LOS CINCO LUTOS DE JOSEFINA MANRESA
Tomabo del blog: https://pcorralcorral.blogspot.com/2022/03/los-cinco-lutos-de-josefina-manresa.html
A Guillermo Pastor, el guardián entre el pasado, con infinita gratitud
El 13 de agosto de 1936, cuatro semanas después del comienzo de la Guerra Civil, milicianos de CNT y FAI asesinaron en Elda a un cabo y cinco números de la Guardia Civil pertenecientes al puesto de esta localidad alicantina y a otras fuerzas del cuerpo allí concentradas. El suceso tuvo lugar junto al cine Coliseo España, convertido en cuartel de las fuerzas anarquistas, en la calle Jardines, en el corazón del municipio.
El cabo se llamaba José Marcos Práez, mientras que los números eran Manuel Morales León, Miguel Benítez Cuenca, Manuel Moreno Luna, José Brotons Bernabéu y Manuel Manresa Pamies. Este último, veterano de la guerra de África, guardia civil de segunda clase, de 47 años, con 21 de servicio en el cuerpo, destinado en el puesto de Orihuela, era el padre de Josefina Manresa Marhuenda, “una mujer morena/resuelta en luna”, como escribiría de ella su novio y después marido, el poeta oriolano Miguel Hernández Gilabert.
Sobre los hechos circularon diversos relatos, de los que podría pensarse que el más fiable sería el del número Fermín Delgado Puerto, superviviente de la masacre, si no fuera porque dio después hasta tres versiones de los sucesos. Natural de El Viso (Córdoba), Delgado contaba entonces con 47 años. Su testimonio aparece en los expedientes de los años 40 para la concesión de pensiones por el régimen franquista a varios de los asesinados, cuestión que trataré con detalle más adelante.[1]
En el expediente de Manuel Manresa, el guardia Delgado testifica en diciembre de 1939 junto con otros dos miembros de la Benemérita que se encontraban el día de autos en Elda: el brigada Cayetano Martínez Muñoz y el sargento Luis Salas Sellés. Sus compañeros definen al suegro de Miguel Hernández como "de ideología sana, amante de su Instituto, fiel cumplidor de sus deberes y afecto al Glorioso Movimiento Nacional".
Según esta versión de los hechos del 13 de agosto de 1936, guardias de Asalto y milicias tomaron el cuartel de la Guardia Civil en Elda pasadas las cuatro y media de la tarde, al extenderse el rumor de que las fuerzas de la Benemérita iban a pasarse a los sublevados después de recibir la orden de salir esa misma noche para el frente. Después de desarmar a sus efectivos, las milicias asesinaron a varios de ellos cuando los conducían detenidos. Manuel Manresa, que había salido del cuartel a hacer un recado, fue el primero en ser abatido: se refugió en un café, "de donde lo sacaron matándole a la puerta del mismo por disparos de arma de fuego". El cadáver quedó tendido en la calle, de donde fue recogido y cargado en un camión junto con los de sus compañeros, asesinados poco después que él junto al Coliseo España.
Esta versión del asesinato de Manuel Manresa consta en una certificación del gobernador militar de Alicante emitida a efectos de la solicitud de pensión para sus huérfanos. Asimismo, se afirma en ella que "la fuerza que componía el puesto, a excepción del guardia llamado Antonio Berná, no quiso hacer causa común con los marxistas y eso fue (sic) el asalto y asesinato del cabo y cinco guardias".
Según otra declaración suya posterior, de octubre de 1941, que figura en el mismo expediente de Manuel Manresa, Fermín Delgado estaba aquel 13 de agosto de 1936 de servicio de patrulla por las calles de Elda con el cabo y otros cinco guardias. Cuando llegaron al Coliseo España, en torno a las cinco de la tarde, se encontraron con numerosos milicianos, dotados con armamento del cuartel del Regimiento de Infantería de Alcoy. Sin mediar palabra, los milicianos les hicieron "una descarga cerrada", de la que resultaron muertos en el acto el cabo y tres guardias, incluido el padre de Josefina Manresa, siendo Manuel Moreno Luna y él heridos graves, aunque el primero fallecerá poco después.
Pero existe incluso una tercera versión de Fermín Delgado, esta vez en el expediente de la pensión de su compañero Moreno Luna, donde reconoce que se produjo "un combate" al intentar las milicias desarmar a los guardias. "Empezaron a tiros los milicianos al resistirse y no querer entregarse a ellos para ser desarmados", afirmó.
Josefina Manresa recordaría la muerte de su padre cincuenta años después explicando que, después de ser desarmados los guardias, el cabo José Marcos disparó con una pequeña pistola que llevaba oculta, por lo que se produjo un tiroteo.[2] También aseguraba que un miliciano había reconocido que la muerte de su padre había sido un error, pues era un hombre apreciado en el pueblo.
Es muy probable que Josefina diera a conocer entonces a Miguel Hernández ese mismo testimonio, pues el poeta la comparte pocos días después de los hechos con su amigo José María de Cossío. Según cuenta José Luis Ferris en su extraordinaria biografía sobre el poeta, Miguel escribe a Cossío el 25 de agosto en una tarjeta postal, informándole de que ha sido asesinado el padre de su novia: “Al parecer, ha ocurrido la enorme desgracia por equivocación”.[3]
Una vez concluida la guerra, los hechos servirán de fundamento a numerosas denuncias realizadas a los vencedores por vecinos de Elda que aseguran haber sido testigos de los asesinatos, aunque muchos de ellos incurran en patentes contradicciones sobre su condición de tales, como ha estudiado Pedro Payá Lopez en su tesis doctoral sobre la represión franquista en el partido judicial de Monóvar.[4]
Diez fusilados
Los jueces militares franquistas, como demuestra este mismo autor, no se interesaron por el esclarecimiento del suceso. Lo que hicieron fue servirse de la vileza de la matanza de los agentes para vincular a ella a muchas de las personas destacadas de la izquierda en Elda, donde se produjeron un total de 36 asesinatos por las milicias, según el recuento de la “Causa general”.
Así, es llamativo el hecho de que, de los 37 vecinos de Elda fusilados por los franquistas en la posguerra, nada menos que diez lo fueron por haber sido relacionados con el asesinato del padre de Josefina Manresa y los otros cinco guardias civiles, según el estudio de Payá. Uno de los diez ejecutados había sido incluso condenado ya por un primer consejo de guerra sin que se le imputara tal cargo. Se trata de Tomás Berenguer Picó, camarero del bar "Negresco", afiliado a la CNT, natural de Monóvar, que contaba con 33 años de edad al terminar la guerra. La sentencia de su primer sumario, dictada en mayo de 1939, lo condenó a treinta años de cárcel por adhesión a la rebelión, que cumplía en el penal de El Dueso, en Santoña (Cantabria), por haber asistido a fusilamientos de personas de derechas en Alicante.[5]
Berenguer aseguró ante el juez que el día en que fueron asesinados los seis guardias civiles salió del "Negresco" al oír las detonaciones, y que después las milicias les obligaron a abandonar el local, enterándose por la calle, en dirección a su casa, que habían matado a los agentes en el Coliseo España. “Ello prueba -continuaba su declaración- que el inculpado no tuvo intervención en dichos asesinatos y que ni por curiosidad acudió al sitio en que se había desarrollado el suceso para ver lo que había acontecido”.
Varios testigos afirmaron, por el contrario, que Berenguer se sumó a las ejecuciones con una pistola del nueve largo, y que incluso disparó al cabo José Marcos cuando éste le pidió protección por ser conocido suyo. También señalaron que escribió en una bandeja del bar las siglas U.H.P (Uníos Hermanos Proletarios) con la sangre de una de las víctimas. El consejo de guerra, celebrado el 26 de agosto de 1941 en Alicante, dictó pena de muerte por estas acusaciones. Berenguer fue fusilado el 17 de diciembre de 1941 en el campamento de Rabasa, con 35 años.
Un exiliado en el banquillo
La muerte de Manuel Manresa y de sus cinco compañeros de la Guardia Civil volvió a emerger casi treinta años después con el regreso del exilio en 1963 de Antonio Berná García, que aparece citado en 1939 como el único número de Elda que mantuvo su lealtad al gobierno republicano. Natural de Albatera, el antiguo guardia contaba con 74 años cuando regresó de Francia. Berná presentó una instancia para someterse a proceso de depuración por haber permanecido fiel a la República, pese a haber transcurrido casi tres décadas desde la contienda.
Varios informes oficiales que constan en la causa de 1964 contra Antonio Berná rescatan el suceso del 13 de agosto de 1936 para retomar la versión que aparece incluso recogida por Josefina Manresa en sus memorias.[6] Según esta versión, los guardias civiles habían recibido órdenes superiores de salir de Elda para pasarse a las filas de los sublevados junto con más fuerzas del cuerpo destinadas en Alicante. Los informes señalan al propio Antonio Berná como el guardia que dio aviso a los milicianos de las intenciones de las fuerzas de la Benemérita. Tal inculpación, sin embargo, la desestimó la fiscalía militar en su pliego de cargos porque “no ha podido ser comprobada”, a pesar de lo cual Berná sería condenado a treinta años de cárcel por su servicio a las fuerzas republicanas, si bien su defensor apeló a la prescripción del delito y a los beneficios de los sucesivos indultos del régimen.
Cinco huérfanos
Cuando se produce el asesinato del padre de su novia en Elda, Miguel Hernández estaba pasando unos días de descanso en Orihuela tras haber vivido las primeras jornadas del golpe militar en Madrid, donde trabajaba en Espasa-Calpe a las órdenes de José María de Cossío para la elaboración de la enciclopedia “Los toros”. El poeta aún no se había decidido a participar contra el alzamiento militar al lado de las fuerzas republicanas. Entonces solo pensaba en reincorporarse a su trabajo en la editorial después de un periodo de descanso en su localidad natal, como confirma la tarjeta postal que envía en esos días a Cossío.
El asesinato de Manuel Manresa impactó fuertemente en Miguel Hernández que, al tiempo que se convencía de la necesidad de tomar partido contra los sublevados, se preocupó de modo inmediato por atender al desamparo de la viuda, Josefa Marhuenda Ruiz, y sus cinco hijos, todos ellos menores de edad: Josefina, de 20 años; Manuel, de 16; Carmen, de 12; Gertrudis, de 10; y Conchita, de 9. De todos ellos, solo Josefina procuraba ingresos esporádicos en la casa como costurera.
Así, en la tarjeta escrita a Cossío el 25 de agosto de 1936, Miguel le pide ayuda para el sostenimiento de la familia de Josefina de modo que Espasa-Calpe “le pague la mitad de la cantidad que cobro cada mes para poder permanecer aquí”. Al mismo tiempo le anuncia que va a “hacer cuanto pueda para que le quede a esta pobre familia mía la paga del padre muerto”. Así, se dispone a redactar cuanto antes un pliego para el ministro de la Gobernación, el general Sebastián Pozas, “firmado, si es posible, por nuestros amigos escritores de ahí, que puedan tener más valor para eso”.
Según Ferris, la ayuda de Cossío no se hizo esperar, pero en cuanto a la paga de Gobernación, la familia Manresa sólo recibió el sueldo de guardia de segunda hasta diciembre de 1936. El expediente de pensiones de Manuel Manresa que he consultado da el detalle de los devengos: un total de 324,57 pesetas en los meses de agosto a octubre, por sueldo, quinquenios, prima de constancia, bonificaciones y gratificación de vestuario, y 283,33 en los de noviembre y diciembre, por sueldo y quinquenios solamente. Aunque sus huérfanos volvieron a solicitar la paga, nunca más la obtuvieron. Josefina recordaba que todos los meses iba a cobrar los haberes de su padre a la Comandancia de Alicante con la viuda del cabo José Marcos, Amada, que “me recalcaba que era imperdonable que yo tuviera un novio rojo habiendo matado éstos a mi padre”.
Un ascenso póstumo
El 18 de septiembre de 1936 Miguel Hernández decide partir a Madrid, donde el día 23 se presenta en el cuartel del “Quinto Regimiento” comunista para enrolarse como voluntario. Empezaría como simple zapador, levantando fortificaciones y cavando trincheras, para desempeñarse después como comisario, primero de la cultura y luego político, en la 1.ª Brigada de Valentín González, “El Campesino”, y en la 11.ª División de Enrique Líster, además de afiliarse al PCE y hacerse miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.
Fuera o no por los oficios de Miguel, el caso es que el nombre de su suegro, junto con el de sus cinco compañeros asesinados también en Elda, figurará el 5 de marzo de 1937 en una relación de ascensos póstumos de caídos de la Guardia Nacional Republicana, como se denominó en la zona gubernamental a la Benemérita desde agosto de 1936.
Lo más llamativo es que, según la orden del Ministerio de la Gobernación, el beneficiario del ascenso era personal “que ha resultado muerto en combates sostenidos en los diferentes frentes de operaciones durante la campaña actual, o como consecuencia de heridas adquiridas en la lucha”.[7] La orden era consecuencia de un decreto que extendió a la Guardia Nacional Republicana otro anterior dictado en favor de los guardias del Cuerpo de Asalto y Seguridad que “hayan fallecido o fallezcan a consecuencia de heridas recibidas en los campos de operaciones combatiendo a los rebeldes”.[8]
Es evidente que Manuel Manresa y sus compañeros no habían muerto en primera línea luchando contra los sublevados, sino que habían sido asesinados en la retaguardia por las propias milicias leales, por lo que no cumplían la condición principal para el ascenso, que comportaba que sus viudas y huérfanos recibieran la pensión correspondiente a su nuevo grado póstumo con efecto del mes siguiente al de la defunción. Ya hemos visto que, a pesar de ser beneficiaria de esta disposición, la familia de Manuel Manresa, ascendido a cabo, no recibió ni un duro en toda la guerra.
En todo caso, el ascenso por el gobierno republicano de los guardias civiles asesinados en Elda podría parecer un claro desmentido a dos versiones de los hechos apuntadas anteriormente. Primero, es muy dudoso que se ascendiera a estos agentes de haberse acreditado que iban a formar parte de un contingente dispuesto a pasarse a los sublevados. Y segundo, es mucho más incierto aún que se ascendiera a sargento al cabo José Marcos, del que se dijo que disparó a las milicias con una pistola escondida en el momento en que los guardias civiles eran desarmados. Aunque no fuera ese su propósito, evidentemente, el ascenso del gobierno republicano deja claro que los guardias civiles de Elda fueron asesinados a sangre fría sin más motivo que el de ser miembros de la Benemérita.
Pero volvamos a agosto de 1936. El asesinato del padre de Josefina obligó a toda la familia a trasladarse a la también alicantina población de Cox, de donde era natural Manuel Manresa y donde vivía uno de sus hermanos. La viuda, Josefa Marhuenda, no pudo con el dolor de la muerte de su marido. Su delicado estado de salud le impidió asistir el 9 de marzo de 1937 a la boda de Josefina y Miguel, que contrajeron matrimonio civil en Orihuela. La suegra del poeta fallece por neumonía el 22 de abril de 1937, nueve meses después del asesinato de su marido, provocando el segundo luto de Josefina desde el estallido de la guerra. Miguel se hace cargo de los gastos del entierro de su suegra.
Al quedar sus cuñados, menores de edad, huérfanos de padre y madre, Miguel se convierte en su tutor, junto con su amigo el también escritor y poeta Jesús Poveda Mellado, nombrado protutor. En su condición de responsable de los menores, Miguel se afana en dejar acogidas en una guardería a las hermanas pequeñas de su mujer, Carmen, Gertrudis y Conchita, y se lleva consigo al único hermano varón, Manolo, con 17 años, para ocuparlo en labores de intendencia en el frente de Andalucía, según la biografía escrita por Ferris.
La alegría vuelve al matrimonio solo unos días después con la noticia de que Josefina está esperando un hijo. Como bien señala Ferris, es el tiempo de la “Canción del esposo soldado”, del compromiso del combatiente con la causa que se ventila en la guerra unido a la emoción y responsabilidad del que va a ser padre: “Para el hijo será la paz que estoy forjando”. El primogénito, Manuel Ramón, que tiene el nombre de su abuelo materno, nace el 19 de diciembre de 1937, cuando el poeta está con la 11.ª División de Líster en el paisaje polar de la batalla de Teruel.
Pero la muerte vuelve a golpear a la pareja: Manuel Ramón, aquejado de continuas infecciones intestinales, sin la alimentación ni la medicación adecuadas, fallece con diez meses el 19 de octubre de 1938, “un día como bajo la tierra, oscuro”, escribirá el poeta. Es el tercer luto de Josefina Manresa, cuando el próximo ya se está fraguando con buena parte del ejército republicano desangrada en las sierras y valles a orillas del Ebro, la pérdida del apoyo de la URSS, la caída de Cataluña, el exilio y la dimisión de Azaña y las luchas intestinas entre las fuerzas del Frente Popular que liquidarán definitivamente la resistencia ante Franco y sus aliados alemanes e italianos.
El calvario del poeta
Del calvario de Miguel Hernández después de la derrota republicana impacta en primer lugar su abandono por los camaradas del partido comunista junto con los que ha combatido con la voz y la pluma. En segundo término, su ingenua confianza en que su papel en la guerra como defensor de la causa gubernamental no le va a reportar más dificultad que la de no encontrar empleo en la España de los vencedores.
Tras el triunfo de Franco, Miguel decide volver a Madrid desde Cox con el fin de buscar un sustento económico para su familia, incluidos sus cuñados menores de los que es responsable como tutor. Contacta con el poeta falangista Eduardo Llosent Marañón, compañero en las "Misiones pedagógicas", quien le recomienda viajar a Sevilla para entrevistarse con Joaquín Romero Murube. Sus amigos sevillanos le aconsejan salir de España. En un último intento por conseguir trabajo, viaja a Cádiz para ver al director de la revista "Isla", Pedro Pérez Clotet, pero este no se encuentra en la ciudad. Ante la nueva decepción, según la biografía de Ferris, toma la determinación de salir del país por Portugal para intentar emprender viaje a Chile, como le había sugerido su amigo Carlos Morla Lynch, encargado de negocios chileno en Madrid.
El poeta pasa a Portugal la noche del 29 de abril, a pie, por las cercanías de Rosal de la Frontera (Huelva), sin conocer aquellos parajes, llevando consigo el libro “La destrucción o el amor”, del poeta Vicente Aleixandre, y un ejemplar de su auto sacramental “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras”, a modo de salvoconducto por ser una pieza religiosa suya influenciada por Ramón Sijé. Miguel es detenido al día siguiente por la policía portuguesa después de que le denunciara, pensando que era un ladrón, un hombre al que había vendido, camino de Lisboa, un traje y el reloj de oro que le regaló Aleixandre por su boda.
Dos agentes policiales franquistas lo interrogan el 4 de mayo de 1939 en el depósito municipal de Rosal de la Frontera. De su tortuosa y torturada declaración, en la que es apaleado y golpeado hasta hacerle orinar sangre, es prueba su advertencia a los agentes de que “tengan cuidado no sea que se repita el caso de García Lorca que fue ejecutado rápidamente y según tiene entendido el mismo Franco (nuestro inmortal Caudillo) sentó mano dura sobre sus ejecutores”, según reza la transcripción de su interrogatorio, incluida en su expediente judicial militar, conservado en el Archivo General e Histórico de Defensa en Madrid.[9]
A pesar de sus durísimas circunstancias personales, Miguel sigue anteponiendo sus desvelos como marido y tutor por la suerte de Josefina y sus hermanos, como demuestra la declaración que realiza en Rosal. Según su transcripción, el poeta asegura que su amigo Morla Lynch le había ofrecido divisas a principios de 1939 en Madrid para que pudiera irse a Chile. Miguel quedó “en contestarle desde Orihuela en cuanto viese a su familia, y viese si podía llevarse a su mujer e hijos (sic), y dejar colocados a cinco (sic) huérfanos de un Guardia Civil, suegro suyo, asesinado por los marxistas”.
La preocupación por los huérfanos del guardia civil Manuel Manresa vuelve a aparecer en su declaración cuando explica que obtuvo un salvoconducto de la Comandancia Militar de Orihuela para viajar a Sevilla, Cádiz y Jerez de la Frontera “con intención de encontrar trabajos literarios o burocráticos para solucionar la cuestión económica y dar de comer a los cinco huérfanos”.
Una fugaz libertad
A partir del 9 de mayo, en que se dispone su traslado a Madrid, Miguel comienza su calvario por más de una decena de cárceles franquistas, mientras se instruye, es un decir, su procedimiento sumarísimo, el número 21.001. Sin embargo, su encarcelamiento en la prisión madrileña de Torrijos es interrumpido por una sorprendente liberación el 15 de septiembre, unas pocas semanas antes de enfrentarse al consejo de guerra, fijado para el 7 de octubre. Como declarará el poeta más tarde, su liberación se produce gracias a las gestiones de José María de Cossío, que había perdido a un sobrino falangista en la batalla de Brunete (ver en este blog https://pcorralcorral.blogspot.com/2020/07/sobre-un-libro-hallado-en-las-trincheras.html), y de los también falangistas Rafael Sánchez Mazas y Eugenio Montes.
Su salida de la cárcel le permite reencontrarse fugazmente en Cox con Josefina y su nuevo hijo, Manuel Miguel, nacido el 4 de enero de 1939. Aprovecha también su estancia en su tierra para visitar en Orihuela a los padres del desaparecido Ramón Sijé. Su gesto de afecto hacia los progenitores de su mejor amigo se confirmará a la postre como una temeridad. Su presencia en Orihuela es denunciada. Será la Guardia Civil del puesto de su localidad natal, donde tuvo su último destino su suegro, la que comunicará el 20 de octubre siguiente la nueva detención del poeta, que es trasladado a Madrid en tren el 3 de diciembre, bajo vigilancia de la misma Benemérita.
El nuevo encarcelamiento de Miguel, junto con el exilio en Francia de su amigo Jesús Poveda Mellado, que se había incorporado a las filas del Ejército Popular, lleva a los familiares de Josefina Manresa a decidir el nombramiento de un nuevo tutor para los huérfanos menores de edad, "hasta tanto no queda legalizada la situación" del poeta, según reza un acta del Consejo de Familia de los menores celebrado el 23 de octubre en el juzgado municipal de Cox, incorporada al expediente de la pensión del padre guardia civil. Se nombra como nuevo tutor a Juan Manresa Pamies, tío de los huérfanos, al que se le encargan las gestiones para reclamar sus derechos de pensión, entre otras razones por vivir en Alicante capital, lo que significa que puede hacer el trámite "con más puntualidad y menos gravoso para los mismos".
El consejo de guerra contra Miguel Hernández se celebra el 18 de enero de 1940, en la Plaza de Callao 4, sede del Juzgado Especial de Prensa. El autor de “Viento del pueblo” es condenado a muerte por delito de adhesión a la rebelión. La sentencia, de apenas un folio, le acusa de alistarse al "Quinto Regimiento", ser comisario político de la 1.ª Brigada, intervenir en el asedio del santuario de Santa María de la Cabeza y ser "miembro activo" de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, "haciéndose pasar por el poeta de la revolución".
El 25 de junio siguiente, Franco conmuta la pena de muerte del poeta por la inferior en grado, treinta años de prisión, lo que se le comunica el 13 de julio a Miguel en la prisión de Conde de Toreno, en la que coincidió con el que sería dramaturgo Antonio Buero Vallejo, quien dibujó allí el famoso retrato del poeta cautivo.
El resto de la historia es un viaje al corazón de las tinieblas carcelarias de la posguerra, escalofriantemente reconstruido por Ferris, incluida la siniestra intervención de Luis Almarcha, vicario de la catedral de Orihuela, y el capellán de la prisión de Alicante, el padre Joaquín Vendrell, renuentes a trasladar a Miguel a un sanatorio si no se retracta de sus ideales y manifiesta su adhesión al nuevo régimen cuando su tuberculosis se le agrava después de una neumonía sufrida en la cárcel de Palencia, una bronquitis en la de Ocaña y un tifus en la de Alicante.
Son las terribles consecuencias de su “turismo carcelario”, como el poeta lo llama con ironía, por calabozos insalubres, húmedos y glaciales, sin los medicamentos ni la alimentación necesarios. Solo se accederá a trasladar a Miguel a un sanatorio cuando esté en las últimas, con el pulmón izquierdo invadido por la tuberculosis, y después de haber aceptado contraer matrimonio religioso con Josefina, casi moribundo, el 4 de marzo de 1942.
La pensión del suegro
Pero ni siquiera su más que penosa situación en esos tres años de cárcel le distrajo de su preocupación por Josefina y sus hermanos, según he comprobado en los archivos del autor de "El hombre acecha" que custodia la Diputación Provincial de Jaén. Una prueba fehaciente es una nota del poeta, escrita en la cárcel en 1939, donde parece reproducir el modelo de una instancia para solicitar a las autoridades franquistas una pensión para su mujer y sus cuñados por el asesinato de su suegro.[11]
La nota especifica la fecha y el pueblo del asesinato, 13 de agosto de 1936 en Elda; los beneficiarios, Josefina, Manuel, Gertrudis, Carmen y Concepción, -“todos con la fecha de nacimiento”, apunta-; la graduación de su suegro - “guardia 2.º”-, y su sueldo -“300 pts mensuales”. El poeta también refleja que se ha entregado dicha solicitud entre mayo y junio de 1939 en la Comandancia de la Guardia Civil de Alicante.
La instancia venía a solicitar la pensión extraordinaria aprobada el 2 de diciembre de 1936 por el general Franco en el Decreto 92 para los familiares de los miembros de las fuerzas militares y de seguridad fallecidos por haberse sumado a la sublevación contra el gobierno republicano. El artículo segundo establecía que, en el caso de cuerpos auxiliares y suboficiales del ejército, guardias civiles, carabineros y guardias de asalto, esta pensión era equivalente, en concepto de pensión alimenticia, al cincuenta por ciento del sueldo íntegro que cobraran los fallecidos en el momento de su defunción, sin devengos ni gratificaciones, en el caso de haber muerto en las siguientes circunstancias:
“a) Haber sido asesinados por los rebeldes en territorio ocupado al tiempo de iniciarse el Movimiento por estar adheridos a él.
b) Muertos en territorio pendiente de ocuparse en lucha con las fuerzas contrarias al Movimiento Nacional y en defensa de éste.
c) Asesinados en territorio pendiente de ocuparse por adhesión al Movimiento Nacional”.[12]
En las gestiones para conseguir la pensión extraordinaria, que en el caso de Manuel Manresa habría alcanzado las 1.550 pesetas anuales, se involucraría a fondo el poeta Vicente Aleixandre, consciente de que, además del dinero enviado por los amigos, incluido él mismo, la pensión podía aliviar la situación de la familia, y sobre todo ser de ayuda indispensable para el cuidado del pequeño Manuel Miguel, el destinatario de las conmovedoras “Nanas de la cebolla”, y para aliviar las penalidades del propio poeta en la cárcel. Para ello, Aleixandre contará con la ayuda del escritor José Luis Cano, cuyo padre, el general Enrique Cano Ortega, era vocal del Consejo Supremo de Justicia Militar, que aprobaba o denegaba estas pensiones.
De los desvelos de Aleixandre es prueba su carta del 10 de junio de 1940 a Josefina, donde además de interesarse por Miguel y su hijo Manolín, señala a la mujer que su tío paterno, Juan Manresa, nombrado tutor de los huérfanos, no le ha enviado aún un documento “necesario para el despacho de la pensión de Vds” y le pide que le apremie para hacerlo “porque todo está pendiente de él”.[13]
Un laberinto burocrático
El propio Miguel sabe muy bien que su amigo Vicente está haciendo lo imposible para que su mujer y sus cuñados cobren la pensión de su suegro. Así se lo comunica a su amigo Luis Rodríguez Isern desde el penal de Ocaña en enero de 1941, a quien le pide que visite a Aleixandre. “Y dile -escribe el poeta sin disimular su gratitud- que sé de su interés por conseguir que Josefina cobre para sus hermanos la pensión que en justicia debieran cobrar hace tiempo”.[14] Con ese “en justicia”, Miguel declara implícitamente que su suegro había muerto por su adhesión a la sublevación contra el mismo régimen republicano que él defendió hasta el último suspiro. Prueba del desgarro que en todas las familias provocaron el golpe militar y la guerra.
Sobre el asunto de la pensión vuelve Aleixandre el 8 de marzo de 1941, requiriendo por carta a Josefina que presente nuevamente la solicitud pues la primera instancia, a la que se refería Miguel en su nota de 1939, se ha perdido.[15] El poeta sevillano informa a la mujer de Miguel de que un contacto suyo en Alicante le ha comunicado que “no encuentra allí rastro ninguno de la instancia de Vds. ni en la Comandancia de la Guardia Civil, ni en el Gobierno militar ni en la Auditoría de Guerra”.
“Como en el Consejo Supremo de Justicia Militar en Madrid tampoco se encuentra, quiere esto decir que la instancia de Vds. se perdió hace tiempo”, escribe Aleixandre. Por ello insiste a Josefina en que le aclare en qué centro presentará la nueva solicitud para que su amigo José Luis Cano se interese por ella, con el fin de que sea remitida cuanto antes al Consejo Supremo en Madrid, donde su amigo “también trabajara para que la despachen pronto y cobren Vds. la pensión, si es posible”. Conmueve el detalle de Aleixandre al incluir en su carta el sello para que Josefina le conteste por correo para recordarle los apellidos de su padre y de sus hermanos y ella.
Finalmente, la instancia aparecerá, pero Aleixandre insiste a Josefina el 17 de junio de 1941 en que su tío Juan no le ha enviado una documentación que se requiere. “No sé qué vamos a hacer para conseguir que me envíe lo que necesitamos para la instancia de Vds.”, escribe quejoso el poeta de “Espadas como labios”. Aleixandre le anuncia además que a mediados de julio saldrá de Madrid “y será lástima no recibir antes el documento y poner en marcha la instancia antes de irme”.[16]
En este punto es Miguel quien, ya en la cárcel de Alicante, donde ha sido trasladado desde la de Ocaña, recuerda a su mujer, en una tarjeta postal fechada el 30 de agosto de 1941, que debe hablar con Aleixandre del asunto de la pensión. Sin duda, el poeta es plenamente consciente de que, en la situación que atraviesan, ese dinero es vital: “Di a Vicente que hoy más que nunca debe atenderte, y háblale también de ese documento que se precisa para conseguir la pensión de tu padre”.[17]
El 4 de febrero de 1942, con creciente preocupación por el estado de salud de Miguel, Aleixandre escribe de nuevo a Josefina. Entre otros muchos asuntos aparece de nuevo, como en todas sus cartas, la pensión de su padre asesinado. El poeta sevillano le dice a la mujer que en otra carta que no ha debido de recibir le pedía que le diera otra vez el nombre y apellidos de su padre y los de sus hermanos “pues los necesita otra vez mi amigo para ver de buscar lo de la pensión”.[18]
En una misiva posterior, del 23 de marzo de 1942, que desborda inquietud por la vida de Miguel –“Es un dolor ver a qué extremos de gravedad ha llegado”-, Aleixandre regresa al no menos cruel laberinto burocrático en que parece perdido un soporte económico fundamental para paliar los males de su amigo. En esta ocasión es el paradero de un documento testifical que la Capitanía General de Valencia decía haber enviado el 3 de enero al Consejo Supremo, al que, sin embargo, nunca había llegado.[19]
Cinco días después de esta carta, hace ahora ocho décadas exactamente, muere Miguel en la enfermería de la cárcel de Alicante, a los 31 años de edad, con el nombre de su mujer abrazado a su último suspiro: “¡Ay, hija, Josefina, qué desgraciada eres!”, según le oyó decir José Ramón Rocamora, también preso, que estuvo en todo momento en la cabecera de su lecho de muerte.
Era el cuarto luto de Josefina desde el comienzo de la guerra, y el que llevará en el alma toda su vida, entregada a la salvaguarda de la memoria y la obra del poeta, hasta su muerte en 1987, tres años después de la de su hijo Manuel Miguel, fallecido en 1984, su último luto.
A la muerte del poeta, según recuerda Ramón Fernández Palmeral, dos de las hermanas pequeñas de Josefina salen del colegio de huérfanos de guardias civiles de Valdemoro (Madrid), donde habían estado acogidas. Aunque según el mismo autor, los hijos de Manuel Manresa comenzaron a cobrar después de la guerra una pensión de orfandad, el expediente conservado en el archivo del departamento de pensiones del Ministerio de Defensa acredita que en 1940 dejaron de cobrarla. Hasta el año 1973 Josefina Manresa no volverá a reclamarla y percibirla, mientras que sus hermanas Gertrudis y Carmen la conseguirán cobrar de nuevo desde 1990 y 1992, respectivamente.
El dolor de Aleixandre
El 6 de noviembre de 1942, pasados ocho meses desde la muerte de su amigo Miguel, Aleixandre continúa su batalla contra la maquinaria burocrática del nuevo régimen, pero se muestra otra vez apesadumbrado por no haber recibido del tío de Josefina la documentación que se precisaba. “Me tiene disgustado no recibir de su tío los documentos que hace tantos meses le pedí para su pensión. Si tuviéramos estos documentos, que no se presentaron al hacer la solicitud, ya tendrían Vds. su pensión”, escribe.[20]
La realidad, sin embargo, va a desmentir al poeta. El 26 de febrero de 1943 la Sala de Pensiones de Guerra del Consejo Supremo de Justicia Militar rechaza conceder a Josefina y a sus hermanos la pensión extraordinaria. Se impone así el criterio de la Fiscalía, que dos días antes se había pronunciado contundentemente, como prueba la nota incluida en el expediente que he podido consultar:
"Del expediente se deduce que el causante no cooperó al Alzamiento Nacional, desde su iniciación, sino que, por el contrario, prestó servicios en las fuerzas contrarias a dicho Alzamiento hasta que, como consecuencia de un motín que tuvo lugar en Elda, fue muerto por las turbas en la fecha indicada en ocasión de encontrarse prestando servicio de orden dispuesto por las autoridades marxistas, y por resistirse a ser desarmado por los revoltosos.
Con lo expuesto queda justificado que el causante no murió asesinado por los rebeldes por su adhesión al Glorioso Movimiento Nacional".
El 7 de abril de 1943, Aleixandre escribe a Josefina para comunicarle que la Fiscalía del Consejo Supremo ha rechazado la petición de la pensión extraordinaria por el asesinato de Manuel Manresa, “estimando que no está demostrado que su padre de Vds. muriese en defensa del Movimiento”. Aleixandre le explica que el informe del fiscal es vinculante para la Sala de Pensiones de Guerra, por lo que no hay nada que hacer.
“Excuso decirla a Vd. -escribe el futuro premio Nobel a la viuda de su amigo Miguel- el dolor que tal resolución me ha producido, ante el derrumbamiento de las esperanzas en esa Pensión que tan justamente se solicitaba”.[21]
La decisión no fue recurrida en su momento, por lo que quedó firme. Sin duda, los familiares de Manuel Manresa debieron de estimar contraproducente seguir removiendo el asunto después de que un órgano militar superior del nuevo régimen hubiera tachado de enemigo al guardia civil asesinado. Lo que demuestra el alto precio que comportaba para una familia que uno de sus miembros, aunque hubiera muerto, fuera señalado como contrario al nuevo régimen.
Sin embargo, pasados los años, los propios huérfanos de Manuel Manresa intentaron de nuevo conseguir la pensión. Así lo demuestra un borrador de una instancia con la que Gertrudis, cuñada de Miguel Hernández, reclamaba en 1954 al ministro del Ejército, Salvador Moreno, que se les concediera dicha pensión por cuanto su padre “estuvo al servicio del Glorioso Alzamiento ya que no llegó a sumarse a los rojos cual lo demuestra el ser asesinado en la fecha indicada, transcurrido ya casi un mes y todavía con uniforme de la Benemérita”.[22]
En el borrador de la instancia, Gertrudis aseguraba que su padre “cayó vilmente asesinado por las hordas rojas en dicha Ciudad de Elda, en unión de otros compañeros que, por no quererse entregar a las turbas marxistas entonces allí dominantes, hicieron frente a ellas prefiriendo ofrendar su vida antes que rendirse a una causa que repudiaban y detestaban en honor al Cuerpo que pertenecían”.
“Algún sin alma”
El rechazo del régimen franquista a conceder la pensión extraordinaria a los hijos de Manuel Manresa resulta chocante cuando compruebo que sí la recibieron las familias de dos de los guardias civiles asesinados con él en Elda. Se trata de Miguel Benítez Cuenca, natural de Benalúa de las Villas (Granada), asesinado con 29 años, que dejó dos hijos de corta edad, de un año y unos meses; y Manuel Moreno Luna, de Archena (Murcia), muerto con 34 años. A sus respectivas viudas, Carmen García Raya y Matilde Guillén Verdú, se les concedió en la posguerra, en virtud del artículo segundo del Decreto 92, una pensión anual de 1.550 pesetas a contar desde el 14 de agosto de 1936, un día después de su asesinato.[23]
Los relatos de las testificales de sus expedientes son similares a las de Manuel Manresa, e incluso comparten testigos como es el caso de los guardias Fermín Delgado Puerto y Cayetano Martínez Muñoz. Todos los testimonios dejan constancia de que las fuerzas de la Benemérita iban a aprovechar su marcha al frente para pasarse a los sublevados. Se dice incluso que Benítez Cuenca y otros guardias escuchaban en el cuartel las soflamas radiofónicas del general Queipo de Llano. Pero, a pesar de todo, y por inconcebible que parezca, a algunos de los guardias asesinados en Elda se les consideró asesinados por su adhesión al alzamiento militar, pero no al suegro de Miguel Hernández, a pesar de que sus compañeros declararon que era afecto a los sublevados.
El lector que me haya acompañado hasta aquí se habrá asomado al borde del abismo entre las dos Españas, ambas tan cicateras en el auxilio a los cinco huérfanos del guardia civil Manuel Manresa. Si los republicanos jamás les pagaron durante la guerra la pensión que le habían reconocido al ascenderle póstumamente a cabo, los franquistas les negaron dos en la posguerra de “hambre y cebolla”. Dichas pensiones podrían haber atenuado las penurias y escaseces de las familias Hernández y Manresa durante y después de la contienda, aunque muy probablemente nada habría cambiado si el destino de Manuel Manresa hubiera sido distinto: de haber sobrevivido a la guerra, el hecho de servir como guardia civil en zona “roja” le habría costado por lo menos unos años de cárcel como a su yerno, sin derecho a cobrar nada.
Es lógico abrigar en este punto la sospecha de si ser el suegro de Miguel Hernández fue el verdadero motivo del rechazo de la instancia que Josefina y sus hermanos presentaron después de la guerra para obtener la pensión por el asesinato de su padre. Quién mejor para expresar el calado de esta sospecha que Vicente Aleixandre, la persona que posiblemente más luchó por conseguir esa pensión:
“Llego a pensar -escribió el poeta a Josefina en abril de 1943 sobre la denegación de la pensión- si algún enemigo, si algún sin alma, se habrá interpuesto en este asunto, pues de otro modo es inexplicable a primera vista”.[24]
[1] Se trata de los expedientes de los guardias Manuel Manresa Pamies (Exp_24376_82), Manuel Moreno Luna (Exp_428_22) y Manuel Benítez Cuenca (Exp_427_22), conservados en el archivo del Área de Pensiones del Ministerio de Defensa. Agradezco vivamente al director del Archivo General e Histórico de Defensa, Guillermo Pastor; a la jefa del Área de Pensiones del Ministerio de Defensa, Fátima Incera Peña; y al técnico del mismo área, Rafael Marchante Gambero, las facilidades proporcionadas para que pudiera consultarlos.
[2] “Josefina Manresa: un dolor que se extiende por tres generaciones”. Entrevista con el profesor José Ramón Valero Escandell para la revista “Alborada”, Elda, 1986, citada por Pedro Payá López en su tesis doctoral (ver nota 4).
[3] José Luis Ferris. “Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta”, Temas de Hoy, Madrid, 2002.
[4] Pedro Payá López. “Ni paz, ni piedad, ni perdón. La guerra después de la guerra y la erradicación del enemigo en el partido judicial de Monóvar: la responsabilidad compartida (1939-1945)”. Universidad de Alicante, 2013.
[5] AGHD, Alicante, Sumario 262, Año 1939, Caja 15628/ 2
[6] Josefina Manresa, “Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández”, Ediciones de la Torre, Madrid, 1980, citada por Ramón Fernández Palmeral, que ha estudiado el expediente militar del padre de Josefina en la web https://mhernandez-palmeral.blogspot.com/2019/10/expediente-militar-de-manuel-manresa.html
[7] “Gaceta de la República”, n.º 98, 8 de abril de 1937.
[8] “Gaceta de la República”, n.º 249, 5 de septiembre de 1936.
[9] AGHD, Madrid, Sumario 3895/1. Invito al lector a leer el expediente militar abierto contra Miguel Hernández en la copia digital accesible en esta web del Ministerio de Defensa: https://bibliotecavirtual.defensa.gob.es/BVMDefensa/exp_justicia_militar/es/catalogo_imagenes/grupo.do?path=225347
[10] Juan Guerrero Zamora, “Miguel Hernández, poeta (1910-1942). Ediciones El Grifón, Madrid, 1955, citado por José Luis Ferris.
[11] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_2492.
[12] BOE, n.º 51, 9 de diciembre de 1936, págs. 352-354.
[13] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_1493.
[14] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_0737.
[15] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_1630.
[16] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_0052.
[17] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_0070.
[18] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_0048.
[19] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_0050.
[20] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_1603.
[21] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_1615.
[22] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_DP_0073.
[23] BOE, n.º 8, 8 de enero de 1941, págs. 172-173, y BOE, n.º 152, 1 de junio de 1942, págs. 3918-3919, respectivamente.
[24] Diputación Provincial de Jaén. Legado de Miguel Hernández, MH_CR_1615.