Carmen Conde Abellán
Cartagena (Murcia), 15 de agosto de 1907-Madrid, 8 de enero de 1996
Silla K, por la muerte de Miguel Mihura.
Elegida el 9 de febrero de 1978, tomó posesión el 28 de enero de 1979 con el discurso titulado Poesía ante el tiempo y la inmortalidad. (leer en PDF). Le respondió, en nombre de la corporación, Guillermo Díaz-Plaja.
En el capículo dedicado a Juan Ramón Jiménez (el dulcisimo republicacno de Moguer)
"Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas"...
[Elegía Primera en Viento de pueblo, 1937]
Versos son de Miguel Hernández en su planto por la muerte de Federico Garacía Lorca, aplicable a cuentos poetas fueron desposando del tiempo terrenal.
Carmen Conde, elegida en 1978 para ocupar la silla K de la Real Academia Española, fue la primera mujer en ingresar como académica de número en la corporación, en 1979, «rompiendo así el fuego y saltando las barreras», como indica Alonso Zamora Vicente en su Historia de la Real Academia Española (1999, 2015).
«Exquisita poetisa y profesora, delicada voz lírica», Carmen Conde nació en 1907 en Cartagena. A los seis años se trasladó con su familia a Melilla, en donde vivió hasta 1920. Los recuerdos de esta época están recogidos en el libro Empezando la vida: memorias de una infancia en Marruecos. Al volver a su ciudad natal, empezó sus estudios de Magisterio y a colaborar en la prensa local.
En 1929, tal y como explica Neri Carmen Sánchez Gil en el Diccionario biográfico español (2011), publicó su primer libro de poemas, Brocal, «en el que su prosa rítmica y brillante nos hace navegar por el horizonte identificándonos con el viento, o discurrir como el agua contemplando la ligereza de la tarde y a las muchachas que van camino de la fuente […]. Algunos de sus poemas habían sido publicados anteriormente por Juan Ramón Jiménez en las revistas Sí y Ley. Carmen Conde será siempre una gran admiradora de este autor: “Por él —dirá— entré en el fabuloso reino de la poesía y no lo he olvidado”».
Carmen Conde ejerció como maestra en la escuela rural de El Retén, experiencia que le sirvió para escribir Por la escuela renovada, libro que contiene once capítulos divulgadores. Fundó junto con Antonio Oliver Belmás la Universidad Popular de Cartagena, «con la que intentan y consiguen elevar la formación y la cultura de todas las clases sociales. Comenzó a funcionar en 10 de enero de 1932 y la última conferencia se pronunció el 16 de julio de 1936. Cesó entonces su actividad hasta 1981».
A principios de la década de los años treinta, Carmen Conde cultivó la amistad de escritores como Azorín, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró, Miguel Hernández, María Cegarra, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis, Buero Vallejo, Castillo-Puche, José Ballester y Antonio Crespo Pérez. En 1934 publicó Júbilos, libro de poemas prologado por Gabriela Mistral y con dibujos de Norah Borges de Torre, hermana del escritor Jorge Luis Borges.
Al estallar la Guerra Civil, en 1936, su marido se unió al Ejército republicano. Ella, con veintinueve años, vivía en Murcia y colaboraba en el periódico Nuestra Lucha y en la emisora de la radio de la ciudad. A finales de 1937 inició sus estudios de literatura en la Universidad de Valencia, siendo alumna de Dámaso Alonso. Como indica Zamora Vicente, los primeros libros de Conde —como Broncal y Júbilos— «aún señalan el influjo de las vanguardias. Pero la guerra transformó su lenguaje hacia el paisaje decididamente humano: el amor, los sufrimientos ajenos, etc. A esta situación, característica plena de la autora, corresponden Pasión del verbo (1944); Mujer sin Edén (1947) y Derribado arcángel (1960)».
Trabajó para la editorial Alhambra y colaboró en la sección bibliográfica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y en la sección de publicaciones de la Universidad de Madrid. Bajo los seudónimos de Magdalena Noguera o Florentina del Mar publicó diferentes obras de poesía y otras en prosa, como Vidas contra su espejo (novela, 1944), Soplo que va y no vuelve (relatos, 1944) y Mi libro de El Escorial (meditaciones, 1949).
Carmen Conde continuó escribiendo: Mi fin en el viento (1947), en el que dedicó un poema a Vicente Aleixandre; En un mundo de fugitivos, Derribado arcángel y En la tierra de nadie (1960); Su voz le doy a la noche y Los poemas de Mar Menor (1962), y Jaguar puro inmarchito (1963). Todas estas obras en poesía las recopiló la editorial Biblioteca Nueva en Obra poética (1967).
Además de la poesía, Conde cultivó, entre otros géneros, la novela —La rambla (1977); Creció espesa la yerba (1979), Soy la madre (1980)—; la literatura infantil —Doña Centenito, gata salvaje: libro de su vida (1943), Los enredos de Chismecita (1943); el teatro —Aladino: teatro para niños, en dos actos (1944), A la estrella por la cometa (1961)—; y el ensayo —Juan Ramón Jiménez: ensayo crítico (1946)—.
Conde también fue profesora de Poesía y Novela Española Contemporánea en el Instituto de Estudios Europeos de Madrid, en la cátedra Mediterránea de la Universidad de Valencia en Alicante.
Premio Elisenda de Montcada por Las oscuras raíces (1953), al año siguiente recibió el Premio Nacional Simón Bolívar de Siena por Vivientes de los siglos. En 1961, el matrimonio Oliver Conde fue distinguido con el Premio Doncel de Teatro Juvenil por A la estrella por la cometa. En 1967, Conde recibió el Premio Nacional de Poesía. El mismo año de su ingreso en la RAE, 1979 —acto que estuvo presidido por los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía—, obtuvo el Premio Benito Pérez Galdós de Periodismo, el Premio Adelaide Ristori del Centro Culturale Italiano y el título de almirante del estado de Nebraska; además, fue nombrada académica correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico. En 1980 se le concedió el Premio Ateneo de Sevilla por Soy la madre, y, en 1987, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
Hija predilecta de la ciudad de Cartagena, hija adoptiva de La Unión, poseedora de las llaves de la ciudad de Miami, así como de varias adopciones por entidades culturales de Miami y de Nueva York, Carmen Conde formalizó la donación del legado cultural de Antonio Oliver y del suyo propio a su ciudad natal, Cartagena, en 1995 (el matrimonio se había encargado de gestionar, en 1956, la cesión al Ministerio de Educación Nacional del archivo de Rubén Darío, en manos de Francisca Sánchez (1882-1963), compañera del poeta nicaragüense a partir de 1899).
Carmen Conde, quien «no dejó de escribir hasta casi el final de sus días», murió en Madrid el 8 de enero de 1996.
Articulo tomado de la Real Academia de la Lengua Española
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Artículo en El País
En el capículo dedicado a Juan Ramón Jiménez (el dulcisimo republicacno de Moguer)
"Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas"...
[Elegía Primera en Viento de pueblo, 1937]
Versos son de Miguel Hernández en su planto por la muerte de Federico Garacía Lorca, aplicable a cuentos poetas fueron desposando del tiempo terrenal.
Carmen Conde, elegida en 1978 para ocupar la silla K de la Real Academia Española, fue la primera mujer en ingresar como académica de número en la corporación, en 1979, «rompiendo así el fuego y saltando las barreras», como indica Alonso Zamora Vicente en su Historia de la Real Academia Española (1999, 2015).
«Exquisita poetisa y profesora, delicada voz lírica», Carmen Conde nació en 1907 en Cartagena. A los seis años se trasladó con su familia a Melilla, en donde vivió hasta 1920. Los recuerdos de esta época están recogidos en el libro Empezando la vida: memorias de una infancia en Marruecos. Al volver a su ciudad natal, empezó sus estudios de Magisterio y a colaborar en la prensa local.
En 1929, tal y como explica Neri Carmen Sánchez Gil en el Diccionario biográfico español (2011), publicó su primer libro de poemas, Brocal, «en el que su prosa rítmica y brillante nos hace navegar por el horizonte identificándonos con el viento, o discurrir como el agua contemplando la ligereza de la tarde y a las muchachas que van camino de la fuente […]. Algunos de sus poemas habían sido publicados anteriormente por Juan Ramón Jiménez en las revistas Sí y Ley. Carmen Conde será siempre una gran admiradora de este autor: “Por él —dirá— entré en el fabuloso reino de la poesía y no lo he olvidado”».
Carmen Conde ejerció como maestra en la escuela rural de El Retén, experiencia que le sirvió para escribir Por la escuela renovada, libro que contiene once capítulos divulgadores. Fundó junto con Antonio Oliver Belmás la Universidad Popular de Cartagena, «con la que intentan y consiguen elevar la formación y la cultura de todas las clases sociales. Comenzó a funcionar en 10 de enero de 1932 y la última conferencia se pronunció el 16 de julio de 1936. Cesó entonces su actividad hasta 1981».
A principios de la década de los años treinta, Carmen Conde cultivó la amistad de escritores como Azorín, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró, Miguel Hernández, María Cegarra, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis, Buero Vallejo, Castillo-Puche, José Ballester y Antonio Crespo Pérez. En 1934 publicó Júbilos, libro de poemas prologado por Gabriela Mistral y con dibujos de Norah Borges de Torre, hermana del escritor Jorge Luis Borges.
Al estallar la Guerra Civil, en 1936, su marido se unió al Ejército republicano. Ella, con veintinueve años, vivía en Murcia y colaboraba en el periódico Nuestra Lucha y en la emisora de la radio de la ciudad. A finales de 1937 inició sus estudios de literatura en la Universidad de Valencia, siendo alumna de Dámaso Alonso. Como indica Zamora Vicente, los primeros libros de Conde —como Broncal y Júbilos— «aún señalan el influjo de las vanguardias. Pero la guerra transformó su lenguaje hacia el paisaje decididamente humano: el amor, los sufrimientos ajenos, etc. A esta situación, característica plena de la autora, corresponden Pasión del verbo (1944); Mujer sin Edén (1947) y Derribado arcángel (1960)».
Trabajó para la editorial Alhambra y colaboró en la sección bibliográfica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y en la sección de publicaciones de la Universidad de Madrid. Bajo los seudónimos de Magdalena Noguera o Florentina del Mar publicó diferentes obras de poesía y otras en prosa, como Vidas contra su espejo (novela, 1944), Soplo que va y no vuelve (relatos, 1944) y Mi libro de El Escorial (meditaciones, 1949).
Carmen Conde continuó escribiendo: Mi fin en el viento (1947), en el que dedicó un poema a Vicente Aleixandre; En un mundo de fugitivos, Derribado arcángel y En la tierra de nadie (1960); Su voz le doy a la noche y Los poemas de Mar Menor (1962), y Jaguar puro inmarchito (1963). Todas estas obras en poesía las recopiló la editorial Biblioteca Nueva en Obra poética (1967).
Además de la poesía, Conde cultivó, entre otros géneros, la novela —La rambla (1977); Creció espesa la yerba (1979), Soy la madre (1980)—; la literatura infantil —Doña Centenito, gata salvaje: libro de su vida (1943), Los enredos de Chismecita (1943); el teatro —Aladino: teatro para niños, en dos actos (1944), A la estrella por la cometa (1961)—; y el ensayo —Juan Ramón Jiménez: ensayo crítico (1946)—.
Conde también fue profesora de Poesía y Novela Española Contemporánea en el Instituto de Estudios Europeos de Madrid, en la cátedra Mediterránea de la Universidad de Valencia en Alicante.
Premio Elisenda de Montcada por Las oscuras raíces (1953), al año siguiente recibió el Premio Nacional Simón Bolívar de Siena por Vivientes de los siglos. En 1961, el matrimonio Oliver Conde fue distinguido con el Premio Doncel de Teatro Juvenil por A la estrella por la cometa. En 1967, Conde recibió el Premio Nacional de Poesía. El mismo año de su ingreso en la RAE, 1979 —acto que estuvo presidido por los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía—, obtuvo el Premio Benito Pérez Galdós de Periodismo, el Premio Adelaide Ristori del Centro Culturale Italiano y el título de almirante del estado de Nebraska; además, fue nombrada académica correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico. En 1980 se le concedió el Premio Ateneo de Sevilla por Soy la madre, y, en 1987, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
Hija predilecta de la ciudad de Cartagena, hija adoptiva de La Unión, poseedora de las llaves de la ciudad de Miami, así como de varias adopciones por entidades culturales de Miami y de Nueva York, Carmen Conde formalizó la donación del legado cultural de Antonio Oliver y del suyo propio a su ciudad natal, Cartagena, en 1995 (el matrimonio se había encargado de gestionar, en 1956, la cesión al Ministerio de Educación Nacional del archivo de Rubén Darío, en manos de Francisca Sánchez (1882-1963), compañera del poeta nicaragüense a partir de 1899).
Carmen Conde, quien «no dejó de escribir hasta casi el final de sus días», murió en Madrid el 8 de enero de 1996.
Articulo tomado de la Real Academia de la Lengua Española
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Artículo en El País
Carmen Conde: cuando en la RAE no había baño de señoras
Se cumplen 40 años del ingreso de la primera autora en la historia de la Real Academia
Madrid
“¡Qué horror! Pues tendrán que hacer uno”, exclamó Carmen Conde Abellán a EL PAÍS cuando la periodista Rosa María Pereda le dijo que no había baño de señoras en la Real Academia Española (RAE).
Tampoco ambas sabían muy bien en qué consistía la etiqueta exigida en
el ingreso de los hombres –frac, para leer el discurso-, en el caso de
las mujeres. “Tendré que consultar con los modistas”, dijo la escritora.
Pero lo cierto es que si bien aquellas minucias de forma bien las
podían arreglar en un santiamén una cuadrilla de albañiles y algunos
diseñadores con gusto, no había comparación con la hazaña que conseguía
ella al ser la primera mujer que entraba en la institución que entonces
presidía su valedor, Dámaso Alonso:
“Los tiempos han cambiado y la misma Academia se ha dado cuenta. Ya no
estamos en los días en que doña Concepción Arenal decía que la mujer
sólo podía ser estanquera, reina o puta. Ahora también podemos ser
académicas, gracias a Dios”.
La de Carmen Conde (Cartagena, 1907-Madrid, 1996) fue una batalla vencida con galones aquel 28 de enero de 1979, hace 40 años. Previamente se habían producido muchas bajas en el asalto. Demasiadas… Las primeras que aun hoy sonrojan son las de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Emilia Pardo Bazán, esta última cayó en tres ocasiones: 1889, 1892 y 1912. Pero la que más cerca anda en la memoria previa al ingreso de Conde, es la de la lexicógrafa María Moliner. Corrían los principios de los años setenta y la creadora del diccionario de referencia con su nombre, consciente del valor de las palabras y las expresiones, al enterarse de las intrigas que se iban moviendo en su contra tuvo a bien saltarle a los conspiradores: “Iros a tomar por el culo”. Como uno de los que más se oponían era Camilo José Cela, seguro que lo entendió a la primera.
Atrás habían quedado también las candidaturas fallidas de, entre
otras, Blanca de los Ríos, Concha Espina o Rosa Chacel y Carmen Guirado,
que se enfrentaron en votación a la propia Conde y no volvieron a
contar con más oportunidades de postularse. Una vez dentro, Carmen Conde
dejó bien claras sus intenciones y marcó un debate que continúa hoy en
primera línea: “No pienso ir a la primera reunión con ese
volumen del diccionario, especialmente machista. Pero todo se andará. El
machismo evidente en la lengua castellana es triste consecuencia de la
historia que arrastramos las mujeres españolas”.
El feminismo fue algo que definio la biografía de Carmen Conde hasta su muerte en 1996. Un rasgo que exacerbaba por otra parte a quien llegó a ser su marido: el poeta Antonio Oliver Belmás. Ambos eran de Cartagena y se conocieron en 1927, cuando la generación de sus coetáneos bullía entre la tradición y la vanguardia, buscando sentido a la nueva poesía española del siglo XX. A ella quedó adscrita Conde, que trabó amistad con muchos de ellos y contrato de alquiler con Vicente Aleixandre, su casero en la calle Velintonia. Aunque su maestro reconocido, como de tantos otros, fue Juan Ramón Jiménez.
Pero en sus lazos generacionales, Conde alternaba y estableció complicidades con las mujeres de rompe y rasga que marcaron tendencia de modernidad antes de la guerra. Íntimas amigas suyas fueron la argentina Berta Singerman, Concha Méndez, Maruja Mallo –“que no me sepa yo que te vas con ella”, le escribía su novio en pleno ataque de celos mediante carta-, Ernestina de Champourcin o también Gabriela Mistral y Norah Borges.
Frecuentó el siempre excitante círculo cercano a la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, junto a quienes también Conde y Oliver se embarcaron en las misiones pedagógicas. Una actitud que define su carácter y sus múltiples vocaciones, porque aparte de poeta, ensayista, novelista y autora de literatura infantil, Carmen Conde se sentía profundamente maestra. “Es algo que me parece digno de destacar en su biografía”, asegura Carme Riera, perteneciente a la RAE. “No era una poeta ensimismada, sino comprometida con la realidad y muy activa”.
Lo que siente Riera es que su obra haya quedado un tanto olvidada tras el dato que todos recuerdan de su trayectoria. Ser la primera mujer que entró en la Academia eclipsa casi todo lo demás. Pero nunca es tarde para recuperar su legado poético y narrativo con cerca de cien títulos. Una obra que incidió en la opresión sufrida por las mujeres y que ella contribuyó a resquebrajar después de haber denunciado su estado en poemas como Dominio: “¡Oh, mi alma suave y sometida, /dulce fiera encerrándose en mi cuerpo! /Rayos, gritos, helor, y hasta personas /acuciándola a salir. Y ella, oscura”.
La de Carmen Conde (Cartagena, 1907-Madrid, 1996) fue una batalla vencida con galones aquel 28 de enero de 1979, hace 40 años. Previamente se habían producido muchas bajas en el asalto. Demasiadas… Las primeras que aun hoy sonrojan son las de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Emilia Pardo Bazán, esta última cayó en tres ocasiones: 1889, 1892 y 1912. Pero la que más cerca anda en la memoria previa al ingreso de Conde, es la de la lexicógrafa María Moliner. Corrían los principios de los años setenta y la creadora del diccionario de referencia con su nombre, consciente del valor de las palabras y las expresiones, al enterarse de las intrigas que se iban moviendo en su contra tuvo a bien saltarle a los conspiradores: “Iros a tomar por el culo”. Como uno de los que más se oponían era Camilo José Cela, seguro que lo entendió a la primera.
11 mujeres entre 483 miembros
Cuando Carmen Conde entró por primera vez a la Real Academia Española
acompañada de Gonzalo Torrente Ballester y Manuel Terán para leer su
discurso de ingreso empezaba un aun deficiente camino de mujeres en la
institución. La escritora sustituía en el sillón K a Miguel Mihura y en
su primera intervención titulada Poesía ante el tiempo y la inmortalidad, dijo: “Vuestra noble decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria”.
La habían apoyado para su candidatura Antonio Buero Vallejo, Guillermo Díaz-Plaja y el jurista Alfonso García Valdecasas, pero contaba además con el empuje claro de Dámaso Alonso, entonces director. Un aval que fue efectivo a la hora de vencer en la votación a otras dos mujeres: la escritora Rosa Chacel y la médica Carmen Guirado. Tras Conde, tan solo 10 académicas más han seguido su camino. Muy pocas y apenas una gota de agua en la historia de la RAE. Desde que fue fundada en 1713, sus sillones han estado ocupados por 483 miembros, de los que apenas una decena han sido mujeres.
Después de Conde en el año 1979, Elena Quiroga, en 1984 y Ana María Matute, en 1998 entraron tras ella en el siglo XX. La media aumentó recién entrado el XXI con la historiadora Carmen Iglesias, la científica Margarita Salas y la escritora Soledad Puértolas, pero se ha acelerado un poco más en la última década, con la incorporación de la filóloga Inés Fernández-Ordóñez –la más joven del pleno- la escritora Carme Riera, la catedrática de literatura Aurora Egido, actual secretaria, la poeta Clara Janés y la lexicógrafa Paz Battaner.
La habían apoyado para su candidatura Antonio Buero Vallejo, Guillermo Díaz-Plaja y el jurista Alfonso García Valdecasas, pero contaba además con el empuje claro de Dámaso Alonso, entonces director. Un aval que fue efectivo a la hora de vencer en la votación a otras dos mujeres: la escritora Rosa Chacel y la médica Carmen Guirado. Tras Conde, tan solo 10 académicas más han seguido su camino. Muy pocas y apenas una gota de agua en la historia de la RAE. Desde que fue fundada en 1713, sus sillones han estado ocupados por 483 miembros, de los que apenas una decena han sido mujeres.
Después de Conde en el año 1979, Elena Quiroga, en 1984 y Ana María Matute, en 1998 entraron tras ella en el siglo XX. La media aumentó recién entrado el XXI con la historiadora Carmen Iglesias, la científica Margarita Salas y la escritora Soledad Puértolas, pero se ha acelerado un poco más en la última década, con la incorporación de la filóloga Inés Fernández-Ordóñez –la más joven del pleno- la escritora Carme Riera, la catedrática de literatura Aurora Egido, actual secretaria, la poeta Clara Janés y la lexicógrafa Paz Battaner.
El feminismo fue algo que definio la biografía de Carmen Conde hasta su muerte en 1996. Un rasgo que exacerbaba por otra parte a quien llegó a ser su marido: el poeta Antonio Oliver Belmás. Ambos eran de Cartagena y se conocieron en 1927, cuando la generación de sus coetáneos bullía entre la tradición y la vanguardia, buscando sentido a la nueva poesía española del siglo XX. A ella quedó adscrita Conde, que trabó amistad con muchos de ellos y contrato de alquiler con Vicente Aleixandre, su casero en la calle Velintonia. Aunque su maestro reconocido, como de tantos otros, fue Juan Ramón Jiménez.
Pero en sus lazos generacionales, Conde alternaba y estableció complicidades con las mujeres de rompe y rasga que marcaron tendencia de modernidad antes de la guerra. Íntimas amigas suyas fueron la argentina Berta Singerman, Concha Méndez, Maruja Mallo –“que no me sepa yo que te vas con ella”, le escribía su novio en pleno ataque de celos mediante carta-, Ernestina de Champourcin o también Gabriela Mistral y Norah Borges.
Frecuentó el siempre excitante círculo cercano a la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, junto a quienes también Conde y Oliver se embarcaron en las misiones pedagógicas. Una actitud que define su carácter y sus múltiples vocaciones, porque aparte de poeta, ensayista, novelista y autora de literatura infantil, Carmen Conde se sentía profundamente maestra. “Es algo que me parece digno de destacar en su biografía”, asegura Carme Riera, perteneciente a la RAE. “No era una poeta ensimismada, sino comprometida con la realidad y muy activa”.
Lo que siente Riera es que su obra haya quedado un tanto olvidada tras el dato que todos recuerdan de su trayectoria. Ser la primera mujer que entró en la Academia eclipsa casi todo lo demás. Pero nunca es tarde para recuperar su legado poético y narrativo con cerca de cien títulos. Una obra que incidió en la opresión sufrida por las mujeres y que ella contribuyó a resquebrajar después de haber denunciado su estado en poemas como Dominio: “¡Oh, mi alma suave y sometida, /dulce fiera encerrándose en mi cuerpo! /Rayos, gritos, helor, y hasta personas /acuciándola a salir. Y ella, oscura”.