Gonzalo Losada fundó, en 1938 y en Buenos Aires, la prestigiosa editorial que lleva su nombre. En el mismo año de 1938 Losada comienza a editar las obras completas de García Lorca (había sido asesinado sólo dos años antes y aún la guerra no había terminado). Años después, lanza la Colección Cumbre, dedicada a grandes poetas: Antonio Machado, León Felipe, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Miguel Hernández. Consciente de que debían, esos poetas, estar al alcance de todos, Losada también los incluye en el catálogo de la célebre Biblioteca Clásica y Contemporánea. En esas ediciones baratas, aún guardo, ya destartalados por el uso, los libritos de los poemas de Hernández, como la "Antología" que preparó, para Losada, María de Gracia Ifach. Aquellas ediciones argentinas eran las que llegaban clandestinamente a la España de la dictadura, para alimentar, desde afuera, a una cultura que resistía. Sólo mucho tiempo después, pude disfrutar de las estupendas ediciones de la poesía de Hernández que prepararon José Carlos Rovira y Carmen Alemany Bay, de la Universidad de Alicante.
En 1980 viajé por primera vez a España, con un amigo. Hacía cinco años que había muerto Franco: en España se vivía el vértigo del "destape" y aquello contrastaba demasiado con el sórdido clima que aún se respiraba en Argentina. Yo tenía 24 años y estaba recién graduado en Letras. Con el arrebato propio de aquellos años por las cosas que nos apasionan, no sé a través de qué rara combinación de trenes y colectivos llegué a Orihuela. Quería conocer ese pueblo en el que casi nadie, en aquellos años, hablaba de Hernández. Caminé y caminé mirando para todos lados, y no encontré huellas del poeta que yo tanto admiraba. Pero el tiempo -a veces, sólo a veces- hace justicia. Y hoy los ojos de los amantes de la poesía se centran en Orihuela, en donde Serrat cierra su gira en España; ese pueblo de Alicante ahora sí puede reconocer plenamente, y con orgullo, el nacimiento, hace un siglo, de aquel poeta que nos conmovió a todos, y que nos sigue conmoviendo.
Hay algunos poetas y escritores que nos han marcado con la fuerza de un bautismo. Por más que los olvidemos, o que por mucho tiempo no los leamos, la marca sigue estando, ha hecho carne. Y asumimos la convicción, un tanto descabellada, de que si no hubiéramos leído a Hernández, en algo, aunque sea en muy poco, seríamos distintos.