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El compromiso comunista de Miguel Hernández
 
 
La militancia 
comunista de Miguel Hernández ha sido reiteradamente ocultada o 
despreciada, al principio por el régimen franquista y después por los 
efectos y consecuencias del ninguneo hacia el Partido Comunista, casi 
hasta llegar a una incomprensible e infantil actitud de que aquello de 
los que no se habla tampoco existe.
Después de tanto tiempo, ha 
llegado el momento, en mi opinión, de dejar bien claro que Miguel era 
comunista y que ello se refleja en su obra, como huella literaria de sus
 acciones y actividades a favor del Partido. Y ello no entra en colisión
 o en contradicción con la alta calidad de su obra y de la evolución de 
la misma.     
En el caso de Miguel 
Hernández, su comunismo militante descansa primero en la experiencia y 
vivencia de una clase social de trabajadores, en una Orihuela caciquil y
 terrateniente, sin casi presencia de partidos de izquierdas o 
sindicatos. No leyó El Capital, de Karl Marx, pero tampoco le hacía 
falta para comprender que el mundo no estaba bien hecho y que era 
necesario hacer algo al respecto.       
ORIHUELA 1931-1932
Con Ramón Sijé y otros amigos 
celebró la proclamación de la República el 14 de abril de 1931 en la 
Plaza Nueva de Orihuela, lugar donde se ubicaba el Ayuntamiento. Dos 
meses después, en junio de 1931 Hernández es elegido presidente de las 
Juventudes Socialistas de Orihuela, propuesto por su amigo Augusto 
Pescador, cargo del que dimite dos meses después.
El domingo 2 de octubre de 
1932 participó en el homenaje a Gabriel Miró, fallecido dos años antes, 
en un acto que supuso el inicio de su amistad con Carmen Conde y su 
marido Antonio Oliver Belmás, responsables de la Universidad Popular de 
Cartagena, y de María Cegarra, la primera perita química en España y 
poeta. Los tres amigos serán muy importantes en la educación literaria y
 ciudadana del oriolano, le invitan a participar en una misión 
pedagógica en Cabo de Palos y a ofrecer una conferencia sobre Lope de 
Vega. Cegarra era políticamente conservadora pero comprometida 
socialmente en favor de los desfavorecidos. Acompañará a Miguel en 
varias excursiones por las minas de La Unión. La obra teatral Los hijos 
de la piedra, escrita durante 1935, al calor de la revolución de 
Asturias de octubre de 1934, es fiel reflejo de esa incipiente inquietud
 ciudadana hernandiana.
MADRID 1935
Será a partir de su segundo 
viaje a Madrid, a finales de 1934 e inicios de 1935, cuando Hernández 
comience a mostrar, tanto literaria como políticamente, una preocupación
 social y política, sobre todo a raíz de su conocimiento y amistad con 
el poeta chileno Pablo Neruda (y con el argentino Raúl González Tuñón), 
quien ocupaba el cargo de cónsul de Chile en España, y con el poeta 
español Vicente Aleixandre, quien acababa de publicar su obra La 
destrucción o el amor. De ambos poetas recibirá Miguel Hernández la 
influencia literaria que le acerca a la poesía vanguardista, así como 
una aproximación a la ideología republicana y al comunismo.
Por influjo de Pablo Neruda, 
Vicente Aleixandre y sobre todo Raúl González Tuñón, Miguel Hernández 
abandona el cultivo de la poesía tradicional y se acerca a la llamada 
“poesía impura” que el poeta chileno había propugnado en la revista 
Caballo Verde para la Poesía.
Desde entonces, Miguel Hernández se despierta la conciencia del poder
 transformador de la palabra y la función social y política de la 
poesía. Su poema “Sonreídme” marca una nueva etapa, vital y literaria, 
en la que abandonará la fe católica practicada en la “sotánica-satánica”
 Orihuela (aunque Pablo Neruda utilizara estos calificativos para 
referirse la revista sijeana El Gallo Crisis) y se volcará en una mirada
 más comprometida y militante de la vida y la poesía: “Me libré de los 
templos: sonreídme, / donde me consumía con tristeza de lámpara / 
encerrado en el poco aire de los sagrarios”.      
Raúl González Tuñón, miembro 
del Partido Comunista de Argentina, fue el verdadero guía ideológico y 
estético de Hernández durante aquel año 1935. La poesía hernandiana 
escrita durante la Guerra Civil es el resultado de una lección 
intensamente vivida y aprendida. Una poesía épica, fuertemente enraizada
 en el propio contexto político y cultural, de raíz profética y que 
cantaba hechos heroicos al pueblo, destinatario ideal de los mismos. 
Todo ello se adivina en los vibrantes poemas hernandianos de Viento del 
pueblo, libro escrito ya en plena Guerra Civil y que salió a mediados de
 1937, en los que su autor identificaba el canto íntimo con el 
colectivo, finalmente acompasados.          
GUERRA
La crítica también ha 
ninguneado la obra escrita durante la Guerra Civil aduciendo su baja 
calidad estética, sin embargo ha sido, en mi opinión, la ideología 
comunista que la sustentaba la que verdaderamente ha motivado ese 
rechazo, incomprensible e injusto. Y la defensa del marco legal 
republicano.     
El poeta alicantino se enrola 
el 23 de septiembre de 1936 como voluntario en el Quinto Regimiento del 
bando republicano, y en su ficha de afiliación se indica que procede del
 Partido Comunista. Colaborará en Milicia Popular, revista del Quinto 
Regimiento. A mediados de octubre de 1936 fue destinado al llamado 
“Batallón del talento”, mandado por el cubano Pablo de la Torriente.
Viento del pueblo pronto se convirtió en el símbolo de la feroz 
guerra, el libro recogía veinticinco poemas escritos desde octubre de 
1936 hasta septiembre de 1937, lo más duro de la guerra, publicados en 
revistas del frente, que era alentado por la voz poética más 
representativa de la tenaz y quijotesca lucha española contra el 
fascismo internacional. Y elemento de cargo contra el propio escritor 
cuando fue juzgado, como su obra Teatro en la guerra y varios artículos 
periodísticos, lo que les confiere una emotiva y especial significación,
 no borrada por el implacable tiempo y el olvido. Este poemario 
conseguía, en nuestra opinión, poner al día el canto del poeta con su 
 público y con su esencia personal. De este libro es imposible olvidar 
“Sentado sobre los muertos”, “Vientos del pueblo me llevan”, “El niño 
yuntero”, “Aceituneros” o “Canción del esposo soldado”. En todos ellos 
refulge la experiencia íntima del yo poético, se confunde con el pueblo 
al que se destina el canto. Además, la tensión vital se entremezcla en 
el mismo. No olvidemos tampoco que durante ese año, de septiembre de 
1936 a septiembre de 1937, el poeta oriolano vive  la dramática y 
heroica defensa de Madrid, la muerte de amigos y camaradas (Pablo de la 
Torriente Brau) y la gran experiencia de la paternidad. Atraviesa los 
campos de batalla más duros y significativos (Madrid, Andalucía, 
Extremadura, Guadalajara, etc.) y consigue, en tan tristes 
circunstancias, que su anhelado oficio de poeta o escritor no sea 
considerado como un esnobismo por los demás, sino como un prestigioso y 
necesario trabajo, en el que, aparte de un sueldo acorde, lleva añadida 
una consideración de respeto social. Fijémonos que este anhelo 
hernandiano, que en la biografía de Miguel Hernández publicada por 
Eutimio Martín se convierte en elemento casi único  en la vida del 
escritor oriolano, podrá cumplirse en tiempos tan poco favorables a la 
lírica, pero que, con una base fundamental como fue el apoyo 
gubernamental republicano a la cultura, debía necesariamente que 
prosperar. La crítica actual, sin embargo, tan poco proclive a 
idealismos políticos y generosidades personales, no ha “juzgado” esta 
obra con los mismos parámetros que, por ejemplo, El rayo que no cesa, 
insistimos, por razones extraliterarias, pero la conjunción de poesía, 
fotografía, arte tipográfico y mensaje, se daba en este libro en 
elevadas dosis, inteligentemente dispuestas.        
Las razones que explican la 
perfecta compenetración entre Miguel Hernández y su público (lector, 
radioyente, espectador, etc.) no son otras que la magistral utilización 
de tres frentes:
1.- Exaltación de los oficios 
de la tierra, que requieren las manos del obrero o del campesino. Ambos 
trabajos, mayoritarios en la España del momento, con una alta tasa de 
analfabetismo (el poeta se enroló, al igual que otros intelectuales, en 
las célebres Misiones Pedagógicas, de cuyo Patronato don Antonio Machado
 era su presidente).
2.- Esperanza en la juventud. Son frecuentes las alusiones a la fuerza de este segmento de la población, también numeroso.
3.- La confianza en la lucha 
revolucionaria contra la explotación capitalista, defendida por el poder
 establecido y por el fascismo, incipiente en España.         
Pero lo que hacía que el 
mensaje (implícito y explícito) en la obra de Miguel Hernández fuera 
eficaz era la identificación plena de su vida y su obra, no una pose ni 
mixtificación, ni una falsedad, como sí se daba en otros escritores, más
 preocupados por seguir al dictado la ortodoxia de sus organizaciones 
políticas que por mostrar, poéticamente, un hecho íntimo ante un momento
 crucial en la historia reciente de España. Esta perfecta simbiosis de 
muy diversos y heterogéneos elementos (vida, arte o literatura, 
tradición literaria) provoca que su discurso fuese polisémico y que 
procediese de distintos ámbitos, con efectos emotivos y estéticos 
asimismo variados, lo cual viene a revalorar este tipo de escritura, 
tradicionalmente rechazada por la crítica por simplista. Ese pretendido 
simplismo, en el caso de Miguel Hernández, no es tal.  
La coherencia de su vida al 
negarse a aceptar nada proveniente del nuevo Régimen franquista se 
consumará el 28 de marzo de 1942 en su muerte en el Reformatorio de 
Adultos de Alicante, y su condena, injusta por proceder de un régimen 
injusto, sigue todavía sin ser anulada, después de una insuficiente Ley 
de Memoria Histórica.
Aitor L. Larrabide. 
Fundación Cultural Miguel Hernández  
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- Escrito por Aitor L. Larrabide
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