Max Aub: el ciego que todo lo veía bajo el puro delito de amor negro/ Cultura Inguieta
El autor español de origen francés Max Aub (París,1903 - México D.F. 1972) fue un deslumbrante dramaturgo y narrador. Cultivó mayormente la narrativa, teatro y poesía. Tras la Guerra Civil Española se exilió en la capital mexicana durante tres décadas. El crítico de arte y ensayista Diego Medrano le dedica el siguiente artículo.
Por Diego Medrano
Los dos grandes exiliados de nuestra Edad de Plata nerviosa, sin tabarras ni panegíricos, fueron Ramón J. Sender y Max Aub. No pudo caber mayor vanguardia en el segundo: novelas que no son tales y experimentación llevada al borde de su propio riesgo junto al precipicio. El Aub del arte pleno, que inventa un pintor inexistente y le emparenta en amistades rizosas con Picasso es Josep Torres Campalans (Alianza), el Aub de la poetambre o el desamparo, quien llega de México con una mano delante y otra detrás, dedicado a deambular por los cafés en una Barcelona imaginaria, brilla y luce en La gallina ciega (Alba).
Finalmente, y lo que ahora nos ocupa, el escritor humorístico, sarcástico, que entusiasmaba a Camilo José Cela y varios trozos del presente queso ratonil fantástico le publicó en su revista es el de: Crímenes ejemplares (Reino de Cordelia). Edición lujosa en todo salvo el precio, casi quinientas páginas en bitono, tapa dura, cuadernillos cosidos al hilo, a cargo del catedrático Pedro Tejada Tello, coeditado con la Fundación Max Aub, que a su vez incorpora doce crímenes nuevos y siete epitafios.
Escritura
ácida, humor expresionista, juego entre el aforismo y el relato corto,
puro hechizo. Necrófilo, provocador, original, ingenioso y brillante.
Ilustra el tesoro Pedro Arjona, quien se dio a conocer como dibujante de cómic con el colectivo El Cubri, renovación completa del tebeo español durante los años 70/80, radical y a su bola, en sinergia permanente con Jorge M. Reverte,
cronista de la Transición, otro ambiente lumpen glorioso, dúo
irresistible para este tiempo de mordaza y mascarilla hasta los ojos
dormidos.
Esther Tusquets publicó el conjunto en su Lumen de los años setenta, sí, la obra hoy inencontrable tuvo mucho runrún mediático, en los ochenta se adapta al teatro, irresistible para todos. Fue traducida a toda Europa (francés, alemán, italiano, portugués…) y en Estados Unidos (inglés). Le otorgan en Francia el Premio Forneret de Humor (1981). En Italia nunca ha dejado de representarse por grupos teatrales amateur y senior, la obra llega hasta Brasil en traducción portuguesa. Genera películas y constantes, como alguno bautizó: “greguerías de amor negro”. Fue un boom, es un clásico de la carcajada, y hoy todos podemos ir a las librerías por este tomo de Reino de Cordelia majestuoso.
¿Qué hace Aub? Viste a la muerte con otros ropajes. Cela siempre quería meter alguno de sus Crímenes ejemplares, bien en aforismo o relato corto, en sus Papeles de Son Armadans,
debido a las carcajadas populares que levantaban. Se lee en el metro,
el café, el autobús o la pura rúa, sí, y tenemos que sujetarnos el
corazón para que no salga por las fauces, bien hacia arriba o abajo.
Algunos ejemplos: “Del entrometido:/ se metía en todo./Aquí está metido”; “De un tirano:/ Fue a lo suyo/ por lo tuyo”; “Le comería los hígados, dijo Vicente./ No pudo: amargaban”; “Me suicido por gusto de hacerlo”; “Me suicido por ver la cara que pondrá Lupe, su mamá y el lechero”; “El suicidio: única arma que no tiene nada que ver con la política”; “Me suicidio para que hablen de mí”; “Lo maté porque me propuso un ciclo de conferencias en Madrid: lo enterré en el jardín”; “Lo maté porque me preguntaba qué pensaba sobre Queipo de Llano. Esto –le dije- y disparé. Creo que no tuvo tiempo de captar la alusión”; “Epitafio de M. Altolaguirre: De su puro gusto fiado,/ aquí fornica, echado,/ un ángel desvergonzado/ dándole con su verga/ al hado”. Aub saca a la bailar a la parca y, por medio de epitafios, infanticidios, muertes bohemias, saldos y otras esquinas, teje una obra original, absurda, divertida, donde la gran historia es lo que no se cuenta y el lector imagina convulso por su propio delirio: “Me llamó tarado, yo no le consiento a nadie que le falte a mi madrecita”; “¿Tengo la culpa de ser invertido? Y él no tenía derecho a no serlo”.
Aub convierte la muerte en una discoteca: “Donde dice:/ la maté porque era mía./ Debe decir:/ la maté porque no era mía”; “Lo maté porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!”; “Le pedí el Excelsior y me trajo El Popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me la trajo negra. La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una buena combinación”.
Pensamos que el exilio mexicano, latinoamericano, cubano, fue un drama... pero todos ellos supieron ponerlo todo en la barra de la vida, con cuatro perras, mientras escribían para nadie y se quedaban ciegos de leer, dioptrías juguetonas, pulso débil, literatura de bar, cosquillas interminables. Hemingway, como desafío frente a pelmazos, siempre decía: "Escriba usted un relato completo en seis palabras”. El personal negaba, no sabía. El maestro entonces, en una servilleta cualquiera, les enseñaba: “Se venden zapatos de bebé nuevos”. Lo importante de la literatura es lo que se cuenta, la elipsis. Max Aub callejea para su libro, besa a muertos, arma diálogos imposibles, el fulgor nos ciega: “Dormir es suicidarse un poco cada noche/ Usted es soltero/ ¿Cómo lo sabe?”. Suicidios lentos, suicidios vertiginosos, suicidios del todo con matrimonio al fondo. Siempre fue igual: no hay más ingenio que el de la supervivencia. Matar por lo bajo, al público, y cambiar de muleta.
Por Diego Medrano
Diego Medrano Fernández (n. Oviedo; 1978) es un crítico de arte, novelista, poeta y ensayista español.