Miguel Hernandez estuvo en la batalla de Teruel nos lo cotó en su poemario "El hombre acecha".
Puñaladas en la República: el olvidado plan comunista para destruir a Indalecio Prieto
Según escribió el ministro de Defensa, los asesores soviéticos dejaron morir a miles de soldados del Ejército Popular en la batalla de Teruel para achacarle a él la derrota
Actualizado:Los sucesivos cercos de Teruel salieron muy caros a los dos bandos de la Guerra Civil por culpa de las balas, las inclemencias climatológicas (los soldados soportaron unas temperaturas que oscilaban entre los seis y los veinte grados bajo cero) y el hambre. La denominada batalla del frío, acaecida entre diciembre de 1937 y febrero de 1938, se cobró 100.000 bajas y una reputación: la del entonces ministro de Defensa, Indalecio Prieto. El mismo personaje que, junto al socialista Francisco Largo Caballero, se ha convertido en el epicentro de la controversia debido a la ley de Memoria Democrática.
Prieto, en perpetuo enfrentamiento con los asesores comunistas enviados desde la Unión Soviética, repitió hasta la saciedad que la
retirada de las tropas de la ciudad y el abandono a su suerte de la 42 División de Valentín González (El Campesino) se correspondía con un plan urdido para hundirle en la miseria. «A fin de ver la manera de asestarme el golpe final, hubo concilio ruso hispano, “Hay que utilizar la pérdida de Teruel para liquidar a Prieto”, decretó Gueré, uno de los delegados del Kremlin», escribió el político en su libro «Convulsiones de España», tras la Guerra Civil. También insistió en que todos ellos recibían órdenes de Moscú.
La batalla de Teruel
Octubre de 1937 fue clave en la contienda fratricida. Con las fuerzas republicanas todavía acomodándose a la reorganización emprendida por Largo Caballero, el bando Nacional decidió intentar asediar de nuevo Madrid. Así, por enésima vez, Francisco Franco desplazó a catorce divisiones hasta las tierras altas de Guadalajara y Soria. La respuesta del general Vicente Rojo fue no presentar batalla allí, sino organizar un ataque de distracción sobre Teruel, en el extremo este del frente franquista y donde no había un número exagerado de defensores. El objetivo consistía en obligar al enemigo a desplazar el grueso de sus unidades y permitir respirar a la capital.
El 15 de diciembre de 1937, doce divisiones republicanas iniciaron la embestida contra Teruel. Su plan, sencillo sobre el papel, era rodear la ciudad y conquistarla a golpe de fusil, carros de combate y aviación. La primera parte salió a la perfección y, apenas un día después, las tropas gubernamentales ya habían cortado el estrecho pasillo que unía la urbe con el resto del territorio Nacional. Tuvieron suerte, pues el 16 un temporal de viento y nieve impidió los avances. Aquel fue el primer golpe de realidad para unos soldados que no portaban ropa de abrigo con la que combatir el frio. El 17 se cerró el cerco de forma definitiva.
La ciudad cayó, de facto, el 18, aunque varios reductos Nacionales se mantuvieron firmes varias jornadas más. El contrataque de Franco se comenzó a pergeñar el 21, día en que se reunió con sus oficiales y les comunicó que abandonaba Madrid para centrarse en el nuevo frente. Tras unas escaramuzas como tal, la verdadera batalla se inició el 29, cuando las unidades nacionales lanzaron fuertes ataques contra los sitiadores. En ese momento comenzó la pesadilla para el Ejército Popular, que pasó de saborear la victoria a verse, ahora, rodeado por el enemigo. Por si fuera poco, una nueva ola de frío emporó todavía más la situación.
El 20 de febrero, cuando ya se había seleccionado a Valentín González como cabeza visible de la defensa, se culminó el desastre republicano. Esa jornada, un problema en la radio dejó sin comunicaciones al Campesino, que no pudo escuchar como la segunda línea de defensa recibía la orden superior de retirarse y abandonar la ciudad. Tuvo que verlo, para su asombro, desde su puesto de mando. Poco a poco el cerco se estrechó. Metro a metro, barrio a barrio. Mientras, los heridos empezaron a agolparse en las plazas. Nadie podía marcharse, pues los franquistas habían rodeado Teruel.
Y así se acabó todo. Sabedor de que no recibiría refuerzos (ni siquiera los del general Enrique Líster, ubicados en las cercanías) el Campesino ordenó a su 42 División la retirada. Los heridos fueron abandonados a su suerte y el material destruido para que no cayera en manos del enemigo. Horas después, rompió el cerco franquista y pasó a territorio republicano. El general Aranda accedió a la ciudad el 22 de febrero. La victoria era suya, aunque había costado miles de bajas y la destrucción virtual de una urbe que, en dos meses, soportó desde bombardeos, hasta la voladura de edificios por parte de un Ejército Popular que vio en los explosivos la mejor forma de desalojar los últimos núcleos de resistencia.
Complot comunista
Las consecuencias de la derrota fueron un disparo al ministro de Defensa, Indalecio Prieto, que acabó cercado y perseguido por los comunistas. La presión le hizo dimitir en marzo de 1938, tras lo cual se despachó contra sus superiores por acusarle de sembrar el desánimo: «El presidente me acusa de pesimista y de desmoralizar con mi pesimismo a quienes me rodean, asegurando que todo el mundo sabe, por mis indiscreciones, que la guerra está perdida». Las palabras le costaron la chanza de Jesús Hernández Tomás, cofundador del PCE, quien, el 20 de marzo, se burño de él bajo pseudónimo en un artículo titulado «El pesimista impenitente».
En el exilio, Prieto defendió la teoría de que los comunistas y sus asesores soviéticos habían urdido un complot para acabar con él. Así lo explicó en su libro: «Convulsiones de España»: «A fin de ver la manera de asestarme el golpe final, hubo concilio ruso-hispano. “Hay que utilizar la pérdida de Teruel para liquidar a Prieto”, decretó Gueré, uno de los delegados del Kremlin, secundado por Stepanov, que acababa de hacer un rapidísimo viaje a Moscú, de donde traía instrucciones concretas […] ¿Y cómo se perdió Teruel? Valentín González, El Campesino, que con su división estaba encargado de defender la plaza, lo cuenta». Después, recoge las palabras del Campesino:
«A comienzo de 1938 se trataba de repetir la operación con Indalecio Prieto, que al frente de la Defensa Nacional empezaba a hacerse insoportable para el Kremlin. Pero ¿cómo deshacerse de él? Su prestigio era grande, sobre todo después de la venturosa operación de Teruel, quizá la más venturosa -con la heroica defensa de Madrid- de toda la guerra. No podría decir em cuál de las reuniones políticomilitares secretas de los agentes del Kremlin se adoptó el acuerdo de sacrificar Teruel; lo que puedo asegurar es que el maquiavélico plan fue confiado a los generales Grigorievitch y Barthe. Teniendo un gran alcance político, debió intervenir en la decisión el delegado político número uno del Kremlin».
El testimonio no tiene desperdicio. Según el Campesino, le ordenaron dejarse rodear por los Nacionales y servir de cebo para que las divisiones de Líster, a su vez, pudieran atacar por retaguardia al enemigo.
«Siguiendo las órdenes recibidas, yo me dejé cercar dentro de la población con unos dieciséis mil hombres de mi división. Modesto y Líster disponían de seis brigadas y de dos batallones excelentes fuera de la ciudad. El trato hecho era que atacarían fuertemente y por sorpresa y que me liberarían con mis tropas. Pero pasaron algunos días con sus noches y nada hicieron. Habría de enterarme más tarde de que a los que se ofrecieron a socorrerme los amenazaron de muerte. Convencido de que no me llegaría ya ningún socorro de fuera y de que seríamos liquidados si caíamos en manos de Franco, decidí jugarme el todo por el todo y romper el cerco. Emprendimos una lucha protegidos por la oscuridad de la noche, que duró cerca de cinco horas. Salvé alrededor de once mil hombres».
Al llegar a retaguardia, mantuvo una reunión con los oficiales. «En tonos violentos exigí la liquidación de Líster, que me había abandonado miserablemente». Pero, en sus palabras, los rusos le protegieron como «a una de sus criaturas». «Era evidente que habían querido deshacerse de mi para arrojarle mi cadáver al ministro de Defensa Nacional y convertirme, además, en una bandera». Si es cierto, o la mera invención de un oficial dolido por haber sido abandonado, es difícil de saber.