(María Moreno y Palmeral en la Casa-Museo, el 28 de octubre de 2006)
«Él fue a la guerra, pero no pegó un tiro»
30.10.10 - PEDRO SOLER
«Me subía a sus hombros, me cogía higos, ordeñaba leche para mí»
María Moreno [Soriano], [cuñada ] y amiga de Miguel Hernández, recuerda momentos entrañables de la vida del poeta.
Infatigable. Se pasa el día de un lado a otro, facilitando los trámites de pensiones o llevando recetas, sin cobrar un euro. «Vivo de lo mío y ayudo. Mi vida es esa. Dar, dar y dar, hasta que me muera», afirma. La saludan a derecha e izquierda por las calles de Orihuela. En una bolsa de plástico, María Moreno Soriano lleva doblada una hoja de un periódico, en la que se lee: «Ningún oriolano debe nada a Miguel Hernández. Más bien, al revés». Es una frase de Pepa Ferrando, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Orihuela, con motivo de la disputa municipal en torno al nombramiento del famoso poeta como Síndico Honorífico.
María enseña la página y afirma: «Te voy a decir una cosa: la gente fascista me respeta. El Ayuntamiento es el facha número uno. Yo voy a los plenos y cuando no me gusta una cosa le hago la cruz y digo: arreglen las calles, que pongan urinarios… Yo soy republicana. La monarquía que viva a su aire, como yo». Pero no íbamos a hablar de política, sino de Miguel Hernández. A sus 84 años, hoy estará en la puerta de la casa en la que nació el poeta, en la Calle San Juan, hablando sobre él y sobre su vida, de la que tanto recuerda. Sus memorias, perfectamente ordenadas, darían para un hermoso libro sobre Miguel hecho hombre.
-¿Cómo conoció usted a Miguel Hernández?
-Porque mi hermano Francisco se casó con Elvira, la hermana mayor de Miguel. Yo soy cuñada de la hermana de Miguel. Mis sobrinas, también sobrinas de Miguel, siguen en Madrid. Mi hermano fue director del Banco Español de Crédito aquí en Orihuela, y luego lo enviaron a Madrid. Fue por aquellos años, cuando Miguel iba sin 'na' en los bolsillos, con su 'maletica' atada con un cordel. Se refugiaba en casa de mi hermano.
- ¿Qué sabe de Miguel niño?
- Muchas cosas. Su padre lo metió, al principio, en la tienda que la familia de Ramón Sijé tenía en la Calle Mayor. Estuvo un tiempo haciendo 'recaos'; pero el padre le dijo: «Para hacer 'recaos', te quiero con las cabras». Fue cuando se subía al monte y quiso entrar al colegio. Entró de monaguillo, y ahí tenía a Ramón Sijé y a sus amigos. Miguel nunca había sido un zagal de malas ideas. También estuvo con tres abogados escribiendo en aquellas máquinas antiguas. Me acuerdo de Arenas, que vivía en la Plaza Nueva. Su hijo, íntimo amigo de Miguel, ha vivido hasta ahora. Era gente rica. Yo también tuve conversaciones con él, hasta que murió.
- Usted se lleva con Miguel 16 años de diferencia. ¿Quién le ha contado estas cosas?
- Nadie. Yo he vivido todo lo que cuento. Yo no he sacado nada de ningún sitio. Es que lo he vivido.
- ¿Habló con él muchas veces?
- Sí. Como yo era más pequeña, me contaba historias, cuentos… que ahora no recuerdo. También aparezco en esa fotografía, en la que él está echando un discurso. Yo estoy allí llevando el cartel.
- ¿Alguna anécdota, algo curioso?
- Recuerdo cuando un día subió a mi casa con un chichón grande del que le salía sangre, porque se había dado con una piedra. Es que como él se bañaba en el río… O cuando se fue a Rusia y luego volvió. Me cogió a hombros y detrás de la puerta me hicieron una fotografía.
- ¿Qué recuerda de la amistad entre Miguel y Ramón Sijé? Luego se pelearon y…
- No se pelearon. Mira: Ramón Sijé era un enfermo. Tenía las manías de las tías. Era facha, pero las diferencias entre ellos surgieron porque la familia de Ramón era más rica y su padre los distanciaba; pero ellos, no. Aunque los padres no quisieran, ellos se veían en la casa de la panadería, en la Calle de Arriba, porque Ramón se hablaba con una hermana de la familia panadera. Luego, vino lo que vino: la guerra, una guerra mala. En Orihuela, Miguel se iba al horno, y se subía a San Miguel, con los amigos, donde tenían sus reuniones, y contaban sus cosas para que los fascistas no los vieran.
- ¿Y eso de que el padre maltrataba a Miguel?
- Noooo, noooo… Lo que pasaba era que, de noche, en vez de ponerse a dormir, Miguel leía y recitaba versos, por lo que molestaba a su hermano. Cuando el padre se enteraba, entraba a la habitación, para decirle que se pusiera a dormir y no molestara su hermano. El hermano mayor, el Vicente, se dedicaba a llevar el ganado a Barcelona en carro. Como era el mayor, aparte de que no le interesaban la cosas de Miguel, su padre lo consideraba más. Ha habido gente que ha querido que yo hablara mal del padre. ¡Claro que era muy recto! Entonces, en las casas estaba el hombre… y nadie respiraba. Recuerdo que la madre de Miguel estaba enferma, allí 'sentadica' en un rincón de la habitación, con una cosa en la boca para poder respirar… Pero es que estaba mejor sentada que en la cama. Pero no sabía entonces para qué era aquello.
- ¿Y de sus años de cárcel?
- Nosotros vivíamos en Alicante, porque a mi hermano lo enviaron allí. Fue cuando encerraron a Miguel en la prisión de Benalúa. Como no había comida, los miembros de la familia le enviábamos un 'tarrico' de leche, un chusco de 'cebá', otra cosa… Uno de mis hermanos y mi primo Ambrosio, que también estaban en esa cárcel, no sabían nada de él, porque estaba aparte, dormía en el suelo. No le daban de comer, no le llegaban nuestras cosas y enfermó. Tuvo un 'costipao' y no lo curaron. Fue entonces cuando un representante del obispo Almarcha se presentó en la cárcel y dijo que hablaran con Miguel porque le iban a quitar la pena de muerte, aunque tendría que seguir preso.
- ¿Qué sabe de su detención?
- Él salió de la cárcel de Ocaña y de otra en la que estuvo, y se vino a Orihuela… Si él no viene aquí, que le dijeron que se fuese directo a Portugal, no lo cogen. Lo denunció un tal Moré, que era cartero, y vivía detrás de la catedral. Fue él quien llamó al juzgado y les dijo: «Por aquí va Miguel Hernández». Estaba en la Calle Mayor.
- Fue el obispo Almarcha quien le dijo que se fuera a Portugal.
- No. Almarcha no se lo dijo. Almarcha era malo.
- No puede ser. Él fue quien pagó la edición de 'Perito en lunas'.
- De eso yo no sé nada, pero Almarcha era amigo del padre, no de Miguel.
- ¿Recuerda qué se hablaba entonces de él en Orihuela?
- Entonces, nada. Y ahora, pese a lo que dice la del Ayuntamiento, se están volcando porque el centenario es un acontecimiento mundial. Yo estoy en dos asociaciones y hacemos cosas.
- ¿Qué siente usted hacia el poeta: adoración, cariño, recuerdos…?
- Que era bueno, una persona normal, que no se metía con nadie y que no le dejaron hacer lo que él quería. Él fue a la guerra, pero no pegó un tiro. Iba a animar, a recitar sus poesías.
- ¿Se enteró usted cuando murió Miguel?
- Claro. Resulta que él y Josefina no se habían casado por la Iglesia, porque ya estaba la República. Le dijeron a Josefina que si no se casaban, no podían llevarlo a un hospital. Se casaron en la misma cárcel, pero fue demasiado tarde, porque estaba muy enfermo. Murió tuberculoso, porque le entró el 'costipao', y no lo llevaban a curar, ni le daban alimentos. Lo trataban mal. Yo vivía en Alicante con mi hermano, y claro que lloré. Es que me había tenido cariño, me subía a hombros, me cogía higos, me ordeñaba leche… Yo estaba con sus padres, con sus hermanos… ¡Si es como si hubiera vivido con ellos!
- Una vida que no para de recordar.
- Mientras pueda, lo haré. Mira: entré a los 16 años en la fábrica de la seda. Me puse enferma y tuve que ir a Madrid a que me curaran. Me hicieron cinco operaciones, por lo que quedé inútil. Entonces, Sor Felisa, una monja del hospital de San Carlos, me dijo que me viniera para Orihuela, porque no iba a durar mucho, que me quedaba un mes de vida. Y aquí estoy. Ya ves si vivo. Y eso que hago y hago y hago… ¡Ya lo creo que me queda para recordar…!