A MIGUEL HERNÁNDEZ
(OCTAVAS ITALIANAS)
Cegado por tu verbo rutilante
me desperezo a diario, compañero,
hermano de la criba y del acero,
del viento en tu majada secular.
Herido por el rayo que no cesa,
paciendo por tus libros me acompaño
sobre toda estación de cada año,
leyendo con pasión crepuscular.
Junto al viento del pueblo, con honores,
un pan se despedaza ante mis ojos;
circundado de espinas y de abrojos
desmesurado crezco en corazón.
Y me saben dulcísimas las horas
si en sangre con sudor vienen bañadas;
las penas, por el silbo vulneradas,
al estío me saben, en sazón.
Mi mano con la tuya matrimonio
compartiendo contigo mis ausencias,
que a tu lado parecen menudencias,
de un cancionero a medio concebir.
Y voy contigo al fin, perito en lunas,
de noche por las sombras perseguido;
de un vientre en claroscuro requerido
y un alma incandescente, por bruñir.
Deogracias González de la Aleja