Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

lunes, 31 de diciembre de 2012

Murales del Barrio de San Isidro (Orihuela), por Javier Catalán

Homenajes del pueblo a Miguel Hernández
Pinturas murales en el Barrio de San Isidro (Orihuela) 1976-2012 ______Artículo de Javier Catalán
Domingo, 1 de Abril de 2012. Llego a casa lacerado por el calor, cansado y hambriento. Me refresco la cara y me detengo exhausto frente al espejo, que me devuelve la imagen de un rostro complacido y feliz, pintado del color de la primavera.
Quedó bonito, treinta y seis años después, el Barrio de San Isidro, donde yo crecí rodeado de fachadas pintadas cuyo significado desconocía.
Los dibujos de entonces fueron decayendo al compás de mi niñez, hasta la completa desaparición de ambos. Hoy el barrio sonríe fresco otra vez, recién esmaltado, ajardinados sus muros en el lienzo de tu recuerdo, tan llenos de ti, poeta del pueblo, Miguel Hernández. Me dejo caer en el sillón y comienzo a recordar, como si hoy ya fuera ayer...
¿Y Pedro, habrá concluido su mural? Lo llevaba muy adelantado, es cierto, pero cuando le dejamos, el muro de su obra bullía con el clamor de un ejército de niños, los niños del barrio de San Isidro que jugueteaban con el arco iris desatendiendo una y otra vez sus instrucciones. Y él, en situaciones así, lo tiene claro: los niños son lo primero.
Cómo olvidar a Enrique y a toda su familia, lo dueños de “mi casa”, la casa donde ellos viven y donde, desde hoy, también habita nuestra memoria calada en sus entrañas. Enrique es fontanero, como él mismo dice, “el fontanero del barrio”. Porque cuando entras en este humilde barrio oriolano, al poco de recorrerlo perdiéndote entre sus delgados callejones, uno se retrotrae en el tiempo a lugares ya olvidados, donde los animales son criados en libertad, el acceso a las casas descuidado, el grito en el aire convocando a la familia alrededor de la mesa...
No tenemos ninguna duda de que “nuestra familia” cuidará la pintura mural como algo propio, porque también ellos contribuyeron a su alumbramiento. Y en el brillo de sus ojos pudo adivinarse desde el principio la enorme satisfacción y el firme compromiso adquirido de atenderla, de mimarla y protegerla de forma adecuada, porque desde el primer momento la acogieron felizmente en el hogar familiar, haciéndola suya con el debido respeto de quien valora la generosidad en el esfuerzo ajeno. Y nosotros nos fuimos llorando en silencio, sintiendo que nos desprendíamos de una íntima emoción gestada y parida con gran esfuerzo y mucho amor, pero convencidos de que crecerá feliz en el seno de esta humilde familia.
Lástima que el cansancio y los preparativos de última hora me privaran del concierto que nos regaló el “cantaor” Manuel Gerena. Me dicen que el trueno que emergió de su garganta atravesó la noche y volvió a reencontrarse con su misma voz treinta y seis años atrás, en el mismo lugar, con la misma fuerza apasionada y el amor intacto hacia nuestro poeta universal. Uno de esos privilegios que en ocasiones te brinda el destino.
Las jornadas se fueron sucediendo en un clima de creciente actividad y convivencia entre pintores, vecinos, promotores y organizadores de este evento artístico y socio-cultural, con la debida comprensión ante los pequeños contratiempos que iban surgiendo, reconfortados en todo momento con la presencia y el trato cercano que nos dispensaron los representantes del Gobierno Municipal. Ana Más, la titular de Cultura, junto con Amparo Pomares, su fiel consejera, aportaron el principal elemento diferenciador con respecto al homenaje del 76, el impulso y el apoyo institucional que no tuvo entonces aquella propuesta artística y reivindicativa. Y lo hicieron ahora, en pleno ojo del huracán de una crisis económica galopante, cuando ya no da para inaugurar magníficos edificios con el nombre del poeta. Y lo hicieron desde el lugar desde donde había que hacerlo, permanentemente a pie de obra.
Destacar que Ana Más estuvo donde tenía que estar debe hacernos reflexionar acerca de la desnaturalización que se ha producido del sentido del deber y de la responsabilidad en la clase política en los últimos años. Nuestra edil de Cultura hizo lo que naturalmente cabe esperar de una representante pública en una ocasión así, estar a la altura de lo exigido, normalizando de este modo actitudes y comportamientos del pasado que no siempre se ajustaron a este patrón de conducta.
Durante la jornada del sábado se precipitaron las manifestaciones culturales de homenaje a Miguel Hernández en la Plaza de San Isidro y el Colegio Jesús y María de San Isidro, principales lugares de encuentro. Teatro, música, recitales poéticos, conferencias, audiovisuales, venta de libros... reivindicaron sin descanso al “poeta del pueblo” en su pueblo y por su pueblo, de lo que pudo dar fe Lucía Izquierdo, nuera de Miguel Hernández; el ex-Secretario General de Comisiones Obreras Antonio Gutiérrez, otro destacado oriolano que no quiso perderse esta modesta pero muy honrosa cita con la historia de nuestra ciudad; Antonio Ballesteros, coordinador de la Revista Literaria Barcarola, quien dirigió en 2010 otro de esos homenajes históricos del pueblo (literario) a Miguel Hernández, brillantemente acunado en el número 76 de esta prestigiosa publicación albaceteña, nacido del reconocimiento conjunto y plural hacia la vida y la obra de un poeta necesario; Aitor Larrabide, entonces asesor de la Fundación Cultural Miguel Hernández y hoy recientemente nombrado nuevo director de esta institución, “hijo adoptivo” de la cosmogonía Hernandiana y destacado representante del Hernandismo intelectual, sin cuya contribución no cabe entender la ingente labor realizada por esta institución en los últimos años ; y cuantos se acercaron al calor de este encuentro. Y así hasta alcanzar el que a la postre se reveló, a mí entender, como uno de los momentos cumbre de la programación: la lectura del “Manifiesto de los poetas” elaborado por José Luis Zerón Huguet, reconocido poeta de Orihuela, y leído por él mismo. Fue el suyo un discurso verdaderamente magistral, con una profundidad en el mensaje y de una riqueza verbal a la altura de los mejores creadores y teóricos de las letras españolas. A mí, desde luego, no me pasó desapercibido.
Y no pude evitar pensar mientras le escuchaba, en otro brillante discurso de un poeta de Orihuela inmortalizado en una histórica fotografía, la de Miguel Hernández en la inauguración de la Plaza Ramón Sijé (hoy Plaza del Marqués de Rafal) en 1936. Y no pude evitar pensar que tal vez sea ésta, la nuestra, una tierra noble de huerta fértil y cromadas tradiciones, dorada por el sol mediterráneo, pero también tierra fecunda en talento artístico y creativo. Y no dejo de pensar que tal vez no estemos valorando nosotros, en su justa medida, esta realidad que de improviso nos asalta en momentos puntuales como el anteriormente referido que nos brindó José Luis Zerón.
La actividad de la jornada del sábado se detuvo en la Plaza de San Isidro a eso de las nueve y media de la noche, trasladándose al Teatro Circo donde culminó en un concierto de Paco Ibáñez.
El canto a la libertad desde el firme compromiso social, tomando partido gravemente, sin ninguna concesión para cobardes y acomodados, removiendo la indiferencia en sus cimientos, desafiando la verdad con la verdad que brota del manantial de los corazones oprimidos, la verdad cincelada en la palabra y en la voz de los poetas... Paco Ibañez certifica con su arte, como hicieran con su obra los poetas a los que canta, el camino de la verdad auténtica, la verdad refulgente, la verdad orientada en la búsqueda del equilibrio, el equilibrio necesario entre las fuerzas antagónicas que definen la naturaleza humana. El cantante “vascolenciano”, como él mismo se denomina, integra ese grupo de personas que deciden darse a los demás, ofreciéndose con honestidad a la causa que creen más justa; y con su gesto van a proporcionar el contrapunto preciso que permita hacer de este mundo complejo, de severos contrastes, un lugar habitable que a todos nos permita vivir con dignidad o con la esperanza cierta de poder conseguirlo. Personas, como el propio Miguel Hernández, que por esto siempre deberían habitar entre nosotros, con licencia para vivir eternamente a nuestro lado.
Y llegó al fin la hora de entregar las llaves de nuestro fruto callado, a mediodía del domingo bajo un sol generoso en su llanto. Llegó la hora de mirarnos a la cara unos a otros y comprender que el esfuerzo siempre merece la pena cuando de honrar la memoria de Miguel Hernández se trata. Y llegó el momento de reconocer y agradecer, de corazón a corazón, a los artífices de esta maravillosa iniciativa, por el ingente trabajo previo, durante las jornadas y la posterior labor de difusión que han realizado y aún hoy continúan realizando.
Cuántas veces nos hemos planteado, yo al menos lo he hecho, lo bonito que sería recuperar los murales de San Isidro, reeditar el homenaje del 76 a Miguel Hernández... El planteamiento lo podemos haber tenido muchos, pero alguien debe ocuparse de instalar los sueños a ras de suelo. Y fueron ellos dos, Pepe Aledo y Pepe Rayos, Rayos y Aledo, pintores, artistas oriolanos profundamente convencidos de la viabilidad del proyecto, quienes tras el impulso inicial de la Concejalía de Cultura apostaron todo o nada a la materialización de este deseo de muchos, con la ayuda de todos, sí, pero que sin ellos dos no hubiera sido posible, no al menos en los términos en los que finalmente se produjo. Y por ello merecen el reconocimiento y eterno agradecimiento de todos, pero especialmente de quienes participamos en este proyecto por habernos brindado la oportunidad de contribuir a la realización de este sueño, de este sueño Hernandiano.
Y es ahora, en pleno periodo de resaca de la fastuosa celebración del Centenario de Miguel Hernández, ahora, cuando la Fundación Cultural que lleva su nombre comienza a tiritar de frío, cuando ya cesaron las feroces disputas por hacerse con el legado material del poeta y comienzan, sin rubor, los sistemáticos incumplimientos, de un lado por falta de interés y del otro por falta de dinero, es ahora cuando homenajes de este tipo, nacidos y llevados a cabo por ciudadanos comunes, por aquel ente abstracto conocido como “el pueblo”, con total desprendimiento, de primera mano, sin mayor fortuna e inversión que el infinito caudal de respeto, sentimiento y generosidad de todos los intervinientes, es precisamente ahora cuando este tipo de homenajes a Miguel adquieren una mayor relevancia, porque atesoran el valor de lo auténtico, de lo insobornable, de lo que no se compra ni se paga con dinero ni falta que hace. Porque este tipo de homenajes sinceros y del todo punto interesados, pero interesados únicamente en rendir el justo tributo a Miguel Hernández aquí, en su pueblo, son aquellos actos que nos reconcilian con la memoria del poeta y nos van a permitir a los oriolanos, paso a paso y por la fuerza de los hechos, rescatar de la sombra siniestra el nombre de “Orihuela”, justamente ensombrecido en el devenir histórico de su relación con Miguel Hernández.
Sí, quedó bonito el Barrio de San Isidro, treinta y seis años después...
Prisionero ya de los recuerdos, me reafirmo en la evidencia cierta de lo poco que cuesta, a veces, contribuir a la realización de algo grande, tan grande como merecido. Maniatado al sillón por el cansancio, mis párpados comienzan a replegarse lentamente, acudiendo al abrigo de unos ojos plenamente satisfechos con lo vivido en los últimos días. Y comienza a diluirse gota a gota mi conciencia en el piélago balsámico de la tarde.