EL “EXILIO” DEL LEGADO (de Miguel Hernández) . Por  Rafael Moñino Pérez
 

EL “EXILIO” DEL LEGADO. Por  Rafael Moñino Pérez
COX 09-04-2015
            Querido Director de La Crónica Independiente:
            Hace pocos días, concretamente el lunes 30 de Marzo, 
lamentabas el exilio de la obra hernandiana desde la Comunidad 
Valenciana hacia Quesada (Jaén), ciudad natal de su mujer, Josefina 
Manresa. La casualidad hizo que Josefina naciera allí, como ocurre con 
tantos hijos de guardias civiles y otros funcionarios de ámbito estatal 
sujetos a traslados de residencia, sea voluntaria o forzosa. Sus 
hermanos, por dicha circunstancia, tampoco nacieron en Cox, el pueblo de
 sus padres.
            Para tu consuelo, si te sirve de algo, tengo más motivos
 de lamento que tú, aunque sea por proximidad, pues de más cerca me 
toca. A grandes rasgos te cuento que, por haber nacido y vivido en Cox, 
conocí a Josefina y sus hermanos, allí residentes. Soy  un par de años 
mayor de lo que sería, si hoy viviera, su segundo hijo, Miguel Hernández
 Manresa, muerto en 1984. Por vivir entonces en el mismo barrio, de 
niños compartimos muchas veces los juegos callejeros de entonces, hasta 
que Josefina se trasladó a Elche en 1950. Nos volvimos a ver su hijo y 
yo solo una vez en Cox, creo que a finales de la década de los sesenta 
del pasado siglo, cuando vino con su madre a mi casa a visitar a la mía,
 pues de jóvenes, recién casados ella y Miguel, fueron grandes amigas 
además de vecinas casa con casa en lo que hoy es la calle de San 
Francisco, calle a la que los cojenses hemos llamado siempre El Gurugú 
por alusión a dicho monte marroquí durante la guerra con Marruecos. Otra
 casualidad, en este caso intrascendente, es que Miguel y mi padre eran 
oriolanos además de vecinos.

Nota manuscrita de Josefina Manresa
 
            Josefina, pese a residir en Elche, también quiso tener 
casa en Cox, y hacia los años setenta se construyo una casita de una 
sola planta en la calle, entonces naciente, del Pilar, con un pequeño 
huerto-jardín y una verja frente a la puerta, donde además de flores 
crecía también un melocotonero. Mi padre, agricultor, se encargaba de 
combatir los frecuentes ataques de pulgones y otras plagas a las que 
este árbol es tan sensible. En ese huertecillo hice a ambas amigas las 
fotos que te envío (Josefina ya muestra en ellas su pelo blanco; mi 
madre, pese a ser unos años mayor, se lo teñía). Tiempo después vendió 
la casa a un carpintero local, que la sigue usando como vivienda.
            Cuando en 1980 publicó su libro “Recuerdos de la viuda 
de Miguel Hernández” le dio a su amiga Bienvenida, mi madre, un ejemplar
 dedicado a mi, acompañado de una nota manuscrita indicando que no lo 
enseñara a nadie del pueblo. Estaba plenamente justificada la 
advertencia entonces, pues Josefina relata con cierta crudeza en algunas
 de sus páginas hechos, lugares, nombres y apodos cuya proximidad en el 
tiempo era tan notoria que con solo nombrar el hecho se identificaba a 
los autores, y puedo asegurarte que decía fielmente la verdad sin 
exagerar lo más mínimo, por lo que, prudentemente y para molestar lo 
menos posible, prefirió dejar pasar un tiempo prudencial hasta que el 
libro se divulgara en Cox.

Carta de Josefina Manresa tras la muerte de su hijo
 
            Volviendo al tema principal, como sabes, el legado de su
 marido estuvo en Elche bastantes años. Como muchos, siempre pensé que 
la permanencia sería definitiva, dada la importancia de esta ciudad. 
Pero ya ves: Ni Elche, ni por supuesto Orihuela, cuna del poeta, han 
hecho lo que debían a la hora de la verdad. Pero mirando más arriba, ni 
Alicante, ni tampoco Valencia, capital en cuyo territorio comunitario se
 halla Orihuela, han puesto los medios para evitar que el importantísimo
 legado del universal poeta saliera de sus fronteras, así que cuando en 
uno de los subtítulos de tu artículo te quejas de que “Las administraciones valencianas han permitido el “exilio del legado del poeta”
 solo me estás recordando la histórica y bíblica cita de que, 
desgraciadamente -y entre españoles aún más- nadie es profeta en su 
tierra.
            Así que, querido Eduardo, añade mis lamentos a los 
tuyos. Y desde aquí, enviemos plácemes y felicidades a Quesada y resto 
de jiennenses, y por extensión a toda Andalucía. Nosotros, mientras, 
contemplaremos, lamiendo nuestras heridas, “mis abarcas vacías/ mis abarcas desiertas”, como dijera Miguel en sus versos.