Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

martes, 2 de noviembre de 2021

Un dibujante de la palabra . Antonio Buero Vallejo

 


Un dibujante de la palabra

Buero dejó constancia de su afición a la pintura en sus retratos y en el carácter visual de sus obras de teatro, para las que hizo verdaderos bocetos

IÑAKI EZKERRA

La faceta de dibujante del dramaturgo Antonio Buero Vallejo ha sido muy poco difundida y, si ha tenido noticia el lector medio español de ella ha sido gracias al célebre retrato que le hizo a Miguel Hernández en enero de 1940, cuando coincidieron ambos en la prisión de Toreno. En ese emblemático dibujo a lápiz ya está presente su estética dolorida, su rayado humanizador, su profundización óptica y ética en las huellas físicas que ha dejado en un rostro el sufrimiento de la guerra y de la cárcel; esa dramática angulosidad de las facciones que quizá limó el compañero de fatigas Buero porque al fin y al cabo se trataba de un recuerdo que el poeta de Orihuela quería enviar a su pequeño hijo para que no se olvidara de cómo era su padre. Sin embargo, ese retrato es solo una muestra del talento pictórico de nuestro hombre, que merecía mucha más atención porque no solo fue un buen dibujante sino eso que se le pide a un artista para ser considerado tal: que sea capaz de verter en el trazo sobre el papel su personalidad, un mundo propio y una interpretación particular de la realidad, de la existencia o del hecho estético. La exposición que se inauguró el pasado 9 de septiembre en la Biblioteca Nacional con motivo del centenario del escritor, y que permanecerá abierta hasta el 6 de noviembre, le hace cierta justicia porque se detiene en ese aspecto de su creatividad que fue fundamental hasta en su manera de concebir el arte dramático, al que se acabaría dedicando el resto de su vida.

Buero Vallejo no solo escribía teatro sino que lo dibujaba, lo visualizaba al escribirlo; representaba las escenas, la distribución de los muebles y de los personajes en una infinidad de bocetos. El carácter visual de sus obras llega al punto de que forma parte del propio argumento, genera este y lo modela en muchos casos. En 'Historia de una escalera', los descansillos, las ventanas, las barandas, los escalones, la luz y la sombra que se derraman sobre esos interiores de una casa de vecinos no es que sean parte de la trama sino que 'son' la trama. En 'El concierto de San Ovidio' es fundamental la escena del apagón en la que el empresario sin escrúpulos, que se aprovechaba de los ciegos de un hospicio, queda de pronto indefenso ante uno de ellos que se mueve como pez en el agua en medio de la oscuridad y que lo persigue hasta matarlo a garrotazos. El mismo tema de la obra es la ausencia de visión de la que participa, comprometido, el espectador cuando desaparece la luz del escenario. En 'La Fundación', el espacio en que se mueven sus cinco protagonistas muda de un modo tan plástico como simbólico. La grata estancia con excelentes vistas del centro de investigación, en el que supuestamente trabajan, es una ilusión de uno de ellos, que de pronto se revela como una sórdida celda en la que esperan su ejecución. Y la alusión a la pintura se hace aún más explícita en el Goya o El Greco presentes, respectivamente, en 'El sueño de la razón' y 'Misión al pueblo desierto' o en el Velázquez de 'Las meninas' y del 'Diálogo secreto', que es literalmente un homenaje al conocido cuadro de 'Las hilanderas'.

La exposición de la Biblioteca Nacional lleva el título 'Del dibujo a la palabra', pero podría haberse titulado también 'De la palabra al dibujo' porque la obra de Buero Vallejo es un dilatado diálogo entre las dos artes y ambas forman en su legado un todo complejo y compacto. Buero Vallejo fue en realidad un dibujante de la palabra. La descripción que nos brindó de él su amigo Francisco García Pavón alude especialmente a lo gráfico de su escritura: «Aferrado a su pluma lentísima, a su letra ratonera, a sus obras difíciles y espaciadas...» Y alude también a sus manos: «Su tabaco de siempre, sus trajes aburridísimos, su gesto de doloroso sentir, su apurar razones moviendo las manos como si amasase el ámbito...» ¡Amasar el ámbito! ¿Qué mejor definición para las manos de un artista?

Un dibujante trágico

Donde se revela Buero Vallejo como un consumado dibujante y un inspirado ilustrador es en plena Guerra Civil, en los dibujos que realizó entre 1937 y 1938 para dos publicaciones militares: 'La Voz de la sanidad de la XV División' y 'La Voz de la Sanidad del ejército de Levante'. Es en esas dos revistas en las que vierte todo lo que había aprendido durante los años inmediatamente anteriores en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en la que había ingresado en 1934, cuando contaba 18 años. En esos pliegos impresos está un Buero anterior al retrato de Hernández que sirve con entusiasmo juvenil a la causa republicana. Se conservan 55 dibujos de su colaboración en los panfletos bélicos, entre los que hay gráficos, croquis, planos esquemáticos sobre movimientos de tropas, viñetas de divulgación sanitaria, lo que podemos llamar una obra menor pero de gran significado testimonial. Entre esos trabajos se echa de menos las falsificaciones de documentos oficiales, que, al parecer y según palabras de su viuda, «se le daban muy bien».

Pero todo ese material no eclipsa al artista que irrumpe en una aguada como la de 'El Jardín de los Molinos' y que juega con el tópico de la melancolía romántica, pero muestra a la vez una radical desolación en la fuente solitaria y machadiana que le sirve de motivo central así como un inquietante enrarecimiento en las hojas que penden sobre ella y que nos remiten al modernismo menos complaciente. En otros trabajos de esa época ya comparece un Buero directamente sombrío, existencialista e incluso expresionista, como el de las ilustraciones que acompañan a unos poemas del escritor judío húngaro Ludwig Detsinyi o a un romance de resonancias lorquianas firmado por Miguel Alonso Calvo, que es como se llamaba y apellidaba el poeta que luego firmaría como Ramón Garciasol, gran amigo de Buero desde su infancia en Guadalajara y al que aludiría emotivamente en la célebre entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano en 1976. El hecho de que Calvo usara un seudónimo después de la guerra responde a la necesidad que tuvo de ocultar su pasado republicano para evitar la tardías represalias de la paz.

Sí. En muchos de los dibujos que hizo Buero Vallejo en aquella época de la contienda a lápiz, a pluma o a carboncillo se advierte una línea corta y segura, casi puntillista, y un desasosiego vanguardista en el que la crítica ha visto un precursor del cómic 'underground', del que el norteamericano Robert Crumb sería el máximo exponente. Pero Buero tiene referencias más lejanas y cercanas, bien en la fantasmagoría gótica y decimonónica de Gustavo Doré, de quien, por cierto, hizo un retrato; bien en la tenebrosidad expresionista de los carteles cinematográficos que se diseñaban ya en la década de los veinte. El mismo retrato en contrapicado que hizo de un Santiago Ramón y Cajal ataviado de negro desde el cuello a los zapatos guarda un desasosegante parentesco estético con la cartelería del 'Nosferatu' de Friedrich Wilhelm Murnau o de 'El gabinete del doctor Caligari' de Robert Wiene, que a su vez son trasuntos del célebre 'Grito' de Edvard Munch. ¿Quería Buero Vallejo, con esa imagen fantasmagórica del Nobel de Medicina español sugerir el grito dramático del humanismo derrotado por la guerra?

Pero, más lejos de ese carácter vanguardista y pionero, hay en todos los trabajos de Buero y de manera muy especial en los retratos que haría durante la guerra o los años inmediatamente posteriores de paso por diferentes cárceles de España, una «voluntad camusiana de rehumanización del hombre en medio de un tiempo de barbarie». Buero Vallejo es un dibujante trágico. Y es un pariente ético de Albert Camus. Lo sería más tarde y quizá de una manera consciente en su teatro, pero lo fue asimismo durante aquellos años en los que Camus no era ni conocido. Y lo fue por coincidencia, por compartir ambos una visión hondamente dolorida del ser humano que busca su dignificación en una mirada, en un gesto, en un acto de generosidad con los otros.

De los retratos que Buero Vallejo hizo de sus compañeros de contienda y después de prisión, lo que tienen todos en común es la inmensa dignidad que destilan. Es el caso del que le hizo al médico húngaro Óscar Goryan, a cuyas órdenes trabajó como sanitario en el frente del Jarama. Y es también el caso del que le hizo al comandante del ejército republicano Narciso Julián, compañero suyo en El Dueso; el que realizó del cabo ametrallador de aviación Rafael Navarro, a su paso por la cárcel madrileña de Yeserías; el archiconocido de un Miguel Hernández condenado a muerte...

Ensayista y poeta

Hay otras dos facetas de Buero Vallejo -la de sus ensayos y la de su poesía- que quedaron eclipsadas por su prestigio como autor dramático hasta el punto de que hoy no es fácil acceder a ellas porque las publicaciones en las que se fueron vertiendo en su día han quedado agotadas, descatalogadas y pendientes de una reedición. Es el caso de 'Tentativas poéticas', una amplia colección de versos publicada en 1991 por la editorial malagueña Canente; el de 'Marginalia', volumen misceláneo que contiene algunas de sus composiciones y que fue editado por el Club Internacional del Libro en 1984, o el de la edición crítica de su 'Obra completa', realizada por Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco para Espasa Calpe en 1994. En la faceta poética es destacable su buen pulso para el endecasílabo conciso y preciso conceptual y metafóricamente, como lo demuestra el soneto que le dedica a Rafael Alberti en 1972 cuando aún se halla en el exilio y él lo echa de menos en un viaje que hace a su Cádiz natal: «la Capital dormida que te sueña/ esperando que el alba la despierte».

Pese a dedicar numerosos poemas a sus amigos de la generación del 27 (a Alberti, a Aleixandre, a García Lorca, a Gerardo Diego, a Dámaso Alonso, a Jorge Guillén...), Buero Vallejo sería un poeta que se inscribe en la generación del 36 (la de su amigo Garciasol y la del propio Hernández), en la que ya la vanguardia queda tamizada por un regreso sabiamente contenido e inevitablemente pendular a la tradición. El soneto dedicado a Guillén sintoniza perfectamente con la austeridad formal y anímica de los 'Sonetos a la piedra' de Dionisio Ridruejo: «Afiladas aristas de alegría/ surcaban el metal centelleante,/ los suaves poliedros, la incesante/ congelación donde tu luz ardía.»

La faceta de ensayista se inicia en Buero con un «estudio crítico biográfico» de Gustavo Doré que publicó en 1949 por encargo. A ese texto se añaden las reflexiones de 'Tres maestros ante el público: Valle-Inclán, Velázquez, Lorca', que publicó Alianza Editorial en 1973 y que dan fe de sus lúcidas obsesiones.

No es extraño que en su discurso de entrada en la Real Academia, pronunciado en 1972, el tema fuera 'García Lorca ante el esperpento', un título que remite al mismo círculo de preocupaciones nacionales, intereses intelectuales y autores referenciales.

¿Quién tiene el famoso retrato de Miguel Hernández que Buero Vallejo le hizo en la cárcel?

El autor teatral se lo regaló al poeta, éste a su mujer, Josefina Manresa, y ella se lo dejó a Juan Guerrero Zamora… que no lo devolvió.

El autor teatral se lo regaló al poeta, éste a su mujer, Josefina Manresa, y ella se lo dejó a Juan Guerrero Zamora… que no lo devolvió. 

Al hilo del 75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández saco a la luz un asunto que me parece no ha sido objeto de atención de ningún investigador: el de la existencia de un conocidísimo dibujo del poeta que le hizo en la cárcel quien fue pintor en su juventud y después extraordinario dramaturgo, Antonio Buero Vallejo. Considero de interés general que se pudiera conocer el actual paradero de tal retrato por la sencilla razón de que ha sido miles de veces reproducido, tanto en prensa, medios audiovisuales y por supuesto libros de texto. ¿Qué escolares, me pregunto, no recordarán ahora esa ilustración junto al texto correspondiente sobre el autor de "Perito en lunas"?

Conocí a Buero Vallejo de encuentros en estrenos teatrales madrileños -no se perdía uno- y de un par de entrevistas que le hice en su domicilio de la antigua calle de Hermanos Miralles, en los aledaños de Goya. Piso antiguo, sombrío, que de alguna manera reflejaba las costumbres del escritor y académico de la Lengua. Advertí, no más entrar en una salita de estar, un cuadro en las paredes que en décimas de segundos identifiqué sin duda con el famoso retrato de Miguel Hernández. Creí que era el original y su autor me sacó del error: "No, es una copia, de las muchas que hay por todas partes. El original lo debe tener Juan Guerrero Zamora". Me quedé con ese dato aunque lamento no haber seguido la pista. Ni Buero ni nadie, que se sepa, denunció a ese posible nuevo dueño del dibujo: un reconocido realizador de programas dramáticos de Televisión Española, que estuvo casado primero con la gran actriz del cine de los 40 Maruchi Fresno, y después, ya en época de la Transición, con otra excelente actriz, Nuria Torray. Nacido en Melilla, autor de varios libros de versos y también por cierto de una biografía: "Proceso a Miguel Hernández". Me hice con un ejemplar, publicado en 1990 por Editorial Dossat. Cita allí varias veces a Buero y, en concreto, página 154, alude a que "… el 25 de enero le había dibujado en dos tardes el famoso retrato". El año era 1940, dos antes de la muerte del poeta. Pero ¿cómo, de qué manera llegó luego a manos de Juan Guerrero Zamora, según me había dicho Buero, sin darme más detalles?

La respuesta la tuve cuando encontré otro libro, aparecido diez años antes que el de Guerrero: "Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández", ediciones De la Torre. En la página 132, donde Josefina Manresa refería la carta que su marido le había enviado con fecha de 4 de marzo desde la prisión madrileña de Conde de Toreno, pudo leer esto: "… y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome, y así no se extrañará cuando me vea".En su época de cautiverio en diversas cárceles, condenado a muerte durante ocho largos meses y medio hasta que le conmutaron la condena, Buero Vallejo contaba haber regalado alrededor de mil dibujos, la mayoría de ellos para regalárselos a sus compañeros de presidio. En la cárcel de Conde de Toreno sólo recordaba haber realizado unos sesenta, algunos a solicitud de los reclusos. "Miguel no me lo pidió pero le gustó la idea. Lo retraté en un par de tardes. Se lo di, naturalmente y él se lo envió a Josefina". Llevaba esta dedicatoria: "Para Miguel Hernández en recuerdo de nuestra amistad de la cárcel". Y debajo la firma y la fecha, 20-I-XL.

Volvemos al libro de recuerdos de la viuda del poeta, misma página 132: "Por desgracia me desapareció este dibujo en la visita que me hizo Juan Guerrero Zamora cuando vino a Cox, donde yo vivía entonces, a recoger datos para la biografía que estaba preparando sobre Miguel. Lo puso en la biografía y ya no me lo devolvió, a pesar de que le escribí pidiéndoselo, el cual no me contestó. Me devolvió el dibujo en que está Miguel de cuerpo presente y todos los retratos que yo le había dejado para la biografía, menos éste". Se lamentaba Josefina Manresa del expolio de que fue objeto por otros caraduras que se quedaron con dibujos del propio Miguel, de libros de primeras ediciones y hasta de poemas autógrafos. ¿Cómo calificar esas acciones? En Orihuela, felizmente, está en pie la Casa-Museo dedicada a Miguel Hernández. Difícil, por no decir imposible, sería pensar que ese famoso retrato y otros documentos valiosos del poeta, pudieran algún día mostrarse en ese lugar. Que existan delincuentes de medio pelo, puede comprenderse, arramblando con piezas que desconocen. Pero que escritores, periodistas, intelectuales se lucren de manera tan mezquina, valiéndose del engaño de quien, como Josefina Manresa, les mostró abierta y generosamente el patrimonio literario de una de nuestras mayores glorias de la poesía, muerto tempranamente, compartiendo su miseria con la de los suyos, es algo que escribimos entre la repulsa y el asco. Por cierto: Juan Guerrero Zamora falleció en Madrid el 28 de marzo de 2002. Extraña casualidad la de que fuera la misma fecha de la muerte de Miguel Hernández, sólo que sesenta años después.

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Con fecha 02-11-2021. Escribe Aitor L. Larrabide, director de la Fundación, escribe en nota pública en Facebook, en mi muro:

    «El retrato lo devolvió juan Guerrero Zamora. Está en el legado de Miguel Hernández comprado por la Diputación de Jaén. Así que es mejor enterarse antes y no difamar, especialmente a quien ya no puede defenderse».

 

Libertad Digital

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