Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

jueves, 18 de marzo de 2021

Revista "Poesía Más Poesía" le dedica un número a Vicente Aleixandre

 

2. Poesía más Poesía: Vicente Aleixandre y Cruz González.

VICENTE ALEIXANDRE

BIOGRAFÍA


Vicente Aleixandre, poeta de la generación del 27, considerado uno de los grandes poetas españoles del siglo XX.
En una oportunidad dijo: “El poeta es el hombre. Y todo intento de separar el poema del hombre ha resultado siempre fallido. Por eso sentimos tantas veces como que tentamos a través de la poesía del poeta algo de la carne mortal del hombre. Y espiamos, aún sin quererlo, aún sin pensar en ello, el latido humano que lo ha hecho posible, en este poder de comunicación está el secreto de la poesía que, cada vez estamos más seguros de ello, no consiste tanto en ofrecer belleza cuanto en alcanzar propagación, comunicación profunda del alma de los hombres” (Aleixandre)
Esta cita de Vicente Aleixandre, nos puede esclarecer la comprensión de su obra, por lo significativo que resulta y por venir de un poeta que nace en el ambiente literario donde fue posible el famoso diagnóstico orteguiano de “la deshumanización del arte”.
En el clima de los ismos pujantes por los primeros años 20, una poesía intelectualizada aspiraba, a la pureza, mediante una suerte de abstracción.
Pronto esto va a cambiar y también el panorama de la época. En un lapso brevísimo, la generación del 27 experimentó distintas y en cierto modo contradictorias aventuras poéticas, y la irrupción del surrealismo, fue ya un amplio cauce de rehumanización y de talante apasionado.
El verdadero surrealismo va a pasar de un hermetismo poco accesible, a una clarificación de sus delirios imaginativos, a lo que no es ajena, y a la penetración en la nueva estética. Todos estos procesos que son la historia misma de la poesía contemporánea española, van a manifestarse en la importante y amplia obra aleixandrina.
El poeta, pues es también el hombre, como decíamos al principio, y el hombre Vicente Aleixandre, español de Sevilla, nace en la primavera trágica de 1898, el 26 de Abril, cuando la escuadra del almirante Cervera zarpaba rumbo al Caribe, donde naufragaría la última astilla del viejo imperio, dando paso a un período de crisis nacional, con larga repercusión en el pensamiento y en la literatura.
Hijo de un ingeniero de ferrocarril, pertenecía a una familia de la burguesía media acomodada. Cuando tenía dos años su familia se traslada a Málaga donde transcurrió su infancia. Fueron nueve años donde como cera maleable el paisaje dejó grabada su luminosa sensación de belleza, el Mediterráneo, su resonancia. Fue allí también,en Málaga donde tuvo el primer contacto con lo que sería un camarada, otro futuro poeta de la generación: Emilio Prados, condiscípulo de las primeras clases.
Cuatro décadas después, esas impresiones aflorarán muy vívidamente en el espacio cósmico de uno de sus libros capitales: Sombra del Paraíso.
De este libro vamos a leer Ciudad del paraíso, que alude a Málaga.

CIUDAD DEL PARAÍSO

A mi ciudad de Málaga

Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria,
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.

Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.

Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.

Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.

Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la luna eterna que instantánea transcurre.

Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.

Jardines, flores. Mar alentando como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!

Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Píe desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.

Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca.

En la 1909 la familia se instala en Madrid, ciudad donde el futuro poeta cursará el bachillerato y la universidad. Vicente Aleixandre estudió Derecho y Comercio. Fue profesor de derecho de la Escuela de Madrid durante unos años, especializándose en derecho mercantil.
A los 18 años descubrió la poesía como “una profunda verdad comunicada” que le inicia en el goce y misterio de la poesía y que lo aleja de la concepción que le había sido transmitida en sus años escolares, de la poesía como un conjunto de rimas. A partir de entonces, se relaciona con otros jóvenes de su generación que sentían como él inquietudes literarias.
Es cuando estudiaba Derecho e Intendencia Mercantil- carreras en las que se graduó en 1919-, donde inicia su amistad con Dámaso Alonso, al que conoce en Las Navas del Marqués, lugar donde veraneaba, amistad que puede considerarse el primer paso para su entrada al mundo de la creación poética.
Tras aquellos diálogos amistosos, Aleixandre descubre una vocación ya definitiva. Inicia de este modo una profunda pasión por la poesía. Dámaso Alonso le aconseja leer al romántico Gustavo Adolfo Bécquer y le descubre el nuevo mundo y la expresión estética del modernista Rubén Darío, como así también a otros poetas como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y a los simbolistas franceses. A partir de ese momento nace en Aleixandre la necesidad de escribir poesía.

NACIMIENTO DEL AMOR

¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo, no te aguardaba ya.
Llegaste alegre, ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor.
Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina —¡el cielo, azul! — mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en tomo a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde,
y vierte, todavía matinal, sus auroras.
Eras tú amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? ¡Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día.
Brillandoestaba de ti; tu alma en mi estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis sentidos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos presentes me embriagó,
mientras todo mi ser a un mediodía, raudo, loco, creciente
se incendiaba mi sangre ruidosa,
se despeñaba en gozos de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

De izquierda a derecha, Pedro Sainz Rodríguez, Don Juan, Beltrán Alburquerque, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Luis María Anson, en la casa del poeta

DESTINO TRÁGICO

Confundes ese mar silencioso que adoro
con la espuma instantánea del viento entre los árboles.
Pero el mar es distinto.
No es viento, no es su imagen.
No es el resplandor de un beso pasajero,
ni es siquiera el gemido de unas alas brillantes.
No confundáis sus plumas, sus alisadas plumas,
con el torso de una paloma.
No penséis en el pujante acero del águila.
Por el cielo las garras poderosas detienen el sol.
Las águilas oprimen a la noche que nace,
la estrujan -todo un río de último resplandor va a los mares-
y la arrojan remota, despedida, apagada,
allí donde el sol de mañana duerme niño sin vida.
Pero el mar, no. No es piedra,
esa esmeralda que todos amasteis en las tardes sedientas.
No es piedra rutilante toda labios tendiéndose,
aunque el calor tropical haga a la playa latir,
sintiendo el rumoroso corazón que la invade.
Muchas veces pensasteis en el bosque.
Duros mástiles altos,
árboles infinitos
bajo las ondas adivinasteis poblados de unos pájaros de
espumosa blancura.
Visteis los vientos verdes
inspirados moverlos,
y escuchasteis los trinos de unas gargantas dulces:
ruiseñor de los mares, noche tenue sin luna,
fulgor bajo las ondas donde pechos heridos
cantan tibios en ramos de coral con perfume.
Ah, sí, yo sé lo que adorasteis.
Vosotros pensativos en la orilla,
con vuestra mejilla en la mano aún mojada,
mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo:
un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo.
Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor
a la tibia tersura de una piel aplacada.
¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido!
Sus dientes blancos visibles en las fauces doradas,
brillaban ahora en paz. Sus ojos amarillos,
minúsculas guijas casi de nácar al poniente,
cerrados, eran todo silencio ya marino.
Y el cuerpo derramado, veteado sabiamente de una onda poderosa,
era bulto entregado, caliente, dulce solo.
Pero de pronto os levantasteis.
Habíais sentido las alas oscuras,
envío mágico del fondo que llama a los corazones.
Mirasteis fijamente el empezado rumor de los abismos.
¿Qué formas contemplasteis? ¿Qué signos, inviolados,
qué precisas palabras que la espuma decía,
dulce saliva de unos labios secretos
que se entreabren, invocan, someten, arrebatan?
El mensaje decía…
Yo os vi agitar los brazos. Un viento huracanado
movió vuestros vestidos iluminados por el poniente trágico.
Vi vuestra cabellera alzarse traspasada de luces,
y desde lo alto de una roca instantánea
presencié vuestro cuerpo hendir los aires
y caer espumante en los senos del agua;
vi dos brazos largos surtir de la negra presencia
y vi vuestra blancura, oí el último grito,
cubierto rápidamente por los trinos alegres de los ruiseñores del fondo.

SE QUERÍAN

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

En 1922 conoció a Rafael Alberti en el Ateneo de Madrid, época en la que su salud empieza a empeorar. En 1925 se le declara una nefritis tuberculosa, que termina con la extirpación de un riñón, operación realizada en 1932.
Desde esa época, reside en la casa de Velingtonia, tan conocida por los poetas de dentro y fuera de España, donde ha escrito casi todos sus libros. Ese número 3 de la calle Velingtonia, que cuando la habitó el poeta por primera vez era una isla en las afueras madrileñas de los altos de la Moncloa, ha venido siendo, durante medio siglo, una suerte de estación de seguimiento de las naves espaciales de la poesía. Lugar de frecuentes reuniones del famosos grupo generacional, Lorca, Cernuda, Alberti, Altoaguirre, Diego, Dámaso Alonso…
En esta casa victima también de la destrucción bélica, reconstruida en 1941, las generaciones de postguerra hallaron entre sus paredes un generosos y ejemplar magisterio.

DESTINO DE LA CARNE

No, no es eso. No miro
del otro lado del horizonte un cielo.
No contemplo unos ojos tranquilos, poderosos,
que aquietan a las aguas feroces que aquí braman.
No miro esa cascada de luces que descienden
de una boca hasta un pecho, hasta unas manos blandas,
finitas, que a este mundo contienen, atesoran.

Por todas partes veo cuerpos desnudos, fieles
al cansancio del mundo. Carne fugaz que acaso
nació para ser chispa de luz, para abrasarse
de amor y ser la nada sin memoria, la hermosa redondez de la luz.
Y que aquí está, aquí está, marchitamente eterna,
sucesiva, constante, siempre, siempre cansada.
Es inútil que un viento remoto, con forma vegetal, o una lengua,
lama despacio y largo su volumen, lo afile,
lo pula, lo acaricie, lo exalte.
Cuerpos humanos, rocas cansadas, grises bultos
que a la orilla del mar conciencia siempre
tenéis de que la vida no acaba, no, heredándose.
Cuerpos que mañana repetidos, infinitos, rodáis
como una espuma lenta, desengañada, siempre.
¡Siempre carne del hombre, sin luz! Siempre rodados
desde allá, de un océano sin origen que envía
ondas, ondas, espumas, cuerpos cansados, bordes
de un mar que no se acaba y que siempre jadea en sus orillas.
Todos, multiplicados, repetidos, sucesivos, amontonáis la carne,
la vida, sin esperanza, monótonamente iguales bajo los
cielos hoscos que impasibles se heredan.
Sobre ese mar de cuerpos que aquí vierten sin tregua, que aquí rompen
redondamente y quedan mortales en las playas,
no se ve, no, ese rápido esquife, ágil velero
que con quilla de acero, rasgue, sesgue,
abra sangre de luz y raudo escape
hacia el hondo horizonte, hacia el origen
último de la vida, al confín del océano eterno
que humanos desparrama
sus grises cuerpos.
Hacia la luz, hacia esa escala ascendente de brillos que
de un pecho benigno hacia una boca sube,
hacia unos ojos grandes, totales que contemplan,
hacia unas manos mudas, finitas, que aprisionan,
donde cansados siempre, vitales, aún nacemos.

MATERIA HUMANA

Y tú que en la noche oscura has abierto los ojos y te
has levantado.
Te has asomado a la ventana.
La ciudad en la noche. ¿Qué miras? todos van lejos.
Todos van cerca.
Todos muy juntos en la noche. Y todos y cada uno en su
ventana, única y múltiple.
Si tú mueves esa mano, la ciudad lo registra un
instante y vibra en las aguas.
Y si tú nombras y miras, todos saben que miras, y
esperan y la ciudad recibe la onda pura
de una materia.

Toda la ciudad común se ondea y la ciudad toda
es una materia:
una onda única en la que todos son, por la que todo es,
y en la que todos están; llegan, pulsan, se crean.
Onda de la materia pura en la que inmerso te hallas, que
por ti existe también y que desde lejísimos te ha
alcanzado.
Allí respira en la extensión total -¡ah, humanidad!-
con toda su dimensión profunda casi infinita.
Ah, qué inmenso cuerpo posees.
Toda esa materia que viene del fondo del existir,
que un momento se detiene en ti y sigue tras ti,
propagándote y heredándole y por la que tú
significadamente sucedes.
Todo es tu cuerpo inmenso, como el de aquél, como el
de ese otro, como el de aquella niña, como el de
aquella vieja,
como el de aquel guerrero que no se sabe, allá en el fondo
de las edades, y que está latiendo contigo.
Contigo el emperador y el soldado, el monje y el
anacoreta. Contigo
la cortesana pálida que acaba de ponerse su colerete en la
triste mejilla, ah, cuán gastada.
Allí en la infinitud de los siglos.
Pero aquí sonríe contigo, bracea en la onda de la materia
pura, y late en la virgen.
Como ese gobernante sereno que fríamente condena, allá
en la lejanísima noche, y respira ahora también en la boca
pura de un niño.
Todos confiados en la vibración sola que a todos suma,
o mejor, que a todos compone y salva, y hace y envía, y
allí
se pierde todavía íntegra hacia el futuro.
Oh, todo es presente.
Onda única en extensión que empieza en el tiempo, y
sigue y no tiene edad.
0 la tiene, sí, como el Hombre.

CUERPO DE AMOR

Volcado sobre ti,
volcado sobre tu imagen derramada bajo los altos
álamos inocentes,
tu desnudez se ofrece como un río escapando,
espuma dulce de tu cuerpo crujiente,
frío y fuego de amor que en mis brazos salpica.
Por eso, si acerco mi boca a tu corriente prodigiosa,
si miro tu azul soledad, donde un cielo aún me teme,
veo una nube que arrebata mis besos
y huye y clama mi nombre, y en mis brazos se esfuma.
Por eso, si beso tu pecho solitario,
si al poner mis labios tristísimos sobre tu piel incendiada
siento en la mejilla el labio dulce del poniente apagándose,
oigo una voz que gime, un corazón brillando,
un bulto hermoso que en mi boca palpita,
seno de amor, rotunda morbidez de la tarde.
Sobre tu piel palabras o besos cubren, ciegan,
apagan su rosado resplandor erguidísimo,
y allí mis labios oscuros celan, hacen, dan noche,
avaramente ardientes: ¡pecho hermoso de estrellas!
Tu vientre níveo no teme el frío de esos primeros vientos,
helados, duros como manos ingratas,
que rozan y estremecen esa tibia magnolia,
pálida luz que en la noche fulgura.
Déjame así, sobre tu cuerpo libre,
bajo la luz castísima de la luna intocada,
aposentar los rayos de otra luz que te besa,
boca de amor que crepita en las sombras
y recorre tu virgen revelación de espuma.
Apenas río, apenas labio, apenas seda azul eres tú, margen dulce,
que te entregas riendo, amarilla en la noche,
mientras mi sombra finge el claroscuro de plata
de unas hojas felices que en la brisa cantasen.
Abierta, penetrada de la noche,
el silenciode la tierra eres tú: ¡oh mía, como un mundo en los brazos!
No pronuncies mi nombre: brilla sólo en lo oscuro.
Y ámame, poseída de mí, cuerpo a cuerpo en la dicha,
beso puro que estela deja eterna en los aires.

Publica sus primeros poemas en la “ Revista de Occidente” y en 1927 participa en el homenaje a Góngora desde la páginas de la revista “Verso y Prosa, de Jorge Guillén. También publica su primer libro “Ámbito” y comienza a leer a Freud, implicándose en el surrealismo poético.
El homenaje a don Luis de Góngora
El homenaje a Góngora fue el motivo que atrajo hasta Sevilla a los “poetas de Madrid”, que no desaprovecharon la ocasión, contribuyendo así a la revalorización de la figura y obra del poeta cordobés, relegada por la crítica académica.
…Y a Sevilla llegaron desde Madrid Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti y Federico García Lorca. Eran los componentes, junto a Pedro Salinas y Vicente Aleixandre, que no viajaron a Sevilla, del núcleo de la Generación del 27, del que también formaba parte el sevillano Luis Cernuda, todavía residente en su ciudad natal y que participó en las veladas literarias como un componente más del Auditorio.

Medardo Fraile, Claudio Rodríguez, Carlos Bousoño, José Hierro, Vicente Aleixandre y Concha Lagos, en el jardín de Velintonia.

LA FRONTERA


Si miro tus ojos,
si acerco a tus ojos los míos,
¡oh, cómo leo en ellos retratado todo el pensamiento de mi soledad!
Ah, mi desconocida amante a quien día a día estrecho en los brazos.
Cuán delicadamente beso despacio, despacísimo,
secretamente en tu piel
la delicada frontera que de mí te separa.
Piel preciosa, tibia, presentemente dulce, invisiblemente cerrada
que tiene la contextura suave, el color, la entrega de la fina magnolia.
Su mismo perfume, que parece decir: “Tuya soy, heme entregada al ser que adoro
como una hoja leve, apenas resistente, toda aroma bajo sus labios frescos”.
Pero no. Yo la beso, a tu piel, finísima, sutil, casi irreal bajo el rozar de mi boca,
y te siento del otro lado, inasible, imposible, rehusada,
detrás de tu frontera preciosa, de tu mágica piel inviolable,
separada de mí por tu superficie delicada, por tu severa magnolia
cuerpo encerrado débilmente en perfume
que en lo que de distancia y que, envuelto rigurosamente,
como una diosa de mí te aparta, bajo mis labios mortales.
Déjame entonces con mi beso recorrer la secreta cárcel de mi vivir,
piel pálida y olorosa, carnalidad de flor, ramo o perfume,
suave carnación que delicadamente te niega,
mientras cierro los ojos, en la tarde extinguiéndose,
ebrio de tus aromas remotos, inalcanzables,
dueño de ese pétalo entero que tu esencia me niega.

El POETA CANTA POR TODOS


I
Allí están todos, y tú los estás mirando pasar.
¡Ah, sí, allí, cómo quisieras mezclarte y reconocerte!

El furioso torbellino dentro del corazón te enloquece.
Masa frenética de dolor, salpicada
contra aquellas mudas paredes interiores de carne.
Y entonces en un último esfuerzo te decides. Sí, pasan.
Todos están pasando. Hay niños, mujeres. Hombres serios.
Luto cierto, miradas.
Y una masa sola, un único ser, reconcentradamente desfila.
Y tú, con el corazón apretado, convulso de tu solitario
dolor, en un último esfuerzo te sumes.
Sí, al fin, ¡cómo te encuentras y hallas!
Allí serenamente en la ola te entregas. Quedamente derivas.
Y vas acunadamente empujado, como mecido, ablandado.
Y oyes un rumor denso, como un cántico ensordecido.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva.

II

Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón contraído.
Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho, te hace
agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos se ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

III

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos. Están escuchando una única voz que los canta.
Masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y tú sumido, casi disuelto, como un nudo de su ser te conoces.
Suena la voz que los lleva. Se acuesta corno un camino.
Todas las plantas están pisándola.
Están pisándola hermosamente, están grabándola con su carne.
Y ella se despliega y ofrece, y toda la masa gravemente desfila.
Como una montaña sube. Es la senda de los que marchan.
Y asciende hasta el pico claro. Y el sol se abre sobre las frentes.
Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre.

En 1933 obtiene el Premio Nacional de Literatura por los poemas aún inéditos de “La destrucción o el amor”.

EL VALS

Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agita
mis cuidados como una negligencia,
como un elegante bendecir de buen tono,
ignora el vello de los pubis,
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.
Unas olas de afrecho,
un poco de serrín en los ojos,
o si acaso en las sienes,
o acaso adornando las cabelleras;
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
no puede sorprender a nadie.
Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.
Pero el vals ha llegado.
Es una playa sin ondas,
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o
de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.
Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una languidez que revierte,
un beso sorprendido en el instante que se hacía «cabello de ángel»,
un dulce «sí» de cristal pintado de verde.
Un polvillo de azúcar sobre las frentes
da una blancura cándida a las palabras limadas,
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.
Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.
Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las ventanas en gritos,
las luces en ¡socorro!
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se convertirá en una espina
que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.

CANCIÓN A UNA MUCHACHA MUERTA


Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber por qué ahora eres un agua,
esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan
con espuma.
Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro en mano.
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles pájaros,
esa canción total que por encima de los ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.
Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color de piedra, color de beso o labio,
cantas como si el nácar durmiera o respirara.
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde sólo boga el silencio,
esos dientes que son de marfil resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no verdes…
¡Oh tú, cielo riente que pasas como nube;
oh pájaro feliz que sobre un hombro ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;
césped blando que pisan unos pies adorados!

Años después desde su habitación de enfermo, publica la elegía en prosa a Federico García Lorca y colabora en algunas publicaciones de la España Republicana. Miguel Hernández le dedica, con un notable texto, su libro “Viento del pueblo”, y él a su muerte le escribe su elegía. Le visitan con frecuencia y se llegan hasta su lecho de enfermo acompañándolo en su convalecencia Dámaso Alonso y Federico García Lorca. En los primeros días de la Guerra Civil, víctima de una denuncia, pasa veinticuatro horas en una checa, centro de detención controlado por los partidos políticos y sindicatos, de la que es liberado por su amigo Pablo Neruda, cónsul de Chile a la sazón. Hace una gran amistad con el crítico literario José Luis Cano. Y mantiene un largo epistolario con el pintor Gregorio Prieto.

Aleixandre junto a la tumba del poeta Miguel Hernández.

Vicente Aleixandre escribió esta elegía el 28 de marzo de 1942, en la enfermería de la prisión alicantina, en la que acababa de morir Miguel Hernández, eran las 5.32. Se dice que no pudieron cerrarle los ojos

ELEGÍA EN LA MUERTE DE MIGUEL HERNÁNDEZ

“Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios,
se remontan los hombres…”
“…despedidme del sol y de los trigos…”
Miguel Hernández

I
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.
Tumba estelar que los espacios ruedas
con sólo él, con su cuerpo acabado.
Tierra caliente que con sus solos huesos
vuelas así, desdeñando a los hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez de sentido,
Tierra, a tu giro por los astros amantes.
Solo esa Luna que en la noche aún insiste
contemplará la montaña de vida.
Loca, amorosa, en tu seno le llevas,
Tierra, oh Piedad, que sin mantos le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las luces
sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.
II
No, ni una sola mirada de un hombre
ponga su vidrio sobre el mármol celeste.
No le toquéis. No podríais. El supo,
sólo él supo. Hombre tú, solo tú, padre todo
de dolor. Carne sólo para amor. Vida solo
por amor.
Sí. Que los ríos
apresuren su curso: que el agua
se haga sangre: que la orilla
su verdor acumule: que el empuje
hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,
cuerpo noble de luz que te diste crujiendo
con amor, como tierra, como roca, cual grito
de fusión, como rayo repentino que a un pecho
total único del vivir acertase.
Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos
apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron
ese caño de luz que a los hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa que un día
revelara a los hombres su destino; que habló
como flor, como mar, como pluma, cual astro.
Sí, esconded, esconded la cabeza. Ahora hundidla
entre tierra, una tumba para el negro pensamiento
cavaos,
y morded entre tierra las manos, las uñas, los dedos
con que todos ahogasteis su fragante vivir.
III
Nadie gemirá nunca bastante.
Tu hermoso corazón nacido para amar
murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio..
¡Ah! ¿Quién dijo que el hombre ama?
¿Quién hizo esperar un día amor sobre la tierra?
¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?
¿Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres?
Tierra ligera, ¡vuela!
Vuela tú sola y huye.
Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,
ciegos restos del odio, catarata de cuerpos
crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.
Huye, hermosa, lograda,
por el celeste espacio con tu tesoro a solas.
Su pesantez, al seno de tu vivir sidéreo
da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre
inmortales sostienes para la luz sin hombres.

En 1937 su salud empeora notablemente: pierde diez kilos en pocos meses y pasa los dos últimos años de la guerra en cama con un riguroso tratamiento.
Después de la guerra, a pesar de sus ideas izquierdistas, permanece en España, en su misma casa, reconstruida en octubre de 1940. El padre ha muerto en ese mismo año tras ser purgado por el Frente Popular e investigado exhaustivamente por el bando vencedor. Y Aleixandre, en su exilio interior, se convierte durante los años de posguerra en uno de los maestros de los jóvenes poetas, con los que se cartea abundantemente y a los que recibe sin escatimar tiempo en su domicilio de Madrid, Wellingtonia (o Velingtonia), 3 (ahora y desde el año 1978, renombrada en su honor calle Vicente Aleixandre).

El poeta, quien por estos años no deja de repetir que “poesía es comunicación”, no tenía inconveniente siquiera en enviar poemas inéditos a las revistas escolares que se lo pedían. Escribe entre 1939 y 1943 “Sombra del paraíso”, uno de sus libros más importantes, publicado en Madrid en 1944.

Vicente Aleixandre junto a Claudio Rodríguez y José Hierro.

ENTRE DOS OSCURIDADES, UN RELÁMPAGO

Y no saber adónde vamos, ni de
dónde venimos
Rubén Darío.

Sabemos adónde vamos y de dónde venimos. Entre dos
oscuridades, un relámpago.
Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Pero no nos engañemos, no nos creamos. Con humildad
con tristeza, con aceptación, con ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una
compañía, allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida, el
instante del darse cuenta entre dos infinitas
oscuridades,
miremos este rostro triste que alza hacia nosotros sus
grandes ojos humanos,
y que tiene miedo, y que nos ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde sólo
brilla la luna del estertor.
Como en una tienda de campaña,
que el viento furioso muerde, viento que viene de las
hondas profundidades de un caos,
aquí la pareja humana, tú y yo, amada, sentimos las
arenas largas que nos esperan.
No acaban nunca, ¿verdad? En una larga noche, sin
saberlo, las hemos recorrido;
quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos, con
un invisible rostro cansado desde el origen, las
hemos recorrido.
Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que
nos hemos reconocido
se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si
acompañados.
No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia atrás
de nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada,
un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañía, mi sola seguridad, mi reposo
instantáneo, mi reconocimiento expreso donde yo
me siento y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia -oh,
cómo la siento-,
Y un momento dormir sobre tu pecho, como tú sobre el
mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira y con piadosa
luz nos cierra los ojos.

Junto con “Hijos de la ira”, de su amigo Dámaso Alonso, también de ese año, constituye uno de los libros capitales de la corriente literaria que Alonso vino a bautizar como Poesía desarraigada, paralela al Tremendismo en la prosa, durante la Primera generación de posguerra.
En 1943, se difunde por México el rumor de que ha muerto, por lo que Emilio Prados le hizo la dedicatoria de su libro “Mínima muerte”, de 1944, como fallecido. Un joven poeta, Carlos Bousoño, redacta una famosa tesis doctoral sobre su obra, Aleixandre escribirá el prólogo del poemario de Bousoño, Primavera de la muerte (1946).
Ingresa como miembro de número en la Academia Española de la lengua. El 22 de enero de 1950 lee su discurso de ingreso en la Real Academia Española, que versa sobre el tema “Vida del poeta: el amor y la poesía”. Su amigo Dámaso Alonso leyó el discurso de contestación

 Vicente Aleixandre, en el centro, rodeado de varios académicos en su casa de Velintonia 3 celebrando la concesión del Nobel en 1977. (CIFRA GRÁFICA) DIARIO DE PONTEVEDRA

NO EXISTE EL HOMBRE


Sólo la luna sospecha la verdad.
Y es que el hombre no existe.
La luna tantea por los llanos, atraviesa los ríos,
penetra por los bosques.
Modela las aún tibias montañas.
Encuentra el calor de las ciudades erguidas.
Fragua una sombra, mata una oscura esquina,
inunda de fulgurantes rosas
el misterio de las cuevas donde no huele a nada.
La luna pasa, sabe, canta, avanza y avanza sin descanso.
Un mar no es un lecho donde el cuerpo de un hombre puede tenderse a solas.
Un mar no es un sudario para una muerte lúcida.
La luna sigue, cala, ahonda, raya las profundas arenas.
Mueve fantástica los verdes rumores aplacados.
Un cadáver en pie un instante se mece,
duda, ya avanza, verde queda inmóvil.
La luna miente sus brazos rotos,
su imponente mirada donde unos peces anidan.
Enciende las ciudades hundidas donde todavía se pueden oír
(qué dulces) las campanas vividas;
donde las ondas postreras aún repercuten sobre los pechos neutros,
sobre los pechos blandos que algún pulpo ha adorado.
Pero la luna es pura y seca siempre.
Sale de un mar que es una caja siempre,
que es un bloque con límites que nadie, nadie estrecha,
que no es una piedra sobre un monte irradiando.
Sale y persigue lo que fuera los huesos,
lo que fuera las venas de un hombre,
lo que fuera su sangre soñada, su melodiosa cárcel,
su cintura visible que a la vida divide,
o su cabeza ligera sobre un aire hacia oriente.
Pero el hombre no existe.
Nunca ha existido, nunca.
Pero el hombre no vive, como no vive el día.
Pero la luna inventa sus metales furiosos.

LA OSCURIDAD


No pretendas encontrar una solución. ¡Has mantenido
tanto tiempo abiertos los ojos!
Conocer, penetrar, indagar: una pasión que dura lo que
la vida.
Desde que el niño furioso abre los ojos. Desde que rompe
su primer juguete.
Desde que quiebra la cabeza de aquel muñeco y ve, mira
el inexplicable vapor que no ven los otros ojos
humanos.
Los que le regañan, los que dicen: «¿Ves? ¡Y te lo
acabábamos de regalar! … »
Y el niño no les oye porque está mirando, quizá está
oyendo el inexplicable sonido.
Después cuando muchacho, cuando joven.
El primer desengaño. El primer beso no correspondido.
Y luego de hombre, cuando ve sudores y penas, y tráfago,
y muchedumbre
Y con generoso corazón se siente arrastrado
y es una sola oleada con la multitud, con la de los que
van como él.
Porque todos ellos son uno, uno solo: él; como él es todos.
Una sola criatura viviente, padecida, de la que cada uno,
sin saberlo, es totalmente solidario.
Y luego, separado un instante, pero con la mano tentando
el extremo vivo donde se siente y hasta donde llega
el latir de las otras manos,
escribir aquello indagar esto, o estudiar en larga vigilia,
ahora con las primeras turbias gafas ante los ojos, ante
los cansados y esperanzados y dulces ojos que
siempre preguntan.
Y luego encenderse una luz. Es por la tarde. Ha caído
lentamente el sol y se dora el ocaso.
Y hay unos salpicados cabellos blancos, y la lenta
cabeza suave se inclina sobre una página.
Y la noche ha llegado. Es la noche larga.
Acéptala. Acéptala blandamente. Es la hora del sueño.
Tiéndete lentamente y déjate lentamente dormir.
Oh, sí. Todo está oscuro y no sabes. Pero ¿qué importa?
Nunca has sabido, ni has podido saber.
Pero ya has cerrado blandamente los ojos
y ahora como aquel niño,
como el niño que ya no puede romper el juguete,
está tendido en la oscuridad y sientes la suave mano
quietísima,
la grande y sedosa mano que cierra tus cansados ojos
vividos,
y tú aceptas la oscuridad y compasivamente te rindes.

En 1963, año en que recibió el Premio de la crítica, encabezó la firma de una carta al ministro franquista Manuel Fraga Iribarne solicitando una investigación sobre las agresiones y torturas a mineros asturianos y a sus esposas durante la Huelga de 1962. La misiva estuvo firmada por 120 intelectuales españoles. El ministro Fraga Iribarne publicó en respuesta una “carta abierta” a uno de los firmantes (el poeta José Bergamín), negando los hechos.
Los poetas de la posguerra, atraídos por su figura, frecuentaron su casa: Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, Carlos Bousoño, José Luis Cano, José Hierro, Francisco Nieva, el grupo Cántico (sobre todo Ricardo Molina) y los Novísimos, en especial Luis Antonio de Villena y Vicente Molina Foix.
Desde 1973 venía siendo uno de los candidatos más destacados por la Academia Sueca para recibir el premio Nobel. El 6 de octubre de 1977 la Academia Sueca le concede el Premio Nobel de Literatura “por una obra de creación poética innovadora que ilustra la condición del hombre en el cosmos y en nuestra sociedad actual, a la par que representa la gran renovación, en la época de entreguerras, de las tradiciones de la poesía española”.
Hospitalizado de urgencia el 10 de diciembre de 1984, en la Clínica Santa Elena, con hemorragia intestinal, muere en la noche del 13 de diciembre. Es enterrado en el panteón familiar del Cementerio de la Almudena de Madrid el sábado 15 de diciembre de 1984.
Vicente Aleixandre definió la figura del poeta como “una conciencia puesta en pie, hasta el fin”.
En la revista Las 2001 Noches número 18 en septiembre del año 1998 se realiza un homenaje al poeta que le invitamos a leer en www.las2001noches.com

CRUZ GONZÁLEZ

Cruz González firmando ejemplares de sus libros en la caseta de Grupo Cero en la feria del libro de Madrid.


Cruz González nace en Madrid en 1959. Se forma en la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero. Responsable de la Página de Poesía de la Escuela de Poesía Grupo Cero desde 2001.
Secretaria de Dirección de la revista Las 2001 noches
Encargada de preparar la publicación virtual Indio Gris
Co-directora de la revista del Corredor del Henares Salud es Poesía-Poesía es Salud.
Canta poemas de Miguel Oscar Menassa
Ha participado como actriz de la Productora cinematográfica Grupo Cero desde sus inicios en cortometrajes y en los largometrajes ¿Infidelidad?,Mi única familia, En defensa propia y El medicamento bajo la dirección de Miguel Oscar Menassa. En la película La invitación del presidente de dicho director trabajo en la dirección de actores.
Participa a los programas de Televisión Grupo Cero RT Poetas despiertos en acción y Poesía más poesía.
Ha publicado Letras de fuego – 1998 / A golpe de lluvia -2002 en colaboración /Cortina de humo – 2003 Tercer premio (ex aequo) de poesía de la Asociación Pablo Menassa de Lucia en su 4ª convocatoria. Mansedumbre de la piel – 2015.

A TI «TORO SENTADO»


«…Ninguno de nosotros lloró,
porque llorar,
no conocía el corazón del indio…»
Miguel Oscar Menasssa
Salí muy de mañana, el rostro fijo en la montaña
las manos dibujaban un mundo enloquecido
pequeñas palabras sobre los árboles.
La piel era de tierra, los pasos de gigante
nadie quedó, nadie gritaba el dolor de aquel pueblo.
El ritmo frenético del tambor,
ahogaba la muerte hasta casi nombrarla.
Llovía aquella tarde sobre el indio, sobre la arena del desierto
sobre los campos arrasados por el blanco americano.
Dijeron que lloraba por los muertos de la guerra
dijeron que su cuerpo temblaba por el miedo
dijeron tantas cosas de aquel indio, tantas cosas le hicieron
La herida de un pueblo maltratado, palabras que morían entre labios
dejaron sobre la montaña un nombre dibujado.
Moriré, lo sé, tras aquel valle enterraréis mis huesos
mas la sangre derramada en estas letras recorrerá los siglos
el tiempo de los hombres, voz de papel, como un cuchillo.

(De Letras de fuego)

LETRAS


Entre unas manos que dibujan una ciudad naciendo
Y unas manos que dan vida a cierta clase de dolor
Mi voz se va formando al ritmo de tus letras.

El poeta disiente de un orden que no le pertenece,
Pasea por la ciudad como cualquier ciudadano
Pasea por la ciudad y, sin embargo, el poeta disiente.

Los jóvenes saludan internet y dejan que el dolor
Dibuje en sus rostros un aire de indiferencia.
También entre los jóvenes existe la guerra.

No son bombas cayendo sobre casas
Llenas de muebles y espejos, son libros
Desapareciendo de las manos de los niños,
De las manos de los jóvenes, desapareciendo
De las manos de aquellos que aprendieron
La dura tarea de la supervivencia.

Estas letras son mil letras desaparecidas
Letras rotas en gargantas sin escrúpulos,
Letras que se duelen de querer ser letra.

(De Cortina de humo)

UNA MUJER


Pluma de gavilán errante
o herido pájaro en la noche.

Elementos aislados de la historia
o el alma que yace sobre la tierra muerta.

No veo más allá de las sombras,
ni siquiera escucho mi corazón
recitando antiguas maldiciones.

Soy esa mujer que no se nombra
sino entre las letras
una palabra y sus silencios,
certera puntuación en la mirada.

(De Cortina de fuego)
Cruz junto al poeta Miguel Oscar Menassa.

UNA VIDA POSIBLE


Acordamos
un tiempo para el amor
y un tiempo para la guerra.

La guerra es el futuro,
palabras que transforman
el tiempo del amor.

Yo había aprendido:
de tus manos, la palabra.
de tu piel, los imprecisos
pliegues del destino.

Caminaba a tu lado
como si mi vida fuese
caminar a tu lado.

Escribir mil historias,
y nombré
cada letra escrita.

Grabadas
quedaron, en mi piel,
tus palabras.

(De La ciudad desnuda)

TIEMPOS POR VENIR

Caminan por la arena
tronchada por los años
sombras de árboles
que nos vieron nacer.

Campo a través
el océano se pierde
en países extranjeros.

Sentada en el verano
escribo mi nombre
entre otros nombres.

Bordo
con manos artesanas,
tiempos por venir.

(De La Ciudad desnuda)

¿QUÉ HACER?

¿Qué hacer con esos cuerpos y esas manos
que encandiladas por el amor, se desperezan?

Quizá esté la guerra con sus soldados
a punto de atravesar fronteras.
Tal vez la muerte asome al asfalto
de un día cualquiera, sin mañana.

El futuro se abre ante nosotros
y un tiempo se desliza
entre tanta batalla,
construyendo nuevas palabras.

Libertad encadenada
que, rozando la piel,
dibuja su contorno.

Hambre desesperada
dolor hecho palabras
historia donde el hombre
es esa letra que canta,
desesperada, un amor.

(De La ciudad desnuda)

EL VENDEDOR DE FRUTAS Y PÁJAROS


Verso de Germán Pardo García

Parece Prévert con sus juegos de letras
y la alegría de tanto movimiento.

No viene de Francia sino de Colombia.
viaja con su cesto de flores,
frutas de estación y pájaros
de países exóticos.

Le acompaña un cuadro de Gauguin
y un poema de González Tuñon
que habla de la isla de Papeete,
ésa donde el pintor escribió sus libros.

Desea por sobre todas las cosas
de este mundo y del otro,
que no sabe si existe
pero igual desea por sobre todo,
viajar.

No le importa el sol sobre su rostro
cuando sonríe a las muchachas que pasan
moviendo sus caderas al ritmo de su cantinela,
o cuando llega al mercado y los chiquillos
jalean su entrada con gritos de bienvenida
y carreras de acá para allá.

No está mucho tiempo en cada ciudad.
conversa con cada habitante
hasta que uno u otro le compra
algunas flores para el balcón
-que bien pudiera ser el del poema-
le dice a quien acaba pagando un poco más
para llevar una o dos flores y un pájaro.

Lee cada noche y al atardecer,
sentado sobre alguna piedra del camino,
saca de su bolsillo izquierdo una quena
y la hace sonar.

Antes de dormir escribe algún poema,
no vaya a ser que los tiempos cambien
y alguien que él no conoce, lo encuentre
y le pida que lo lea.

Cada noche, después de escribir, lee en voz alta,
tan alta que hasta podrían escuchar las estrellas.
Y mira las flores y los pájaros y escucha
una gran ovación que alegra su corazón
y duerme hasta la mañana.

(De Mansedumbre de la piel)
Cantando canciones de Miguel Oscar Menassa.

ALÉJATE DE MÍ, POESÍA, QUIERO VIVIR

Cada vez, se vuelve del revés y grita no poder más,
llora el llanto de los incondicionales del cielo
y cae sobre la noche con su cuerpo de nada y de olvido.

Vuelve sumisa,
sonríe como si la noche no hubiese acontecido y barre,
una y otra vez, virutas de tiempo que llegan,
implacables, sobre su piel.

Quiero vivir, poesía, aléjate de mí.
y ella sonríe y espera tranquila
el próximo encuentro.

Planto un árbol y luego otro
construyo una casa y luego una ciudad,
fabrico coches que parecen cohetes espaciales
por la intensidad con la que realizan cada maniobra;
me diluyo en lluvia ácida y desaparezco.

Cuando abro los ojos, ella nace como si nada
hubiese acontecido y pone una lavadora
o tiende la ropa que quedó mojada sobre el sillón.

Me siento en una silla con un parche azul
en una de sus patas y me acuerdo de un poema
o de un cuadro y mis manos se deslizan
sobre el teclado negro y dirigen la orquesta
que ya se puso en marcha y no puede para.

Dejo que la alegría
tienda sobre mi piel
restos de tiempo;
me olvido del mundo
y escribo un mundo que nace
cuando llego al final.

 

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