Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

martes, 13 de julio de 2010

“CARLOS FENOLL Y LA CALLE DEL HORNO”

(Carlos Fenoll Felices)
“CARLOS FENOLL Y LA CALLE DEL HORNO”

A mi buen amigo Ramón Fernández ‘Palmeral’


Cuando mis amigos, estudiosos hernandianos, se han enterado que fui en mi niñez vecino de Carlos Fenoll, todos me han animado a escribir algún artículo en este año del Centenario sobre mis recuerdos del que fuera entrañable amigo de Miguel Hernández y de Ramón Sijé, y compañero de ambos en las tertulias literarias de la tahona.

Efectivamente, el que esto les escribe, nació en la oriolana calle de Triana, pero con tan sólo dos años de edad nos mudamos a la calle del Horno de la Subida a San Miguel (ése era su nombre completo), allí permanecí hasta mi marcha a Madrid.

La calle del Horno comenzaba donde terminaba la plaza Caturla, estaba compuesta de dos hileras de casas unifamiliares, tan pegadas unas de otras que todos vivíamos casi en comunidad. Mi casa, al final de la calle, era la que servía de nexo de unión entre las dos filas, siendo la de más altura y la única que tenía fachada mirando hacia la plaza Caturla. En dirección ascendente, a la izquierda comenzaba la calle con la taberna y vivienda de Teresa “La Chalá”, siempre abarrotada de albañiles y estibadores de La Lonja que almorzaban o cenaban en sus mesas el típico plato de habas hervidas acompañado del Jumilla. A continuación había un almacén cuyo propietario era un comerciante muy conocido por el sobrenombre de “Jeromo el del Puente”. Seguía una casa donde vivía José María Parra—sargento de Marina en la Base Naval de Cartagena— con su esposa Almudena García y sus hijos. En la parte de arriba residía Antonio “El Peladilla” con su esposa Josefa y sus hijos. Al lado tenía su vivienda Carlos Fenoll con su familia. Seguía la vivienda de Paco García, conocido popularmente por “El señorito Paco”, y su numerosa familia, los que peinan canas puede que lo recuerden por su indumentaria, siempre vestía con capa, sombrero y portaba un bastón. Hombre culto y meticuloso, su afición era tocar la guitarra en la intimidad, aunque nunca llegó a dominar este instrumento musical.

Dando la vuelta hacia la izquierda se encontraba la casa y obrador de la confitería Sevilla. Seguidamente la vivienda de Gabriel y Carmen, cuyo hijo era Pepe Tormo “El Chepaíco”, este hombre fue entrenador de juveniles, era muy buena persona, gustaba de organizar procesiones para los chiquillos, falleció muy joven en su casa, en la agonía, lo último que exclamó fue: “¡Viva María Auxiliadora!”

En la otra fila, subiendo a la derecha, en primer lugar estaba la casa de mi tía Concha, vivía con su marido y una numerosa prole, uno de sus hijos (Bienvenido López Riquelme), fue famoso jugador de fútbol, llegando a militar en primera división, siendo medio volante del Sevilla en los años 50. La vivienda contigua era la de mi prima Antonia, vivía con su marido Ramón “El Rondollo” y sus dos hijos: “Ramonico” y Conchita. El primero fue un gran jugador de fútbol que formó parte de la plantilla del Hércules, le quiso fichar el Atlético de Madrid, pero en el reconocimiento médico le detectaron una lesión cardíaca que frustró su carrera deportiva. Justo al lado vivía una familia de apellido Rada, creo recordar que eran de La Romana y fueron a parar a Orihuela por motivos laborales. Pegado a ellos y frente a la de Carlos Fenoll, vivía Rafael y su esposa Asunción, él era albañil y ella vendía plátanos en la calle del Río, sus hijos Rafael, Pepe y Margarita. Un poco más arriba tenía su domicilio Nicolás “El Barquillero”, este hombre en sus ratos de ocio tocaba la flauta con la nariz, su oficio era “menaor”, fabricaba sogas y cuerdas de cáñamo con “la mena” en la Cuesta de San Miguel por donde tenía salida su vivienda, su esposa Dolores, también vendía plátanos en el mercado. Dividiendo la calle, mi casa y la de Pedro Albarracín, conocido en toda la ciudad por “El Pipiripipi”, su esposa Carmen y sus hijos Teresa, Manuel, Fina y Carmina. Por entonces vivían de la dulcería que ellos mismos elaboraban.

La convivencia entre los vecinos era muy familiar, por las noches del duro verano las mujeres rociaban la calle y sacaban las mesas y sillas a la puerta para cenar “al fresco”, era el veraneo de los trabajadores, ninguna familia de aquella calle se podía permitir unas vacaciones lejos de su hogar. Pero centrándonos un poco más en el personaje que hoy nos ocupa, mi vecino de entonces Carlos Fenoll Felices, entre su casa y la mía sólo había una en medio, la del “Señorito Paco”. Él, como panadero trabajaba de noche, por el día estaba casi siempre en su casa, solía descansar en su puerta sentado en una silla baja de anea, se la ponía de lado apoyando su brazo derecho sobre el respaldo, siempre salía en verano vistiendo un pantalón bastante ancho para su fino talle y una camiseta blanca de tirantes, de las llamadas entonces de “sport”. Era un hombre extrovertido, dicharachero, buena persona, gustaba de contarnos cuentos a los chiquillos, nos recitaba poemas y cuando se sentaba en su puerta todos los críos andábamos siempre cerca de él para que nos relatara sus escarceos taurinos: “Que si le di una manoletina, que si tenía unos cuernos como un perchero...”. Sus hijos, Antoñito y Carlines, eran mis compañeros de juegos infantiles, jugábamos a las bolas (canicas) utilizando los hoyos que había en la calle que todavía su pavimento era de tierra. Cuando nos daba sed, entrábamos en su casa—las puertas de estas viviendas siempre permanecían por el día abiertas— y, sin más, nos dirigíamos a una tinaja de agua que había cerca de la cocina, y con el beneplácito de su amable esposa Ascensión, sacábamos con un cazo metálico el agua y tras ponerla en un vaso nos saciábamos —el agua potable la servían por entonces los aguadores a domicilio—. Ascensión Ávila, esposa de Carlos, era una mujer muy atractiva, yo en mi corta estatura la veía alta, se recogía su negro pelo sobre la nuca con un moño, de finos modales, vestía siempre elegantemente, mi madre y ella congeniaron mucho y llegaron a ser muy buenas amigas.

Carlos Fenoll pasaba gran parte de su tiempo leyendo o escribiendo sobre su mesa de comedor, era su gran pasión, pero también le gustaba el flamenco. Recuerdo que una calurosa tarde se encontraba “El señorito Paco” afinando su guitarra y Carlos, cansado de oírle tocar las cuerdas como si las mimara le soltó: “¡Paco, no temple más la guitarra y arránquese con un buen fandango!”. El pobre Paco no pudo hacerlo ya que apenas sabía interpretar algunos compases.

Carlos Fenoll era muy participativo, en aquella época las calles de Orihuela celebraban la Cruz de Mayo, se adornaban con ramaje de álamos, flores, banderitas y cadenetas, se ponían en los balcones cobertores y bombillas. La familia Fenoll colaboraba en todo ello como la que más.

La marcha hacia Barcelona de Carlos Fenoll y su familia, hecho que ocurrió—según un escrito de Leonís— en 1951, hizo que en aquella entrañable calle se notara el vacío que habían dejado. En la casa que había vivido se instaló una chica llamada Conchita que trabajaba cosiendo en su domicilio para algunas sastrerías de la ciudad. Su ausencia, la de su esposa y sus hijos, dejaron un poco huérfana a la calle del Horno.



Autor:Antonio Colomina Riquelme


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