Fábricas de comunistas: escuelas de partido y
estrategias orgánicas en los años treinta[1]
Communist factories: Party schools and organic strategies in the 1930s
[ Recepción:
17/06/2017.
Revisión:
04/08/2017.
Aceptación:
01/10/2017.
Publicación:
02/11/2018 ]
RESUMEN
El artículo analiza las escuelas políticas de cuadros comunistas en la década de los
años treinta. A partir de documentación orgánica procedente de los fondos de la Internacional
Comunista (IC) y del Partido Comunista de España (PCE) explora los rasgos distintivos
de la Escuela Internacional Lenin (ELI), la presencia de militantes comunistas españoles
en ese centro, las políticas de fomento de escuelas nacionales y el devenir histórico
de las escuelas del PCE entre 1936-38. Sus conclusiones resaltan tres elementos:
la necesidad de ubicar el objeto de estudio en los parámetros transnacionales y en
la simbiosis entre el canon político-cultural estalinista y las estrategias de nacionalización
existentes en el movimiento comunista, el valor medular adquirido por la formación
de cuadros en el ideal orgánico comunista y los desajustes presentes en la plasmación
práctica de esa labor pedagógica en la España en guerra.
Palabras clave: Escuelas políticas; cuadros; estalinismo; Escuela Internacional Lenin; Partido Comunista de España.
ABSTRACT
The article analyses the political schools of communist cadres in the decade of the
thirties. The text explores the distinctive features of the Lenin International School
(ELI), the presence of Spanish Communist militants in that institution, the policies
to promote national schools, and the historical development of the schools of the
PCE between 1936-38. Its documentary base is composed of organic information from
the archives of the Communist International (IC) and the Communist Party of Spain
(PCE). The conclusions highlight three key elements: the need to locate the object
of study in the transnational parameters and in the symbiosis between Stalinist political-cultural
canon and nationalization strategies; the core value acquired by the formation of
cadres in the communist organic ideal; and the mismatches in this pedagogical work
during the Spanish Civil War.
Keywords: Political Schools; Cadres; Stalinism; International Lenin School; Communist Party of Spain.
I. INTRODUCCIÓN[Subir]
Este estudio se aproxima a las escuelas políticas comunistas y a su papel orgánico.
Ambos aspectos se entienden como piezas conexas en un engranaje más amplio donde confluyeron
otros mecanismos de fiscalización, adoctrinamiento o capacitación, tanto a nivel global
como local. Desde un punto de vista geográfico se atenderá al espacio internacional
y español durante la década de los treinta. Para ello se empleará un doble enfoque
cronológico: de tiempo medio —situado entre mediados de los años veinte y 1939— para
ubicar las experiencias internacionales, y mucho más centrado en los años centrales
del decenio y en la Guerra Civil para localizar el caso español. La hipótesis esencial
se plantea la necesidad de ubicar la escuela comunista en una intersección compleja
entre uniformidad y transnacionalización y entre paradigma estalinista y dinámicas
locales. Por su parte, la fundamentación documental de este estudio se apoya en fuentes
archivísticas —Archivo Estatal Ruso de Historia Socio-Política (RGASPI) y otros fondos
españoles— y en bibliografía occidental[2].
Como premisa de partida se apuntarán algunas cuestiones sobre el estalinismo entendido
como proyecto político-cultural, así como sobre el sujeto comunista desde el ángulo
de su implicación con el universo de valores manejado en la Unión Soviética (URSS)
y, por extensión, en otros partidos comunistas. En la segunda parte del texto se analizarán
el currículo, las prácticas de trabajo y las dinámicas de socialización desplegadas
en el centro insignia de la IC —la Escuela Internacional Lenin (ELI)—, atendiéndose
a la presencia de españoles en dicha institución. El bloque final se interesa por
las intencionalidades otorgadas desde la IC a las escuelas nacionales y por algunos
rasgos distintivos de las escuelas del Partido Comunista de España (PCE) entre 1936
y 1939. Su creación debe entenderse desde el canon de cuadro comunista según la teorización
estalinista, así como en relación con las singularidades o déficits de esa organización.
«Cultivad cuidadosa y atentamente a los hombres como un jardinero cultiva su planta
favorita». Estas palabras de Stalin fueron retomadas por José Díaz, secretario general
del PCE, en su informe ante el Pleno del Comité Central celebrado en Valencia el 5
de marzo de 1937[3]. Aquel acto se publicitó en la prensa del partido subrayando el espectacular crecimiento
humano vivido desde los últimos meses[4]. Oficialmente el PCE contaba con casi 250 000 afiliados[5]. De ahí la relevancia otorgada a las cuestiones organizativas, un apartado donde
se entrelazaron las llamadas a fortalecer el aparato formativo y de propaganda, la
estructura de cuadros o la «vigilancia revolucionaria».
A pesar de la importancia adquirida por el PCE durante la segunda mitad de los años
treinta no contamos con estudios específicos dedicados a esas cuestiones. La dimensión
formativa sí fue objeto de atención en las dos monografías de conjunto más importantes
dedicadas al partido durante esa década, aunque adecuándola a un marco explicativo
mayor, el propio de la evolución política[6]. Dicho eje sirvió igualmente de hilo para la principal investigación sobre las relaciones
entre el PCE y la IC, aunque sin abordar la presencia española en la ELI[7]. Tampoco se ha formulado en los estudios dedicados a la educación de la España en
guerra un análisis a fondo de las prácticas pedagógicas comunistas o de sus instrumentos[8]. Y aunque contamos con aproximaciones a algún empeño que, como Altavoz del Frente,
combinó los objetivos de agitación y propaganda (agitprop) con la didáctica popular,
no disponemos de monografías sobre las Milicias de la Cultura o el Comisariado, unas
organizaciones donde la preponderancia comunista fue manifiesta y que desplegaron
un intenso abanico de iniciativas educativas o proselitistas[9]. Por otra parte, no ha sido hasta fecha reciente cuando algunas reflexiones centradas
en la cultura comunista española han subrayado la importancia de las exigencias orgánicas
o aspectos como la construcción histórica del sujeto comunista, su subjetividad, universo
simbólico y fórmulas de autoafirmación[10].
Tales cuestiones pueden enmarcarse en la valoración del estalinismo como proyecto
cultural o, incluso, civilizatorio. Desde ahí se ha llamado la atención sobre la necesidad
de trascender las explicaciones restrictivas centradas en la represión y la dominación
desde arriba[11]. Muy al contrario, la aquiescencia, la aprobación consentida o la interiorización
cómplice de un mundo de valores, de las formas de percibirse a sí mismo y al entorno
colectivo han adquirido una especial relevancia como objetos de atención, al tiempo
que permitirían iluminar las estrategias de conformación de consensos indispensables
para la gestión del control social y la violencia[12]. Las expresiones más características de la estimada como experiencia antropológica
estalinista —interiorizar las tesis de la construcción del socialismo y de sus enemigos
como némesis; asumir los mitos de la modernización totalizadora y del hombre nuevo—
compusieron los ejes de una cosmovisión sometida en la URSS a un infatigable esfuerzo
de socialización para modelar la personalidad socialista. Diferentes instancias (centros
escolares, universitarios, técnicos, profesionales o militares; escuelas en fábricas
y granjas; espacios de reeducación del gulag u otros dispositivos formales e informales)
actuaron así como incubadoras en un vasto programa con pretensiones de ingeniería
social[13].
Ser comunista devino entonces en perspectiva marcada, por un lado, por constantes
filtros de comprobación y verificación a múltiples escalas. Y de otra parte, por las
reglas y códigos político-morales y disciplinarios que invadieron las mecánicas de
percepción e interiorización individual[14]. Semejante esfuerzo se vio afectado, a su vez, por el impulso oficial por difundir
la educación política, por las tensiones asociadas a la cooptación y a la movilidad
socioprofesional, así como por el objetivo de lograr un tejido de cuadros y una renovada
intelligentsia desde inicios de los años treinta[15]. Pero es importante recalcar que tal empeño no se rigió por una lógica de puro sometimiento
o por la pasividad personal, sino que incluía el movilizar expectativas individuales,
la performatividad y la implicación emocional activa. Fue fruto de una simbiosis que
combinó la acción pedagógica entendida como control y herramienta para la construcción
de la subjetividad. De ahí la importancia de la banalización de clichés de fácil comprensión
o el empleo de tácticas de condicionamiento emocional. El héroe estajanovista encarnó
las ventajas de la emulación coronada con la promoción y el premio, al tiempo que
se reforzó el rol modélico del docente mediante prácticas reflejas del culto a Stalin.
En esa estela cristalizaron celebridades cotidianas objeto de gran reconocimiento,
tal y como se ha estudiado ante el caso de una docente soviética concreta (Olga Leonova
Federovna) al socaire de las dinámicas de emulación y el estajanovismo educativo[16].
También es necesario considerar los planos conflictivos de ese vasto ideal de ingeniería
social donde no faltaron percepciones contradictorias con las ópticas fiscalizadoras.
Sheila Fitzpatrick estudió al respecto el choque existente entre el autorretrato modélico
como excelente bolchevique que un cuadro soviético, Anastasiia Plotnikova, formuló
en su autobiografía frente a la imagen presente en el informe acusatorio del Comisariado
del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD), que la presentó como kulak y zinovievitista[17]. Finalmente, la fascinación por la eficacia propagandística, entendida como empeño
pedagógico a gran escala, se vio cercenada por la política de purgas. Su impacto se
sintió con dureza en el entramado burocrático o entre intelectuales orgánicos soviéticos.
Como resultado, a finales de los años treinta proliferaron los problemas de organización
y coordinación propagandística en un marco de incesante acción censora dirigida a
borrar figuras caídas en desgracia o a reescribir pasajes históricos[18].
II. CANON CONDUCTUAL: LA ESCUELA INTERNACIONAL LENIN[Subir]
1. Centro y periferia[Subir]
La inserción de los partidos comunistas en la trama articulada por la IC, el organismo
constituido en Moscú en 1919 como estado mayor del movimiento comunista mundial, ha
sido evaluada habitualmente como la expresión de una decidida presión centrípeta en
cuyo engranaje decisivo se situó el partido soviético[19]. En esos parámetros de sujeción se emplazaría la Escuela Internacional Lenin (ELI),
creada en 1926 como consecuencia de las directrices adoptadas en el IV y V Congreso
de la IC (1922 y 1924) y amoldada al patrón aplicado en la escuela de cuadros del
CC del Partido Bolchevique, rebautizada en 1919 como Universidad Sverdlov.
La ELI coexistió parcialmente con otras entidades de menor tamaño: la Universidad
Comunista de Minorías Nacionales Occidentales (KUNMZ, 1922), ideada para la educación
de cuadros rusos, ucranianos, polacos o de alemanes del Volga y que acabó incorporando
militantes de organizaciones escandinavas, centroeuropeas o balcánicas. A ella se
añadieron la Universidad Comunista de Trabajadores Chinos (Universidad Sun-Yat-sen,
1925-30) y la Universidad Comunista de Trabajadores Orientales (KUTV, 1921) para
cuadros indígenas del área colonial. Tras el ataque nazi a la URSS se disponía de
una Escuela en Kushnarenkovo, la Especial de Ufá o la Antifascista para prisioneros
de guerra. A su vez, varias universidades soviéticas contaron con sectores específicos
para comunistas extranjeros, que también pudieron integrarse en academias político-militares
o en centros especiales, en algún caso gestionados por el NKVD.
La expansión de la ELI queda de relieve ante los estudiantes que pasaron por sus aulas
en diez años —cerca de tres mil— y por la progresión en el ritmo de recepciones: alrededor
de cincuenta estudiantes en 1926 frente a los más de quinientos de 1935, procedentes
de medio centenar de países distribuidos en aquel último año en veintiún sectores
organizados según criterios idiomáticos y geográficos[20]. La escuela reprodujo igualmente las mecánicas de la cultura cominterniana sobre
selección, control y verificación, así como un ideal socializador pautado por prácticas
homogeneizadoras como el culto al trabajo colectivo y la idealización de la realidad
soviética. Su funcionalidad inmediata era suministrar egresados para su cooptación
por las estructuras de cuadros nacionales como si de cuadros de empresa se tratase:
de ahí la posición nuclear ocupada por la ELI en la máquina de gestión de recursos
humanos de la IC con efectos directos sobre los partidos locales, eslabones a su vez
de un trabajo en cadena de educación y verificación hacia esferas inferiores[21].
La ELI sirvió además de cantera de docentes para las escuelas nacionales extendidas
fundamentalmente a partir de 1936. Dichas instituciones se constituyeron en vértice
de una escala donde figuraron centros provinciales, locales, juveniles, divulgativos
o especializados. Tal carácter piramidal quedó en evidencia ante la estructura formativa
de los comunistas alemanes encuadrados en las Brigadas Internacionales (1338 voluntarios).
De ellos, 731 eran cuadros políticos —409 de rango inferior, 277 medio y 45 superior—,
y del total de voluntarios, 207 habían realizado algún curso, 85 pasaron por escuelas
nacionales del partido (KPD), 20 por escuelas especiales y 39 por la ELI[22].
La posición nodal de la IC permite hablar de presión centrípeta definida por la centralización,
el rol como franquicias de las secciones nacionales, el sentido homogeneizador de
la ELI o la creciente importancia adquirida por la Sección de Cuadros creada en 1932,
que se vio replicada de manera generalizada en las estructuras orgánicas nacionales
desde mediados de la década. Ello evidenció un modelo relacional basado en el incesante
suministro de informaciones de la periferia al centro y de consignas desde este hacia
la periferia. Aunque a este panorama deben añadirse los pulsos de tensión centrífuga
y las particularidades. Los partidos comunistas mantuvieron en los años veinte y treinta
rasgos relativamente diferenciados entre sí y en su seno[23]. Probablemente la afiliación judía en el Partido Comunista de Argentina (PCA) representaría
una manifestación extrema de especificidad, saldada además con una experiencia pionera
en el impulso a escuelas de carácter político. El PCA sufrió una cascada de escisiones
durante la década de los veinte y vivió una situación de clandestinidad forzada en
los treinta. Pero pronto contó con una estructura donde se integraron secciones idiomáticas
con vistas a lograr un eficaz encuadramiento de la inmigración por encima de sus diferencias
nacionales. Entre ellas resaltó la Levsekzie, la sección orientada a captar emigrados
asquenazis procedentes del Imperio ruso o de otros puntos de Europa central y oriental.
Su lengua exclusiva fue el yidis, y no el hebreo presente en otros sectores del incipiente
sionismo, y se mostró especialmente activa a la hora de crear clubes deportivos (arbeter club) o escuelas infantiles obreras (arberter shuln), la primera de ellas surgida con medios muy precarios en 1922[24].
Numerosos debates vividos en el Secretariado del Comité Ejecutivo de la IC (CEIC)
con representantes nacionales permiten hablar, por otro lado, no de una rígida comunicación
unidireccional, sino de un modelo relacional más complejo y sofisticado que el simple
mandato de órdenes jerárquicas durante la primera mitad de los años treinta. Quizá
puede conceptualizarse como diálogo asimétrico que requirió de una eficaz transmisión
de información donde intervinieron las decisiones colegiadas y cierta discusión de
directrices, en una mecánica no siempre ágil respecto a la aplicación de disposiciones.
En relación con ello se ha explicado a la IC como un organismo de naturaleza transnacional
donde confluyeron las redes político-burocráticas soviéticas y las de los partidos
comunistas, en unas coordenadas que incluyeron las imposiciones y la transacción,
las tensiones entre homogeneización y culturas locales, los conflictos de intereses
o las rivalidades personales[25]. Su sesgo cosmopolita quedaría en evidencia ante manifestaciones como las reiteradas
prácticas políglotas en sus usos administrativos y burocráticos. Así, el alemán pervivió
como segunda lengua, después del ruso, a pesar de la desaparición del KPD tras el
ascenso de Hitler al poder. Pero tal presencia no debe obviar tampoco el alcance de
la purga de 1936-38. Se cebó con un elevado contingente de emigrados germanos, correlacionándose
con la casuística represiva desplegada en la IC que combinó el despido de funcionarios,
las detenciones, el destierro, las ejecuciones o la liquidación de organizaciones
completas, como ocurrió con el partido polaco en 1938, en una dinámica donde operaron
diversos factores, entre ellos las fricciones centro-periferia[26].
2. Nueva Jerusalén[Subir]
El Moscú posterior a 1917 ha sido tildado de «cuarta Roma» en relación con su capacidad
de atracción cosmopolita e imán para el movimiento comunista[27]. También podría ser definido como una nueva Jerusalén, como el símbolo de una tierra
sacra y el epicentro de una fe común, el espacio matriz del ideal revolucionario y
la construcción del socialismo. Semejante papel se reforzó por su sentido de polo
para un turismo político con frecuencia impulsado desde instancias soviéticas a través
de organizaciones de masas como las Asociación de Amigos de la URSS (AUS).
La historiografía dedicada a la ELI se ha movido en el terreno híbrido de lo «glocal»
entendida como hibridación, pero también como especificidad. Algunos estudios sobre
la ELI han analizado las características de los grupos nacionales de estudiantes,
abordando cuestiones como su origen socioprofesional o las carreras posteriores de
los egresados en las estructuras de cuadros nacionales[28]. Dicha óptica se ha relacionado con el debate sobre cuál fue el influjo de la experiencia
personal vivida en Moscú para cualificar, desde ahí, asuntos como el grado de bolchevización
—o estalinización— orgánica, su impacto en la configuración de un tejido intelectual
o su eficacia a la hora de apuntalar los lazos de sujeción entre la IC y otras organizaciones
nacionales como, por ejemplo, el Partido Comunista de Gran Bretaña[29].
Se han estudiado asimismo las idiosincrasias locales de los grupos de estudiantes
o el acoplamiento, no siempre fácil, entre mecánicas de uniformidad de la escuela
y pasos hacia la nacionalización de sus enseñanzas[30]. Otros trabajos se han planteado, en cambio, desde una perspectiva más interesada
por abordar los patrones del sistema educativo de la ELI como una práctica cultural
transnacional orientada a configurar, ante todo, un canon conductual uniforme. A partir
de ahí se han abordado aspectos como las dinámicas de selección y verificación de
estudiantes, los instrumentos disciplinarios, los dispositivos formativos, el fomento
de aptitudes prácticas, la evaluación de actitudes, la sustanciación de la idea de
educación integral o la asimilación de ciertas técnicas de control y denuncia como
los procedimientos de autocrítica bolchevique[31].
Las instrucciones fijadas en febrero de 1926 establecieron el organigrama de la ELI
—donde figuraron Nikolái Bujarin como rector o el húngaro Béla Kun, el francés Pierre
Semard y la soviética Klavdiya Kirsanova, futura directora de la institución—, los
grupos de instrucción —uno bajo responsabilidad de Dmitri Manuilski—, o los mecanismos
de control —«la disciplina proletaria y el orden interno de los cursos» entendidos
como virtudes consustanciales a la «educación comunista»—[32]. La ELI inició sus cursos regulares con una duración estándar de dos años, aunque
pronto se suscitó la necesidad de flexibilizarlos. En una directiva remitida a los
partidos latinoamericanos en mayo de 1929 se anunció un formato intensivo de nueve
meses para paliar la permanencia en la URSS de estudiantes durante un largo período
de tiempo[33]. En un memorándum general de agosto de 1931, Kirsanova amplió la diversificación
contemplando los cursos ordinarios y la introducción de otros más extensos, de cursillos
breves (de once a tres meses), especiales para obreros extranjeros o de formación
por correspondencia[34]. En 1931 la escuela ofertaba sus enseñanzas en doce idiomas en lógica con los colectivos
nacionales más relevantes (franceses, alemanes, checoslovacos, chinos y el grupo anglófono
integrado por estudiantes británicos, irlandeses, australianos y norteamericanos)[35].
La selección de los estudiantes correría a cargo de las direcciones de los partidos
nacionales a partir de unos criterios que se mantuvieron, en lo sustancial, a lo largo
del tiempo. Debían escoger candidatos con alguna formación teórica, preferentemente
obreros industriales con al menos tres años de militancia, de asegurada «conciencia
comunista» y «fidelidad probada». Entre las comprobaciones a realizar a inicios de
los años treinta se encontraba el asegurarse que los candidatos rechazaban el «trotskismo
y las desviaciones», impedir la llegada de «delatores de otros camaradas» o de quienes
«hubiesen luchado fraccionalmente»[36]. También era deseable evitar padres de familia y afiliados con más de treinta y cinco
años, aquellos que estuviesen a punto de realizar el servicio militar o a los que
les caducase pronto sus cédulas de identidad. Las instrucciones de la IC a las secciones
nacionales fueron, además, taxativas en lo relativo al clima de la clandestinidad
que debía rodear la estancia en la URSS puesto que planificarían con suma reserva
el reclutamiento y viaje de los candidatos. Los aspirantes no podrían comunicar su
destino ni a otros camaradas ni a sus familiares. Si fuese necesario afirmarían que
el partido les había encargado un trabajo especial y que debían emigrar[37]. Los estudiantes fueron registrados con seudónimos al arribar a la escuela y se les
prohibió la correspondencia con el exterior. En todo caso, cualquier posible carta
sería revisada por un «responsable lector»[38]. En lo referido a asuntos disciplinarios quedarían sometidos a la ELI en las cuestiones
educativas y administrativas, y al Partido Comunista de la Unión (bolchevique; PCb)
en las políticas[39].
El proceso de control y verificación exigía, en primera instancia, enviar los datos
biográficos de los candidatos a Moscú. Se trataba de una información que aportaba
unas pistas básicas sobre sus orígenes sociales, el historial militante y sus cualidades
políticas[40]. Pero era solo un primer filtro, dado que el futuro alumno debería enfrentarse a
una comisión de acceso ya en la URSS. La obsesión por la verificación de la calidad
militante se reprodujo a través de otros mecanismos complementarios como los propios
exámenes. En los tribunales figuraron representantes de la ELI, la IC, el PCb y, en
casos de formación militar, de otras instituciones soviéticas. Los estudiantes debían
redactar y defender sus autobiografías ante el tribunal evaluador. Los expedientes
escolares incluyeron además abundantes valoraciones basadas en criterios actitudinales
como la autoestima, el interés o el grado de actividad desarrollada. Y, ante todo,
registraron las conductas y opiniones, con explícita referencia a la fidelidad a la
línea política, «trabajo consciente», posible desviacionismo o grado de disciplina.
Dichas valoraciones individuales se complementaron con otros informes sobre trabajos
de grupo y participación en debates. De nuevo se procuraron rastrear ahí con detalle
«errores» como «la supervivencia de elementos de ideología» burguesa, así como medir
el alcance de la interiorización de los contenidos impartidos y la asimilación de
prácticas como la emulación bolchevique[41].
Dicha cualificación se complementó con los informes que resumían las actividades de
los grupos nacionales como células integradas en el PCb. Hasta 1935 los criterios
básicos quedaron fijados según la agresiva retórica de la táctica de «clase contra
clase» y de «frente único por la base», componiendo los marcos de encuadre para guiar
las discusiones políticas[42]. Los estudiantes más cualificados podían realizar prácticas dentro del entramado
de la IC, un honor que exigía nuevos dispositivos de verificación. En 1930, por ejemplo,
las listas de seleccionados fueron testadas por los secretariados ejecutivos en colaboración
con representantes de los partidos locales. La formación consistía principalmente
en participar en debates sobre asuntos como estrategia sindical, actividad propagandística
o mejoras organizativas[43].
Cuestión distinta era la concurrencia, oral o por escrito, ante las comisiones de
control mediante declaraciones de autocrítica, otro mecanismo de verificación que
podía concluir en apercibimiento, sanción e incluso expulsión. Esa fórmula de egodocumento
contrastó con las resoluciones suscritas por los grupos de estudiantes nacionales
con el PCb, un hábito recurrente que se multiplicó desde inicios de los años treinta.
Las células nacionales de la ELI aprobaron, por ejemplo, una entusiástica declaración
de apoyo al informe presentado por Kirsanova tras la purga de Martemyan Ryutin, uno
de los últimos opositores a Stalin que terminó ejecutado en 1937. En aquel texto se
afirmaba el alineamiento de la ELI con el eslogan acuñado tras el XVI Congreso (1930),
en el marco de la planificación imperativa y la colectivización agraria, de «lograr
el Plan Quinquenal en cuatro años y liquidar a los kulaks como clase»[44].
Se ha analizado el profundo impacto que las técnicas de autocrítica y purificación
periódica causaron en algunos comunistas occidentales entre 1930 y 1933, tanto por
su carácter rutinario e indiscriminado como por afectar al ámbito privado de los militantes.
En las reuniones en las células del partido soviético salieron a relucir acusaciones
sobre pasividad, «degeneración personal», alcoholismo, mala conducta o comportamientos
sexuales «frívolos»[45]. Si bien la autocrítica formaba parte de la tradición bolchevique, y el recurso a
la purga se reiteró como hábito tras 1917 en el aparato del PCb, constituían ejercicios
de autoexamen y control de calidad relativamente exóticos para los partidos occidentales,
dado que su grado de implantación era aún reducida en esas organizaciones a la altura
del ecuador de los años treinta[46].
Tras el XV Congreso del PCb (1927) se reforzó el sesgo punitivo asociado a la autocrítica,
el automatismo de sus argumentaciones y la creciente invocación a Stalin como máxima
autoridad doctrinal, en paralelo al apuntalamiento del culto a la personalidad. Ya
desde 1930 el recurso a la purificación periódica se planteó como criterio que debía
ser interiorizado sin fisuras entre el alumnado de la escuela. Con motivo de una intervención
de André Marty sobre la necesidad de asimilar la autocrítica bolchevique, el colectivo
de estudiantes franceses confeccionó en 1933 un Bulletin de l’épuration que sirvió de foro donde enfatizar las ideas de cohesión y socialización, al tiempo
que sirvió de marco de expresión acerca de la necesidad de luchar «contra el espíritu
de grupo» nacional o la desmovilización[47].
3. Españoles en Moscú[Subir]
La experiencia soviética actuó como detonante para un peregrinaje movido por la curiosidad
o el interés político, propiciando la edición de libros de viajes. Ahí se situaron,
en el caso español, los ejemplos seminales de Fernando de los Ríos o Ángel Pestaña,
o los textos posteriores de Ramón J. Sender, Julio Álvarez del Vayo, Rodolfo Llopis
o Julián Zugazagoitia. El peregrinaje político incorporó igualmente a parte del exilio
tras los sucesos de octubre de 1934. En algún caso el tratamiento mediático dado en
España a sus opiniones huyó de explícitas marcas políticas, recalcando aspectos banales
de la vida cotidiana hasta derivar en metáforas sobre cómo funcionaba el nuevo orden
social en la URSS. Reseñar la celebración de matrimonios entre refugiados españoles
y muchachas soviéticas permitió ejemplificar la idea de ferviente acogida. Recordar
una pequeña anécdota —una conversación mantenida en una fábrica con un obrero que
antes se dedicaba a robar relojes— otorgaba plasticidad a la imagen del hombre nuevo,
«súper-soviético», «regenerado, rehecho»[48].
Entre los peregrinos políticos figuraron asimismo los estudiantes enviados por el
PCE a la ELI. Incluyendo las diferentes modalidades de cursos, las cuotas femeninas
y los contingentes canalizados por la Internacional Juvenil Comunista (IJC), se formaron
al menos 148 españoles entre los cursos de 1928 y 1935-36 (Tabla 1). Quedaron encuadrados en el Sector L, en principio junto a los estudiantes latinoamericanos
y, ya desde inicios de los años treinta, como grupo nacional específico.
Por la escuela pasaron algunos futuros responsables de primer nivel del partido, como
Pascual Arroyo (con el seudónimo de «Primitivo Marcos») o Luis Cabo Giorla. De hecho,
una delegación del PCE informó entusiásticamente en Moscú al Secretariado Romano de
la IC en el verano de 1933 de la rápida rentabilización orgánica de algunos recientes
egresados de la ELI —Cabo Giorla, Rogelio Palma, José Mendiola o José del Barrio—,
que fueron distribuidos como secretarios regionales[49]. Lo mismo ocurrió con otros futuros responsables de los aparatos provinciales, como
Segismundo Álvarez («Claudio Núñez») e Isidoro Diéguez («Pedro Isidoro») en Madrid
o Nemesio Pozuelo en Jaén. Este último formaba parte junto con otros alumnos de la
ELI —Ángel Álvarez, Adriano Romero y Juan José Manso— del CC a la altura de 1937.
Por su parte, José Juárez y Sebastián Zapirain («Antonio Cuevas») acabaron en la estructura
dirigente de la Comisión de Cuadros también durante la guerra. A esa relación se añadieron
otros estudiantes destinados a niveles inferiores o a los escalafones de radios y
células, como Andrés Sureda («Mario Solís»), José Gómez Castro («Julio Jacinto»),
Arcadio Monge («Amador Fernández»), Juan Mudarra («Felipe Dorado») o Roberto Ugarte
(«Rafael Navarro»).
Tabla 1.
Curso | Estudiantes |
---|---|
1928 | 1 |
1929 | 2 |
1930 | 6 |
1930/31 | 2 |
1931 | 20 |
1931/32 | 2 |
1931/33 | 4 |
1931/35 | 1 |
1932 | 3 |
1932/34 | 1 |
1933 | 4 |
1933/34 | 12 |
1933/35 | 12 |
1934 | 1 |
1934/35 | 1 |
1935 | 15 |
1935/36 | 61 |
Fuente: Elaboración propia a partir de RGASPI, 531/1/185.
Pero los miembros más destacados del PCE enviados a la escuela fueron, sin duda, los
futuros dirigentes juveniles Trifón Medrano y Lina Odena, Jesús Larrañaga, Manuel
Hurtado, Vicente Uribe, Jesús Hernández («Juan Ventura», en la ELI durante el curso
1931-32) o José Díaz («Julio Sanz», durante unos meses entre 1930-31). Hernández
no mencionó aquella presencia en la URSS en su polémica autobiografía escrita tras
su expulsión del PCE en 1944[50]. A su regreso se responsabilizó desde 1933 de la Secretaría de Agitprop. Díaz sí
aludió a su paso por las aulas soviéticas en su autobiografía para la IC redactada
en Moscú el 18 de julio de 1935, en vísperas del VII Congreso[51]. Insertó aquella experiencia como un eslabón más de su historial militante. Procedente
de la CNT, Díaz se incorporó en 1927 al PCE sevillano, donde pronto fue designado
secretario político. A su vuelta de la URSS, tras la proclamación de la II República,
se ocupó del secretariado del Comité Regional andaluz, encumbrándose finalmente tras
la defenestración de José Bullejos, en el otoño de 1932, hacia la Secretaría General
del partido.
Por otro lado cabe hablar, en términos generales, de un origen territorial relativamente
definido de alumnos, concentrado entre Andalucía, Madrid, País Vasco, Cataluña y Galicia,
los principales polos de implantación del PCE. Entre las últimas promociones llegadas
a la ELI resaltó, sin embargo, el importante contingente venido de Asturias integrado,
en parte, por refugiados políticos. Las fichas autobiográficas de entrada permiten
explorar el perfil de ese colectivo, caracterizado por una fuerte impronta obrerista
y por la escasa capacitación teórica. Por ejemplo, el metalúrgico Emilio Sánchez fue
enviado a Moscú tras participar en la revolución de 1934. Su historial orgánico se
limitaba a haber asistido a reuniones sobre «el material de los comités superiores»,
al tiempo que reconocía no tener ni instrucción educativa ni política. Otro tanto
ocurrió con el también asturiano Abelardo Rodríguez, fundidor de acero, que resumió
en su autobiografía su trabajo organizativo en «luchar por el crecimiento del partido».
Un caso más fue el de Víctor Hevia, un veterano militante afiliado en 1922 que ocupó
diferentes cargos «con toda la voluntad, pero con pocos conocimientos», puesto que
«solo tengo la práctica de los años de lucha»[52].
Aunque los registros autobiográficos no sirvieron solo para sondear el nivel de bagaje
teórico o la experiencia activista. Incluyeron también una profusa relación de cuestiones
sobre antecedentes sociopolíticos familiares, sanciones, participación en actividades
fraccionales o, incluso, hipotética colaboración con «ejércitos blancos (o) fascistas».
La invocación autobiográfica fue empleada, además, como un método de introspección
y análisis en las prácticas escritas por los estudiantes españoles, actuando paralelamente
de fuente de información según la obsesiva «sociobiocracia» desplegada en la IC desde
inicios de los años treinta[53]. Esa gestión multifacética del testimonio se evidenció en escritos que aportaron,
por ejemplo, indagaciones sobre la organización de las Juventudes Socialistas o los
radios comunistas de Madrid antes de los sucesos de octubre de 1934[54].
José Díaz afirmó en 1935 que su «corto espacio por la Escuela Leninista» fue de «gran
ayuda (según) he podido comprobar en el trabajo posteriormente». Un balance diferente
fue el expresado por Sebastián Zapirain al evocar sus años moscovitas: según sus palabras
muchos egresados no dieron «buenos resultados, pero algunos otros se mantuvieron bien
hasta el fin». La mecánica de trabajo en la escuela era intensa, pautada por clases
magistrales, normalmente en ruso con un traductor, y después con discusiones en grupo
de donde debían derivarse pequeñas ponencias objeto de revisión y nuevos debates.
A tal rutina se sumaban las conferencias plenarias, como las impartidas por Dmitri
Manuilsky y el húngaro Ernst Moritsovich Gere («Erno Gerö») a finales de 1935 sobre
la táctica de Frente Popular[55]. Además de la asistencia a clase, o alguna velada cultural, los alumnos estaban adscritos
a fábricas donde trabajaban en los denominados sábados comunistas en jornadas de trabajo
gratuito. Fuera de dichos contactos «nuestra relación con los soviéticos no se miraba
bien», aunque según Zapirain sí «teníamos nuestros amigos, novias, etc.»[56].
Las evaluaciones de los estudiantes españoles reiteraron los criterios aplicados en
la ELI sobre verificación. Un vademécum de etiquetajes figura en la valoración de
medio centenar de alumnos del curso 1935-36. La principal clave a considerar no era
el rendimiento académico, sino el actitudinal. Algunos —«Navarro», «Puig», «Miranda»
o «Arturo»— ejemplificaron el ideal del buen comunista (con evaluaciones como «firme»,
«políticamente sano», «ha hecho un trabajo activo y partidista», «ha cumplido con
las reglas de la escuela» o «no tuvo posiciones falsas»). Otros, en cambio, quedaron
enmarcados en la correlación establecida entre la heterodoxia, la desviación y el
fraccionalismo. Así, «Gallart» antepuso «los intereses de amistad personal» al partido,
«Echevarría» era «muy liberal», o «Negrín», «Valdés» y «Besabe» presentaban reminiscencias
socialdemócratas o «anarquistas» y «resabios trotskistas». El peor considerado —«Juanil»—
encarnaba la némesis de la subjetividad comunista: carecía de «firmeza política»,
desconfiaba del «CC del PCE (y de) la IC, que ha calificado de burocratismo» y era
indisciplinado al mantener constante «contacto con los emigrados políticos a pesar
de todas las prohibiciones de la dirección»[57].
La principal crisis donde se vieron envueltos los estudiantes españoles tuvo lugar
en el otoño de 1932 a raíz del enfrentamiento entre el grupo encabezado por el secretario
general José Bullejos y la ejecutiva de la IC, sus delegados en España (Victorio Codovilla)
y parte de la estructura dirigente del PCE (Manuel Hidalgo, Antonio Mije o Vicente
Uribe)[58]. Aquel episodio puede interpretarse, al menos parcialmente, como una muestra de fricción
centro-periferia. Los alumnos asistieron el 10 de septiembre a la información transmitida
por Hurtado, por el responsable del Secretariado Romano Stepan Mínev («Stepanov»)
y por «Felipe», otro de los delegados en España. Tres días después, respaldaron una
resolución de condena que tildó al grupo de Bullejos de «antibolchevique», «agente
de la Entente» anticomunista y colaborador con la burguesía[59].
La resolución de la crisis culminó tras varias reuniones entre una comisión de la
IC encabezada por Marty y Bullejos, Gabriel León Trilla, Manuel Adame y Etelvino Vega.
El 31 de octubre estos últimos fueron expulsados del partido, acusados de ser agentes
contrarrevolucionarios y de haber practicado un «trabajo criminal». Antes, el 27 de
septiembre, el secretariado antibullejista del PCE había resuelto sobre la urgencia
de afrontar una «amplia autocrítica en el Partido». El 1 de octubre Codovilla ratificó
a la IC dicha decisión indicando que la dirección madrileña, que «había cometido errores
oportunistas», estaba dispuesta a «sanear la organización»[60]. El resultado fue una oleada de declaraciones autocríticas sin parangón en la historia
previa del PCE. Algunas se formularon ante instancias internas, pero otras vieron
la luz en la prensa. El partido llegó a editar un compendio con los materiales dictados
por la IC que incluía la declaración del antiguo estudiante de la ELI Pascual Arroyo
donde afirmaba que su postura había sido «netamente anticomunista». Otra autocrítica
más fue redactada por Miguel Caballero. «Yo os pido», concluía, «que me sometáis a
cuantas pruebas creáis convenientes; que me hagáis que demuestre que mi acatamiento
a la IC es sincero. Deseo que me pongáis bajo una inmediata vigilancia y dirección
política». Poco después Caballero era transferido como alumno a la ELI[61].
III. ESCUELAS NACIONALES[Subir]
1. Uniformidad y nacionalización[Subir]
A inicios de 1933 Codovilla escribió a Moscú a propósito de la nueva dirección del
PCE. En un ejercicio más de verificación retrató las cualidades y carencias de José
Díaz —«gran sentido de la responsabilidad, que es muy raro entre los amigos de aquí»,
aunque «no está todavía educado como para dirigir un partido»—. Asimismo, afirmó que
«hemos insistido para que ellos mismos, sin nuestra ayuda directa, decidan y resuelvan
la mayoría de las cuestiones internas»[62]. Aunque este benevolente tutelaje era exagerado. André Marty y Palmiro Togliatti
tildaron a Codovilla de cacique a finales de 1936 y en 1937 respectivamente[63]. En cualquier caso, puede entenderse como un síntoma del modelo asimétrico establecido
entre autoridad cominterniana y especificidades nacionales.
La intersección entre cultura comunista cosmopolita, decisivo ascendente soviético
y afianzamiento de unas señas de nacionalización puede aplicarse, asimismo, al esquema
de las escuelas de cuadros. La programación de la ELI en 1931 asumió un decidido componente
global que incluía perspectivas como las «experiencias revolucionarias de la lucha
de clases en el siglo xix» o el «análisis general de la época del imperialismo». Pero ahí figuró, igualmente,
el vector local representado por la consigna de estudiar «los programas del Comintern,
pero no solo sobre orientaciones generales, sino en conexión con los problemas básicos
correspondientes con las tareas de varios partidos»[64]. Dicho enfoque se complementó con el notable protagonismo concedido a la historia
del PCb y a la estrategia leninista, un vasto apartado donde cabían temas que abarcaban
desde las raíces del proyecto bolchevique, las revoluciones de 1905 y 1917 y la Guerra
Civil rusa hasta los ejes de la política soviética de los años treinta[65].
La combinación entre planos internacionales, patrón soviético y situaciones nacionales
figuró en otros muchos temarios. Un ciclo lectivo implementado por la IJC en 1935
contempló un currículo integrado por materias teóricas como marxismo y bases del leninismo,
o aplicadas (economía política e historia de la URSS y de la IC), pero que luego se
desdoblaban según la nacionalidad de los grupos, entrelazando así la historia de los
partidos locales con la IC, o textos antifascistas locales con clásicos literarios.
A la hora de establecer las dificultades apreciadas en los cursos se llamó la atención
acerca de la notable tendencia a aplicar mecánicamente los referentes internacionales
a contextos nacionales, la escala donde indefectiblemente se encontraban más cómodos
los estudiantes[66].
Si bien los componentes idiosincrásicos se fueron reforzando con el paso del tiempo,
estos tuvieron cumplida presencia desde los primeros años de la ELI. El proyecto de
1929 de cursos breves para América Latina, mencionado en páginas anteriores, se dividió
en tres módulos con componentes teóricos (marxismo y construcción del socialismo en
la URSS), históricos (IC, PCb y partidos americanos) y prácticos (adecuación de directivas
generales de la IC al entorno local)[67]. Era una propuesta que permitía enmarcar los casos nacionales dentro de un prisma
regional, y este en otro mayor definido por la evolución de las líneas de la IC, procurando
neutralizar posibles contradicciones o desajustes. Tal jerarquía quedó igualmente
de relieve en los programas del KPD de mediados de los años treinta, donde se rebajó
la especificidad del fenómeno del nazismo y la quiebra de la República de Weimar al
incluirse en un tema mayor titulado «La Comintern y el KPD entre los años 1928-1935».
Algo similar ocurrió con el grupo italiano, más volcado en estudiar el devenir orgánico
del partido y su engarce con la IC que la propia singularidad del fascismo. En cambio,
en la programación dedicada al Partido Comunista Francés (PCF) en 1930 sí se contó
con un tema en exclusiva dedicado a «la fascistización del Estado y la evolución de
los partidos burgueses y pequeñoburgueses (el problema del fascismo y del social-fascismo)»[68].
Durante la segunda mitad de la década se reforzó el modelo soviético como canon mientras
se multiplicaban los pulsos de nacionalización mediante la proliferación de escuelas
nacionales. El ejemplo paradigmático de guía escolástica fue, sin duda, La Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, popularmente conocida como Curso breve de historia del Partido o Curso corto. Apareció en su primera edición el 1 de octubre de 1938, fruto de una comisión del
CC derivada del XVII Congreso del PCb celebrado a comienzos de 1934. Tuvo, por tanto,
autoría colectiva, aunque esta terminó asignándose a Stalin tras un complejo proceso
de redacción que se prolongó durante cuatro años en el que el líder soviético participó
activamente y en el que uno de sus colaboradores —el historiador bielorruso Vilhelm
Knorin— fue eliminado en la Gran Purga de 1938. Pero el texto no partía de la nada,
sino que vino a codificar un imaginario histórico objeto de intensa circulación en
la cultura comunista. Un memorándum presentado al CEIC en el verano de 1939 fijó cómo
debía estudiarse el Curso corto —con «atención y concentración»—, la necesidad de su difusión entre antifascistas
y trabajadores socialdemócratas, estableciéndose que quedaba erigido en manual de
referencia para todas las escuelas de cuadros[69].
Poco antes, en el verano de 1936, el CEIC había fijado la directriz de que allí donde
existiesen partidos comunistas legales debían organizarse escuelas nacionales que
ofertasen un abanico diversificado de cursos. Dichos centros quedarían sometidos a
los respectivos CC, que serían los responsables de confeccionar programas detallados
que respondiesen «a las características concretas» de cada país[70]. No obstante, su diseño y planificación serían fiscalizados desde la IC. Así, el
CEIC instó a inicios de 1937 al Partido Comunista de los Países Bajos a constituir
una escuela cuyo plan de estudio y presupuesto deberían supervisarse por un delegado
de la IC, que a su regreso a la URSS informaría a la Sección de Cuadros[71]. La ELI, por su parte, se encargaría de preparar cursos especiales de formación para
los profesores y conferenciantes destinados a escuelas nacionales, también «sobre
las bases del sector de preparación de cuadros»[72].
Las escuelas nacionales se inspiraron en las redes previas organizadas por el KPD
y el PCF. A la altura de 1933 el partido francés contaba con una escuela central en
París, un abanico de escuelas provinciales y regionales —con sedes en Marsella, Lyon
o Burdeos—, otras para alumnos negros e indochinos, una escuela central de agitprop
y otra para periodistas, además de un programa de cursos por correspondencia y otros
más dirigidos a formar instructores para organizaciones de masas (AUS y Socorro Rojo
Internacional)[73]. Sus programas incluyeron diversos niveles de duración y contenidos. La escuela central,
por ejemplo, captó en 1936 principalmente a obreros industriales experimentados de
probada fidelidad. Su temario combinaba dos bloques de contenidos, uno con formación
en teoría marxista, economía e historia y otro dedicado al partido, al Frente Popular
o a «la lucha contra la provocación» mediante la metodología de la clase magistral
y los grupos de discusión. Estas materias se completaron con la preparación práctica
en tareas de propaganda, organización de células y adiestramiento en la redacción
de discursos[74].
2. Escuelas del PCE[Subir]
La interiorización a largo plazo del patrón educativo bolchevique en el PCE queda
a la vista en algunas autobiografías de partido posteriores a la Guerra Civil. En
una declaración autocrítica formulada en Moscú, José Antonio Uribes se autoinculpó
ante Fernando Claudín, en diciembre de 1947, de haber asumido una acepción desviada
del ideal pedagógico bolchevique: había caído en el mero academicismo, algo que Uribes
explicó como dedicar «más tiempo del posible y disponible a bucear en la historia,
en la economía, en la filosofía, etc., con perjuicio para el análisis y comprensión
de los problemas diarios, de los problemas de la vida y de la lucha»[75]. En un relato autobiográfico opuesto, José Sandoval se vanaglorió en 1954 de haber
superado sus «inclinaciones pequeñoburguesas» plasmadas en sus aficiones personales
de inicios de los años treinta, hasta conseguir un perfil militante idóneo gracias
a la docencia política. Sandoval recordó entonces sus responsabilidades en una escuela
para cuadros en el Ejército del Ebro y sus actividades de agitprop en el campo de
Saint-Cyprien en 1939. Ya en la URSS, pasó por la escuela de Nagornaya hasta acabar
de educador de españoles en un centro técnico[76].
El valor otorgado a la educación debe ubicarse en el rol del partido como ámbito de
socialización, un plano que subsumía a mediados de los años treinta diversos espacios
de encuentro e intercambio junto a mecanismos de adoctrinamiento y dispositivos cohesionadores.
El partido como marco de sociabilidad era necesariamente compatible con el ideal militante
traducido en «conversión (y) compromiso integral»[77]. Incorporarse a la red de sociabilidad comunista exigía asimilar una cultura de entrega,
abnegado sacrificio e inquebrantable fidelidad a la causa. A cambio, el partido se
erigía en «protector y, a la vez, (en) algo parecido al padre de familia, al que había
que contar y preguntar todo», aunque tampoco faltaron en el PCE anterior a la Guerra
Civil los lamentos por la deficiente comprensión de la línea política, las militancias
efímeras o las fallas en el control político y la calidad ideológica de las bases[78]. Así, en junio de 1936, al percibirse el incremento de afiliación, se multiplicaron
las alertas ante las dificultades que acarreaba la socialización de las cohortes de
recién llegados ante las dificultades que acarreaba el incorporarles a la vida de
partido o a que alterasen sus formas de vida[79].
La importancia de potenciar las actividades de propaganda, siempre desde la sobredimensión
de su potencial educativo, compuso otro leitmotiv reiterado en los materiales del partido. De hecho, en paralelo a la cristalización
del discurso antifascista se resaltó la necesidad de lograr una socialización de valores
a gran escala través de la difusión de referentes simbólicos reconocibles y textos
divulgativos. Un proyecto frustrado manejado por la IC a finales de 1935 subrayó,
por ejemplo, la urgencia de lograr «una vasta y concreta penetración ideológica» nacionalizadora
«entre las grandes masas» mediante la publicación de obras históricas o clásicos literarios.
Para ello se propuso crear una colección (Nuestras Tierras) que incluiría biografías
de El Cid, los diputados de las Cortes de Cádiz, Abd-el-Krim o, incluso, Pablo Iglesias[80].
Esta iniciativa habría sido complementaria con las estrategias de diversificación
presentes en Europa-América, uno de los sellos editoriales emplazados en la órbita
del partido. También desde 1935 sus productos fueron cubriendo una vasta panoplia
de posibilidades que incluyeron desde series populares a libros de gran formato, con
un catálogo conformado por clásicos marxistas y opúsculos sobre la actualidad soviética.
Asimismo, publicó folletos de coyuntura, revistas (La Internacional Comunista) u obras de entretenimiento dirigidas al público infantil, como la popular novela
del húngaro Béla Balázs («Bela Balasch») Carlitos el intrépido. Tras las elecciones del 16 de febrero la IC planteó un nuevo plan de expansión editorial
en España, esta vez a través de Cénit, que incluyó un listado de títulos al que se
destinó una financiación inicial de 50 000 pesetas[81]. Aunque esa estrategia generalista verdaderamente cristalizó tras 1936 con Nuestro
Pueblo, concebida como una colección editorial en «lógica con el Frente Popular».
Dos años después presentaba un catálogo nutrido por clásicos literarios, poesía, novelas
y textos asequibles sobre historia de España. Por su parte, la colección Estrella
se especializó, también durante la Guerra Civil, en la publicación de libros infantiles
y juveniles como Caperucita Roja, Hans y su liebre encantada o El Gato con botas, lanzando además la serie Cuentecillos Estrella con el mismo formato que emplearon
los Cuentos de Calleja[82].
Las expectativas propagandísticas también estuvieron detrás de las primeras iniciativas
por crear escuelas políticas comunistas en España. A finales de 1932 se planificó
la creación de la Escuela Marxista (ESMAR) con dos secciones. Una se dedicaría a popularizar
«entre las masas trabajadoras simpatizantes, indiferentes e incluso enemigas las enseñanzas
fundamentales del marxismo-leninismo a fin de atraerlas»; la otra, a formar militantes
para pasar de «nuestra propaganda actual, una propaganda de secta», a una «propaganda
de masas». Para configurarla el PCE se apoyaría en bibliotecas ambulantes o ateneos
obreros, intentaría lograr la autofinanciación y reclutaría al profesorado entre camaradas
del partido o «sencillamente amigos». Junto a un temario dedicado al materialismo
dialéctico, teoría marxista del Estado, historia del movimiento obrero o construcción
del socialismo en la URSS, la ESMAR ofertaría módulos gratuitos sobre cultura general,
estética, medicina o higiene[83].
El proyecto se fundamentaba, pues, en varias lógicas. Engarzaba con la experiencia
de la ELI, aunque como esfuerzo desligado de ella y con huellas de la tradición de
la educación popular de ascendente laico y racionalista. Y debía servir de caja de
resonancia para una de las reiteradas obsesiones llegadas desde el Secretariado Romano
de la IC: impulsar un proselitismo que hiciese crecer al partido. Por otro lado, la
ESMAR se formuló al socaire de la conmoción provocada por el bullejismo y su sentido
implícito fue neutralizar los riesgos de una escisión en el partido.
Sin embargo, no fue hasta inicios de 1936 cuando finalmente cuajaron los intentos
por establecer una escuela de cuadros. Su creación vino a corregir una educación irregular
sustentada gracias a instructores designados por el CC que trabajaban a escala local
o a otros proyectos formativos de pequeño alcance[84]. A mediados de aquel año el PCE contaba ya con tres centros estables, dos en Madrid
—la Escuela Central de Cuadros (ECC) y la escuela provincial— y otra en Barcelona,
financiadas por la ELI, capaces de formar alrededor de sesenta militantes en cursos
de seis meses[85]. Esa primera infraestructura cerró el flujo de estudiantes a Moscú. Uno de sus alumnos
fue Santiago Álvarez Gómez, seleccionado para ir a la ELI. Según su autobiografía
de 1956, acabó en la ECC. «En ella estaba cuando estalló la guerra el 18 de julio»[86]. Pero incluso antes de esa fecha el CEIC estimó que el tejido de centros resultaba
insuficiente ante dos cuestiones que se agudizarían en meses posteriores: canalizar
el espectacular crecimiento de afiliados y derivar en una compacta organización que
dispusiese de cuadros formados. En efecto, una resolución del CEIC dictada el 25 de
enero había establecido la creación de la Comisión de Cuadros en el PCE, un departamento
que debía destinarse a asegurar la sistematicidad en su selección, control y empleo.
Poco después, en otra directiva del 7 de junio, se subrayó la necesidad de potenciar
al máximo los instrumentos educativos a través de la expansión de centros, impulsando
los cursos nocturnos e, incluso, las universidades para obreros[87].
Tabla II.
Localidad | Tipología | Alumnos |
---|---|---|
Valencia | ECC | 100 |
Provincial | 25 | |
Madrid | Provincial | 140 |
4 de sector | ||
de la OSR | ||
Alicante | Provincial | 25 |
Almería | Provincial | 20 |
Jaén | Provincial | 30 |
Guadalajara, Ciudad Real y Extremadura |
Fuente: AHPCE, D, 18.
La consolidación, y con ella los déficits, de las escuelas de cuadros españolas se
vio determinada por la abrupta situación provocada por la Guerra Civil. Como se comentará
a continuación, la red de centros respondía formalmente al modelo heredado de la ELI.
Sus programaciones asumieron unos contenidos híbridos donde tuvo visible cabida la
perspectiva nacionalizadora afín con el patriotismo antifascista o con la capacitación
propagandística. Pero las mecánicas docentes estuvieron limitadas por las carencias
del alumnado, el contexto bélico y los desajustes organizativos.
En agosto de 1937, el partido disponía de la ECC en Valencia (después trasladada a
Barcelona), junto a media docena de escuelas provinciales y varias más de sector,
además de las previstas para Murcia, Albacete, Castellón, Aragón, Alcalá de Henares
y Aranjuez. Alrededor de cuatrocientos alumnos estaban matriculados en cursos de uno
o dos meses en aquella fecha, mientras que el promedio mensual que terminó los cursos
en 1938 fue de 250. Durante la guerra se impartieron también cursillos nocturnos en
Madrid o en algunos radios de Valencia y Alicante. A dicha infraestructura se sumó
la generada por el PSUC, las cinco escuelas de las Juventudes Socialistas Unificadas
(JSU; Valencia, Albacete, Cataluña, Aviación y Militar), así como numerosas estructuras
de capacitación política en unidades militares, el Comisariado y las organizadas para
cuadros extranjeros de las Brigadas Internacionales[88].
Una pieza central en este entramado fue el búlgaro Ruben Avramov («Mikhailov», «Ruben
Levi» o «Miguel Gómez»). Fue el responsable de la red de escuelas —de hecho procedía
de la sección española de la ELI— y se encargó asimismo de tareas de formación de
comisarios políticos o de la elaboración de materiales docentes[89]. Llegó a España a inicios de mayo de 1936 para encargarse de forma inmediata de la
instrucción de la primera promoción de estudiantes de la ECC, un pequeño y selecto
grupo de 24 alumnos, todos varones, que fueron escogidos en primera instancia por
los comités provinciales del partido y finalmente seleccionados por el CC y por el
propio Avramov. Según este, en general se trató de «camaradas excelentes» que se instalaron
en una casa de dos pisos con una docena de amplias habitaciones, «con dos baños, cocina,
comedor, etc. Es decir, con todas las condiciones para un buen trabajo». El primer
plantel de docentes estuvo compuesto por dos ayudantes del búlgaro, que contó además
con la colaboración de antiguos alumnos de la ELI, como Jesús Hernández o Vicente
Uribe, que sirvieron de conferenciantes ocasionales[90].
Se fijó así una pauta que se reprodujo tras julio de 1936. Además de Avramov, el colectivo
de directores o profesores de la red de escuelas comunistas durante la Guerra Civil
estuvo integrado por españoles, muchos formados en las sucesivas promociones venidas
de los centros formativos creados por el partido o que habían pasado por las aulas
de Moscú. Ahí figuraron Alberto González —colaborador del secretario de organización
del PCE Pedro Checa y responsable de la ECC—, Salvador Lorente, Antonio Molina, Pedro
Morcillo, Manuel Sanz, Andrés Fava o Juanita Encabo. Dos antiguos estudiantes de la
ELI —José Pita y Tomás García— se encargaron de la dirección de las escuelas catalana
y militar de las JSU. Por su parte, el escritor César Falcón se ocupó brevemente de
la Escuela Nacional de Periodistas del PCE a mediados de 1938 y Manuel Tuñón de Lara,
de la Trifón Medrano de las JSU. A esta nómina habría que añadir a otros responsables
de las escuelas de cuadros o de comisarios de las Brigadas Internacionales, como el
búlgaro Karlo Lukanov («Belov»). O los yugoslavos Jovan Malesich («Malischev» o «Martinovich»)
y Jarsko Danitch, este último también un antiguo docente del sector español en la
ELI y activo partícipe durante el proceso de expulsión del grupo dirigente encabezado
por Bullejos.
Un informe sobre la ECC, ya de septiembre de 1937, enfatizó las similitudes con la
metodología aplicada en la ELI, incluyendo el «trabajo (práctico) a través de células
del partido» o el objetivo de educar «en el sentido de firmeza política contra resabios
pequeñoburgueses»[91]. La ECC combinaba las clases magistrales con los trabajos en grupo o las actividades
prácticas, concluyendo los estudiantes su formación con un trabajo escrito que debían
defender ante una asamblea. Respecto a los contenidos, se inspiró en la orientación
presente en la escuela del PCF. En 1938 su programa incluía tres bloques dedicados
a historia del PCb y leninismo, historia del movimiento obrero español e internacional
y «tareas fundamentales» del PCE, mientras que la situación local se abordaba a través
de trabajos prácticos que incluían la especialización propagandística[92]. No obstante, la contaminación del enfoque patriótico comunista acabó siendo notable
en los contenidos divulgativos manejados desde la ECC[93]. Avramov trató por ejemplo, en una conferencia pronunciada en julio de 1938, la cuestión
nacionalista catalana como una expresión necesariamente subsumida en «un problema
común —el de la libertad e independencia de España»[94].
Los programas de las escuelas provinciales reafirmaron aún más ese peso de la nacionalización.
En sus cursos mensuales de la segunda mitad de 1938 se excluyeron los contenidos sobre
el PCb, centrándose en la situación española. El temario arrancaba con la cualificación
histórica de la guerra y su naturaleza como conflicto por la independencia nacional,
concluyendo con una semblanza dedicada a Stalin desde una perspectiva próxima al Curso corto. Otros temas abordaron los orígenes y características del Frente Popular o el anarcosindicalismo,
haciendo balance de «la falsedad de los conceptos anarquistas y su insolvencia ante
la dura realidad y las riquísimas enseñanzas de la guerra». También se tocaron aspectos
como el partido único, la economía de guerra, la juventud, la mujer o el trabajo político-militar
del partido. Finalmente, el tema dedicado al trotskismo arrancaba del análisis de
la «experiencia soviética» sobre cómo «luchar contra los enemigos del pueblo». Definía
al POUM como organización de provocadores y estudiaba sus actividades de «sabotaje
y espionaje», el «fomento del separatismo en Cataluña» y los sucesos de mayo de 1937,
terminando con un apartado sobre «organizaciones de espionaje […] dirigidas personalmente
por Nin». Estas materias se complementaron con actividades como confección de periódicos
murales u organización de brigadas de choque que colaborasen en tareas agrarias.
La variable nacional igualmente dominó los programas para cuadros extranjeros de las
Brigadas Internacionales a través de una narrativa volcada en resaltar que «el problema
español es actualmente el centro de todo»[95]. Ello se tradujo en contenidos que enfatizaron la necesidad de españolizar a los
voluntarios, con temas dedicados a la situación local o a las políticas de Frente
Popular y Unión Nacional. Al tiempo, se produjo una apropiación de la tradición liberal
y radical-popular bajo el constructo del antifascismo entendido como manto integrador[96]. Tal mixtura figuró en un manual para el Comisariado —Historia del Movimiento Liberal y Revolucionario de España hasta el 18 de Julio—, que armonizaba la épica histórica de la resistencia mediante el ensamblaje de la
memoria de Sagunto y Numancia, las Comunidades y Germanías, la «lucha de Cataluña
contra Felipe V», las Cortes de Cádiz, el Sexenio Democrático, el 14 de abril y la
Guerra Civil[97].
IV. CONCLUSIONES: DÉFICITS DE BOLCHEVIZACIÓN[Subir]
Este discurso nacionalizador parecía encontrarse lejos del rigorismo ideológico de
los programas de la ELI de inicios de los años treinta, característicos del período
del «frente único por la base» y «clase contra clase». La guerra civil española fue,
además, un campo de experimentación saldado con un visible desfase entre teoría y
práctica del cuadro comunista. Dimitrov se lamentó, en su intervención de clausura
en el VII Congreso de la IC, de «que uno de los problemas más importantes, el problema
de los cuadros» había pasado casi desapercibido en aquel encuentro. Después recalcó
la necesidad de depurar los procesos de fomento, aprovechamiento, distribución y conservación
de cuadros, entendiéndolos como piezas con plena fidelidad al partido, disciplinadas,
de «temple bolchevique», pero igualmente autónomas y con iniciativa propia[98].
Formar parte de la escuela de cuadros se publicitó en la España en guerra como un
honor que facilitaba acceder a un universo de conocimientos, así como un factor de
prestigio y distinción. Las ideas de congregación de elegidos y fomento de cultura
de grupo figuraron, por ejemplo, en las glosas periodísticas dedicadas a la Escuela
de Cuadros Trifón Medrano organizada por las JSU en Valencia en abril de 1937[99]. Algunas autobiografías también aludieron a ese sentido de la escuela política como
fuente de capital simbólico y legitimidad militante. Manuel Pérez Torrido resaltó
en 1949 como cualidades activistas su resistencia física y no haber sido sancionado
nunca por el partido. Aun así, lamentaba que sus conocimientos resultasen escasos
«al no haber pasado por ninguna escuela de cuadros»[100].
Pero la guerra, los rasgos del alumnado, los problemas organizativos provocados por
el fuerte crecimiento del PCE desde 1936 o la movilización militar de efectivos, junto
a las carencias e improvisaciones existentes en la infraestructura formativa, limitaron
ese ideal de bolchevización. Los desajustes que arrastraron las escuelas del partido
fueron objeto de reflexión. Un artículo anónimo, pero probablemente obra de Avramov,
hizo inventario de ellas. La ECC estaba suministrando cuadros a las estructuras provinciales
e, incluso, al CC. Era el caso de la valenciana Carmen Manzano, que ocupó importantes
responsabilidades en la AUS. Pero «como regla general» no existía «una buena política
de reclutamiento» de estudiantes y con frecuencia llegaban a las escuelas «camaradas
sin ninguna experiencia, con dos o tres meses de Partido, semi-analfabetos, o bien
enfermos»[101].
En los informes internos se diseccionaron con más detalle estas deficiencias. Se mencionó
que muchos integrantes de la segunda y tercera promoción para la ECC carecían de cualidades
o eran «muy flojos políticamente», mientras que otras plazas quedaban vacantes. Tampoco
faltaron denuncias por la escasez de docentes. En la práctica algunos cursos se dirigieron
solo a organizar equipos de agitprop[102]. Las dificultades arreciaron desde 1938. La excepción fue la escuela madrileña, aunque
siempre se llamó la atención sobre la falta de cuadros. Las limitaciones docentes
en muchas localidades obligaron a enviar instructores de refuerzo, mientras que en
la capital había «un gran porcentaje de atraso cultural», lo cual forzó a organizar
una red de escuelas de cultura básica[103]. Persistían también los problemas de selección de estudiantes en Valencia, en Toledo
no había «más trabajo de educación que el concerniente a reuniones», en Guadalajara
parecía imposible reclutar a más de quince estudiantes por curso y en Cuenca la escuela
era desatendida por el Comité Provincial[104]. En otros casos, la fragilidad orgánica se ligó con debilidad de las reglas de comportamiento
propias de la subjetividad comunista: se estimó, por ejemplo, que el Comité Provincial
de Almería estaba dominado por la «familiaridad, lo que impide que la crítica y la
autocrítica se practique como es norma en nuestro partido»[105].
Se han cualificado los perfiles distintivos de los estudiantes españoles como de escasa
capacidad política, débil formación, paulatino envejecimiento de los hombres y peso
creciente de las alumnas jóvenes[106]. Muchos estudiantes se vieron obligados a dejar los cursos al movilizarse sus quintas
y en otros casos sencillamente abandonaron las aulas pasados unos días[107]. Tampoco debe obviarse que la estructura de cursos —de uno o dos meses— resultaba
muy constreñida, y más ante un colectivo con escasa experiencia militante. A ello
se sumaron unas lógicas de selección, verificación y ulterior aprovechamiento de cuadros
calcadas formalmente del molde de la ELI pero, en la práctica, muchísimo más laxas.
En Madrid bastaba que existiesen «tres compañeras que prometen» para que estas fuesen
enviadas a la ECC[108]. Abundaron, igualmente, las recomendaciones genéricas a la hora de rentabilizar nuevos
cuadros, así como las evaluaciones vagas y desideologizadas que destacaron como activos
tener «buen carácter», ser «afable en el trato» o que el «estado físico pareciese
bueno»[109].
En el manifiesto «¡En pie de guerra el Partido!», del 23 de febrero de 1939, se seguía
reclamando la creación de escuelas y de «sencillos cursos breves de noche o de día».
Fue la expresión última del ideal pedagógico en clave de resistencia. El 21 de mayo,
en Moscú, Palmiro Togliatti explicó los límites de la capacidad didáctica comunista
como variable para la derrota. El PCE había potenciado las actividades de propaganda
—y ahí debía situarse el notable alcance de su discurso generalista—, pero los logros
resultaron mucho más modestos respecto a la creación de un bloque orgánico de cuadros
que, según Togliatti, ni «fueron educados, asimilados o bolchevizados con la necesaria
rapidez»[110]. Se cerraba así un balance de debilidades e ineficiencias entre el patrón didáctico
formalizado en la ELI y la trama de escuelas españolas. Entre 1931-36 estas dificultades
se cifraron en la debilidad humana del partido. Entre 1936-39, en todo lo contrario:
en el coste asociado a su crecimiento de aluvión y en el peculiar diseño como organización
de masas en el contexto excepcional de la Guerra Civil.
El caso español debe situarse en los parámetros de encuentro entre uniformidad e internacionalización
del canon bolchevizador. También en la tensión entre prácticas centralizadoras desde
la IC, evolución de las dinámicas locales y necesidades de adaptación de los colectivos
comunistas. Desde 1936 la IC impulsó una lógica complementaria: fomentar las escuelas
nacionales —y con ellas dar espacio a un relato nacionalizador coherente con la cosmovisión
antifascista—, al tiempo que insistió en la necesidad de exportar un ideal homogéneo
de cuadro comunista entendido como realidad transnacional. Las limitaciones de ese
empeño fueron claras en la España en guerra, si bien fue este el momento en que, en
aparente paradoja, se solidificó un discurso de amplio espectro potenciado por una
maquinaria propagandística maximizada que incluso pudo generar el espejismo de la
sobredimensión organizativa y la omnisciencia política[111].
En cambio, la red de escuelas comunistas españolas quedó lejos del modelo de referencia
más próximo —el francés—, aunque el PCE tuvo que enfrentarse al problema añadido de
adecuar y proyectar un molde pedagógico adaptado a la realidad de las unidades militares
o a la acelerada formación de comisarios. Esas dificultades contrastarían, quizá,
con el éxito relativo de la creación de los primeros cuadros españoles en Moscú. La
socialización estalinista resultó obviamente más intensa entre los emigrados a la
URSS tras la guerra, donde progresivamente descollaron las cohortes venidas de las
JSU. Por otro lado, se ha estimado en 160 los comunistas británicos que estudiaron
en Moscú antes de 1936, resaltándose que muy pocos desembocaron en la dirección del
partido, discutiéndose pues el influjo orgánico de la experiencia soviética[112]. Es una valoración objeto de polémica historiográfica, entre otros extremos respecto
a la cualificación estalinista del cuadro dirigente británico y el grado de asimilación
y capacidad de proyección proselitista de la imagen hagiográfica de la URSS tras el
regreso a las Islas. Por el contrario, probablemente quepa afirmar que la huella de
la ELI entre el centenar largo de españoles que pasaron por sus aulas fue comparativamente
mayor, tanto por su reflejo directo en la dirección nacional como, sobre todo, en
los niveles de responsabilidad regional o provincial. En todo caso, quedaría por calibrar
con exactitud en siguientes trabajos las dimensiones cualitativas de dicho impacto.
Cosa distinta fueron sus reducidos efectos en otros planos, como la debilísima capacitación
teórica o la casi nula generación de una intelectualidad militante española[113]. O su influencia sobre el endeble tejido sindical comunista. En cambio, el PCE sí
fue capaz de promover, como se ha señalado en páginas anteriores, un entramado propagandístico
de masas desde 1935-36 donde la variable generalista ocupó una posición resaltada.
No debe olvidarse tampoco que la escuela comunista se orientó decididamente a la capacitación
en el campo del agitprop y que la ELI fue, antes que nada, una escuela de propagandistas.
Esa variable constituye otro elemento a tener en cuenta a la hora de hacer balance.
Se ha mencionado en páginas anteriores el impulso en España a colecciones populares
afines al discurso y al patriotismo antifascista. Fueron obras emplazadas en un entramado
propagandístico depurado que incluyó la red de escuelas junto a una oferta diversificada
de prensa y revistas, agencias informativas, emisiones radiofónicas, producción y
distribución cinematográfica, mítines o las múltiples iniciativas centralizadas desde
Altavoz del Frente. Esa otra escala general, concebida como de didáctica a gran escala
y acicate movilizador generalista, ayuda asimismo a poder dimensionar el marco y los
resultados de la experiencia histórica de las escuelas políticas comunistas.
Notas[Subir]
[1] |
Resultado del Proyecto «Diccionario de símbolos políticos y sociales: claves iconográficas,
lugares de memoria e hitos simbólicos en el imaginario español del siglo xx» (MINECO, ref. HAR2016-77416-P). Agradezco las observaciones planteadas por Juan Francisco
Fuentes y Marie-Angèle Orobon.
|
[2] |
El RGASPI conserva, entre otros materiales, los ingentes fondos de la IC. Incluyen
desde la documentación generada en sus congresos o por sus órganos ejecutivos a la
relativa a otros departamentos (cuadros, administración o propaganda), ramificaciones
(Socorro Rojo Internacional, secciones juvenil, sindical o agraria, u otras organizaciones
de masas) o la enviada a Moscú por los partidos comunistas nacionales. Sobre este
archivo véase Wolikow (1996) o Courban et al. (2009).
|
[3] |
Díaz (1937): 34.
|
[4] |
Frente Rojo, 6-3-1937.
|
[5] |
Para una evaluación crítica de las cifras de militantes véase Hernández Sánchez (2010): 237-254.
|
[6] |
Cruz (1987): 74-77, y Hernández Sánchez (2010): 307-315.
|
[7] |
Elorza y Bizcarrondo (1999).
|
[8] |
Entre estos estudios cabe recordar Molero (1991); Castillo (1999); Navarro (2004); Fernández Soria y Mayordomo (2007), o Peral y Sáez (2015).
|
[9] |
Peral (2012).
|
[10] |
Herrmann (2010).
|
[11] |
Kotkin (1995).
|
[12] |
Véase, en la misma línea, Gellately (2002).
|
[13] |
Landry (2008): 253; Fürst (2010), y Yekelchyk (2014).
|
[14] |
Studer et al. (2002).
|
[15] |
Fitzpatrick (1979).
|
[16] |
Ewing (2004): 92-118.
|
[17] |
Fitzpatrick (2005): 102-110.
|
[18] |
Brandenberger (2011): 142-180.
|
[19] |
La bibliografía sobre la IC es muy abundante. Como trabajo que enfatiza los mecanismos
centralizadores destacaría la perspectiva de Broué (1997), y como panorámica sobre los perfiles sociopolíticos del personal cominterniano,
el de Gotovitch y Narinski (2001).
|
[20] |
Para una visión de conjunto sobre la ELI y su función en las prácticas de bolchevización
política y cultural, Kirschenbaum (2015): 15-51.
|
[21] |
Los paralelismos entre gestión de la militancia comunista y cultura empresarial capitalista
del management del primer tercio del siglo xx resaltada en Cohen (2014): 79-101.
|
[22] |
RGASPI, 545/6/346. |
[23] |
Como estudios sobre esta diversidad véanse Morgan (1989) o Puigsech (2009), en un caso centrado en el partido británico y en el otro ante el triángulo establecido
entre la IC, el PCE y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC).
|
[24] |
Svarch (2005): 3-7.
|
[25] |
Haberlen (2012): 415-437, y Studer (2015): 5-9. Otras reflexiones sobre la dialéctica entre centralización y ramificaciones
nacionales en Narinsky y Rojahn (1996) y Laporte et al. (2008).
|
[26] |
McDermott (1995): 113-114.
|
[27] |
Clark (2011).
|
[28] |
McIlroy et al. (2003): 99-128.
|
[29] |
El debate, en Cohen y Morgan (2002): 327-355; Campbell et al. (2004): 51-76; Cohen y Morgan (2004): 77-107, y Cohen y Morgan (2007): 129-133.
|
[30] |
Jeifets y Jeifets (2016): 130-161; Schelchkov (2016): especialmente 231-234.
|
[31] |
Studer (2003): 92-113, o McLoughlin (2003).
|
[32] |
RGASPI, 495/18/473. |
[33] |
RGASPI, 495/79/65. |
[34] |
RGASPI, 531/1/27. Sobre las actividades del colectivo francés, 531/1/174A. |
[35] |
RGASPI, 531/1/22. Para la distribución en 1936 de los contingentes, 531/1/50. |
[36] |
RGASPI, 495/79/65 y 531/1/27. |
[37] |
RGASPI, 531/1/183. |
[38] |
RGASPI, 495/32/122. |
[39] |
Los criterios de 1927 en RGASPI, 531/1/7 y los de 1930 en 531/1/177. |
[40] |
Como ejemplo de modelo biográfico véase, por ejemplo, el del uruguayo Luis A. Fierro,
enviado a Moscú en 1929, RGASPI, 531/1/10.
|
[41] |
RGASPI 531/1/174A. |
[42] |
Pueden verse al respecto las resoluciones del buró de la célula francesa (sin fecha)
o del grupo latinoamericano de marzo de 1930, RGASPI, 531/2/13 y 531/1/184.
|
[43] |
RGASPI, 531/1/174A. |
[44] |
RGASPI, 531/2/13. |
[45] |
Unfried (2002): 147-148.
|
[46] |
Studer (2003): 95.
|
[47] |
RGASPI, 531/1/260. |
[48] |
«Rusia vista por los refugiados españoles de Octubre», Mundo Gráfico, 30-4-1936.
|
[49] |
RGASPI, 495/32/124A. |
[50] |
Hernández (1953).
|
[51] |
Archivo Histórico del Partido Comunista de España, sección Dirigentes (AHPCE/DG),
8, 22.
|
[52] |
RGASPI, 531/1/ 242 y 531/1/246. |
[53] |
Pudal y Pennetier (2017): 39-40.
|
[54] |
RGASPI, 581/1/183. |
[55] |
RGASPI, 531/1/184. |
[56] |
Jiménez de Aberasturi (1985): 131-133.
|
[57] |
RGASPI, 531/1/184. |
[58] |
La importancia de la presencia de alumnos españoles de la ELI en este debate ha sido
resaltada por Puigsech (2016): 102-104. El conflicto y las reuniones en Moscú, en Elorza y Bizcarrondo (1999): 161-169. La crisis vista desde España, en Cruz (1987): 141-157.
|
[59] |
RGASPI, 531/1/183. |
[60] |
RGASPI, 495/32/213. |
[61] |
La lucha… (s. f.): 43-45.
|
[62] |
RGASPI, 495/32/218. |
[63] |
RGASPI, 495/12/92; Togliatti (1980): 144.
|
[64] |
RGASPI, 531/1/27. |
[65] |
Puede verse como muestra la programación para el curso anual de 1933-34, en RGASPI,
495/20/865.
|
[66] |
RGASPI, 531/1/230. |
[67] |
RGASPI, 495/79/65. |
[68] |
RGASPI, 531/1/88, 531/1/117 y 531/1/174a. Las características y contrastes entre el
KPD, el PCF y el PCI, en Laporte et al. (2008).
|
[69] |
RGASPI, 495/18/1286. |
[70] |
RGASPI, 495/8/1109. |
[71] |
RGASPI, 495/18/1174 |
[72] |
RGASPI, 495/8/1109. |
[73] |
RGASPI, 517/1/1501. |
[74] |
RGASPI, 517/1/1805. |
[75] |
AHPCE, DG, 33, 2, 1. |
[76] |
AHPCE, DG, 26, 15. |
[77] |
El entrecomillado, procedente de la autobiografía del italiano Paolo Robotti, en Albeltaro
(2016): 367.
|
[78] |
Cruz (1987): 86 y 74-75.
|
[79] |
Material… (1936): 14.
|
[80] |
RGASPI, 495-78-138. |
[81] |
Kowalsky (2003): 133-134.
|
[82] |
AHPCE, Film XVIII, 221. |
[83] |
AHPCE, Film V, 86. |
[84] |
Véase el proyecto para una escuela de activistas comunistas en Cataluña formulado
en 1935, en AHPCE, Film XII, 157.
|
[85] |
Volodarsky (2013): 59.
|
[86] |
AHPCE, sección Documentos (D), 37. |
[87] |
RGASPI, 495/20/263 y 495/20/262. |
[88] |
Véase, por ejemplo, RGASPI, 545/6/8. |
[89] |
Ya en Moscú desde 1939, Avramov volvió a realizar tareas de educación política y fue
el último director de la ELI en Kushnarenkovo. Llegó a ser ministro de Educación en
Bulgaria entre 1954-57 y durante los años sesenta presidió el Instituto de Historia
del partido.
|
[90] |
AHPCE, Film XVI, 198. |
[91] |
AHPCE, Film XVI, 198. |
[92] |
AHPCE, Film XVI, 197. |
[93] |
Compárese con Núñez Seixas (2006): 40-61.
|
[94] |
RGASPI, 545/2/81. |
[95] |
RGASPI, 545/3/748. |
[96] |
RGASPI, 545/2/82. |
[97] |
RGASPI, 545/2/84. |
[98] |
Dimitrov (1935): 56-58.
|
[99] |
«Dirigentes de la Juventud», Ahora, 21-4-1937.
|
[100] |
AHPCE, Equipo de Pasos, Informes sobre Camaradas, jacq. 125. |
[101] |
Avramov (1937): 35-37.
|
[102] |
AHPCE, Film XVI, 198. |
[103] |
RGASPI, 495/12/161. |
[104] |
Centro Documental de Memoria Histórica (CDMH), PS-Madrid, 885, 17. |
[105] |
AHPCE, Film XVI, 197. |
[106] |
Hernández Sánchez (2010): 308-312.
|
[107] |
CDMH, PS-Madrid, 151. |
[108] |
RGASPI, 495/12/161. |
[109] |
CDMH, PS-Madrid, 885. |
[110] |
Togliatti (1980): 303.
|
[111] |
Martínez Gallego y Laguna (2014): 675-706.
|
[112] |
Cohen y Morgan (2002): 329.
|
[113] |
Sobre la debilidad de la intelectualidad orgánica comunista, Cruz (1999).
|
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