Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

martes, 10 de octubre de 2023

LA RELIGIOSIDAD DE MIGUEL FERNÁNDEZ Y SU POESÍA. Por Vicente Mojica

 

                                          (Composición de Palmeral)

 

 

LA RELIGIOSIDAD DE MIGUEL FERNÁNDEZ, Y SU POESÍA

 

Vicente Mojica

(Homenaje en el centenario del nacimiento de Vicente Mojica (1923-2023)


Miguel Hernández es un nombre polémico. Y es que su universal trascendencia lo ha convertido en símbolo, en bandera de grupos interesados en resaltar de él aquellos rasgos, aquellas peculiaridades que más les interesan a cada uno de ellos, para adscribírselo, presentando así imágenes incompletas, parciales, del hombre y de su personalidad poética, que por sí solas, aisladas del contexto vital del personaje y su tiempo, tienen solamente un valor relativo.


A treinta y cinco años de su muerte, consideramos que una de las partes más discutida y controvertida de su emocionante biografía, la religiosidad, gracias a la perspectiva del tiempo y al paulatino desapasionamiento, puede ir clarificándose, aunque no se nos oculta la posibilidad de que puedan ser polemizadas las conclusiones a las que podamos llegar con nuestro estudio. Por nuestra parte, vamos a intentar ofrecer una imagen lo más objetiva posible; aquella que hemos obtenido de una amorosa dedicación al tema, con la máxima recogida de datos en libros, artículos, conferencias y seminarios dedicados al poeta, o bien mediante entrevistas personales con seres que, dé una manera u otra, estuvieron relacionados o convivieron con quien hoy es objeto de nuestro tema de estudio.

 La religiosidad de Miguel Hernández, y al decir de Miguel nos estamos refiriendo también a su poesía, que por su enorme sinceridad es totalmente autobiográfica, hemos de considerarla dividida en tres períodos, o acaso más propiamente en dos gran des períodos y un epílogo, perfectamente delimitados por hechos trascendentales en su vida. El primer período abarca desde su nacimiento hasta el año 1934, en que tiene lugar su segundo viaje a Madrid; el segundo, desde esta última fecha hasta finales del año 1941, y el tercero, desde las postrimerías del 41 hasta su muerte.


PRIMER PERIODO:
NACIMIENTO, INFANCIA Y JUVENTUD


Digamos de entrada, que tres condicionamientos esenciales van a influir en la conformación espiritual de Miguel Hernández: el lugar de su nacimiento, la enseñanza escolar recibida en colegios religiosos, y las amistades, y como consecuencia de éstas la selección de sus lecturas. Como todo el mundo sabe, Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela el día 30 de octubre de 1910, en el seno de una familia sencilla y cristiana. Tengamos presente que en la Oleza mironiana —ciudad eminentemente religiosa— hay treinta iglesias, y la Parroquia de Nuestro Padre San Daniel ostenta cinco campanas “que se oyen desde nueve pueblos del contorno. Es un campaneo que viene de lo profundo de los años” —como diría Miró—, y que está recordando a los oriolanos el privilegio de su naturaleza cristiana.


Manuel Molina dice que “en mi pueblo, por tradición, se nace ya creyendo en Dios, y que todo oriolano —no todo buen oriolano— se da por descontado que cree en Dios. No se da el ateísmo en Orihuela”.
Puede suceder —como de hecho sucedía en casa de Miguel— que no se acuda a los oficios del culto, pero esto sin menos cabo de tener un profundo sentido religioso. Y que éste se respire en el ambiente de la familia. No sabemos si porque los padres desearan que el hijo recibiera una educación religiosa, o bien por comodidad —dada la proximidad de la escuela— es el caso que al niño, siendo aún muy pequeño, lo enviaron a las Escuelas del Ave María del Padre Manjón, donde aprendió a leer y escribir. A los once años “Miguel se sabe el catecismo de corrido, así como las páginas del Antiguo Testamento”. Los padres Navarro e Isla sea admiran de la retentiva del niño. Por entonces, los domingos hace de monaguillo, hecho que recordará muchos años más tarde en una carta a su esposa. Y juega con su hermana Encarna misas. No se ha llegado a un acuerdo sobre el tiempo que duró su escolaridad, pero se sabe ciertamente que en octubre de 1923,cuando el chico va a cumplir trece años, ingresó como alumno externo del Colegio de Santo Domingo, para cursar el prepara torio de bachillerato. El curso lo acabó con notas de sobresaliente en todas las asignaturas y su expediente refleja su excelente aplicación, su fervor piadoso y alta conciencia de su responsabilidad. Por causas inciertas, probablemente contrariedades económicas de la familia, Miguel abandona las aulas del Colegio de Santo Domingo en el mes de marzo de 1925. A partir del mes de abril, por designio paterno, se dedicaría al pastoreo y al reparto domiciliario de leche.

Si admitimos que el alma de un niño es una tierra virgen, propicia para la siembra, mayormente si el grano que se deposita en su seno es el de un mensaje amoroso, comprenderemos cuánto y de qué manera definitiva había de pesar en su vida, y posteriormente en su obra, el hecho de su asistencia, primero a la escuela Avemariana y luego a la jesuítica de Santo Domingo. El tercer factor influyente en su formación religiosa, como hemos apuntado anteriormente, lo constituyeron sus amistades.
Al llegar a este punto, es necesario destacar sobre todos, la influencia incuestionable que ejerció sobre Miguel su entrañable amigo José Marín Gutiérrez, que inmortalizó el nombre de Ramón Si jé. Junto a él, poco podían hacer los demás amigos del Grupo de la Tahona de los Fenoll, aparte de prestarle el calor fraternal de su reconocimiento y su amistad. Y si Miguel los quiso a todos, creemos que Carlos Fenoll y Pepito Marín fueron sus hermanos espirituales dilectos, por razones de edad, de vocación y de admiración.

De Carlos Fenoll, probablemente, fue amigo, además de por afinidad vocacional, por vecindad. De Ramón Sijé, si bien le había conocido en las aulas del Colegio de Santo Domingo, parece ser que verdaderamente se estrechó la amistad en el reencuentro, posiblemente en el Círculo Radical, adonde había acudido con Fenoll a dar lectura a sus poemas. Lo que sí está claro es que Miguel, desde sus primeros contactos, se sintió atraído por una admiración ciega hacia Sijé, admitiendo desde el primer momento su consejo y su tutoría intelectual. No obstante, existen pequeñas diferencias entre las formas de sentir y pensar de ambos amigos. A Sijé le atraía más lo metafísico, enfocado hacia un catolicismo puro, sin mixtificaciones; era un acendrado creyente en la divinidad, en sus influjos y consecuencias. Miguel se inclinaba más hacia lo telúrico, hacia lo pagano, demostrado hasta en sus expresiones místicas. Los dos albergaban un tragicismo innato en el fondo de su sangre, los dos elegirían el más allá como tema fundamental de su obra, aunque tratado de distinta manera. Sin duda alguna, Sijé marcó su tremenda influencia en el amigo humilde, proyectó su cultura y erudición sobre el espíritu hambriento de sabiduría del joven poeta. La atracción que Sijé ejercía hacia sus amigos no se fundamentó solamente en su talento y en la amplitud de sus conocimientos, sino también en su concepto de la amistad, en su fidelidad al amigo. En un espíritu tan sensible como el de Miguel, era natural que le correspondiera y le quisiera como a un verdadero hermano.


Así, aunque creemos que Miguel estaba en cierto modo alejado de las prácticas religiosas, de lo que significaba exteriorización de un culto religioso, que verdaderamente sentía enel fondo de su alma, su entrañable y fraternal amistad con Ramón Sijé, su profunda admiración hacia el pequeño sabio —fervoroso creyente y defensor a ultranza de un neocatolicismo, que por lo que significaba de justicia, de liberación de privilegios absurdos, de desnuda doctrina de Cristo, hecha generosamente de amor, a Miguel tenía que complacerle profundamente— influyeron poderosamente en la actitud religiosa de nuestro poeta.


Y, finalmente, otro hecho no menos digno de ser tenido en cuenta, a la hora de compendiar el contexto total de su formación y evolución religiosa, es el de sus relaciones amistosas con el doctor don Luis Almarcha, que, como Sijé, orientaría las lecturas de Miguel hacia los clásicos, poniendo a su alcance los libros de su nutrida biblioteca. Allí conoció Miguel a San Juan de la Cruz y a Fray Luis de León, así como a Virgilio, a Verlaine y a Gabriel Miró. Animado por don Luis, Miguel publicó sus primeros poemas en El Pueblo, semanario donde colaboraba el doctor Almarcha. Lo cierto es que Miguel, de una manera u otra, alcanzó una formación profundamente religiosa. Reflejo de esa espiritualidad, es toda una serie de poemas juveniles que va publicando, bien en revistas oriolanas, bien en periódicos de la capital de la provincia. Así, en 1930, es el poema titulado Plegaria; después, Fuente y María, el tríptico
de sonetos A María Santísima, Eclipse celestial, La morada amarilla, Silencio divino y Mar y Dios, incluidos todos ellos en su Obra poética completa, presentada por Leopoldo Urrutia, así como otros poemas no recogidos en libros como Eucaristía, un soneto publicado en el periódico El Día, que dirigía don Juan Sansano.


Los versos de todos estos poemas son versos confesionales, que reflejan el sentimiento íntimo del poeta en el momento de escribirlos. En todos ellos hay un verdadero y profundo sentido religioso, y Dios o la Virgen son el tema y objeto poético de las composiciones. “¡Mi Mar apasionado, mi Mar suave!”, será Dios para Miguel en “Mar y Dios”. Y en “Eclipse celestial” dice:

 

“Tu luz en una umbría de blancura:

/ los que ven, no te vemos:

 / ¡mu cho mejor! a oscuras

 / —¡la fe!— te ven los ciegos.

 / Tú,con naturaleza de semilla

/ reducido a la mano, / transformado en harina,

 / traspuesto, trasplantado.” (...)

                             y

“Oh, sacerdote; daños, puro, aquello, favor de sí otorgado.

 / ¿Guardas,fiel, el secreto / que mantienen tus manos?”.


A nosotros, estos versos nos parecen una confesión plena de su fe cristiana. Y, junto a ellos, los dedicados a la Virgen María, ¿no expresan, asimismo, un exaltado fervor mariano? Sin él, como decir:

 

 “Ventana para el Sol —¡qué sólo— abierta:

 / sin alterar la vidriera pura,

 / la Luz pasó el umbral de la clausura / y no forzó ni el sello ni la puerta.

 / (...) Justo anillo su vientre de lo Justo,

/ quedó, como antes, virgen retraimiento,

/ bultándole Dios seno y ombligo.

 / No se abrió para abrirse: dio en un susto,

 / nueve meses sustento del Sustento,

 / honor al barro y a la paja trigo”.

 

En otros numerosos poemas, le asoma el aire de su espíritu religioso. En El silbo de afirmación en la aldea, Leopoldo de Luis señala muy agudamente uno de estos ejemplares, y además éste, particularmente, muy curioso, ya “que se da en una de las frases más caricaturescas y aún de expresión más dura”. Se refiere a la burla del rascacielos, cuando escribe “rascacielos, qué risa, rascaleches”.

 Indudablemente, “cuandoMiguel rebaja el énfasis arquitectónico, el despectivo vulgar

del nuevo compuesto comporta un íntimo matiz religioso: al cielo (teológicamente concebido) no se le rasca con estos vanidosos alardes humanos”. Esta consideración late en la subsconciencia del poeta y proviene de su formación religiosa”. Pero, sigamos de cerca su aventura humana, tan íntimamente ligada a la religiosa y a la literaria. En la Tahona de la calle de Arriba se ha llegado desde Vicente Medina y Gabriel y Galán hasta la generación del 27. Es casi una puesta a punto. Miguel ha sido presentado en la prensa de la capital de la provincia por su paisano y admirado poeta Juan Sansano. Su nombre suena y el joven poeta se llena de ilusiones. Viaja a Madrid en noviembre de 1931, y regresa en el mes de mayo siguiente, vencido y desalentado. Sin embargo, allí ha tomado conciencia de las últimas corrientes literarias, y ha captado las postrimerías del movimiento gongorino, surgido con motivo del tercer centenario del autor de las Soledades. Estas influencias, con las de la cultura de Sijé, explican el origen de Perito en lunas, compuesto en el año 1932 y publicado en 1933, su primer libro de poemas.
Miguel completa su formación bajo la égida de Ramón Sijé, que le hace penetrar en el maravilloso mundo caldero niano —como lo había hecho ya en los de Garcilaso y de Que vedo—. Fascinado por el tema de la conservación de la gracia, Miguel Hernández culmina la expresión de su sentimiento re ligioso escribiendo un auto sacramental, en el que se refleja el conocimiento y la influencia de Calderón, pero también su sólida formación cristiana. La obra fue escrita en el año 33, con el título de La danzarina bíblica, pero ampliada y perfeccionada, en 1934, se convertía en Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, título sugerido por Bergamín.


Está claramente demostrado, que Sijé aconsejó sabiamente al poeta con sus mejores juicios cristianos, mientras escribía la obra. Y aunque la concepción teológica es calderoniana, se le han señalado influencias oriolanas, en cuanto a psicología popular, y de Fray Luis de León y de San Juan de la Cruz, a quienes tanto admiraba.
Concha Zardoya señala que “la comunión, tan apoteósica en los autos calderonianos, en el de Miguel se hace íntima y casi familiar, en tanto que un delicioso aroma rústico la en vuelve”. Y es que el campo, con su peso decisivo en la vida del poeta, adquiere en esta obra la imagen de un mundo de perfección, ideal, dando pie a que Sijé dijera que para Hernández, “el campo es la prueba plástica de la existencia de Dios”.
Miguel rompe con su auto el molde clásico de un solo acto, introduce elementos extraños, incluso tendencias sociales en sus personajes, y él se identifica como el Hombre, con sus dudas y sus debilidades, y su lucha con la Carne —que tanto lo esclavizó, según confesión propia— y los Sentidos. A través de su obra dramática se muestra “conocedor de las verdades de la fe, sobre el misterio eucarístico, la gracia, la redención y el perdón (...). El tema religioso y cristiano, evitado cuidadosamente por casi todos los poetas de la generación del 27, comienza a cobrar derechos de ciudadanía”. Con Miguel Hernández “aparece realizada la posibilidad
de escribir poemas de calidad y honda sinceridad, inspirados por una religiosidad sentida, una idea de lo divino forjada en la vivencia de la naturaleza y el campo”. Juan Cano Ballesta, autor de estas afirmaciones, las completa: “El auto hernandiano no es sólo calderonismo cargado de esencias íntimas o populares, sino que el poeta se desembaraza del costumbrismo a la moda en el teatro, para prestar un vibrante lirismo a las escenas y reflejar la íntima preocupación social de aquellos años”...


Serían inacabables las citas que podríamos aportar para demostrar la consciente religiosidad de Hernández, en esta primera parte de su vida y de su obra poética. Nos bastaría pensar en “la sabiduría teológica del autor (del auto sacramental) que se manifiesta en el perfecto conocimiento del dogma católico”, como apunta José Guillen.
Para Miguel, el fundamento de la creencia religiosa está en aceptar la creación divina de la naturaleza. “Dios me ha dado un mundo”, dice en el poema Silencio divino, donde al Ser Supremo lo llama “Dios de lo creado”. En el auto sacramental, el Buen Labrador dice al Hombre: “Ten fe y darás en el quid: /¿no crees tú que tras la vid / puede estar el viñador?” Tras la creación, sin duda alguna, Miguel está reconociendo al Creador. Otra vía de conocimiento de Dios será la ontológica, que se abre por la angustia del pecado. El poeta no ignora que el pecado aparta a la criatura del camino de Dios, y sabe que ha de luchar contra la misma energía que lo arrastra: su sangre y las alucinaciones de los sentidos. Para Vicente Ramos, que tan profundamente ha estudiado esta faceta hernandiana, Miguel identifica a Dios con el freno de la conducta humana. Y lo hace también Luz:

 “Si Dios creó la luz una vez sola / la Luz a El cada día”.  Tal vez por su raíz agrícola, por lo que entraña en su simbolismo, el misterio de la Eucaristía gozó de su predilección poética, y para él Dios “es asunto del trigo”, metáfora sobre la que insistirá repetidamente. En Profecía sobre el campesino advierte al labrador: “Dices a Dios que obre / la creación del campo solo y mondo, / tú, que has sacado a Dios de los trigales / candeal y redondo”.
Y en otro poema: “Sí; Dios es. / Mira la era: ¿no ves / cuánto trigo y Dios en junto?”.
Dios hecho hombre es “el saludable Manjar / que hará su nido en el trigo / y en la vid de miel llevar”. Y su misión será “el dar mi cuerpo en la mies, / el dar mi cuerpo en el pan”.
Podríamos resumir la actitud religiosa del poeta en esta primera parte de su vida y de su obra poética, con una mues tra de su pensamiento, tomada del auto, de la escena del Es
poso y del Hombre-Niño:


“Padre, ¿y qué hay luego, detrás

 / del viento? Más viento en pos. 

/ ¿Y detrás del viento? —Dios

 / ¿Nada más Dios? ¡Nada más! 

/ Padre, padre, ¿y me dirás / quién es Dios y


de qué modo?

 / Es el único acomodo 

 / que hallarás, bueno y sencillo 

 / al fin; el perfecto anillo, / el sin por qué y el por todo”.


Para nosotros es también trascendente y significativo el soliloquio del hombre solo y sin compaña, en la fase de arrepentimiento:

"... Perdí una vez el temor / ante el pecado mortal, 

/ y si entonces fui de mal / ahora de mal en peor.

 / ¡Ay! No me harto de pecar, / ¡siempre obediente al Deseo 

 / y a la Carne!, y lo que veo

 / no es lo que quiero mirar. / Me quisiera derramar / desde aquí, Dios, hasta allí, / hasta ese allí tuyo yo, / y aunque mi cuerpo que no, / dice mi razón que sí. /
i Enguízcame con tu amor, / con tu voz de miel y miera!... / ¡Tengo gana! : yo quisiera / que me enguizcaras, Señor”.
Sin duda alguna, toda esta poesía es auténticamente sentida, autobiográfica, y está manando del más profundo y puro sentimiento religioso del poeta. Sin él hubiera sido imposible transmitir en los personajes del auto sacramental esa emoción  que sobrepasa los límites de las cosas humanas, y que nos aproxima a Dios.
En los números correspondientes a los meses de julio, agosto y septiembre de 1934, de la revista Cruz y Raya, José Ver gantín publicó el auto sacramental de Miguel Hernández, que fue recibido por la crítica nacional con grandes elogios. Sin embargo, por diversas razones, entre ellas argumentando las dificultades de su puesta en escena, la obra no se llegó a estrenar. Y ha sido ahora, el pasado día 13 de febrero, cuando
en el Teatro Circo de Orihuela, su ciudad natal, se ha representado por vez primera, con carácter de estreno mundial, bajo el patrocinio de la Sección de Filología y Literatura del Instituto de Estudios Alicantinos. La Agrupación de Teatro de Cá mara “La  Cazuela”, de Alcoy, dirigida por Mario Silvestre, ha pasado a la historia con todo merecimiento, por la cordial identificación de todos los componentes de la compañía con el texto lírico y religioso de los versos hernandianos, por su magistral  nterpretación, y por la original y bellísima decoración hecha exclusivamente para este drama. Treinta y cinco años después de muerto, Miguel Hernández, como un nuevo cid de batallas amorosas, con las armas de su lírica palabra y su profundo pensamiento, ganaba una nueva en su misma tierra, y quedaba flotando en espíritu entre los emocionados espectadores. Y era un Miguel juvenil, que había regresado desde su muerte dolo- rosa hasta el año treinta y cuatro, en que acabó de escribir su bellísimo poema.
Es ya el final casi de esta primera parte de su vida. Cuatro hechos trascendentales para Miguel tienen lugar en este año de 1934: conoció a Josefina Manresa, que sería su esposa; nace El Gallo Crisis, revista oriolana de orientación neo-católica, di rigida por Ramón Sijé, en la que el poeta colaboraría desde el primer número; publica, como ya hemos dicho, su auto sacra mental, y, finalmente, tiene lugar su segundo viaje a Madrid.
Recién llegado a la capital de España conoce a Enrique Azcoaga, y éste le ofrece que colabore con él en las Misiones Pe dagógicas. Miguel aceptó encantado. Azcoaga ha contado mu chas veces un viaje a Salamanca, donde el muchacho oriolano, al entrar en la cátedra de Fray Luis de León, se echó al suelo para besar con arrebato las piedras que suponía pisadas por el místico cuatro siglos antes. Es una actitud muy propia de Miguel, sincero y espontáneo, muy lejos todavía del giro radical que iba a practicarse- en sus creencias.
A continuación colabora con don José María de Cossío en la redacción de Los toros, con lo que estabiliza su situación eco nómica. Amplía el círculo de sus amistades y su amiga Concha Albornoz lo pone en contacto con el deslumbrante Pablo Neruda, que tanto y tan prodigiosamente había de influirle, y, así mismo, conoce a Alberti, a María Teresa León, a Luis Cernuda, Luis Felipe Vivanco, Vicente Aleixandre y otros muchos.
Las nuevas amistades, al principio, no influyeron en las re laciones fervorosas que mantenía con sus paisanos, aunque con el tiempo sí las oscurecerían, si bien temporalmente.
Poco a poco, la influencia del amigo y protector que es el inmenso Pablo Neruda, va dejándose sentir. Sijé se preocupa por el sentido de las últimas comunicaciones de Miguel, al que su pone se va extraviando. Efectivamente, el día 20 de julio, el poeta escribe a su novia y le dice: “...mi amigo Pepito está disgustado conmigo porque le dije hace tiempo que está demasiado metido en la iglesia siempre”.
Y es que, bajo la sombra nerudiana, la religiosidad de Miguel Hernández se estaba derrumbando.


SEGUNDO PERIODO:
CRISIS RELIGIOSA Y ANTICLERICALISMO.
GUERRA Y POSGUERRA


El alma del poeta ha sufrido una honda conmoción. En el ambiente de Madrid su fe religiosa se va debilitando, y sobre todo por su amistad y su admiración inmensa por Pablo Neruda. Junto a él, casi se borran los vestigios de su religiosidad juvenil. Desde junio de 1934, mes en el que sale el primer número de El Gallo Crisis, y en el que publica Eclipse celestial y Profecía sobre el campesino, hasta Pascua de Pentecostés del año 35, en la que sale el último volumen con los números 5 y 6, con El silbo de afirmación en la aldea, Miguel experimentará un cambio profundo en su actitud religiosa, y es tremenda la carta dirigida a su amigo Juan Guerrero Ruiz, en la que le confiesa que está arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios.
Las concepciones políticas y el anticlericalismo del cónsul de Chile pesan sobre su ardiente juventud. El año treinta y cinco se había iniciado en plena crisis espiritual del joven oriolano. En octubre último, con motivo de la revolución de Asturias, Miguel escribe Hijos de la piedra. Y con esta obra había iniciado ya claramente, un cambio importante en su ideología social y en sus creencias religiosas. Dice Cano Ballesta que en varias ocasiones se echa de ver el forcejeo entre Sijé y Neruda por asegurarse la fidelidad del poeta. Y añade: “Pero la amistad de Neruda pesó más sobre el alma del poeta que la del lejano amigo de Orihuela”.


Nosotros compartimos la opinión de Vicente Ramos cuando no admite ese estado vacilante y casi infantil de Miguel Hernández. No se trataba de problematizar la fidelidad de sus amigos, sino de algo más radicalmente personal y serio: de sus ideas, de sus creencias, de la salud de su espíritu. Y si en aquellos momentos [de la Segunda República] pudo más la influencia de Neruda, también es verdad que nunca desarraigó de su corazón a Sijé, a quien quiso entrañablemente y cuya muerte lloró como un hermano.
En el ambiente desequilibrado, revuelto y anticlerical de aquellas fechas, Miguel identifica Iglesia y religión con capital y explotación del obrero, aunque se detiene en una actitud anticlerical, sin avanzar a lo antirreligioso. En el poema Sonreídme invita a sus amigos a que le feliciten porque “me libré de los templos, sonreídme”.
Sijé, que va perdiendo a Miguel para sus ideales neo-católicos, le escribe una carta amarga porque no le ha enviado “Caballo verde para la poesía”... “Quien sufre mucho eres tú, Miguel. Algún día echaré a alguien la culpa de tus sufrimientos humano-poéticos actuales. Transformación terrible y cruel...”


Inesperadamente, Ramón Sijé, el queridísimo amigo, el hermano espiritual entrañable, el mentor y maestro de sus primeros pasos poéticos, “como del rayo”, ha muerto en su Orihuela el día 25 de diciembre de 1935. Miguel queda anonadado con la noticia que ha sabido por Vicente Aleixandre. Luego, recibe carta de Carlos Fenoll en la que le explicaba lo sucedido, y le decía: “Pienso en ti, Miguel, que eres su hijo espiritual más querido; el que más quería, porque se le descarriaba un poco de vez en cuando.”
Lleno de consternación y de pena, le escribe un mensaje patético a Juan Guerrero Ruiz en el que dice que “estoy muy dolorido de haberme conducido injustamente con él en los últimos tiempos. He llorado a lágrima viva y me he desesperado por no haber podido besar su frente antes de que entrara en el cementerio (...). Escríbeme, ayúdame, abrázame. Me encuentro cada día más solo y desconsolado. Miguel”.
Y hundido, rodando por los barrancos de la pena, gestó con su dolor tremendo los inmortales versos de una de las más bellas elegías de la lengua castellana. El 18 de julio de 1936 sorprende a Miguel en Madrid. El poeta, que ha sentido en sus carnes la pobreza y la necesidad, se encuentra, naturalmente, al lado del pueblo, con el que se sentía identificado. Tras una estancia en Orihuela, en septiembre se incorpora voluntario al Quinto Regimiento, de afiliación comunista, y más tarde se le nombra miliciano de la Cultura, adjunto al Comisariado del Batallón de “El Campesino”.
“La evolución del pensamiento y de la poesía de Miguel Hernández se aceleran bajo la violencia de la guerra”. Su poesía encuentra la voz auténtica, recogida de los más ricos veneros del pueblo, y se hace honda y humana a la vez. Miguel recorre los frentes de batalla diciendo sus poemas. Están escritos para el pueblo y llegan a él con voz honda, viril y musical. Definitivamente, su postura es radicalmente anticlerical.
Poesía y vida se funden, y su voz resuena enérgica y apasionada, sintiendo hondamente lo que dice. Es la etapa, en la que la niebla y la humareda de la guerra no dejan ver a Dios en su poesía. Pero Dios sigue estando en lo profundo de su alma. En una ocasión, desde la línea de en frente, un soldado de Franco les echa en cara que combaten contra la religión. Miguel le contesta que contra la religión no, sino contra sus mercaderes, contra quienes la deforman, y atropellan en su nombre.
De todos modos, no es. nada extraño que la palabra Dios desaparezca en esa época de su poesía, cuando él estaba integrado en un bando que combatía contra quienes se habían erigido en sus representantes oficiales en la contienda.
Fruto de su entusiasmo bélico, traducido en poesía, nace y publica Viento del pueblo, el más bello poemario de nuestra guerra. Miguel Hernández es ya una figura trascendente.
La noria de esos casi tres años de dolor de España ha girado vertiginosamente sobre Miguel. Ha rodado, se ha estrechado a su alrededor, lo ha hecho centro de la inmensa

tragedia. Y ha sentido en su carne y su alma a la vez el dolor y la gloria. Tras el entusiasmo inicial, ha sentido el desaliento, la desesperanza y el presentimiento de una derrota que empieza a vislumbrarse cada vez más cercana.
Durante ese tiempo se ha casado con Josefina Manresa, el gran amor de su vida. Ha publicado Teatro en la guerra. Ha nacido (sic) su hijo Miguelín [
El 19 de diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que murió a los pocos meses de nacer, el 19 de octubre de 1938] que le ha inspirado “Hijo de la luz y la sombra”, quizás lo mejor de su poesía; ha muerto su niño, cuyo hecho le ha desgarrado el alma de dolor y le ha inspirado profundos poemas; y, finalmente, le ha nacido su hijo Manuel Miguel, que le ha devuelto, en parte, la alegría.
El hundimiento de la media España por la que luchaba le deja sonámbulo y esconcertado. No se pone, como tantos otros, fuera del alcance de los vencedores. Se queda entre los derrotados —pensamos que un tanto ingenuamente— como diciendo una vez más: “Lo que haya de venir, aquí lo espero”. Y vinieron las cárceles y las privaciones. Y las incomprensiones y los olvidos. Como es natural, la crisis espiritual de Miguel persistía. No eran sus circunstancias personales ni medianamente pro picias para que la superara.


Rueda de cárcel en cárcel. Es juzgado y condenado a muerte, y la pena le es conmutada por la de treinta años, gracias a las gestiones de personas amigas. Buero Vallejo, que fue amigo y compañero de cárcel de Miguel en la del Conde de Toreno, en Madrid, desde diciembre de 1939 hasta septiembre del año 40, dice del poeta oriolano que “era un creyente fervoroso, pero de un Dios cósmico que tenía su trono en la Naturaleza, a la que adoraba”. “Por entonces —recuerda— sus versos ya no cantan ni rugen: di
cen solamente... (...). Poemas premortales con los que alcanzará la más desnuda y lúcida hondura”. Eran los poemas del Cancionero y romancero de ausencias, en los que culmina el nuevo camino emprendido en El hombre acecha. Con ellos, Miguel estaba llegando al cielo de la poesía con su descorazonamiento incesante. Efectivamente, hay que apurar el garbillado de su riquísima ganga poética de estos libros, para encontrar la pepita de oro de su religiosidad. Y cuando se la halla (encuentra), hay que saber descifrarla. Ese Dios cósmico del que hablaba Buero Vallejo habita el inmenso sagrario de la Naturaleza, y hay que encontrarlo a través del dilatado amor que le profesa a ésta.
Acaso vencido por el desaliento, en alguna carta le pide a su mujer que le rece a la Virgen del Carmen a ver si sale pronto. O bien se dirige a su hermana Lola (la hermana de los Sijé) y le dice que recen la madre y ella para que todo se arregle y salga pronto. Nos parece evidente, que si no quedaran rescoldos de su religiosidad juvenil no pediría que rezaran por él. Pedir ora ciones es admitir la posibilidad de Dios escuchando. Sin esta razón, las oraciones no tendrían ningún sentido.


Después de varios traslados, el día 28 de junio de 1941, Miguel ingresa en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Aquí se encontraría con antiguos camaradas y amigos. Por testimonios recogidos de algunos de ellos, sabemos que si su actitud política permaneció inalterable, en todo momento de mostró un gran respeto por las cosas divinas. Es conocida la anécdota de su reacción ante la blasfemia proferida por un compañero de celda, a quien le pidió a gritos que fuera la última vez que en su presencia pronunciara palabras ofensivas para Dios o lo divino.

 

EPILOGO: OTOÑO DE 1941 HASTA SU MUERTE


María de Gracia Ifach dice que “por octubre fue de parte de Josefina cierta persona, instándole a un cambio de actitud religiosa, pero Miguel, amablemente, se ha negado a toda
sugerencia”. Ignoramos quién pudiera haber sido esa persona enviada por la esposa del poeta. Pero probablemente coincidiendo con esas fechas —y no en el mes de marzo de 1942, como sitúa la acción María de Gracia Ifach— fue visitado por el padre don Vicente Dimas —y tampoco de parte de Josefina, a quien el sacerdote no conocía, sino del reverendo don Luis Almarcha, que le hizo el encargo con verdadero in terés—. No pudo ser, pues, el padre Dimas quien le confesara a primeros de marzo, estando ya grave, antes de cele brar el sacramento del matrimonio, ya que el citado religio so estaba por esas fechas, y desde primeros de año, en Roma.
Sí es cierto que le visitara, sin que hubiera confesión en el sentido dogmático durante su entrevista, sino más bien un diálogo fraternal, cordial en todo momento, de revisión de circunstancias, que, indudablemente, pudo servir de prepa ración para recuperar la fe cristiana. El padre Dimas, a quien hemos entrevistado personalmente, nos ha negado que le con fesara, pero nos ha confiado que había obtenido una impresión muy favorable de Miguel, del que apreciaba era un buen católico, de sólida formación religiosa —que por el hecho de ser de Orihuela era muy lógica— y que las circunstancias políticas y bélicas lo habían distanciado de la Iglesia.
El día 28 de noviembre, enfermo de tifus, Miguel ingresa en la enfermería. El proceso, más adelante, se le complicaría con una tuberculosis pulmonar bilateral que acabaría con su vida. Miguel está delgadísimo, agotado por la fiebre. Josefina está desconsolada. No le permiten visitarlo en la enfermería porque no está casada eclesiásticamente. Ahora las circunstancias se precipitan. Miguel se agrava de día en día.


Enterados de la gravedad del poeta y amigo, le visitan el doctor  Almarcha, Gabriel Sijé y el profesor Fantuchi, que quería conocerle. Pero Miguel prefiere hablar con el doctor
Almarcha. Y éste dejó escrito:


—“Y hablamos largo rato...

Lo dejé lleno de esperanzas y de ilusiones. Me dio pena la separación, porque el aspecto del enfermo confirmaba los te mores del médico (...). El padre Vendrell, jesuita, mandado por mí, le visitaría en mi nombre después de mi despedida.
Sé que el discreto y caritativo padre quedó contento de sus entrevistas y que Miguel lo agradeció mucho”. Otro valioso testimonio es la carta del día 20 de febrero, enviada por el director del Reformatorio al director general de Prisiones, que se había interesado por Miguel: “El caso de este muchacho es lamentable (...). Hoy se halla en crisis espiritual. Titubeante, ha rechazado hasta ahora los consuelos religiosos; pero hoy mismo me dicen que desea hablar con el padre Vendrell, S.J., de esta residencia”.
Miguel titubeante aún. Y más grave cada día. El capellán de la prisión repite sus visitas, instándole amorosamente a que supere su crisis espiritual y a que contraiga matrimonio eclesiástico. Si al principio resistió, la reflexión le hizo doblegarse y acceder a lo que también era un deseo de Josefina Manresa.
Era, además, la única manera de dar validez absoluta a su matrimonio [canónico por haberse anulado los civiles]. Ahora, que la vida se le escapaba insoslayablemente, tenía que hacer que ella disfrutara plenamente de sus derechos de esposa [dentro del nuevo Régimen]. Y como una de las premisas ineludibles erala confesión, acabó pidiéndosela él mismo al sacerdote.
Desahuciado por los médicos, tan pronto accedió al matrimonio, se dispuso la ceremonia. Se celebró el miércoles día 4 de marzo de 1942, en rito semejante al de “in artículo mortis”.
El silencio en la enfermería era profundo. Apenas se oía sola mente la voz del sacerdote. La de Josefina se ahogaba de emoción; a Miguel no le salía la voz sofocada del pecho. Ofició el capellán don Salvador Pérez Lledó, que había confesado previamente al contrayente.
Oficialmente, Miguel Hernández estaba de nuevo con Dios. Y Josefina, ante las leyes de los hombres era ya legalmente su esposa. Era como si hubiese escrito para él mismo y en es tas circunstancias la carta que un mes antes había dirigido a su entrañable amigo Carlos R. Spiteri, a quien se le había muerto su padre, y en la que le decía: “Consuélate de todo, y lo importante, que no hay nada importante, es dar una so lución hermosa a la vida”.

Por la trascendental influencia que debió tener en las últimas horas de la vida de Miguel, no podemos sustraernos a la tentación de transcribir la carta que le dirigió su fraternal
amigo don Juan Guerrero Ruiz el día 17 de marzo, es decir, once días antes de su muerte, y que, procedente del archivo de don Antonio García-Molina, ha publicado María de Gracia Ifach, atribuyéndola a la colección de Clarie Thiebaud:

“Querido Miguel: Te escribo en esta hoja amarillenta, evocadora de nuestro Juan Ramón, a quien tengo estos días unido a ti por el recuerdo doloroso de vuestra ausencia. Sé que estás enfermo y si pudiera darte la salud con mi sangre, la tendrías. Pero hay que aceptar la voluntad de Dios, Miguel, con alegría de que nos haga sufrir. En este momento el mundo gira retorcido por el dolor que ha de purificarlo, y los grandes líricos españoles como Antonio Machado, Federico, Juan Ramón y tú, vais quedando sin voz ante el abismo que el odio ha abierto en nuestra época, tan cruel para los poetas.
Aquella fe que mueve las montañas nos salvará, Miguel, y un día volveremos a sentir la amistad ancha y sin límites. Ten fe y por ella nos sentiremos unidos para siempre más allá del dolor y del odio: en la paz eterna de Dios. Un abrazo de todo corazón de tu amigo Juan”.
¡Cuántas y fructuosas meditaciones tuvo que suscitar en el alma sensible de Miguel esta bellísima carta! “¡Aceptar la voluntad de Dios con alegría de que nos haga sufrir!”. “¡Aquella fe que mueve las montañas nos salvará, Miguel, y un día volveremos a sentir la amistad ancha y sin límites!”. “¡Ten fe y por ella nos sentiremos unidos para siempre más allá del dolor y del odio: en la paz eterna de Dios!”. “Un abrazo de todo corazón de tu amigo Juan”.

Hasta el hombre más fuerte, en la suprema hora del último trance, busca, si es que aún no lo tiene, un puente de posible salvación. Y para Miguel, si es que todavía no había resuelto del todo, sus dudas, tuvieron que ser las palabras fraternales, caladas de profunda ternura, de su amigo, el puente, el camino que le hiciera meditar en Dios y le llevara a su presencia.
Desde el día 28 de marzo de 1942, a las cinco y treinta de la madrugada, momento en que se quedó inmóvil, su corazón quieto, como un pájaro con las alas desfallecidas, y sus ojos
abiertos, como deslumbrados por la gloria, Miguel Hernández, una de las criaturas más desgraciadas, pero también uno de los poetas universales más gloriosos de todos los tiempos, disfruta ya de esa amistad ancha y sin límites que le anunciaba su amigo Juan Guerrero. Con él, que le escribió con palabras ascéticas, llenas de amor franciscano, este último mensaje, que, de seguro, fue el puente que le llevó a la presencia gloriosa de Dios de la que goza.


Vicente Mojica

 Edición digital a partir de Litoral : revista de la poesía y el pensamiento. Vida y muerte de Miguel Hernández, núms. 73-74-75 (1978), pp. 105-122

 






                                       (Retrato a lápiz de Vicente Mojica por Palmera 2023)