El bar Chicote de Madrid, ejemplo del "cinismo franquista"
El
bar madrileño Chicote, que reunía a las celebridades durante la
posguerra, fue un ejemplo "del cinismo del régimen franquista y de
quienes lo sustentaban", según ha dicho a Efe el catedrático de
Literatura de la Universitat de València Juan Antonio Ríos Carratalá,
autor de "Nos vemos en Chicote" (Renacimiento).
Publicado con el subtítulo de "Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista", este ensayo histórico recorre la trayectoria de personajes como el juez Manuel Martínez Gargallo, quien, ha explicado Ríos Carratalá, fue "uno de los represores de la libertad de prensa".
La trayectoria de este juez, que se inició como escritor en el humorismo de los años veinte "hasta terminar instruyendo el caso de Miguel Hernández y los de varios de sus compañeros de las revistas humorísticas", no le impidió "acudir a las tertulias literarias de la posguerra y, en momentos de más ánimo, coincidir con sus antiguas amistades en locales como Chicote".
En ese establecimiento, durante los primeros años de posguerra "'lo prohibido' estaba permitido para una élite a cambio de su silencio y fidelidad", según el autor, para quien "aún está por contar la historia completa de la corrupción moral que supuso la posguerra, en especial para un grupo de señoritos capaces de simultanear la fidelidad a la dictadura con las más variadas licencias en el orden moral o ético".
Ríos Carratalá, catedrático de la Universidad de Valencia y autor de varios ensayos sobre cine, literatura y periodismo en tiempos de la República, ha ironizado sobre la habilidad de aquellos personajes para "pasar a la posterioridad como representantes de un espíritu 'liberal'".
El autor ha asegurado que durante el primer franquismo hubo en España lugares de ambiente similar al madrileño Chicote porque "la dictadura sabía administrar las excepciones cuando los beneficiarios manifestaban su fidelidad al régimen", además de que "el franquismo nunca se enfrentó a la prostitución de lujo, al igual que tantos otros regímenes, y conocía las debilidades de sus fieles".
Las autoridades, en estos casos, "no sólo fueron permisivas, sino colaboradoras porque, por debajo de la retórica propagandística, subyacían unos comportamientos en los círculos del poder donde la prostitución, el alcohol y las drogas estaban presentes sin problemas a condición de que los protagonistas de estas excepciones fueran 'personas de orden'".
Ríos Carratalá traza en su ensayo la trayectoria de varios de estos personajes, "especialmente los relacionados con la represión que sufrieron los periodistas, los escritores y los dibujantes".
"Ignoro si los depuradores tuvieron esas adicciones, pero nunca fueron inmunes a la del poder, la estabilidad profesional y los ascensos, que consiguieron tras ejemplificar 'la banalidad del mal'", ha añadido citando a Hannah Arendt.
De uno de los episodios más extensamente tratados en el libro, el Juzgado Especial de Prensa (1939-1941), el autor ha señalado que estuvo "situado en la plaza de Callao, en el mismo local que habían utilizado las asociaciones de periodistas durante el período republicano".
Esa ubicación "responde al objetivo de facilitar la colaboración de estas asociaciones con quienes procedieron a la represión y la depuración de los periodistas; el cinismo de los delatores estuvo muy presente y, al cabo de las décadas, permanece el silencio sobre uno de los episodios más lamentables de la profesión periodística".
Sobre la dureza con la que fueron juzgados quienes alentaron al bando republicano desde las páginas de los periódicos, Ríos Carratalá ha analizado el caso de varios caricaturistas, "con años de cárcel para varios de ellos o la muerte, como fue el caso de Bluff -firma artística de Carlos Gómez-, quien "estando en prisión fue llevado ante un pelotón por, entre otros motivos, la aparición de una tira cómica en la revista 'Redención' en la que el caricaturista expresaba su deseo de rebajar su condena".
Por Alfredo Valenzuela.
Publicado con el subtítulo de "Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista", este ensayo histórico recorre la trayectoria de personajes como el juez Manuel Martínez Gargallo, quien, ha explicado Ríos Carratalá, fue "uno de los represores de la libertad de prensa".
La trayectoria de este juez, que se inició como escritor en el humorismo de los años veinte "hasta terminar instruyendo el caso de Miguel Hernández y los de varios de sus compañeros de las revistas humorísticas", no le impidió "acudir a las tertulias literarias de la posguerra y, en momentos de más ánimo, coincidir con sus antiguas amistades en locales como Chicote".
En ese establecimiento, durante los primeros años de posguerra "'lo prohibido' estaba permitido para una élite a cambio de su silencio y fidelidad", según el autor, para quien "aún está por contar la historia completa de la corrupción moral que supuso la posguerra, en especial para un grupo de señoritos capaces de simultanear la fidelidad a la dictadura con las más variadas licencias en el orden moral o ético".
Ríos Carratalá, catedrático de la Universidad de Valencia y autor de varios ensayos sobre cine, literatura y periodismo en tiempos de la República, ha ironizado sobre la habilidad de aquellos personajes para "pasar a la posterioridad como representantes de un espíritu 'liberal'".
El autor ha asegurado que durante el primer franquismo hubo en España lugares de ambiente similar al madrileño Chicote porque "la dictadura sabía administrar las excepciones cuando los beneficiarios manifestaban su fidelidad al régimen", además de que "el franquismo nunca se enfrentó a la prostitución de lujo, al igual que tantos otros regímenes, y conocía las debilidades de sus fieles".
Las autoridades, en estos casos, "no sólo fueron permisivas, sino colaboradoras porque, por debajo de la retórica propagandística, subyacían unos comportamientos en los círculos del poder donde la prostitución, el alcohol y las drogas estaban presentes sin problemas a condición de que los protagonistas de estas excepciones fueran 'personas de orden'".
Ríos Carratalá traza en su ensayo la trayectoria de varios de estos personajes, "especialmente los relacionados con la represión que sufrieron los periodistas, los escritores y los dibujantes".
"Ignoro si los depuradores tuvieron esas adicciones, pero nunca fueron inmunes a la del poder, la estabilidad profesional y los ascensos, que consiguieron tras ejemplificar 'la banalidad del mal'", ha añadido citando a Hannah Arendt.
De uno de los episodios más extensamente tratados en el libro, el Juzgado Especial de Prensa (1939-1941), el autor ha señalado que estuvo "situado en la plaza de Callao, en el mismo local que habían utilizado las asociaciones de periodistas durante el período republicano".
Esa ubicación "responde al objetivo de facilitar la colaboración de estas asociaciones con quienes procedieron a la represión y la depuración de los periodistas; el cinismo de los delatores estuvo muy presente y, al cabo de las décadas, permanece el silencio sobre uno de los episodios más lamentables de la profesión periodística".
Sobre la dureza con la que fueron juzgados quienes alentaron al bando republicano desde las páginas de los periódicos, Ríos Carratalá ha analizado el caso de varios caricaturistas, "con años de cárcel para varios de ellos o la muerte, como fue el caso de Bluff -firma artística de Carlos Gómez-, quien "estando en prisión fue llevado ante un pelotón por, entre otros motivos, la aparición de una tira cómica en la revista 'Redención' en la que el caricaturista expresaba su deseo de rebajar su condena".
Por Alfredo Valenzuela.