Miguel Hernández; voz poética de la guerra
En pleno combate bélico, su libro Viento del pueblo y otros poemas de esa época, se convierten en canto poético. Lo épico gana peso frente a lo lírico. Proclamas al combate como "Vientos del pueblo me llevan", de justicia social como "El niño yuntero o "Aceituneros, cuestiones bélicas como Rosario dinamitera, diatribas contra el enemigo como Ceniciento Mussolini, cantos a figuras míticas como La Pasionaria o El Campesino. Se trata de una poesía pasional, que busca el objetivo de llegar a los combatientes, aunque en ocasiones reduzca la calidad que su obra ya había alcanzado. Son los primeros compases de la guerra y se marca un lenguaje encendido, propicio a la recitación oral, que prima la emoción sobre otros aspectos. Aún así no abandona la hondura, la sensualidad que siempre tuvieron sus versos, que confluyen de manera especial en Canción del esposo soldado, con una explosión poética, una de las características de la poética hernandiana y que define, con pocas palabras, que es la guerra: «Es preciso matar para seguir viviendo».
Su libro El hombre acecha, marca como pocos las paradojas de la guerra. Sus ejemplares quedan impresos en una imprenta de Valencia, pero no podrán ser distribuidos por la llegada de las tropas franquistas y nunca más se sabrá de ellos [se salvaron tres capillas, y se hizo una edicion facsímil de 1981 por la Casona de Tudanta, Santander] . En el mismo el lenguaje épico deja paso a la reflexión y el cansancio, al dolor que se extiende, a los heridos, a la muerte, la guerra que sigue y va marcando fechas como se expresa en 18 de julio 1936-18 de julio de 1938: «Son dos años de sangre: son dos inundaciones (?)El tiempo es sangre. El tiempo circula por mis venas. / Y ante el reloj y el alba me siento más que herido, / y oigo un chocar de sangre de todos los tamaños».
Con el fin de la guerra llega la desolación; Miguel Hernández, como tantos combatientes del bando republicano, se encuentra con la desbandada y la derrota, se ve sumergido en un túnel carcelario en que lucha por una luz que apenas puede vislumbrar. Le queda, el sentido místico que siempre ha acompañado su obra y su vida, escribiendo sus mejores poemas. Escéptico, aún combatiente de la vida tras las rejas, así proclama en ese libro que nunca vería entre sus manos, Cancionero y Romancero de ausencias, un grito antibelicista: “Tristes guerras/ si no es amor la empresa. /Tristes, tristes. / Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes, tristes. / Tristes hombres / si no mueren de amor. / Tristes, tristes.”