Sinopsis:
Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com
sábado, 8 de diciembre de 2012
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE MIGUEL HERNÁNDEZ
[Miguel Hernández] ingresa el 28 de junio de 1941 en la cárcel que
hará el número doce (y el último) de las que le tocó conocer en tan breve
tiempo: el Reformatorio de Adultos de Alicante, donde está más cerca de
los suyos, que van a verle a menudo, excepción hecha de su padre, que se
niega a visitar al hijo que en la conservadora Orihuela representaba el
garbanzo negro.
A principios de diciembre se dejan sentir la neumonía de Palencia y
una bronquitis adquirida en Ocaña, que no tardan en complicarse con
paratifus. La fiebre se apodera de él, no puede acudir al locutorio y ha de
guardar cama en la enfermería. La tuberculosis se va apoderando del
pulmón izquierdo y termina por contagiar al derecho, hasta un extremo de
gravedad que se refleja con elocuencia en esta nota que escribe a Josefina
en febrero de 1942: “Por medio de un aparato punzante que me colocó en
el costado después de mirarme nuevamente por rayos X, salió de mi
pulmón izquierdo, sin exagerarte, más de un litro y medio de pus en un
chorro continuo que duró más de diez minutos”. Por eso le pide: “Quiero
salir de aquí cuanto antes. Se me hace una cura a fuerza de tirones, y todo
es desidia, ignorancia, despreocupación.”
La única posibilidad de curación pasa por su traslado al sanatorio
antituberculoso de Porta Coeli, en Valencia, pero el permiso llegará tarde.
¿Por qué? Un testigo presencial, Luis Fabregat Terrés, ha hablado del
“inicuo chantaje” ejercido por el jesuita Vendrell a instancia de Luis
Almarcha, antiguo canónigo de Orihuela que había pagado la edición de
Perito en lunas, obispo de León por entonces y futuro Consejero del Reino:
“[en los archivos del Reformatorio] no figura ninguna solicitud y sí sólo
una orden de traslado, con fecha posterior a su matrimonio canónico y
pocos días antes de morir. Si se relaciona esto con lo manifestado a Miguel
por el señor Vendrell después de operado aquél (“nosotros no vamos a
conseguir de usted lo que queremos, pero tampoco usted conseguirá lo que
pretende”) se deduce con facilidad que no hubo ningún intento de traslado
sin condicionamientos.”
Según otro testigo presencial y buen conocedor de la biografía
hernandiana, Ramón Pérez Álvarez: “La cárcel, efectivamente, tenía sus
capellanes. Pero con absoluta independencia de ellos se movía el famoso
Padre Vendrell, de infausta memoria para cuantos estuvimos condenados a
muerte. Era un comisario eclesiástico. En él delegó, después de que
mediaran otros curas, don Luis Almarcha que, en su absoluta sapiencia,
sabía que era una carcoma incansable.”
Las cartas cruzadas entre el director del Reformatorio y el director
general de Prisiones publicadas por Guerrero Zamora apoyan sus
afirmaciones. Como dice el responsable de la cárcel alicantina, comentando
el caso de Hernández: “Hoy se halla en crisis espiritual. Titubeante, ha
rechazado hasta ahora los consuelos religiosos; pero hoy mismo me dicen
que desea hablar con el padre Vendrell, S. J., de esta residencia. Desde
luego no se encuentra en condiciones de escribir, aunque sea ganado para
Dios”.
Concluye Pérez Álvarez: “No creo que nadie en su sano juicio pueda
pensar que don Luis Almarcha, procurador en Cortes por designación
directa de Franco, Consiliario Nacional de Sindicatos, no tuviera influencia
para mandar, no pedir, que simplemente Miguel fuera trasladado a un
sanatorio antituberculoso penitenciario. Podía más. No se quiso. Una vez
casado y considerada salvada su alma, Miguel podía morir en la cárcel o
donde fuera.”
Miguel Hernández accede a desposarse por la iglesia sólo cuando
tiene la convicción de que va a morir y quiere dejar asentada a su mujer en
la nueva legalidad, ya que estaban casados civilmente y, a los ojos del
régimen vencedor, eran solteros (“Total que a estas horas somos una pareja
de tórtolos”, comentará en una carta a su esposa, entre irónico e indignado).
Por eso, ante la pregunta de Josefina sobre su deseo de contraer matrimonio
canónico, contesta en la misma carta: “De lo que me dices de si es por
voluntad mía o no, te digo que no. Lo que para mí es una gran pena, para ti
es una alegría.” Josefina Manresa ha comentado al respecto: “El cura de la
cárcel, don Salvador Pérez Lladó, me dijo que Miguel había pedido el
casarse por la iglesia, pero él decía que lo habían obligado… Miguel no
creía necesaria esa ceremonia para querernos.”
El 4 de marzo de 1942 tiene lugar la boda en la enfermería de la
cárcel en rito similar al de in artículo mortis, dada la gravedad del enfermo.
El 21 de marzo llega la comunicación oficial del Ministerio de Justicia
autorizando su traslado al sanatorio de Porta Coeli. Llega tarde,
naturalmente: ya no se le podía mover. El 27 de marzo va a visitarlo
Josefina por última vez, como ha contado ella misma: “Esta vez no me
llevé al niño, y me preguntó por él. Con lágrimas que le caían por las
mejillas me dijo varias veces: “Te lo tenías que haber traído. Te lo tenías
que haber traído.” Tenía la ronquera de la muerte. Volví a visitarle al día
siguiente, y al poner la bolsa de comida en la taquilla me la rechazaron
mirándome a los ojos. Yo me fui sin preguntar nada. No tenía valor de que
me aseguraran su muerte…. Era el 28 de marzo, sábado. Víspera del
Domingo de Ramos”.
Agustín Sánchez Vidal