Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

martes, 8 de noviembre de 2022

Breve biografía de Clemencia Miró (hija de Gabriel Miró)

 


Del matrimonio constituido por Gabriel Miró Ferrer y Clementina Maignon Maluenda nacieron dos hijas: Olimpia (Alicante, 5 de Octubre de 1902) y Clemencia (Alicante, 30 de diciembre de 1905).

Clemencia vivió como predestinadamente entregada al amor y al estudio del padre, genial escritor, “símbolo y voz literaria de Alicante, no sólo en España, sino en el mundo”, dicho con palabras de Salvador Rueda.

Su quebradiza salud, su debilidad física, su propensión a la enfermedad fueron permanente desvelo, condicionante muchas veces del curso existencial del padre. Así, verbigracia, hallándose la familia en Barcelona, enfermó de tifus (1914), “días terribles -escribió Augusto Pi Suñer- de angustia y de peligro. Miró ya no escribe, no se separa de la cabecera de su hijita”.

Recuperada la salud, festejándola, Miró compuso el auto La cieguecita de Betlehem, texto que, si representado en el hogar, se perdió para la historia.

Más adelante, en 1921, residente la familia en Madrid, Clemencia vuelve a enfermar y el padre acude a eminencias médicas: Pi Suñer, Pittaluga, Marañón... “Es casi seguro –dice a Oscar Esplá- que me aconsejen salir de Madrid; no sé aún si iremos al Mediterráneo o a la Sierra, al Guadarrama, quizá. Donde sea llevaremos a nuestra hija. Confío en Dios”.

Y, aconsejado por unos y otros y a impulsos de su más íntimo deseo, el escritor decide volver a su tierra nativa, a su “verdad rural”, y se instala en Polop, donde su hija recobró las energías vitales.
Veamos el retrato espiritual de Clemencia Miró, trazado por María Alfaro: “Participó en la vida del mundo –de su mundo-, incluyéndose en un sistema de armonía, en una fuerza que la empujaba más alto, a una presencia eterna y vigilante representada por lo cotidiano: un rayo de sol, una brizna de hierba, la rama en flor de un almendro.
Clemencia se fusionaba con la Naturaleza, y su esencia íntima formaba con aquélla un solo cuerpo de inseparables moléculas, universo milagroso que, al ensanchar su círculo de luz, ensancha también el mundo del conocimiento”.

Así fue su poesía, su palabra hondamente lírica, profundamente elegíaca:
“Me impregnaba de ese aliento otoñal/ de oros muriendo junto a dormidas aguas,/ de troncos exhalando/ la palpitante sensación del bosque,/ mundo animal, de raíces y lluvia,/ de vida y muerte en infinito ritmo/ como las mutaciones del paisaje,/ de la roca marina, la remota evidencia/ de los astros...¡todo existencia eterna!”.

Lírica de raíz, voz original, genuina, la de ese libro titulado Poemas (1959), en el que todo cuanto fue la vida de su autora canta con estremecedora autenticidad.

Vi por última vez a Clemencia a comienzos de julio de 1953 en la “Casa de Sigüenza”, de Polop. En su mirada se despeñaba la noche que no tardó en destruirla. Días después, el 26 de dicho mes y en Madrid, nuestra muy querida amiga entregó su alma a Dios.

Recordemos por último que en su prólogo al libro Imagen y poesía de Alicante (1952), Clemencia habló de la Biblioteca Gabriel Miró “creada con tanto cariño y fervor por la Caja de Ahorros del Sureste de España”. 


Y añade: “¡Admirable refugio para estudiar y escribir; para pensar y recordar y hasta para consolarnos!”.

Tomado de la Asociación de Jubilados de la CAM, Boletín de marzo 2006


 POEMA DE CLEMENCIA MIRÓ, por el septimo aniversario de la muerte de su padre Gabriel Miró Ferrer ((Alicante, 28 de julio de 1879-Madrid, 27 de mayo de 1930)

                                         A nuestra madre

No puedo ver esa montaña alpina
apretada de abetos y de nieve,
donde fué modelando mi deseo
tu figura yacente,
exacto tu perfil en cielo puro,
profunda paz, inmensa, en tu descanso,

No puedo ver tampoco en este Mayo

esa isla gris que encierra tu misterio,

que en su deriva inmóvil recibía

rosas y lágrimas,
y tu silencio, ahogado por la tierra, 

nuestro mensaje más desesperado,


Sólo puedo mirar hoy tu mirada 

que diste a este paisaje

 o en sus caminos encontrar tu paso,


pero te sentiré vital junto a mi vida

sabiéndome hija tuya y escribiendo

con esta pluma que guió tu mano.


27 mayo de 1937.

Poema publicado en Hora de España núm. 14, 

Barcelona, en el séptimo aniversario de la muerte de Gabriel Miró.