Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

domingo, 30 de diciembre de 2012

Homenajes del pueblo a Miguel Hernández

28.12.12 - 12:50 -



La ordenada agitación que reinaba en aquel entorno privilegiado al pie de la sierra de Orihuela, apurándose los últimos detalles del importante evento cultural a punto de ser inaugurado,cuando todos los presentes comenzaban a tomar asiento en sus respectivos lugares, acabó diluyendo por completo las últimas e inevitables cautelas que hasta entonces reprimían mi firme propósito.
La apacible tarde otoñal que enmarcaba aquella deliciosa estampa invitaba al desafío, y yo fijé el mío en la figura enjuta de nevada cabellera que ocupaba solitariamente un discreto lugar en uno de los extremos de la primera fila de aquel improvisado auditorio.
Me senté deliberadamente justo detrás del lugar que ocupaba el anciano y sin pensarlo dos veces me abalancé, presa de la intuición y del deseo, sobre el asiento que tenía delante de mí y que en esos momentos reclamaba toda mi atención. La fragilidad que transmitía aquel cuerpo ceñido abordado por la espalda con un ligero toque en su hombro derecho, contrastó de pronto con la poderosa mirada radioscópica que me brindó a través de sus enormes gafas nada más girarse hacia mí.
- Perdone que le haga una pregunta, ¿conoció usted a Miguel Hernández? -le espeté tratando de disimular la ansiedad que me provocaba el incierto sentido de su respuesta.
Poder hablar y cruzar la mirada personalmente con alguien que lo hubiera hecho antes, mucho antes, con el ilustre poeta de Orihuela, constituía desde hacía ya algún tiempo mi mayor ambición y también en esos momentos que precedían a la apertura oficial del II Congreso Internacional Miguel Hernández.
- Por edad pude haberle conocido, pero yo estaba entonces en Argentina -respondió el anciano con un cierto deje de amargura en su voz, dejando caer lentamente las palabras con la cadencia musical propia de su lengua materna-. Luego tuve que salir de mi país y llegué a Tolentino, donde me instalé definitivamente. Pero Miguel siempre me ha acompañado. El poeta más grande, la fuerza de su poesía, “El niño yuntero”, “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos...” -recitó agitando levemente su mano temblorosa-. Su personalidad... Es un poeta incomparable, único, enorme, muy superior al resto de poetas. Miguel... -concluyó súbitamente con la mirada perdida y la boca ligeramente entreabierta.
La mecha de nuestra inquebrantable amistad prendió aquella tarde del 26 de octubre de 2003, a escasos metros de la casa del poeta, al pie de la sierra levantina donde el joven pastor de Orihuela compuso sus primeros versos.
Mi ambición original seguía en alto pero, lejos de sentirme defraudado, el destino me acababa de brindar la oportunidad de conocer a un personaje de lo más singular, al más ferviente, leal y apasionado admirador de Miguel Hernández de cuantos he conocido. En el buen sentido del término, un verdadero “fundamentalista” de la causa hernandiana, Rodolfo Mettinni, argentino natural de Buenos Aires, afincado desde 1978 en la ciudad italiana de Tolentino.
Su devoción por Miguel Hernández nada tenía de pose, y la lealtad y discreción con que enarboló durante toda su vida la bandera del Hernandismo tal vez sirven para explicar su aislamiento aquella tarde de octubre en la primera fila del patio de butacas, alejado de los focos verbeneros convenientemente orientados hacia otros asientos, también de la primera fila.
La presencia en Orihuela de aquel joven octogenario restaurador de muebles no resultó casual. El “Comune di Tolentino” (el Ayuntamiento de aquella localidad italiana) había enviado a un miembro del equipo de gobierno para escenificar formalmente la propuesta de hermanamiento cultural con la ciudad de Orihuela. Rodolfo completaba la pareja de aquella quijotesca delegación italiana.
Fue poco después cuando, una vez finalizados los principales discursos protocolarios, "l'assessore del Comune di Tolentino" (concejal) Olimpio Bernardini subió al escenario engalanado con una enorme cinta que cruzaba su elegante figura, estampada con los colores de la bandera del país transalpino y portando a modo de presente una especie de banderín con el escudo de la ciudad que representaba en aquel acto institucional.
Olimpio resultó ser un tipo de apariencia contradictoria. Encarnaba a la perfección el estereotipo de galán italiano extraído de “la dolce vita” romana, atractivo, con aire de intelectual, frívolo e insubstancial a partes iguales, como si todo aquello no fuera con él, pero odiosamente educado y atento, que al pobre Rodolfo mantenía continuamente al borde de la desesperación. Se habían conocido con motivo de aquel viaje, o lo que es lo mismo, no se conocían de nada.
Lo que Rodolfo no podía imaginar entonces, pero tuvo ocasión de comprobar y reconocerme posteriormente con el paso de los años, es que tras ese aire de aparente indolencia y despreocupación que destilaba aquel apuesto político italiano, se ocultaba una persona de fina sensibilidad y sólidos principios, amante de la poesía, desinteresadamente generosa y fiel a una forma de entender la vida donde la traición y el olvido no tenían acomodo.
El acto concluyó bien entrada la noche y comenzó la desbandada, tanto institucional como también organizativa. Rodolfo y yo continuamos conversando en el centro de la plaza en compañía de Olimpio, quien parecía especialmente empeñado en analizar la composición molecular de cuantos materiales nos rodeaban, como si hubiera recibido el encargo de recoger información acerca de la vida en otro planeta. La barrera del idioma que le mantenía alejado de nuestra agradable conversación, sin duda, acentuaba su actitud pueril e indiferente.
En un momento determinado Rodolfo se revolvió inquieto tratando de localizar a alguien de la organización que debía acompañarles a la estación del ferrocarril. Pero para entonces la organización en bloque brillaba por su ausencia, habían desaparecido todos como por ensalmo. Y yo, que he de reconocerlo, agradecí egoistamente aquel desajuste organizativo, me ofrecí a acompañarles caminando hacia la estación del ferrocarril.
Durante todo el trayecto Rodolfo increpaba, en español y en italiano, y culpaba de toda su desventura a su espigado compañero de viaje quien, a su vez, continuaba unos metros por delante analizando con sumo detenimiento todo cuanto encontraba a su paso, ajeno por completo al monumental cabreo e indignación que asolaban al venerable anciano.
De inmediato me hice cargo del cariz cinematográfico que iba adoptando aquella pintoresca escena, como extraída de un filme de Rossellini.
Nos despedimos finalmente en la estación de Orihuela sin mayor romanticismo, pues quedamos emplazados para continuar ahondando en nuestra incipiente relación de amistad ya en Madrid, donde habían de desarrollarse el resto de las jornadas del congreso hernandiano.
En la capital de España, y ya en compañía de mi gran amigo Carlos Figueroa y de nuestro nuevo común amigo Jonathan Martínez, el vasco, conformamos un grupo a cinco dispuesto a vivir experiencias inolvidables que quedarían grabadas para siempre en nuestras memorias.
La alegría natural y desbordante que irradiaba Carlos, unido a la frescura, la espontaneidad y el descaro juvenil de Jonathan, cautivaron desde el primer momento al abuelo Rodolfo.
El II Congreso Internacional Miguel Hernández llegó a su fin, pero el entrañable vínculo de amistad forjado con motivo de aquel encuentro cultural no había hecho más que comenzar su andadura.
Fueron muchas y muy prolongadas las conversaciones telefónicas mantenidas entre Tolentino y Orihuela. En ellas Rodolfo me relataba con gran pasión el devenir de su actividad diaria centrada casi exclusivamente en mantener viva la llama de Miguel en Tolentino, prendida por él mismo desde el principio de su estancia en aquella ciudad amurallada de corte medieval.
Y me hablaba de lo bien que eran acogidas por lo general todas sus propuestas, así como del gran interés que en torno a Miguel Hernández iba anidando entre los habitantes de aquella localidad, no sin gran esfuerzo por su parte.
Consiguió implicar en su particular “cruzada” hernandiana a la Asociación Cultural de ámbito local Polislab y al reconocido traductor italiano nacido en Tolentino Enzo Calcaterra.
Me puso al corriente asimismo de los avances que experimentaba su relación con Olimpio, a quien comenzó a describirme como una persona comprometida, fiable y de una integridad personal totalmente insospechada cuando se conocieron con motivo de aquel iniciático viaje a España. Olimpio abandonó la actividad política lastrado por el desengaño, pero ellos dos para entonces habían consolidado una relación de amistad sin fisuras.
Y es así como fue tomando cuerpo la idea, gestada inicialmente en Madrid, de viajar nosotros a Tolentino para tributar un nuevo homenaje a Miguel Hernández en Italia. Homenaje que quisimos extender también a Rodolfo Mettinni como reconocimiento a la labor altruista e incansable que éste venía desarrollando de forma sincera y callada en favor del poeta de Orihuela.
Tras un azaroso viaje llegamos por fin a la estación del ferrocarril de Tolentino bien entrada la noche del 13 de septiembre de 2008, donde aguardaban impacientemente los amigos italianos que debían conducirnos a nuestro alojamiento. Entre los anfitriones no se encontraba Rodolfo. La noche era fría y lloviznaba ligeramente. El cansancio acumulado durante toda la jornada comenzaba a dejarse sentir en nuestros cuerpos y en nuestro ánimo. Paolo Paoloni, Presidente de la Asociación Cultural Polislab, y Stefano Rossi, "coordinatore di Voce alla città" (coordinador del partido político que gobernaba entonces en Tolentino), nos recibieron de forma muy cordial y amigable, como si de un reencuentro entre viejos amigos se tratase. Lo atribuimos en parte a los buenos oficios de Mettini.
Este primer y breve acercamiento personal en suelo italiano nos bastó para tomar conciencia de la dimensión que se había dado a nuestra presencia e inclusión en la agenda cultural de aquella ciudad. Tal es así que esa misma noche en el apartamento donde nos hospedaron, sobreponiéndonos al cansancio, logramos repasar de nuevo nuestra intervención prevista para dos días después en el Auditorium de la Biblioteca Filelfica de Tolentino.
A la mañana siguiente, bien descansados, Stefano nos condujo a casa de Rodolfo donde estaba prevista la comida de aquel día y donde pudimos abrazar de nuevo a nuestro entrañable compañero de vivencias y querencias casi cuatro años después. Fue entonces cuando conocimos a Eda de Menezes, su esposa brasileña y su principal valedora en este mundo. Porque sólo Eda conoce la magnitud exacta del sacrificio de Rodolfo por la causa hernandiana.
Lo primero que reconocí en ella fue el severo esplendor de un rostro que, en palabras del escritor alicantino José Luis Ferris, “conserva la belleza de las viejas heroínas”.
Ferris, biógrafo de Miguel Hernández, había visitado Tolentino seis años antes para participar en otro homenaje al poeta de Orihuela promovido por Rodolfo, en esta ocasión, con motivo del sesenta aniversario de la muerte de Miguel. Año 2002 en el que también por iniciativa de Rodolfo vio la luz "Miguel Hernández. La terra, l'amore, la guerra", una exquisita antología de poemas de Hernández en edición bilingüe (italiano-español) llevada a cabo por Enzo Calcaterra y la Asociación Cultural Polislab.
Las horas que siguieron a aquella sobremesa pródiga de anhelos y nostalgias fueron de una actividad casi al borde del delirio.
Al día siguiente llegamos a las puertas de la Biblioteca Filelfica a eso de las cinco de la tarde. Nos disponíamos a entrar en el recinto vallado que la delimita, cuando vimos aproximarse hacia nosotros una figura alta y desgarbada montando una bicicleta de las de antes. A medida que se acercaba hacia el lugar donde nos encontrábamos, el rostro de Olimpio se nos reveló con una amplia sonrisa de bienvenida. Después de fundirnos en un caluroso abrazo conversamos apresuradamente durante un corto espacio de tiempo. Su español había mejorado ostensiblemente y en su semblante no había rastro alguno de aquella actitud pueril y despreocupada que manifestó años atrás en su visita a Orihuela. Vestía muy discretamente y las facciones de su cara se habían endurecido. La expresión de sus ojos manifestaba pesar y desencanto apenas disimulados por la alegría que le producía vernos de nuevo. Alejado por completo de la vida política de la ciudad, no quiso dejar pasar la oportunidad de reencontrarse con nosotros y asistir al acto de homenaje que habíamos preparado para aquella noche, y que en Tolentino presentaron como “La notte di Miguel”.
La sala del Auditorium de la biblioteca fue recibiendo invitados hasta llenarse por completo. En la primera fila un hombre moreno de pelo ondulado y elegantemente vestido revisaba con gran interés la traducción de los textos que se iba facilitando a cada uno de los asistentes al acto.
Los contratiempos técnicos nos acompañaron hasta el último momento previo al inicio del evento. Pero aquella noche del 15 de septiembre de 2008 tenía que brillar de nuevo la luz de Miguel Hernández en Tolentino, como homenaje a Rodolfo Mettinni, y brilló. Brilló con dignidad, sin grandes ambiciones, pacientemente, brilló a la luz de una vela y al calor de un público generosamente entregado, abandonado al sentir de unos versos que conmueven y perturban más allá del aquí y el ahora.
Al acabar el acto, Stefano nos pidió hacernos una foto con aquel hombre moreno de la primera fila que con tanto interés había seguido el evento en su totalidad. Gianni Principi, así se llamaba, nos dio su más sincera enhorabuena. Sólo después de despedirnos de él supimos que Gianni era el "Presidente del Consiglio Comunale di Tolentino" (el alcalde).
La experiencia italiana llegó a su fin y nosotros nos despedimos de Rodolfo orgullosos de haberle conocido pero conscientes de que tal vez nunca más le volveríamos a ver, como así fue en mi caso.
De vuelta en España, retomamos de inmediato nuestra relación telefónica en la distancia abordando nuevos proyectos, entre los cuales se incluía el de una nueva visita de Rodolfo a Orihuela con motivo del III Congreso Internacional Miguel Hernández en 2010, año del centenario del nacimiento del poeta oriolano. Y aunque Rodolfo, por razones de salud física, no volvería a pisar la tierra que vio nacer a su querido y admirado poeta, sí continuó honrando su memoria y luchando hasta el final de su vida por consolidar la presencia de Miguel Hernández en Tolentino y, por extensión, en Italia.
Después de haber promovido en aquel país diversos homenajes literarios al poeta de Orihuela, de haber posibilitado la traducción y difusión de la obra de Hernández, de haber tendido sólidos lazos de unión cultural entre las ciudades de Orihuela y Tolentino, entre España e Italia; en suma, después de haber sementado y cultivado la semilla hernandiana en el pueblo de Tolentino, Rodolfo consideró que había llegado el momento de proyectar socialmente la figura de Miguel Hernández más allá de los círculos literarios de la ciudad y afrontó, tal vez, su empresa más ambiciosa. La idea de que una de las calles de esa ciudad del centro de Italia recordara para siempre el nombre del poeta de Orihuela le acompañaría los últimos años de su vida y le sometió, en palabras de Eda, a un desgaste físico y emocional que sin duda acentuó su delicado estado de salud.
Miguel Hernández le mantuvo con vida cuando ya su cuerpo maltrecho se resistía a seguir viviendo. Rodolfo pudo ver cumplido poco antes de cerrar sus ojos para siempre, en la localidad italiana donde residió buena parte de su vida, en la ciudad que lo acogió generosamente y respondió con nobleza a su llamada hernandiana, su último sueño, su último homenaje al poeta de Orihuela. La "Via Miguel Hernández", la calle que el "Comune di Tolentino" decidió otorgar al poeta español Miguel Hernández Gilabert en la sesión plenaria de la "Giunta Comunale" del 14 de diciembre de 2010, es hoy una realidad.
Y es en esta ciudad histórica y monumental de unos 20.000 habitantes, próxima a la costa del Adriático, sede de la firma del histórico “Tratado de Tolentino” entre Napoleón Bonaparte y el Papa Pío VI en 1797, es en este lugar donde se encuentra la única calle que recuerda al ilustre poeta de Orihuela en Italia.
Las ciudades se humanizan dando nombre a sus calles, cada uno de los cuales atesora en su origen una historia por lo común desconocida para la mayoría de quienes a diario las recorren.
Rodolfo Mettinni nunca dudó que la figura de Miguel Hernández bien merecía todo aquel sacrificio.
La historia particular de Rodolfo ha calado hondo entre quienes tuvimos el privilegio de vivirla en primera persona. En Tolentino, Gianni Principi es hoy el portador de la llama hernandiana prendida por Mettinni en Italia. Fascinado por la grandeza del poeta español nacido en Orihuela y alimentando el recuerdo de Rodolfo, Gianni ha emprendido el vuelo de la nostalgia rumbo a un futuro y efectivo hermanamiento cultural entre las ciudades de Orihuela y Tolentino, sobradamente justificado y que en este caso concreto se revela como un verdadero acto de justicia y de buen gobierno.

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Javier Catalán. Orihuela, 1973.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Murcia. Ha publicado trabajos periodísticos y literarios en distintos medios nacionales e internacionales. Sus poemas han sido incluidos en diversas antologías poéticas. Ha participado en numerosos encuentros literarios celebrados en diferentes ciudades españolas. En 2008 y 2010 co-dirigió y realizó dos homenajes a Miguel Hernández en Italia, en las ciudades de Tolentino (Macerata) y Cagliari (Cerdeña). Ha sido finalista en el VII Certamen Literario Ayuntamiento de Benferri (2007), en la modalidad de poesía.