró que todos quedaron como «helados por la emoción». La musa erótica
del poeta de Orihuela fluía, aparecía y se desvanecía en aquel ambiente culto y
sosegado de una España en guerra, y en guerra consigo mismo, contienda perversa
como asegurara mucho tiempo antes el humanista Juan Luis Vives: «La guerra entre
hermanos es perversa, y va contra toda ley».
Abad apunta que tales versos son absolutamente plásticos, enormemente pictóricos.
Rodríguez Albert insiste en la musicalidad de los mismos, y Blanca propone una
edición ilustrada por Miguel Abad, como dibujante, y por Rodríguez Albert de forma
musical. Las circunstancias hacen que, ocasionalmente, Rafael Alberti esté en Alicante.
Se asegura que va a ser designado ministro de propaganda de la República, el primer
ministro al frente de esta parcela tan decisiva en la guerra civil, ya que hasta entonces
no existe sino una dirección general. A él se le expone la idea, que acepta de inmediato.
El proyecto, sin embargo, queda en mero proyecto sin posibilidad de convertirse en
realidad, dado que a los pocos días Alberti sale de Alicante acompañando a Pasionaria.
Acaso serían los primeros días del 39.
No obstante El rayo que no cesa no para en absoluto de latir, de estar presente en el
subconsciente de Miguel Abad. No es éste ni aquél poema en concreto. Son todos. Años
después el pintor ingresa en el Reformatorio alicantino -celda 41, primera galería- y allí
continúa martilleándole el poemario de Hernández. No ha coincidido con él en la cárcel,
pero recordando aquella reunión en el domicilio de Antonio Blanca, acariciando aquél
proyecto fallido de una edición con dibujos suyos, en 1942 Miguel Abad realiza unos
bocetos a lápiz -dibujos pequeños- que se configuran en una ilustración dinámica y simbólica
a la vez. El dibujo, es menester señalar, es producto también de diecinueve días de
incomunicación total a causa del piojo verde y el tifus exentemático: 4.000 presos, doce
en cada una de las celdas que estaban capacitadas únicamente para cobijar a uno.


Tu corazón una naranja helada...
Mi corazón una febril granada...
Toda la hondura -y el gran contraste- de estos versos están inspirando el dibujo.
Acaso la amargura del poeta enamorado, su furor amatorio resbalando ante la mujer
-objeto de su propia poesía- que no entendía o no alcanzaba los ardores del amante.
La alegoría3 ofrece una lectura relativamente fácil por la utilización gráfica de unos
símbolos, cinco en concreto, que mantienen una perfecta unión e interrelación entre sí, y
son perfectamente asequibles. Intentemos la descripción y numeremos tales elementos:
1. - El árbol.
2. - La mujer.
3. - El caballo.
4. - El toro.
5. - La pareja de enamorados.
L- Es un árbol enhiesto, de pie, recto, poblado de verdor y con las raíces fuertemente
hundidas en la tierra esponjosa y fértil. A él queda unido, atado por las bridas, un
caballo de hermosa estampa.
2. - La mujer -su mujer Josefina Manresa- constituye la figura central de la composición.
También de pie, un tanto impávida, envuelta en su túnica talar y su vesta mediterránea.
No entiende, no sabe, no se identifica con nada ni con nadie. Está en la escena
pero acaso, desgraciadamente, no participa en ella.
3. - El corcel, trotador, en posición de «corveta», intenta la huida pero amarrado al
árbol no puede zafarse de sus ataduras. Es la estampa de la libertad, del aire puro, frenada
aquélla, contaminado éste.
4. - El toro que muge se doblega, no obstante, rodeando a la mujer -la musa- que
parece asustada. Es el «eros» de Miguel, es el propio poeta, su corazón «de exasperadas
fieras».
-5. Una cierta función didáctica ofrece el abrazo, apasionado, de la joven pareja, en
un plano muy secundario, a lo lejos, que contempla toda esta disposición tan cercana al
mundo de la mitología y del simbolismo, y que no es otro, sin embargo, que el mundo
en el que triunfa el amor o en el que el amor lo es y lo configura todo.
La ilustración de Miguel Abad no es pues sino una visión del mundo hernandiano,
de ese amor que ni cesa ni se interrumpe, ni disminuye ni acaba. Varios sonetos -todo el
libro- estaba entonces como todavía lo está hoy en la mente, el corazón, los labios de
Miguel Abad. No se trata de un poema en concreto, éste o aquél, pero quizá unos versos
más que otros parece que marcan indeleblemente, indefectiblemente el proyecto del
artista y conducen su lápiz. Veámoslo:
No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras...
...como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita.